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¿Por qué sufrimos desabasto de agua en la CDMX?

La Ciudad de México ha tenido problemas históricos con el agua, pero ¿por qué sufrimos desabasto en la CDMX?

Todo habitante de la CDMX ha vivido alguna vez, problemas de agua. El abastecimiento del líquido vital en esta inmensa urbe es un problema histórico que se ha agravado en los últimos años.

Estos problemas que solían estar localizados en ciertas delegaciones, afectan ahora a la mitad de las demarcaciones políticas de la capital. Ante esta creciente preocupación -y ante un futuro poco alentador- las consecuencias políticas y sociales de la falta de agua son cada vez más evidentes. Migraciones, descontento popular, manifestaciones son solamente algunas de las primeras muestras del impacto social que tiene este grave problema en la capital del país.

Para entender mejor la crisis del agua en la Ciudad de México y dimensionarla en sus perspectivas históricas y futuras, buscamos las causas y las consecuencias de una de las situaciones más agravantes de nuestra urbe.

CDMX: Historia de una ciudad entre aguas

La Ciudad de México se construyó sobre una amplia y compleja red de lagos. Tenochtitlán fue fundada por los aztecas en 1325 en un islote rodeado de amplias superficies acuíferas.

La ciudad, por supuesto, no podía permanecer siempre con la misma superficie. Y, para ganarle terreno al agua, se comenzaron a implementar rellenos de tierra y chinampas creadas con balsas de barro y caña.

Pero el balance ecológico de una población que oscilaba en los 300 mil habitantes no duró mucho. Cuando llegaron los conquistadores españoles a Tenochtitlán, la relación de la urbe con el agua cambió radicalmente.

Los españoles implementaron su propio sistema de calles y plazas drenando los lagos y talando los bosques. Las presas y los canales de los habitantes aztecas desaparecieron y empezaron las grandes inundaciones en el centro álgido del país.

Desde entonces, los problemas de agua en la Ciudad de México se han agravado con el crecimiento desmedido de la mancha urbana, el crecimiento demográfico con enorme densidad de población y la creciente demanda de agua.

Después del desarrollo industrial en nuestro país, hubo una constante migración de habitantes de provincia hacia la ciudad en busca de trabajo. En setenta años, entre 1940 y el 2010, la ciudad pasó de abarcar 80 kilómetros cuadrados a tener una superficie cercana a los 8 mil kilómetros cuadrados (incluyendo, por supuesto las extensas zonas conurbadas).

El desarrollo de la ciudad ha terminado por secar los lagos y todos los ríos, salvo el contaminado Río Magdalena, han quedado entubados. Poco se recuerda del panorama que alguna vez, hace 700 años, se vio en esta zona, con pletórica naturaleza y un eficiente balance ecológico.

Ahora, la Ciudad de México es una de las urbes más contaminadas del planeta y los problemas de agua no solo causan escasez de abastecimiento sino que están provocando el hundimiento progresivo de su superficie.

Una lucha mal planeada contra el terreno

La Ciudad de México está construida sobre un piso de suelo volcánico y arcilla. El suelo volcánico es poroso y, normalmente, permite que el agua de lluvia se filtre al manto freático (un poco, utilizando la metáfora del New York Times, como si echaras agua en una cubeta llena de canicas). Sin embargo, el concreto impide que el agua se filtre por la superficie porosa y, mientras se sigue extrayendo agua, los mantos freáticos no se recuperan.

Esto causa que, por la arcilla, el piso se hunda de manera peligrosamente irregular. Entre 2014 y 2015, por ejemplo, hubo zonas en el norte y nororiente de la ciudad que se hundieron a razón de 23 centímetros. Y esa cifra es extremadamente elevada para tan poco tiempo.

Los riesgos de estos hundimientos, de las grietas que provocan y del crecimiento caótico y poco regulado de la ciudad son evidentes y todos los sentimos en los temblores del año pasado. Pero ese no es el único problema relacionado con el agua en la ciudad.

La CDMX está ubicada a más de 2200 metros arriba del nivel del mar -por lo cual es muy difícil transportar agua hacia la urbe-, los mantos acuíferos están sobreexplotados y no alcanza el agua pluvial (ineficientemente recuperada) para suministrar líquido vital a la creciente población.

Es por eso que la Ciudad de México importa el 40% del agua que consume de lugares lejanos. Y, en el trayecto de más de 10 mil kilómetros, desperdicia el 40% del agua que importa. Para bombear esta agua se gasta, además, la misma cantidad de energía que la que alimenta toda la ciudad de Puebla.

