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Filosofía: ¿Qué diría Maquiavelo sobre los dictadores del siglo XXI?

Kim Jong Un, Daniel Ortega, Viktor Orbán... ¿Podemos entender a estos hombres a partir de 'El príncipe' de Maquiavelo?

¿Cuáles son las características que definen a un dictador? No, no es el bigote ni el corte de cabello extraño, tampoco el uniforme o el sombrero gracioso. Un dictador trasciende las apariencias. ¿La duración de su mandato, quizás? Bajo esa lógica, Angela Merkel o Benjamin Netanyahu hubieran sido clasificados como dictadores. ¿Intervenciones militares en el extranjero o represiones de manifestaciones públicas? De ser así, aplicaría con casi todos los presidentes en la historia de Estados Unidos. ¿La manera violenta en que conquistaron el poder? No necesariamente pero así fue como varios dictadores del siglo XX se colocaron en la cima de la autoridad política de su país. Como consecuencia directa de los golpes de Estado en Chile (1973), Libia (1969), Uganda (1971) e Irán (1953), fue posible la imposición de Augusto Pinochet, Muamar el Gadafi, Idi Amin y el sha Mohammad Reza Pahleví, respectivamente. Varios dictadores también alcanzaron el poder gracias al éxito de una revolución armada, como la de Fidel Castro en Cuba (1959), Mao Zedong en China (1949), Pol Pot en Camboya (1975) y Robert Mugabe en Zimbabue (1980), por solo mencionar un puñado de ejemplos.

Pero en el siglo XXI, no sería exagerado decir que el golpe militar y el movimiento armado popular dejaron de ser las opciones más atractivas para los actores políticos con ambiciones dictatoriales. Cierto, todavía se registran múltiples sublevaciones en buena parte del mundo; algunos tienen éxito (como Honduras en 2009) y muchos otros no (como Turquía en 2016). No obstante, el nuevo aspirante del siglo XXI a una dictadura se apoya en otras herramientas para alcanzar sus objetivos: las herramientas de la democracia. Quizás el hombre que marcó la pauta en este cambio de estrategia fue Hugo Chávez. En 1992, como comandante de las fuerzas armadas, Chávez intentó dar un golpe que fracasó el mismo día. Pocos años después salió de prisión y retomó su meta de conquistar el poder, solo que esta vez, en lugar de tomar un fusil, tomó un micrófono y se ganó al pueblo venezolano con un discurso populista de izquierda; en 1999, Chávez fue elegido por la vía democrática a la presidencia de Venezuela, cargo que no cedió sino hasta 2013, a raíz de su muerte. ¿Para qué recurrir a las armas cuando la democracia te abre las puertas?

Un dictador, por supuesto, no se caracteriza por la manera en que llega al palacio presidencial, sino por lo que hace una vez que consolida su poder. Hace dos mil 400 años aproximadamente, Platón definía al tirano como alguien que “combina las características de embriaguez, lujuria y locura”. Para el filósofo griego, la tiranía era una sociedad imperfecta que puede nacer de los excesos de la democracia, terreno fértil para el surgimiento de fuerzas políticas antidemocráticas que saben detectar las carencias de una sociedad desilusionada con la corrupción o la ineptitud de los aparatos de gobierno. En el siglo XXI, el dictador no ha cambiado mucho. Salvo por el hecho de que viste un traje, en lugar de un vistoso uniforme; el dictador sigue siendo un déspota que no se somete a las leyes que regulan su autoridad, ni respeta los derechos que la Constitución garantiza a la ciudadanía, pasa por encima de los contrapesos institucionales y elimina cualquier indicio de oposición política. “El Estado soy yo”, es lo que decía Luis XIV hace cientos de años y es lo que seguimos escuchando en la actualidad, en las acciones de mandatarios que se creen semidioses.

