Inicio  /  Especiales

Filosofía: Una senectud digna, o ¿por qué la sociedad rechaza a los viejos?

Hace 2 mil años, Cicerón explicó que los mayores prejuicios acerca de la vejez carecían de razón. ¿Por qué seguimos albergando estos prejuicios?

Antes de que la Organización Mundial de la Salud los clasificara como un grupo vulnerable frente a la pandemia de coronavirus, los adultos mayores ya estaban sujetos a todo tipo de tratos “especiales”, por no decir discriminatorios, simplemente por su condición de ser viejos. No necesitaban de un virus para tenerlos encerrados en sus casas o en sus asilos, apartados de las vías del progreso.

Durante la crisis sanitaria, era inquietante ver cómo buena parte de la sociedad estadounidense estaba dispuesta a arrojar a sus viejos por el barranco con tal de salvar a su economía. Hace pocos meses, comentaristas en Fox News miraban con gesto solemne a la cámara para convencer a su audiencia sobre el sacrificio heroico que sus abuelos debían incurrir para que los jóvenes del presente pudieran ir al cine a ver la novena secuela de Rápido y Furioso. Con el inminente regreso a clases, ahora buscan hacer lo mismo con los maestros, muchos de ellos adultos mayores.

Pero no tenemos que mirar a Estados Unidos para buscar ejemplos del desprecio social hacia las personas de la tercera edad. México nos ofrece varias muestras del poco respeto que le tenemos a la senectud. Sería fácil señalar los numerosos casos de asaltos en la vía pública donde las víctimas son personas de la tercera edad, el desamparo de muchos adultos mayores en situación de calle, o incluso los malos modales de personas que no le ceden el asiento a un anciano en el transporte, pero los tipos de abusos que quiero denunciar en este espacio son más sistemáticos.

Un adulto mayor murió atropellado cuando viajaba en su bicicleta sobre el Periférico. (FOTO: CRISTIÁN HERNÁNDEZ/CUARTOSCURO.COM)

Habría que preguntarse primero, ¿a qué edad es cuando uno empieza a sentirse viejo? ¿Será a los 65 años, la edad de jubilación en México? ¿O será más bien entre los 40 y 50 años, cuando uno debe empezar a consultar con relativa frecuencia a diferentes tipos de especialistas, ya sea para checarse la próstata o para hacerse un mamograma? Yo pondría sobre la mesa el argumento de que nos empezamos a sentir viejos a partir de los 35 años, cuando ya empiezas a notar cierta dificultad para conseguir un trabajo, pero por motivos ajenos a tus aptitudes.

Solo basta echarle un ojo a los anuncios de vacantes en fuentes de trabajo por internet y darse cuenta de que la edad ideal para muchos puestos abarca hasta los 35 años. Después de eso, muchos reclutadores ya no te quieren, presuntamente porque las empresas buscan a recién egresados con “ideas dinámicas”, “rebosantes de energía” y más bien dispuestos a ser explotados sin misericordia porque los jóvenes suelen carecer de suficiente experiencia en el campo como para saber que tienen derechos laborales.

Por un lado, estos “viejos precoces” enfrentan las crueldades del mercado, cuando sus habilidades se vuelven obsoletas porque su puesto ha sido ocupado por una máquina o cuando las exigencias de su industria se adelantan a las habilidades que forjó en sus inicios (¿qué demonios es un ‘ux writer’?). Y por el otro lado, están los prejuicios laborales que sostienen que los viejos ya no tienen nada que aportar a una empresa; les gusta decir que son más quisquillosos, son más lentos, reclaman por todo y a cada rato exigen más flexibilidad de horario por asuntos de familia.

Una anciana observa la calle desde su balcón en Barcelona, durante el confinamiento (AP Photo/Emilio Morenatti)

La sociedad a menudo le da la espalda a sus viejos (y a la gente que ya considera vieja), aunque es notorio cómo muchos pierden de vista el hecho de que todos estamos destinados a formar parte de este sector de la población. Estamos tan obsesionados con los placeres y las preocupaciones del presente que nos cuesta trabajo reflexionar sobre las aflicciones del futuro. Por ejemplo, si le aconsejas a un joven sobre la importancia de invertir en una Afore o de adquirir un seguro de vida, te garantizo que se les va caer la cabeza de aburrimiento, como si les estuvieras platicando de otra persona. Pero a menos de que algo trágico ocurra en el camino, el ocaso del ser humano es inevitable y esto se va reflejando en las canas de tu cabello, en las arrugas de tu rostro y en la fatiga de tu cuerpo.

