Inicio  /  Especiales

Qué es el anarquismo en realidad y qué podemos rescatar de este pensamiento político

Análisis del anarquismo que rescata los elementos que podemos emplear de este pensamiento político para fortalecer la democracia.

Anarquistas. La opinión pública cree que los tiene bien ubicados. Son aquellos que se esconden en la retaguardia de las manifestaciones pacíficas. Los que incendian metrobuses y secuestran la atención de los medios para pronunciar mensajes incoherentes. Los que rayan las paredes de los centros comerciales y los que rompen los vidrios de las sucursales bancarias. En los medios de comunicación les dicen encapuchados, provocadores, subversivos. En las redes sociales les dicen peor. El paliacate, la playera negra y la mochila forman parte de su atuendo tradicional. La lata de pintura y el molotov que sepan improvisar son sus armas.

¿Estos son anarquistas?

Si, pueden serlo. No es como si existiera un padrón de afiliados.

Pero el daño a la propiedad, la falta de respeto a la autoridad, el bloqueo de calles y casetas, el anonimato de sus huestes… ¿esto es anarquismo?

Pues si se lleva a cabo en nombre de una revolución social, es apenas un anarquismo a medias. Y el anarquismo a medias es básicamente lo que se conoce como nihilismo: la violencia contra el sistema imperante y la destrucción de los valores convencionales, sin proponer nada que los sustituya. Caos, en su estado puro.

“La anarquía como filosofía social nunca ha significado ‘Caos’,” indica el profesor Noam Chomsky en Understanding Power. “De hecho, los anarquistas por lo general creen en una sociedad sumamente organizada, solo que se trata de una que está democráticamente organizada desde abajo.”

Exacto. El anarquismo sí que tiene una propuesta de cambio y por consiguiente, el anarquismo en la práctica suele ser un tanto más aburrido de lo que vemos en las noticias. El anarquista auténtico se enfocaría más en, digamos, alentar a un grupo de trabajadores a organizarse para exigir condiciones de igualdad que en actos insignificantes de violencia como tirarle piedras a un grupo de granaderos. En otras palabras, el anarquismo auténtico exige más intelecto que adrenalina, y este es el tipo de anarquista que inspira más pavor entre los actores sociales que se aferran al poder.

(AP Photo/Rebecca Blackwell)

Cierto, la rebeldía es uno de los componentes esenciales en toda sociedad que aspira a la emancipación social, pero esta rebeldía fue reducida a una caricatura en el siglo pasado. En el más simplón de los casos, esta visión aguada del anarquismo se volvía una “una fase” en el desarrollo de la conciencia política de un joven que se lanzaba contra las fuerzas del sistema, llámese capitalista o comunista. Ahí tienes al típico “rebelde sin causa” que simplemente abandona la lucha antiautoritaria una vez que se le pasa el berrinche con sus padres.

En el peor de los casos, el anarquismo ha sido la fuerza ideológica que inspira actos de terrorismo en diversas partes del mundo, principalmente en países desarrollados. Pero al llevar a cabo sus planes en nombre de una revolución utópica, estos pequeños grupos extremistas distorsionan el discurso emancipatorio para satisfacer una necesidad más bien nihilista y, por lo tanto, hueca.

No obstante, es difícil tomar en serio a cualquiera que se hace llamar “anarquista” en la actualidad a causa del terrible desprestigio en la percepción popular. El libro de cocina del anarquista se encargó de eso; el abuso de sus símbolos en la cultura pop se encargó de eso; las maldades cometidas en nombre de la “propaganda por el hecho” también se encargaron de eso. Para Rosa Luxemburgo, el anarquismo era básicamente una secta de excéntricos egoístas que habían olvidado el carácter de masa inherente al socialismo. Por tal motivo, es raro que algún adepto de esta filosofía política en los círculos intelectuales se describa a sí mismo como “anarquista”.

Aunque no hay tanto problema. El término “socialista libertario” es más preciso y apropiado de cualquier forma.

¿Qué es el socialismo libertario?

Todo anarquista debe ser un socialista, pero no todos los socialistas son anarquistas. Como corriente de un pensamiento político, el anarquismo es una rama del socialismo, y el principal elemento que distingue al anarquismo de otras ramas como la socialdemocracia o el socialismo autoritario es el libertarismo.

En Estados Unidos, el concepto de libertarismo ha sido distorsionado para ajustarse a una visión obsesiva que tiene la derecha liberal de un mercado sumamente competitivo, sobre el cual no influye el Estado, ni siquiera como entidad regulatoria. “Laissez faire, laissez passer” es su consigna. Pero el libertarismo que sirve aquí de referencia es lo que se conoce hoy como libertarismo de izquierda o socialismo libertario, doctrina heredera de los clásicos ideales liberales de la Ilustración.