Ahora bien, cuando hablamos de gobiernos autoritarios, es fácil ponerle un rostro humano a una dictadura: Stalin, Hitler, Suharto, Franco, Ceaușescu. Pero recordemos que hay dictaduras que no giran en torno a un hombre sino a una fuerza política hegemónica. Ésta puede ser un régimen civil-partidista (como el México posrevolucionario gobernado por el PRI durante 81 años), o una junta militar (véase Brasil, Argentina, Myanmar, Grecia). Pero en este espacio nos vamos enfocar en los hombres del siglo XXI (y casi siempre son hombres) que aglutinan toda la autoridad del Estado en su figura, para así trabajar con el perfil que construyó Nicolás Maquiavelo sobre ‘el Príncipe’ ideal. ¿Alguna vez leyeron estos nuevos autócratas la obra del político renacentista?

¿Quién fue Maquiavelo?

Pocos personajes de la historia consiguen que su nombre se convierta en un adjetivo, constancia de la enorme influencia que su legado ha tenido, en este caso, en prácticamente todos los aspectos de la vida. Cuando alguien es descrito como “maquiavélico”, la connotación suele ser negativa: una persona que recurre a la astucia o al engaño para obtener algún beneficio. A partir de esta definición, es fácil imaginar la aparición de una figura “maquiavélica” en cualquier situación competitiva, sea en la política, en los negocios, en los deportes, incluso en la jerarquía familiar. Ícono del pragmatismo, padre de la ciencia política moderna, “maestro del mal”, Nicolás Maquiavelo suele gozar de una reputación algo negativa en la cultura popular, pero hay motivo para investigar su historia y leer su obra; en el proceso vamos a descubrir un pensamiento mucho más complejo que simplemente “el fin justifica los medios”.

Niccolò di Bernardo dei Machiavelli fue prácticamente un “mil usos” de la política italiana de finales del siglo XV e inicios del XVI. Funcionario, embajador, dramaturgo, poeta, comandante militar, intelectual, asesor, granjero, historiador… Maquiavelo era un auténtico hombre renacentista de la República de Florencia, aunque su principal pasión siempre fue la política. Pero primero un poco de contexto histórico. Maquiavelo vivió en una época bastante caótica en la que el territorio que hoy conocemos como Italia estaba fragmentado en varios países: el Reino de Nápoles, la República de Venecia, el Ducado de Milán, los Estados Pontificios, etcétera. Por un lado, Italia era la cuna del Renacimiento, transición de la Edad Media a la era Moderna, marcado por un espectacular florecimiento de las artes y las ciencias. Por otro lado, Italia era el escenario de múltiples conflictos armados entre todos estos países vecinos que eran encabezados por déspotas dispuestos a traicionarse entre sí (y a sus gobernados) con tal de satisfacer sus ambiciones individuales. Esta fragmentación, a su vez, los convertía en presa fácil ante la mirada de las nuevas potencias europeas que surgieron en el siglo XV, como España y Francia.

Retrato de Niccolo Machiavelli por Santi di Tito (Cropped and enhanced from a book cover found on Google Images., Public Domain, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=9578897)

Cuando Maquiavelo dio sus primeros pasos en la política de su país, los Médici, una poderosa familia de banqueros y mecenas de las artes, controlaban todos los aspectos del gobierno de Florencia. En 1494, poco tiempo después de la muerte de Lorenzo de Médici, Carlos VIII de Francia invadió Italia, los países italianos se sumergieron en el caos, y la familia Médici perdió el control del país, por lo que se vio obligada a huir de Florencia. En su lugar quedó un monje dominico de nombre Girolamo Savonarola, que pasó a ser el líder espiritual de Florencia, un idealista puritano que buscaba fundar una nueva Jerusalén. Por no someterse a la autoridad del papa, Savonarola fue excomulgado y en 1498 su régimen colapsó. Luego de que este monje fuera quemado en la hoguera, los florentinos reestablecieron la república y más tarde eligieron a Piero Soderini como ‘magistrado vitalicio’, cargo que le daba la máxima autoridad. Al inicio de la nueva república, Maquiavelo no tenía más de 30 años cuando se integró a la cancillería. En los siguiente catorce años, el joven diplomático vivió la época más feliz de su vida; al desempeñarse como embajador de Florencia, tuvo la oportunidad de representar a su país en las cortes más formidables de la época. Si bien Maquiavelo nunca asumió un papel de jefe de Estado, aprovechó su posición privilegiada para observar y estudiar a los grandes protagonistas de la política europea, entre ellos: Luis XII de Francia, Fernando II de Aragón, el papa Alejandro VI, así como su hijo Cesare Borgia, el temido duque Valentino. A este último, Maquiavelo le tenía una tremenda admiración, a tal grado de imaginarlo como el líder que pudiera unir a los países italianos y expulsar a las fuerzas invasoras de la península.