Gracias a los avances en fármacos y en tratamientos geriátricos, la esperanza de vida en México es mucho mayor que hace medio siglo y la población de adultos mayores va en aumento. No obstante, muchos hacen lo posible por borrar las huellas de la senectud en sí mismos. Aquellos que pueden, las clases privilegiadas, se inyectan botox, se hacen cirugía plástica, se insertan pelo, buscan corregir las supuestas imperfecciones del cuerpo, y como consecuencia, se transforman en monstruos de plástico que son incapaces de abrir la boca. Tal destino resulta irónico, porque la vejez es un episodio natural de la vida, así que obedece a cierta lógica que todo intento de disfrazar las consecuencias de la vejez resulte en una manifestación antinatura.

Otro dato que puede resultar irónico es que el redactor de esta nota no es un viejo que habla de sus experiencias personales, sino un “viejo precoz” de 37 años. Lo que cede a la pregunta ¿quién se cree este “mocoso” al pretender abogar por las personas mayores como si pudiera comprender las tribulaciones de un viejo? Pero las posturas que he expresado en este texto no son opiniones mías (aunque cabe decir en este paréntesis que sí las comparto). De hecho, yo solo estoy aquí para rescatar y transmitir el mensaje de Cicerón a sus discípulos sobre la vejez.

¿Quién fue Cicerón?

Marco Tulio Cicerón suele ser reconocido por historiadores como el político más brillante de la Roma antigua. Este senador fue uno de los actores principales durante la sangrienta transición de Roma de una república a un imperio, e hizo todo lo posible para que el territorio romano, el cual se extendía desde España hasta Siria en el siglo I antes de Cristo, no cayera en manos de un tirano.

Pues bien, Cicerón dio su mejor esfuerzo durante un periodo de la historia romana con peripecias más fascinantes que una temporada de Game of Thrones, pero al final de su vida fracasó y el poder absoluto quedó en manos, no de un tirano sino de un triunvirato. La muerte de Cicerón quedó inmortalizada en varias obras de arte; al ser proscrito por el nuevo gobierno, Cicerón fue ejecutado por un centurión, para luego ser decapitado. Su cabeza y sus manos fueron presentados a los pies de Marco Antonio, su obstinado enemigo entre los pilares del poder.

Marco Antonio y su esposa Fulvia reciben la cabeza de Cicerón (por Francisco Maura y Montaner, Public Domain, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=58355157)

En la actualidad, Cicerón es mejor recordado por su asesinato y por ser el autor de bonitas frases para pósters inspiracionales, tipo “una habitación sin libros es como un cuerpo sin alma”. Este pensador romano era, ante todo, un maestro de la oratoria, pero tiene poco tiempo que la filosofía se ha tomado la molestia de valorar los textos de Cicerón dentro del campo de las ideas.

Es de notar que Roma no produjo textos filosóficos de trascendencia universal e histórica como lo hizo Grecia. Los hombres más cultos de Roma admiraban mucho la cultura griega, pero éstos entregaban buena parte de su vida, primero al servicio militar y luego a la política; no tenían tiempo para escribir sus equivalentes a La República o La Ética. No obstante, pensadores como Cicerón se empeñaron en estudiar e interpretar la sabiduría de los griegos, para hacerla más amena y comprensible a los ciudadanos de Roma.

He ahí el valor de Cicerón dentro de la filosofía, un hombre profundamente pragmático que creía que la práctica de la filosofía debía extenderse a toda la ciudadanía. Después de todo, él era un estoico, es decir, alguien que analizaba todo lo que sucedía en la vida desde el ángulo de la razón. Sus libros pueden ser interpretados como tratados de moral práctica donde la virtud es alcanzable para el común de los mortales; en otras palabras, el político romano nos ofrece un catálogo de instrucciones de vida, instrucciones que siguen siendo de gran utilidad a dos mil años de ser escritos.

En su tratado sobre la vejez, Cicerón, ya en plena senectud, se viste con la toga de uno de sus ídolos de la juventud, Catón el Mayor, para salir en defensa de la vejez como una etapa natural de la vida. Las percepciones que albergaba la sociedad romana sobre la ancianidad no eran muy distintas a las percepciones que sostiene la gente en el presente, así que Cicerón -a través de este ilustre personaje de Catón- se dedicó a refutar cada una de estas “quejas sobre los viejos”. En lo que resta de esta columna, voy a exponer sus principales argumentos en breve.

Reivindicación de la vejez

PRIMERA QUEJA: La vejez es un impedimento para la acción porque debilita la mente, te hace perder la memoria y tu estado ánimo se vuelve más pesado.