El socialismo libertario parte de una base que sostiene que cualquier autoridad que ejerce el poder de manera injustificada debe ser desmantelada según la voluntad de los gobernados. La naturaleza jerárquica del Estado moderno carece de justificación bajo el criterio del anarquista, porque esta corriente ideológica se opone a cualquier forma de explotación del hombre por el hombre, así como el dominio del hombre por el hombre. Según el anarquista alemán Rudolf Rocker, “el socialismo debe ser libre o no será del todo; en su reconocimiento de esto yace la justificación genuina y profunda de la existencia del anarquismo.”

Si el objetivo final del libertarismo es una sociedad libre e igualitaria, donde la democracia se ejerce desde las bases, la revolución exige el desmantelamiento del Estado, precisamente porque el Estado es la organización del Poder. Mijaíl Bakunin expone que “el poder no tiene otro objeto más que la dominación, y la dominación no es más real que cuando tiene sometida a todo lo que la obstaculiza”. Por consiguiente, los anarquistas rechazan:

…Toda legislación, toda autoridad y toda influencia privilegiadas, patentadas, oficiales y legales, aunque salgan del sufragio universal, convencidos de que no podrán actuar sino en provecho de una minoría dominadora y explotadora, contra los intereses de la inmensa mayoría sometida.

Mijaíl Bakunin (Foto: Gaspard-Félix Tournachon, Dominio público)

El señor Bakunin (1814-1876) era un activista ruso, discípulo del “primer anarquista”, Pierre-Joseph Proudhon, y uno de los principales difusores del anarquismo por toda Europa. Este polémico personaje era un contemporáneo de Karl Marx, y como Marx, él estaba de acuerdo con los pilares básicos del socialismo científico, es decir, la anulación de la propiedad privada, la eliminación del sistema de esclavitud de salario y la expropiación del capital. Pero el punto de conflicto irreconciliable entre estos dos influyentes pensadores era la cuestión del Estado: una vez que el proletariado triunfara sobre la burguesía y diera fin a la lucha de clases… ¿qué sigue?

Para el señor Marx, la dictadura del proletariado todavía requería de una organización política del poder para llevar a cabo la revolución. Pero Bakunin argumentaba que el Estado era lo primero que tenía que desaparecer, ya que la organización del poder dentro de una estructura autoritaria dejaba de tener justificación frente a la colectivización de los medios de producción.

Friedrich Engels -amigo y colaborador de Marx- criticó a los anarquistas en una carta de 1883:

Los anarquistas ponen las cosas patas arriba. Afirman que la revolución proletaria debe empezar por echar abajo la organización política del Estado. […] Pero hacerlo en un momento como éste equivaldría a destruir el único organismo que el proletariado victorioso tiene a mano para imponer la autoridad recién conquistada, mantener a raya a sus adversarios capitalistas y llevar a cabo esa revolución económica de la sociedad sin la cual su victoria terminará inevitablemente en una nueva derrota y una masacre de obreros similar a la que puso fin a la Comuna de París.

La opinión del señor Engels suena bastante lógica, pero Bakunin nunca se mostró convencido y se enemistó con los autores del Manifiesto Comunista. Para este viejo anarquista, la revolución socialista debía aferrarse a sus dos estandartes, incluso después de la victoria proletaria: libertad e igualdad para todos en lo absoluto. De lo contrario, Bakunin advertía sobre la amenaza de una “burocracia roja”, es decir, el surgimiento de una nueva élite autocrática que se adueñaría del poder del Estado a nombre del proletariado. Por eso escribió que:

La meta de la clase trabajadora es la liberación de la explotación. Esta meta no puede ser alcanzada por una nueva clase dirigente y gobernante que sustituye a la burguesía.

¿Qué hubiera pensado Bakunin al ver las terribles consecuencias de su profecía hecha realidad? Las dictaduras de Stalin, Castro, Mao y tantos otros, junto con sus monstruosos aparatos burocráticos que supieron someter y embrutecer a la clase trabajadora y al resto de la población. Tal vez este “ruso loco” hubiera soltado una carcajada, acompañada por un “se los dije”, aunque claro, es fácil darle la razón a Bakunin cuando ninguna sociedad ha puesto a la práctica los planteamientos teóricos del socialismo libertario.