La fortuna, sin embargo, tuvo otros planes. Ya para 1512, los Borgia estaban muertos o en retirada, y España había invadido a Italia, con el apoyo del nuevo papa, Julio II, desmantelando a la República de Florencia en el proceso y trayendo de vuelta a la familia Médici. Maquiavelo fue echado de la cancillería y en 1513 fue acusado de conspiración, motivo por el cual fue detenido y torturado. El exfuncionario pudo recuperar su libertad luego de pasar algunas semanas en prisión gracias a una amnistía general otorgada por el papa. De cualquier forma, Maquiavelo fue vetado de volver a ejercer un cargo público y obligado a pasar el resto de su vida en la pobreza. Fue durante este largo periodo de exilio que Maquiavelo escribió sus obras de teatro, sus poemas y sus textos de reflexiones sobre teoría política, una obra entre la que destacan dos tratados: El príncipe y Discursos sobre la primera década de Tito Livio.

Dedicado en un principio a Juliano II de Médicis, y luego a Lorenzo II de Médicis tras la repentina muerte del primero en 1513, El príncipe está escrito a manera de manual para que el nuevo ‘señor de Florencia’ pudiera retener su poder y controlar a la sociedad que gobierna. Según historiadores que han estudiado la vida y obra de Maquiavelo, es muy posible que éste buscaba congraciarse con la familia Médici, poniendo a su disposición su amplia experiencia y conocimiento en política, filosofía e historia. Aunque se ignora cuál fue la reacción de Lorenzo II (éste murió en 1519 de sífilis), Maquiavelo consiguió en 1520 el nombramiento de un cargo menor como ‘historiógrafo de la ciudad’. Pudo regresar a Florencia y a lo largo de los siguientes años se ganó paulatinamente la confianza de los Médici. Irónicamente, en 1525 Italia volvió a sumergirse en el caos -no había país de Europa que no quería participar en el saqueo de los países italianos y la repartición de sus territorios- y los Médici fueron expulsados de Florencia de nueva cuenta. Cuando los florentinos volvieron a instaurar un gobierno republicano en 1527, Maquiavelo tenía la esperanza de regresar a su antiguo puesto en la cancillería, pero las nuevas autoridades desconfiaron de él dada su cercanía con los Médici. Decepcionado por este giro de tuerca, Maquiavelo se retiró de la vida pública y murió al poco tiempo.

Los nuevos príncipes

A pesar del triste final de Maquiavelo, su obra pudo ser leída por más personas ajenas a la familia Médici y su entorno político. El príncipe llegó a las manos de mucha gente, difundiendo los “secretos” de cómo ejercer el Poder, no solo entre las clases dominantes de la sociedad europea, también entre la intelectualidad y el mismo pueblo. Aunque el libro ha sido vetado por numerosas entidades a lo largo de los siglos, sus enseñanzas han influido a líderes de todo tipo, desde Thomas Cromwell, ministro de Enrique VIII de Inglaterra, al dictador soviético Iósif Stalin, y hasta John Gotti, jefe de la mafia de Nueva York. Poco más de 500 años después, El príncipe conserva su valor práctico porque la naturaleza humana no ha cambiado en lo absoluto en todo este tiempo. Y en efecto, esta es la misma respuesta a la pregunta, ¿cómo es posible que en pleno siglo XXI sigan existiendo las dictaduras?