REFUTACIÓN:

“Las grandes hazañas no se llevan a cabo con las fuerzas, la velocidad o la agilidad de los cuerpos, sino con el consejo, el prestigio y el juicio: de todo esto, la vejez no sólo no está huérfana, sino que suele estar incluso sobrada.”

Solo basta hojear un libro de historia para darse cuenta de que hay capítulos enteros dedicados a personas de edad avanzada. La Historia le construye monumentos a los generales, a los jefes de estado, a los directores de empresas, no tanto al obrero, al joven diputado o al soldado raso, por más temerario que haya sido su desempeño en el campo de batalla. Cicerón sostenía que “la temeridad es propia de la edad en flor, y la sabiduría, de la que envejece”.

Pero para llegar a ese punto, la juventud tiene que poner lo suyo. ¿Disminuye la memoria con la edad? Por supuesto, Pero incluso en tiempos de Cicerón se sabía que la memoria se marchita “si no se ejercita o también si se es perezoso por naturaleza”, un dato confirmado en la actualidad por estudios científicos. ¿Los viejos tienden a ser más pesados? Pues no porque la personalidad radica “en la forma de ser, no en la edad”. De hecho “el mal carácter y la dureza son molestos a cualquier edad”.

SEGUNDA QUEJA: La vejez debilita las fuerzas del cuerpo, por lo que te pone en desventaja frente a los jóvenes.

REFUTACIÓN:

“Una juventud entregada a los placeres, junto con la falta de moderación, entrega a la senectud un cuerpo agotado”.

En otras palabras, el anciano es el que se queda a pagar los platos rotos. Cuando uno es joven, es casi normal que piense que es invencible, por lo que se deja sumergir en los excesos de clichés como las drogas, el alcohol y las fiestas. Pero el cuerpo pasa factura y por eso notamos que con el paso de los años las desveladas son más pesadas, las resacas son más molestas y los rastros del deterioro son más visibles en el semblante. “Prefiero no ser viejo durante mucho tiempo que serlo antes de serlo,” ironizaba Cicerón.

“Lo apropiado es usar lo que uno tiene y cualquier cosa que se haga, hacerla a la medida de las fuerzas”. Esto puede ser interpretado de varias maneras. Quizás la más fácil es que, si tienes 70 años, no vas a andar trepándote a una escalera para arreglar un farol. Pero más allá de lo evidente, a lo que se refiere Cicerón es que cada etapa de la vida tiene sus características correspondientes, y cuando éstas se marchan, no hay que reclamarlas “a menos que los jóvenes deban reclamar la infancia, y los que son un poco mayores, la juventud”.

“La carrera de la edad es certera y el camino de la naturaleza, uno solo, y además, sencillo: a cada fase de la vida se le da su propia oportunidad, y así la debilidad de los niños, la arrogancia de los jóvenes, la seriedad de la edad adulta y la madurez de la vejez tienen algo de natural, que debe tomarse a su debido tiempo.”

Retrato de la madre del artista (James Abbot Whistler, dominio público)

TERCERA QUEJA: La vejez te priva de los placeres y de las pasiones.

REFUTACIÓN:

“El deseo estorba a la reflexión, es enemigo de la razón, nubla, por así decir, los ojos del alma y no tiene ningún vínculo con la virtud”.

Como buen estoico y estudiante de Platón, el senador no tenía una opinión favorable acerca de los placeres. “No hay peste más capital que le haya dado la naturaleza al hombre que el placer del cuerpo,” decía Cicerón. Después de todo, el ilustre orador convivió toda su vida con la clase más privilegiada de Roma, así que debió de ser testigo de los excesos hedonistas de sus pares.

El mayor argumento en contra de los placeres es que “bajo el dominio del deseo no hay lugar para la moderación, ni en el reino del placer puede consolidarse la virtud”. Y justo, el camino a una senectud digna es por medio del ejercicio de las virtudes morales e intelectuales. Cierto, los viejos tienen sus propios placeres, como la conversación fraternal y así, pero con la llegada de la vejez, Cicerón celebra que la intensidad de los deseos y las pasiones de la juventud se hayan esfumado y ni siquiera se echen en falta: “Nada que no se desee se añora”. Cicerón se hubiera escandalizado con la introducción del sildenafil.

CUARTA QUEJA: La vejez está cerca de la muerte.

REFUTACIÓN:

“No hay que darle importancia ninguna [a la muerte], si el espíritu se extingue por completo, o hay incluso que desearla, si le conduce a uno a un lugar en el que va a existir eternamente. No puede encontrarse una tercera alternativa”.

