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Filosofía: Consejos de Confucio para brillar como líder

"Los sabios están libres de perplejidades, los virtuosos de la ansiedad y los valientes del miedo", decía el Gran Maestro.

Fin de año, época de fiestas, ceremonias y rituales. En Día de Muertos, la gente pone sus altares para honrar la memoria de sus seres queridos ya difuntos; en Navidad intercambiamos regalos alrededor de un pino decorado con esferas y luces; en Año Nuevo comemos doce uvas para desear por un año de prosperidad y salud. Rituales como estos son costumbres puestas en práctica por una generación tras otra en buena parte del mundo, y no hace falta ser cristiano para romper la piñata en una posada, ni hace falta ser supersticioso para usar calzones rojos el 31 de diciembre; vaya, ni siquiera hace falta ser estadounidense para celebrar Thanksgiving (miles de familias latinas también cenan y “dan gracias” el cuarto jueves de noviembre).

No obstante, siempre habrá gente que cuestione la lógica de estas tradiciones, gente que se dice a sí misma racional, gente que otros llaman “amargada”, entre otros calificativos. Pero sí, sus críticas no carecen de fundamentos racionales; bajo la lupa del análisis objetivo, el Año Nuevo no es más que un cambio de hoja en el calendario, no hay evidencia de que el nacimiento del profeta Jesucristo haya ocurrido un 25 de diciembre, y es muy probable que los muertos no puedan apreciar nuestra ofrendas en el altar, sin importar la cantidad de flores de Cempasúchil que hayamos regado en el piso, quizás porque los muertos son polvo y del polvo ya no volverán.

A pesar de la fría lógica de mentes racionales y científicas, y de su amplia difusión en medios de comunicación, todavía en el siglo XXI millones de personas se aferran a sus tradiciones folclóricas, no solo por la conveniencia del asueto o la excusa para reunirse con amigos y emborracharse, disfrazados de Satanás en noviembre o de Santa Clos al mes siguiente. Si ponemos a un lado la irreverencia de la fiesta, podemos percibir un significado más profundo y solemne en los rituales que acompañan estas celebraciones, las cuales también incluyen bodas, bar mitzvahs, primeras comuniones y un largo etcétera de rituales, sean religiosos o seculares. Estas ceremonias no solo fortalecen los vínculos con nuestro entorno social, hay una Verdad en la esencia de estas prácticas que trasciende el juicio del razonamiento.

Desde que la humanidad ha tenido sensatez de organizarse en grupos y establecer un contrato social, el poder político también se ha prestado a estas ceremonias, porque no suele bastar con decir “el que manda soy yo”. La coronación de un rey, el juramento de acatar la Constitución de un funcionario, la toma de posesión de un presidente… Cuando un líder se retira de su rol de liderazgo y entrega un bastón de mando a su sucesor a bombo y platillo, en ese gesto simbólico hay más legitimidad que en cualquier decreto jurídico en una hoja de papel. En los protocolos de investidura del gobierno mexicano, por ejemplo, la transferencia del poder ejecutivo se formaliza cuando el exjefe de Estado le entrega una banda tricolor al nuevo presidente en la tribuna de la Cámara de Diputados, éste se la pone sobre su hombro, alza su brazo derecho y pronuncia las 61 palabras que constituyen la toma de protesta.

Cierto, según marca la ley, el nuevo presidente de México asume funciones a partir de las 00:00 horas del 1 de diciembre, haga o no “el numerito” a la mañana siguiente. Pero “el numerito” es un ingrediente importante que aporta a la percepción de legitimidad del cargo. Esto es algo que se sabe ahora y que se ha sabido desde hace decenas de siglos, en la era antigua de las civilizaciones humanas. “Si el pueblo no tiene fe en sus líderes, no hay posibilidad de que el Estado prevalezca”, decía Confucio hace mil 500 años. En otras palabras, es más que “pan y circo”. Para este pensador de la antigua China, las ceremonias y los ritos jugaban un papel crucial en la definición, estabilidad y perpetuación de un orden social dentro de una sociedad civilizada.

“Aquel que entienda las ceremonias […] encontrará el gobierno de un reino tan fácil como ver la palma de su mano”.

Esta cita de La doctrina de la medianía es solo uno de varios consejos que el maestro Confucio ofrece a las personas que ejercen una función de liderazgo. En la ética confuciana, las ceremonias y los ritos forman parte de las reglas del comportamiento decoroso, una virtud esencial que una persona debe cultivar para ser un líder “con mandato del Cielo”. ¿Pero quién fue Confucio y por qué sus enseñanzas han sobrevivido tantos siglos hasta la era presente?