El consumo de agua, encima de todas estas dificultades, ha aumentado exponencialmente en los últimos años. Entre 1955 y el 2012, el consumo de agua ha pasado de 40 litros a 280 litros al día por habitante. Paralelamente, en ese mismo periodo, la disponibilidad de agua por habitante bajó en un 76%.

Con este antecedente, es evidente que el futuro del agua en la capital del país no es prometedor…

El agua en la CDMX: un oscuro panorama

En México, dos terceras partes de la población vive en una de las zonas más áridas del mundo. Es por eso que, en nuestro país, las sequías pueden durar entre 3 y 10 años. Es por eso, también, que sólo llueve durante cuatro meses al año en México y que la distribución de esas lluvias es profundamente inequitativa.

El problema apremiante es que, para 2030, la población aumentará de 12 millones frente a los 112.3 millones de habitantes que ya somos. Además, el 80% de esta población se asentará en las regiones de mayor estrés hídrico.

El incremento de la población ocasionará, entonces, que haya menos agua renovable por persona en todo el país. Si, en 2015, había 3 mil 692 metros cúbicos de agua, por persona, por año, en 2030 habrá sólo 3 mil 250. Y todo esto se va a agravar en zonas urbanas como la Ciudad de México.

Ésta es una realidad mundial: estamos viviendo en el primer siglo en el que la población urbana superará a la población rural. En 2050, se predice que tres cuartas partes de la humanidad estará viviendo en ciudades. Para ese entonces, ya habrá más de 700 millones de refugiados por el cambio climático.

Ese será el mayor impacto, también, para la Ciudad de México. A pesar de que muchas personas siguen ignorando las consecuencias del cambio climático, las sequías se prolongarán en el futuro así como las precipitaciones inesperadas. En una ciudad que sufre, al mismo tiempo, de inundaciones y de falta sistémica de agua, las consecuencias de estos cambios pueden ser fatídicas.

En términos de agua dulce, durante este siglo, el agua renovable de superficies y mantos subterráneos en la mayoría de las regiones subtropicales secas se reducirá considerablemente. Por eso, según datos del State of the Climate 2016, el aumento de la competencia por agua entre habitantes se acentuará en las zonas con rápidos procesos de urbanización.

Un estudio de la Universidad de Columbia plantea que donde disminuyen las lluvias “el riesgo de que los conflictos menores crezcan para convertirse en guerras a gran escala se duplica cada año”. Por eso, según el New York Times, el término que utiliza el Pentágono para hablar del cambio climático es “multiplicador de amenazas”.

Considerando las amenazas de este futuro gris, no se pueden disminuir las consecuencias sociales de la falta de agua. De hecho, en la Ciudad de México ya se empiezan a sentir, en enfrentamientos, manifestaciones e inconformidad popular, las consecuencias directas de la falta de agua. Y, mientras no se apliquen soluciones viables y rápidas, esta violencia no dejará de aumentar.

Distribución desigual

Los problemas actuales de la Ciudad de México en cuestiones de agua son graves. Como hemos visto, estos problemas surgen de raíces históricas complejas y tenderán a agravarse en el futuro si no se emplean políticas eficientes.

La distribución del consumo de agua en México es compleja. En la zona del centro y del norte del país, se concentra el 77% de la población, se genera el 79% del Producto Interno Bruto (PIB) y sólo se cuenta con el 32% del agua renovable. En la zona sur, se asienta solamente el 23% de la población, se genera el 21% del PIB y se encuentra el 68% del agua de todo el país.

Así, en muchas zonas densamente pobladas -como, justamente, la Ciudad de México- el acceso al agua está mucho más limitado que en otras zonas menos pobladas y económicamente activas.

Aún así, parecería que las cifras de acceso al agua no son tan terribles: mientras que la cobertura nacional de agua potable es de 91.6%, en zonas urbanas la cobertura es de 95.4%. En cuestiones de alcantarillado, la cobertura nacional es de 90.2% y en zonas urbanas de 96.4%.

Sin embargo, la calidad de este acceso al agua varía mucho dentro de la ciudad.

El gobierno ha reconocido que casi el 20% de los residentes de la Ciudad de México no cuentan con agua corriente en sus hogares. Y, muchas veces, el líquido que sale del grifo en estos hogares es un fango inutilizable.

Para algunos habitantes de la ciudad, el agua llega solamente una vez a la semana y muchos otros deben pedir pipas de agua potable para poder sobrevivir. El costo de estas pipas es enorme y, en zonas de especial marginación, la gente acaba pagando más por el agua que en las zonas más ricas de la ciudad y los barrios mejor abastecidos.

La Ciudad de México es una de las urbes con mayor demanda de agua en todo el mundo. Si solo se consideran los casi 9 millones de habitantes que habitan dentro de la demarcación política de la ciudad, cada uno consume 300 litros de agua al día en promedio.