Más allá de las ideas de Cicerón sobre el destino del alma, el senador pensaba que la muerte estaba a la misma distancia de los viejos que de los jóvenes. “¿Qué causa contra la vejez es ésa, cuando estás viendo que se comparte con la juventud?” En México, por ejemplo, ninguna etapa de la vida es ajena a las amenazas de la muerte.

Según cifras del INEGI, en 2018 murieron 722,611 mexicanos. “El 88.4% (638.862) de las defunciones se debieron a enfermedades […] y el 11.6% (83,749) a causas externas: accidentes (34,589), homicidios (36,685), suicidios (6,808)” entre otros (5,668). Si bien el rango de edad “donde se concentran el mayor número de muertes es el de 65 años y más, que totaliza 404,398 (56%) defunciones”, esto nos deja con la alarmante cifra del 44% de defunciones en el resto de la población, aquellos que no son clasificados como personas de la tercera edad y por ello, “cercanos a la muerte”.

Dicho sea esto, llegar a la tercera edad es una auténtica hazaña en México, lo que implica que el joven mexicano está en una peor situación, “porque lo que éste espera, [el viejo] ya lo ha logrado: el joven quiere vivir mucho tiempo, el viejo ya lo ha vivido.” Cicerón decía que “la naturaleza nos concedió la posibilidad de pasar una temporada en una hospedería, no de habitarla”, así que corresponde a cada quien aprovechar al máximo su estadía, y qué mejor forma que el cultivo de la sabiduría, es decir, la filosofía, “pues quien la sigue puede vivir sin molestia cualquier momento de su vida”.

Decrepitud invertida

No nos engañemos, la vejez que describe Cicerón es un concepto idealizado con todas sus letras. Cuando uno lee su tratado, el lector hasta ganas tienes de llegar a ser viejo. Pero hay que tomar en cuenta que el autor era uno de los hombres más ricos e influyentes de Roma, orgulloso del prestigio que había alcanzado y rebosante de salud. En la modernidad, la vejez es asociada a imágenes de enfermedades, decrepitud, hospitales, cáncer, respiradores artificiales, aparatos auxiliares. Cicerón argumentaba entonces que estos problemas son propios de la salud, no de la vejez, y que los venimos cargando desde la juventud. “Los que no son conscientes de sus defectos y sus culpas se la cargan a la vejez”.

Un dato interesante sobre la Roma antigua que puede parecer trivial es el origen etimológico de la palabra ‘Senado’. Así como la vejez, los mexicanos tienen una imagen negativa de su propio Senado de la República, como una camarilla de hombres y mujeres corruptos y vulgares que ultrajan al pueblo. Pero es de notar que ‘Senado’ proviene de la palabra en latín ‘senex’, que quiere decir anciano, es decir, el arquetipo del viejo sabio. Desde los tiempos antiguos, el anciano de la aldea era venerado como la persona más sabia de la comunidad, y por lo tanto, la más apta para tomar las decisiones de su gente. Su edad le otorgaba ese peso, porque los humanos aprendemos de nuestras experiencias pasadas y quién podría tener más experiencias que un viejo.

Aunque el arquetipo del viejo sabio de alguna manera perdura en la cultura popular (Obi Wan Kenobi, Gandalf, el maestro Roshi), la realidad es que la sociedad moderna prefiere que sus ancianos no tengan una voz en las decisiones importantes de la vida (irónicamente, la política suele ser una excepción, quizás por el arraigo tan profundo del arquetipo). Claro, nos atrae la idea de la jubilación, pero la jubilación a una edad temprana, cuando tengamos la energía de viajar y emprender aventuras, no de quedarnos encerrados por el resto de nuestros días en una casa de ancianos, jugando canasta. Pero la filosofía nos enseña que sí es posible alcanzar una senectud digna, siempre y cuando estemos dispuestos, desde la juventud, a vivir de acuerdo a las virtudes, el camino directo a la auténtica felicidad. Si eres feliz a los 20 años, es muy probable que seas feliz a los 80.

Imagen principal: Valentina Avilés, a partir de un busto romano de Marco Tulio Cicerón.

ESPECIALES DE FILOSOFÍA EN NOTICIEROS TELEVISA

Aristóteles: Cómo encontrar la felicidad perfecta, según Aristóteles
Platón: Por qué Platón tenía tanto desprecio por la democracia
Sócrates: Consejos de Sócrates para que tus hijos crezcan y piensen como filósofos

Más especiales