¿Quién fue Confucio?

Al igual que Lao-Tse y Sun Tzu, no hay evidencias que den constancia de la existencia de Confucio en la historia. Los acontecimientos de su vida pertenecen más al campo de las leyendas y las interpretaciones de otras fuentes escritas. Se dice, por ejemplo, que perteneció a una familia noble que cayó en desgracia, que fue contemporáneo de Lao-Tse, que tuvo 3 mil discípulos. Tanto el tiempo como el espacio han actuado como filtros para los lectores de Occidente que anhelan un poco de contexto histórico. Incluso su nombre, Confucio, es una latinización de su título honorífico de cuando sus obras fueron traducidas por misioneros jesuitas a partir del siglo XVI; Confucio significa “Gran Maestro Kong”, la manera respetuosa en que los estudiantes del Confucianismo se referían a Kong Qiu.

Se estima que el maestro Kong vivió entre los siglos VI y V a.C., al final del periodo de las Primaveras y otoños. Durante esta época, tras el colapso de la autoridad central ejercida por la dinastía Zhōu, parte del territorio que hoy se conoce como China estaba dividido en diversos reinos caóticos gobernados por caudillos brutales. El periodo de los Reinos combatientes estuvo marcado por muchos años de guerra e inseguridad, con la población atrapada en medio de la violencia. Irónicamente, también fue un periodo en el que floreció la cultura y la filosofía en China, una expansión intelectual representada por las Cien escuelas del pensamiento, entre éstas, el legismo, el taoísmo, y claro, el confucianismo, influencias que perduran en varios países de Asia oriental, incluyendo China.

Confucio, filósofo de los chinos, publicado en París en 1687 por jesuitas (por Prospero Intorcetta, Philippe Couplet, et al. – Confucius Sinarum Philosophus, Public Domain, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=2523905)

Las enseñanzas de Confucio fueron recogidas por sus discípulos, posiblemente en los años posteriores a su muerte, en un conjunto de textos que han sido catalogados como ‘los cuatros libros y cinco clásicos’ del pensamiento confuciano. Entre estos textos -algo así como el programa de estudios de la escuela de Confucio- el más importante tal vez sean Las analectas, un libro de veinte capítulos que consiste de diálogos entre Confucio y sus discípulos, así como aforismos y anécdotas, algunas más crípticas que otras. En Las analectas podemos encontrar uno de los primeros registros en la historia de la sabiduría humana de ‘la Regla de oro’, el principio moral que rige el comportamiento humano en una sociedad civilizada. “Lo que no quiero que los demás me hagan a mí, tampoco se lo hago yo a ellos”, dice el gran maestro en el capitulo 15, fragmento 23, en referencia a la reciprocidad.

En virtud de su pedagogía humanista, las doctrinas del confucianismo fueron adoptadas como la base ideológica del sistema social y político de China. Prácticamente desde su génesis como corriente filosófica y humanista, el confucianismo ha sido el material de estudio de la élite social en China a lo largo de los siglos (una excepción relativamente reciente fue en la Revolución Cultural de Mao Tse-Tung, cuando el Partido Comunista de China ordenó la destrucción de templos confucianos y la censura de sus textos y rituales). El apego a las enseñanzas de Confucio en los países del Lejano Oriente, caracterizados por estructuras patriarcales verticalmente integradas, se debe a lo que hoy podríamos definir como “valores conservadores”, con énfasis en la jerarquía, la moralidad y la piedad filial.

En contraste al caos que caracterizaba a su época, Confucio creía que el orden social no sería reestablecido hasta que todos se comportaran de acuerdo a su posición en la escalera social, desde la relación entre un hijo y su padre, a la relación entre un ciudadano y su gobernante. Por ello, se decía que Confucio viajaba de un estado a otro, buscando poner a disposición del caudillo local la sabiduría de sus enseñanzas para brillar como un soberano con “Mandato del Cielo” y así, firmar la paz entre los reinos.

Consejos de Confucio para líderes

“Ve delante del pueblo con tu ejemplo y sé laborioso en sus asuntos” (13:1, Analectas).

Según el gran maestro, “gobernar significa rectificar”, y para ello hay que empezar con dar el ejemplo, mostrando al pueblo la imagen de un líder distinguido por su fidelidad y sinceridad, entre otras virtudes de la ética confuciana. “Si lidera a la gente con corrección, ¿quién se atreverá a no ser correcto?”