Por este motivo, cuando leemos los 26 capítulos que conforman El príncipe, es posible reconocer los rasgos de varios líderes políticos de nuestra actualidad: Putin, Kim, Ortega, Maduro, Erdoğan, Orbán, Lukashenko, Berdimuhamedow, al-Ásad y un largo etcétera de autócratas. Ni siquiera tienen que ser dictadores en el sentido estricto de la definición, los consejos de Maquiavelo también nos remiten a muchos mandatarios de países con democracias liberales que siguen estando sujetos a las leyes que limitan su poder, y que deben rendir cuentas a la sociedad que los eligió. Esto se debe a que Maquiavelo exhibe la cruda realidad de las relaciones de poder dentro de la política, sin atenuar su mensaje con un discurso moralino. Algunos ejemplos a continuación:

1. “Los hombres se abstienen menos de ofender al que se hace amar que al que se hace temer, porque el amor no se retiene por el solo vínculo de la gratitud, que en atención a la perversidad humana, toda ocasión de interés personal llega a romper; el temor al príncipe, en cambio, se sostiene siempre con el miedo al castigo, que no abandona nunca a los hombres” (Capítulo 17).

¿Le conviene más a un líder ser amado o ser temido? Pocos jefes de Estado son tan temidos como Vladimir Putin y hoy se mantiene como uno de los hombres más poderosos del planeta, pero Kim Jong-Un, el “querido” líder de Corea del Norte, nos ofrece quizás una mejor ilustración de este dilema. Aunque su mandato fue una herencia de su padre, Kim ha logrado mantener intacta una reputación que se ha forjado a lo largo de tres generaciones. El régimen norcoreano puede ser etiquetado como la dictadura perfecta dada su capacidad de equilibrar el miedo y el amor que inspira en la sociedad, mezclando elementos de un Estado totalitario como la propaganda nacionalista, la represión de libertades individuales o el culto a la personalidad. Observadores internacionales nunca dejarán de asombrarse ante la devoción que Kim Jong-un inspira entre la población, no obstante el hambre o el frío que padezca su gente.

Donald Trump y Kim Jong un (Dong-A Ilbo via Getty Images/Getty Images)

2. “Un príncipe debe inquietarse poco de las conspiraciones cuando le tiene buena voluntad el pueblo; pero cuando éste le es contrario y le aborrece, tiene motivos de temer en cualquiera ocasión y por parte de cada individuo. Los Estados bien ordenados y los príncipes sabios cuidaron siempre de no descontentar a la nobleza hasta el grado de reducirlos a la desesperación, como también de tener contento al pueblo. Es una de las cosas más importantes que el príncipe debe tener en su mira” (Capítulo 19).

Es una lección que Maquiavelo reitera en más de una ocasión: Si bien es preferible ser temido a ser amado, hay que asegurarse de que ese miedo no se transforme en odio. Varios dictadores en lo que va del siglo XXI tuvieron que aprender esa lección por la mala, cuando las insurrecciones populares de la llamada “Primavera Árabe” desembocaron en el colapso de los regímenes autoritarios de Ben Ali en Túnez, Muamar el Gadafi en Libia, Hosni Mubarak en Egipto, y Alí Abdalá Salé en Yemen. Desafortunadamente, muchas de estas revoluciones dieron paso a varios de años de crisis políticas, inestabilidad económica, represiones violentas, éxodos migratorios, nuevos gobiernos autoritarios y guerra civil. Encima de todo el desastre humanitario registrado en el norte de África y Medio Oriente, podemos estimar que Siria ha sido el país más afectado por las consecuencias de la “Primavera Árabe”. Después de diez años de guerra y contando, Bashar al-Ásad ha logrado aferrarse al poder, presidente de un país en ruinas. Maquiavelo tal vez diría que al-Ásad ha elegido bien a sus aliados en este conflicto interminable, apoyándose enormemente en la ayuda militar de Rusia e Irán, pero también señalaría que “no hay reputación de poder más débil e inestable como aquella que no depende en su propia fuerza”.