¡Ah, pero momento! La realidad es que la historia tiene registro de varios experimentos libertarios que sí se realizaron en diversas partes del mundo con un grado variable de éxito. No han sido muchos, pero hay uno en particular que vale la pena rescatar…

Anarquismo en acción

Desde el siglo XIX, el mundo ha sido testigo de varios experimentos sociales que buscaron poner en práctica los ideales anarquistas. La Comuna de París que se sostuvo durante la primavera de 1871 fue el primer intento trágico de un sistema autogestionario ejercido por las fuerzas populares. La revolución majnovista en Ucrania, la revolución zapatista en México o la Comuna de Strandzha en Bulgaria son otros movimientos que estuvieron dotados de elementos libertarios. En la década de los 60 y 70 surgieron varias comunidades fundadas por hippies que se jactaban de su capacidad para organizarse sin la intervención del Estado, pero éstas no duraban mucho. Y vale la pena mencionar a la generación millennial en Estados Unidos, la cual tuvo su primera probada de autogestión colectiva en las asambleas que se formaron en el contexto del movimiento Occupy Wall Street. ¡Anarquía en Nueva York! Vaya noción…

Todos estos movimientos libertarios, ya sean pacíficos o armados, compartieron más o menos la misma suerte: la intervención del Estado para aplastarlos, en la mayoría de los casos con una violencia desmedida. Relativo a este dato, el profesor Chomsky dice que “la idea de que la gente puede ser libre es extremadamente horripilante para cualquiera con poder.”

Para muchos intelectuales de izquierda, el caso más exitoso de una sociedad anarquista ocurrió en España durante los primeros meses de la Guerra Civil. Antes de que estallara la revolución, el movimiento obrero español ya contaba con décadas de experiencia política en luchas sindicales, con fuertes raíces tanto en el socialismo marxista por un lado, como en el anarquismo por el otro. Cuando estalló la guerra a raíz del golpe de estado de Francisco Franco, el anarquismo surgió de manera espontánea entre las masas de Aragón, Andalucía y Cataluña para transformar de manera radical las condiciones sociales y económicas de estas regiones.

23 de julio de 1936, seguidores del Frente Popular en Barcelona (AP Photo)

George Orwell -el célebre autor de 1984 y Rebelión en la granja– viajó a España en 1936 para integrarse a la lucha contra el fascismo. Sin embargo, el escritor se llevó una tremenda sorpresa en Cataluña al descubrir que el conflicto no era tan blanco y negro. En Barcelona, el señor Orwell descubrió una sociedad en relativa armonía, que gozaba de una libertad sin restricciones en la vida pública, dueña auténtica de los medios de producción. Así fue cómo lo dejó documentado en su libro, Homenaje a Cataluña:

Sin embargo, por lo que se podía juzgar, hasta ese momento la gente se mantenía contenta y esperanzada. No había desocupación y el costo de la vida seguía siendo extremadamente bajo; casi no se veían personas manifiestamente pobres y ningún mendigo, exceptuando a los gitanos. Por encima de todo, existía fe en la revolución y en el futuro, un sentimiento de haber entrado de pronto en una era de igualdad y libertad. Los seres humanos trataban de comportarse como seres humanos y no como engranajes de la máquina capitalista.

Irónicamente, no fueron los rebeldes fascistas del general Franco los que frenaron el sueño anarquista de los trabajadores. Las órdenes de emprender una contrarrevolución vinieron de las propias autoridades republicanas, bajo la influencia de la Unión Soviética. El gobierno de la Segunda República Española le tenía más miedo a los anarquistas de Cataluña que a la insurgencia fascista, y por consiguiente, se movilizó para erradicar primero a los revolucionarios.

El periodista Franz Borkenau, testigo de la represión contra el pueblo anarquista, describió cómo “los comunistas pusieron un final a la actividad social revolucionaria e impusieron su postura de que ésta no debía ser una revolución sino simplemente la defensa de un gobierno legal.” En efecto, Rusia demostró ser “un país con un pasado revolucionario, no un presente revolucionario.”

Resultaba irónico. El objetivo de un proletariado internacional promovido por la Unión Soviética era tan ficticio como el sueño americano impulsado por Estados Unidos. Estas dos superpotencias siempre estuvieron interesadas únicamente en ejercer su poder e influencia sobre el resto del mundo para satisfacer sus propios intereses económicos y políticos. La batalla de las ideologías que tuvieron al mundo en vilo durante el siglo XX fue un montaje y la destrucción del anarquismo en España es una de las evidencias más claras de esta farsa.

¿México Anarquista?

Tal como indica Rudolf Rocker, el problema de liberar al hombre de la maldición de la explotación económica y la esclavitud política y social sigue siendo el problema de nuestra era. Pero la revolución no va a detonarse de la noche a la mañana, ni por la acción de hackers, ni por los esfuerzos simbólicos de terroristas. Para que la sociedad pueda escapar de su embrutecimiento a manos del Estado, las clases privilegiadas deben caer en la trampa de los excesos y dejarse llevar por su inevitable tendencia hacia la represión.

