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¿Existe el español “neutral”?

El acento neutral del español es un absurdo porque la forma en la que haces sonar tu lengua no puede ser neutra.

Si has salido al menos 100 kilómetros de tu lugar de origen, habrás notado que la gente habla distinto, como “cantadito”. Pero si tú les preguntas, el que habla cantadito eres tú, el que tiene acento eres tú, ellos hablan “normal”. Muchas ciudades latinoamericanas o ibéricas aseguran que hablan el español “más claro”, “más neutral”, “más propio” o que “mejor se entiende”.

Cualquier hispanohablante podría decir lo mismo, porque habla claramente en el contexto en el que nació, pero si lo llevamos 500 kilómetros en cualquier dirección en la que se siga hablando español; dejará de ser claro, neutro o apropiado. Un limeño en La Habana no habla claro, un madrileño en Buenos Aires no habla claro, un bogotano no habla claro en Santo Domingo, etc.

(Mario Villafuerte/Getty Images)

El primer mito del español neutral nace de un prejuicio narcisista: creemos que todos deben experimentar la lengua como yo lo hago, y como consecuencia, los que lo hacen diferente no son normales. Aquí, como en cualquier otro contexto en el que se evoca lo “normal”, tenemos que preguntarnos ¿quién establece la norma?

Una cosa como “acento neutral del español” es un absurdo. El acento es la forma en la que haces sonar tu lengua; por lo tanto, no puede haber una forma “neutra”, porque todo hablante necesariamente hará sonar su lengua de una manera particular; y eso implica decisiones, formas de hablar relacionadas con su historia familiar, el territorio en el que nació y la gente con la que se relaciona. No puede haber neutralidad, porque todos eligen, conscientemente o no, una forma de hablar sobre otra.

Entonces, ¿de dónde sale la neutralidad? Es lo mismo que preguntar: ¿de dónde sale la normalidad?, ¿quién la establece? Y ahí caemos en el segundo mito narcisista del español neutral, que existen formas de hablar mejores que otras.

Una lengua es una forma de entender y existir en el mundo. Es la forma de nuestra voz interior, es la forma en la que pensamos y la forma en que intervenimos en la realidad. Es muy difícil imaginar la vida humana sin lengua, no importa cuál. Toda la evidencia lingüística apunta a que cualquier lengua está completamente equipada para expresar toda la experiencia humana en su complejidad. No existen lenguas más complejas que otras, no hay lenguas mejores ni más funcionales, y tampoco acentos.

(Tim Boyle/Getty Images)

Ciertamente, desde pequeños aprendemos que existen formas “erróneas” de hablar, como decir “haiga” en lugar de “haya”, o “ora” en lugar de “ahora”. ¿Quién dice que son correctas o incorrectas? Así como con los acentos, las formas erróneas de hablar están relacionadas con zonas marginadas económica y educativamente. Las regiones que hablan el español menos neutral (o “peor”), suelen ubicarse en la regiones más pobres del mundo hispánico: Centroamérica y el Caribe. Mientras que los “españoles neutros” se ubican en zonas de gran influencia política y económica, como las ciudades, especialmente las capitales de los países más grandes y con economías más desarrolladas.

Existen instituciones encargadas de señalar qué es lo correcto al hablar y qué es lo incorrecto, con el fin de mantener una cierta “cohesión” en los distintos españoles que se hablan, con todo y sus acentos. La Asociación de Academias de la Lengua Española (ASALE), que incluye a la Academia Mexicana de la Lengua y academias de muchos otros países en los que se habla español, tiene como objetivo “trabajar a favor de la unidad, integridad y crecimiento de la lengua española”. Su lema parece el de una casa de Game of Thrones: “una estirpe, una lengua y un destino”. Pero, ¿todos provenimos de la misma familia de castellanos, la misma estirpe? Estas asociaciones pretenden mantener la unidad de la lengua en los países hispánicos, para garantizar que siempre podamos entendernos. Pero ese entendimiento y esa unidad ¿valen el sacrificio de las identidades diversas que hay en América Latina y la península ibérica?, ¿tenemos que negar nuestra diversidad y nuestras distintas herencias culturales y lingüísticas en nombre de un español dominante?

Miguel de Cervantes, Wikimedia

El español no es una lengua que haya aparecido al mismo tiempo, casualmente, en América, Asia y Europa; por el contrario, es una lengua hecha para un imperio. Nació en las montañas del norte de la península ibérica, producto del viejo latín que se hablaba ahí y las lenguas godas establecidas durante cientos de años. Los antiguos castellanos eran guerreros nacionalistas que impulsaron, como ningún otro ibérico, la llamada “Reconquista”, que básicamente se trató de la expulsión de la cultura árabe del sur, que permitía la convivencia pacífica de cristianos, judíos y árabes. Junto con la guerra, llevaban su lengua, y la imponían por sobre otras formas de hablar.

Personalmente, nací hablando español, y me siento orgulloso de ello. Estudié lengua hispánica en la universidad porque me gusta, fundamentalmente; pero no puedo negar que siempre ha sido la lengua al uso de imperialistas, una lengua impuesta y etnófaga, que consume y desaparece otras culturas. No porque sea una mala lengua en sí misma, sino porque ha sido el pendón de grupos dominantes que sistemáticamente han operado en contra de la diversidad.

En muchos lugares del mundo, muchas lenguas compiten con el español y pugnan por no desaparecer pese a estar en desventaja, desde el euskera y el catalán, hasta el purépecha, el aymara y el mapuche. En 1492, Antonio Nebrija escribió la primera gramática del español, y en ella expresaba que quería regular una lengua que fuera “compañera del imperio”, y así ha sido.

(Wikimedia)

¿Eso quiere decir que tenemos que dejar de hablar español? No, por supuesto, pero después de los últimos 500 años es tiempo de romper su lazo con el imperio. No hay pureza, ni neutralidad, somos muchas estirpes y miles de formas de hablar relacionadas con otras lenguas con las que el español tiene contacto. La lengua que usan los marginados para expresar su ser en el mundo es equivalente a la de cualquier universitario. Muy a pesar de las vetustas academias, el destino del español, como el de cualquier otra lengua, es crecer, cambiar y fundirse en la diversidad.

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