“Emplea primero los servicios de tus diversos oficiales, perdona las pequeñas faltas y eleva los cargos de hombres virtuosos y talentosos” (13:2, Analectas).

Es un viejo consejo en libros de líderes empresariales el rodearse de gente talentosa para que una empresa suba de categoría. Vaya, es un consejo tan viejo que Confucio se lo estaba ofreciendo a los caudillos que asesoraba. “Eleva los cargos de la gente que conozcas”. Es decir, construye tu equipo de trabajo y crece con ellos.

“El hombre superior es modesto en su discurso, pero sobresale en sus acciones” (Analectas 14:29).

Confucio miraba con desconfianza a los charlatanes que llegaban a un puesto de poder. “Aquel que habla sin modestia, tendrá dificultades para cumplir sus palabras”. Ganar la confianza del pueblo es el logro más grande que puede alcanzar un líder, pero si haces promesas que no puedes cumplir, dicha confianza se verá mermada, y con ello, la disposición del pueblo a obedecer las normas.

“No estaré afligido porque los hombres no me conozcan; estaré afligido cuando sea yo el que no conozca a los hombres” (1:16, Analectas).

El “hombre superior”, indicaba Confucio, no debe anhelar la adquisición de placeres que conllevan la fama acorde a su cargo, como títulos y honores; en lugar de eso, la recompensa está en el trabajo que te hace digno de reconocimiento, y para hacer este trabajo, hay que atender las necesidades del pueblo.

Las analectas (por Confucio y sus discípulos, Public Domain, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=2581568)

“La virtud es la raíz; la riqueza es el resultado” (10:7, Gran saber).

Desafortunadamente, Confucio no ofrece atajos para alcanzar el éxito. Es menester hacer primero el trabajo duro, aprender de los sabios y cultivar las virtudes morales e intelectuales. Si las riquezas son el objetivo principal, en cambio, solo habrá disputas con el pueblo. “Por tanto, la acumulación de la riqueza es la forma de dispersar al pueblo; y dejar que se esparza entre ellos es la manera de unir al pueblo”.

“En todo, el éxito depende de la preparación previa, y sin dicha preparación previa, el fracaso es seguro” (20:16, Doctrina de la Medianía).

Ningún actor sale al escenario sin memorizar sus diálogos y ensayar; ningún futbolista sale a la cancha sin entrenar horas y horas; de igual manera, un líder no tendrá el éxito que desea sino se prepara como es debido.

“Cuando la conducta personal de un príncipe es correcta, su gobierno es eficaz sin la emisión de órdenes. Si su conducta personal no es correcta, puede emitir órdenes, pero no se cumplirán” (13:6, Las analectas).

Vale la pena reiterar este consejo, pero con otras palabras para subrayar los efectos de un líder corrupto. La corrupción destruye la confianza que pudo haber existido entre el líder y sus seguidores. Nadie obedece de buena gana a un gobernante o un patrón malo, a menos de que la gente sea sometida por métodos represivos.

“No anheles que las cosas se hagan rápidamente; no busques por pequeñas ventajas. El deseo de que las cosas se hagan rápidamente impide que se hagan a fondo” (13:17, Las analectas).

Imagínate la decepción de Confucio si pudiera enterarse que en miles de lados la gente sigue discutiendo el dilema de ‘calidad contra cantidad’. Es una discusión que está presente desde el cliente que se queja por la lentitud de un servicio hasta el jefe que se queja por la ineficiencia de sus empleados. El consejo de Confucio es que “luchar por las pequeñas ventajas evita que se logren grandes cosas”.

“Cuando visites cualquier estado, ponte al servicio de los más dignos entre sus grandes oficiales y hazte amigo de los más virtuosos entre sus intelectuales” (15:9, Las analectas).

Es otra manera de decir, siempre busca el consejo de los más sabios entre tus anfitriones. Algo nuevo podrás aprender. Decía también el gran maestro: “Por naturaleza, los hombres son casi idénticos; por práctica, logran separarse entre unos y otros”.

Un último consejo, sobre las virtudes que debe alcanzar una persona en un cargo de liderazgo. ¿Qué es la virtud perfecta?

“Es, en la jubilación, estar tranquilamente serio; en la dirección de los negocios, estar atento con reverencia; en las relaciones con otros, ser estrictamente sincero” (13:19, Las analectas).

Imagen principal: Valentina Avilés, a partir de una estatua de Confucio en un templo confuciano de Shanghái, China.

Texto: Javier Carbajal

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