El pueblo tiene derecho a la libertad absoluta, y si hay restricciones contra esa libertad, la autoridad debe justificarlas. El espionaje a través de herramientas tecnológicas es un claro ejemplo de una sociedad que ha cedido sus libertades individuales a cambio de una percepción de seguridad. Pero la gente debe tener la oportunidad de elegir por sí misma cuáles son sus necesidades, en lugar de esperar a que sus opciones sean dictadas por un sistema arbitrario de poder.

Dicho sea todo esto, la historia de México ha sido marcada por una larga tradición paternalista que ha adoptado diversas formas a lo largo de los siglos. El tlatoani, el virrey, el emperador, el generalísimo, el señor presidente, y un largo etcétera de jefes de rango menor. El mexicano es un pueblo acostumbrado a seguir órdenes y a trabajar duro para el beneficio exclusivo de un cacique y el adoctrinamiento religioso es responsable de este sometimiento “para la salvación de los privilegios burgueses.” Bukanin así lo explica en Dios y el estado:

Es ese milagro eterno el que arrastra a las masas a la búsqueda de los tesoros divinos, mientras que, mucho más moderada, la clase dominante se contenta con compartir, muy desigualmente por otra parte y dando siempre más al que más posee, entre sus propios miembros, los miserables bienes de la tierra y los despojos humanos del pueblo, comprendida su libertad política y social.

(AP Photo/Marco Ugarte)

Tomemos como muestra el caso del presidencialismo en México, ya que no hay clase con más privilegios en México que la clase política. No obstante el color del partido que ocupa la silla presidencial, es inevitable que un sistema jerárquico de autoridad busque centralizar el poder. Tal es la tendencia en un país donde el Poder Ejecutivo carga con más peso en la escala de poderes.

¿Qué puede hacer un socialista libertario en un contexto autoritario? Sus ideales de autogestión y libertad absoluta parecen un sueño utópico, pero hay otra forma de combatir al poder del Estado sin recurrir a métodos violentos; se trata de un elemento que data del liberalismo clásico y que debe ser familiar a todo aquel que tiene acceso a Internet: ¡La crítica! Según Bakunin, “ese instrumento de emancipación intelectual, sin el cual no puede haber revolución moral y social completa.”

El pensamiento crítico nos permite ver que “es completamente realista y racional trabajar dentro de estructuras a las cuales estás opuesto, porque al hacerlo, puedes ayudar a moverte hacia una situación donde luego puedes desafiar esas mismas estructuras,” indica el profesor Chomsky.

Para emplear un ejemplo real, veamos el caso de las Organizaciones de la Sociedad Civil, las cuales han perdido los subsidios del gobierno federal para que la autoridad no tenga que lidiar con intermediarios durante la repartición de recursos. Aunque los anarquistas han valorado a estos grupos sin fines de lucro como “títeres” de las democracias liberales, en su esencia, las OSCs son actores que le restan funciones, es decir, poder, a una autoridad central y lo distribuyen entre la sociedad, a beneficio de la propia sociedad. Aunque no se den cuenta, estos grupos cumplen una de las metas del libertarismo que es la democratización de las masas, y por tal motivo, es importante defenderlas.

“La esclavitud de un ser humano es la esclavitud de todos”

En la raíz de la lucha libertaria está el eterno conflicto contra el individualismo, mentalidad que promueve cualquier autoridad entre la población con el fin de perpetuarse en el poder. Bakunin decía que “el hombre no realiza su libertad individual o bien su personalidad más que completándose con todos los individuos que lo rodean, y solo gracias al trabajo y al poder colectivo de la sociedad.” Dicha sociedad, “lejos de aminorarla y de limitarla, crea, al contrario, la libertad de los individuos humanos.”

Es por tal motivo que las expresiones de violencia que son atribuidas al anarquismo contradicen la lógica libertaria. En Las partículas elementales, Michel Houellebecq expone que todo acto de violencia es un reflejo del individualismo en su forma más brutal porque obedece a un deseo propio del egoísmo. Vamos, ninguna persona, en su aislamiento, será capaz de derrocar a un tirano.

Por consiguiente, el anarquista nunca podrá detonar una revolución a través de esfuerzos individuales o individualistas. De hecho, el anarquista no puede alcanzar su propia libertad por su propia cuenta. Esto se debe a la máxima de Bakunin que indica “No soy verdaderamente libre más que cuando todos los seres humanos que me rodean, hombres y mujeres, son igualmente libres.” Por eso, la libertad de uno es consecuencia directa de la emancipación real y completa de cada individuo humano, “el verdadero, el gran objeto, el fin supremo de la historia.”

Imagen principal: Enrique Lemus

Más especiales