Moammar Gadhafi y Bashar Assad en 2010. (AP Photo/Abdel Magid Al Fergany)

3. “Cuando un príncipe dotado de prudencia ve que su fidelidad en las promesas se convierte en perjuicio suyo y que las circunstancias que lo motivaron a hacerlas no existen ya, no puede y aun no debe guardarlas, a no ser que él consienta en perderse” (Capítulo 18).

No hay nada menos sorprendente que un político que no cumple sus promesas de campaña cuando asume funciones, pero a la vez, no deja de impactar la manera en que Maquiavelo subraya la necesidad de recurrir a la mentira para obtener un beneficio. En el siguiente enunciado, Maquiavelo justifica su razonamiento al decir que “si todos los hombres fueran buenos este precepto sería malísimo”, pero en un mundo habitado por gente dispuesta al chantaje y a la traición, la mentira debe ser un recurso habitual del político astuto. Un ejemplo reciente nos lo ofrece el hombre conocido como “el último dictador de Europa”. Aleksandr Lukashenko ha gobernado Bielorrusia desde 1994, el primer y único presidente que ha tenido esta exrepública soviética. No obstante las medidas represivas que su gobierno ha implementado por más de 25 años, las fraudulentas elecciones de 2020 detonaron una ola de protestas masivas que no estuvieron lejos de derrocar al dictador. En medio de la detención de miles de manifestantes y las condenas de la comunidad internacional, Lukashenko se comprometió a ceder el poder una vez que se adoptara una nueva constitución. Cuando la situación se tranquilizó, pasaron los meses y, en efecto, se presentaron reformas a la constitución de Bielorrusia que limitarían el número de veces que un presidente pudiera reelegirse, pero que, a la vez, le permitiría a Lukashenko conservar su cargo, de ser posible, hasta el año 2035.

Alexander Lukashenko, y Vladimir Putin en 2015. (AP Photo/Sergei Grits)

4. “El que consigue la soberanía con el auxilio de la nobleza se mantiene con más dificultad que el que la consigue con la ayuda del pueblo; porque siendo príncipe, se halla cercado de muchas gentes que se estiman sus pares y, por este motivo, no puede imponerse ni manejarlos a su discreción. Pero el que llega a la soberanía con el favor popular se halla sólo en su exaltación; y entre cuantos le rodean, no hay ninguno, o más que poquísimos a lo menos, que no estén prontos a obedecerle” (Capítulo 9).

¿Cómo es que figuras como Fidel Castro, Hugo Chávez o Daniel Ortega pueden perpetuarse en el poder hasta la muerte? En mayor parte, esto se debe a la aprobación del pueblo, pieza instrumental de su movimiento revolucionario, sea armado o pacífico, a través del cual se concretó la toma de Poder. “Un ciudadano hecho príncipe con el favor del pueblo debe conservar su afecto; lo cual le es fácil porque el pueblo le pide únicamente el no ser oprimido”, indica Maquiavelo en ese mismo capítulo. Pueden surgir agravios de ciertos sectores de la población -la burguesía, los dueños del capital, la oposición política- pero mientras los derechos y las libertades del pueblo no sean vulnerados por el régimen de la revolución, la posición del “comandante” no corre mayor peligro. El pueblo siempre lo va a proteger, incluso de la intervención de una potencia extranjera. Ahora bien, ese vínculo que existe entre el pueblo y el príncipe popular difícilmente puede ser heredado a un sucesor que no está dotado del carisma, la inteligencia política o la conciencia revolucionaria del líder. Por ello, sucesores del poder como Nicolás Maduro en Venezuela o Miguel Díaz-Canel en Cuba se han topado con dificultades que no se manifestaban en tiempos de Chávez o Castro, respectivamente.