El director del Sistema de Aguas de la Ciudad de México explicó, en entrevista con The Guardian:

“Tenemos grandes problemas. La ciudad está sobrepoblada, la calidad del agua subterránea es baja, y en algunas zonas tenemos que bombear agua por cerros de 300 metros de altura dentro de la ciudad. Es un reto mayúsculo.”

Por eso, cerca del 70% de la ciudad tiene menos de 12 horas de agua disponible por día. En algunas zonas de la urbe, el 18% de la población debe esperar varios días para contar con una hora o dos de agua corriente. En periodos de sequía, después de fenómenos naturales como los temblores del año pasado o durante racionamientos estratégicos del agua importada, las cosas empeoran considerablemente.

Consecuencias sociales

Los casos específicos de falta de agua en la Ciudad de México son impactantes. En Iztapalapa, por ejemplo, una de las zonas más afectadas de la ciudad, las cosas son particularmente complicadas.

La presión del agua en las tuberías es lo que regula el nivel de ingreso de agua a una zona de la ciudad. Por supuesto, la presión en las tuberías disminuye entre más se aleja la zona del Cutzamala. Y esta distribución es terriblemente inequitativa.

En las delegaciones Miguel Hidalgo y Cuajimalpa, en donde hay una gran mayoría de zonas acaudaladas, en donde hay campos de golf y grandes terrenos, la presión del agua es de 14 kg por centímetro cuadrado.

En el centro de la ciudad, en Polanco y la Benito Juárez, por ejemplo, la presión baja a la mitad y, con la creciente densidad de población en estas zonas, cada vez hay más escasez.

Pero nada de esto se compara con Iztapalapa.

En esa zona diametralmente opuesta al sureste de la ciudad, la presión de las tuberías es de sólo 500 g por centímetro cuadrado. Con esta presión, el agua se convierte en un bien tan precioso como raro.

Muchos habitantes de esta delegación deben desplazarse para conseguir pipas de agua y dar propinas, pagar costos adicionales y comprar agua embotellada para beber. En una zona marginal de la ciudad, la gente paga más dinero por el agua que en las zonas más ricas. Y, cuando llega, por fin, el agua, muchas veces está contaminada: niños y adultos mayores presentan, constantemente, cuadros de salpullidos y colitis.

Las pipas de agua pueden tardar hasta treinta días en llegar, por lo que siempre tiene que haber alguien esperando en casa. Se interrumpen las labores diarias y la disponibilidad del tiempo personal: todo parece girar en torno al agua y su imposible acceso.

Por su parte, los conductores de pipas sufren constantes agresiones y atracos. Entre más desesperada está la gente por tener agua, más peligrosa se vuelve su profesión.

En las semanas inmediatas al temblor, por ejemplo, muchas pipas fueron atracadas por comandos armados que se dedicaron, después, a vender el agua. Veinte pesos la cubeta: un verdadero negocio basado en la desesperación social.

Los transportistas se manifestaron contra estos abusos. Pero no fueron los únicos. En distintos puntos de la ciudad hemos visto manifestaciones que alzan la voz contra los constantes cortes en el agua y el alto precio que deben pagar para abastecerse con transportistas privados.

Todo esto se convierte en un círculo vicioso que causa más descontento, problemas en la salud, problemas de criminalidad, manifestaciones, cortes a la vialidad y una serie de afectaciones relacionadas…

Recientemente, por el corte del agua en ocho de las dieciséis delegaciones de la ciudad se presentaron manifestaciones, más o menos violentas, en colonias de la Venustiano Carranza, Tlalpan, Tláhuac e Iztapalapa. También se observaron manifestaciones en colonias de clase media y clase media alta que no se habían visto tan afectadas hasta ahora, como la Del Valle y Narvarte en la Benito Juárez y en Coyoacán.

A pesar de que la CONAGUA prometió que no habría escasez de agua en 2018 y 2019, la Ciudad de México sigue presentando rezagos preocupantes en su acceso al precioso líquido.

Funcionarios del Gobierno capitalino culparon al viento que tiró árboles, a afectaciones en las redes eléctricas, a cortes estratégicos para racionamiento de agua… Finalmente, acabaron culpando a oponentes políticos por hacer sabotaje en las válvulas de la ciudad.

Sin saber, a ciencia cierta, qué es lo que sigue causando estos problemas, parece evidente que no se está haciendo lo suficiente para combatirlos, que sus causas son complejas y que aún queda muchísimo por hacer. A pesar de que este tema no ha preocupado a muchos en el pasado, debe comenzar a tomar preponderancia en la discusión política. Porque el agua será el mayor problema de esta ciudad en un siglo desalentador que apenas comienza.

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