Raul Castro, Daniel Ortega y Nicolas Maduro en 2018 (AP Photo/Ariana Cubillos)

“For the good of the realm”

En El príncipe Maquiavelo habla mucho de las “virtudes” que debe cultivar un líder en el ejercicio de sus facultades, pero estas virtudes son algo distintas a las que expone Aristóteles: sabiduría, fuerza, valentía, prudencia… nada fuera de lo extraordinario, pero Maquiavelo también subraya como una virtud la voluntad de tomar decisiones que podrían ser calificadas como crueles o malvadas, siempre y cuando sean en aras de un bien mayor, es decir, la salud del Estado. “La matanza de sus conciudadanos, la traición de sus amigos, su absoluta falta de fe, de humanidad y religión, son ciertamente medios con los que uno puede adquirir el imperio”, decía Maquiavelo en el capítulo 8. “Pero no adquiere nunca con ellos ninguna gloria”.

Con todo lo que se ha dicho sobre Maquiavelo, se desconocen cuáles fueron sus verdaderas intenciones al momento de escribir este ensayo, pero los historiadores pueden inferir que su objetivo estaba lejos de satisfacer las ambiciones personales de unos pocos. En El príncipe están las herramientas para fortalecer al Estado y brindar prosperidad a la sociedad; lo que un tirano conocía por instinto, Maquiavelo lo transformó en una ciencia, a disposición de cualquiera. Es fácil asumir que Maquiavelo odiaba con toda su alma a la familia Médici: lo destituyeron de su cargo, lo encarcelaron, lo torturaron, lo vetaron de volver a ejercer su profesión. Y aún así, este hombre se puso a las órdenes de los Médici. Maquiavelo era un partidario de la república, pero también del pragmatismo; entendía mejor que nadie que la política no es un juego de pasiones, sino de cálculos que deben realizarse con una cabeza fría para concretar objetivos en el corto y largo plazos. Maquiavelo no era un idealista pero sí soñaba con el surgimiento de un líder que fuera capaz de poner fin a la fragmentación que dividía a los países italianos, convocándolos a su causa de una Italia unida y expulsar a los invasores extranjeros que tanto los habían saqueado y humillado. Pero ese líder redentor no se iba a aparecer de la nada, como Cristo, sino había que montar el escenario, construir los mecanismos, crear las herramientas para formar conciencias y darle cauce a las nuevas voluntades políticas.

Tendrían que pasar más de 300 años para que se hiciera realidad el sueño de Maquiavelo de una Italia unida, libre e independiente. Gracias al triunfo del Risorgimento, el movimiento político y social que derivó en la unificación de la península, el nuevo Reino de Italia terminó de consolidarse con la designación de Roma como su capital en 1871, encabezado por el rey Víctor Manuel II. Italia, sin embargo, no se quedó satisfecha. En lugar de hacer la transición a una república (como hubiera deseado Maquiavelo), Italia miró con envidia los imperios coloniales de sus vecinos y anhelaba con revivir la gloria del Imperio Romano. Entonces el sueño de Maquiavelo se transformó en una pesadilla auspiciada por la llegada de un nuevo ‘príncipe’, un tal Benito Mussolini que hizo estallar al mundo con la propagación virulenta de la ideología fascista y que volvió a traer penas y miserias al Estado italiano. Se sabe que il Duce era un admirador de Maquiavelo, pero si hubiera leído con cuidado El príncipe, tal vez hubiera atendido la advertencia que hace Maquiavelo en el capítulo 6: “Debe notarse bien que no hay cosa más difícil de manejar, ni cuyo acierto sea más dudoso, ni se haga con más peligro, que tomar la vanguardia en la introducción de un nuevo orden”.

Imagen principal: Valentina Avilés, a partir de una estatua de Maquiavelo en Florencia, esculpida por Lorenzo Bartolini.

Texto: Javier Carbajal

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