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La educación sexual puede terminar con el Cambio Climático

La relación entre la población y el cambio climático es bastante clara, pero, ¿por qué casi nunca se enfoca de esa manera?

Enseñar a niños y jóvenes sobre sexo será nuestra mejor inversión

Comencemos con un hecho obvio: entre menos personas existan en el mundo, menor será el impacto humano sobre la emisión de gases de efecto invernadero, y, por lo tanto, será más probable detener el cambio climático. Si vamos a los números, veremos que el aumento de la población es proporcional a la emisión de gases de efecto invernadero que han provocado el cambio climático. Así como la población se ha duplicado a mayor velocidad en el siglo XX, también la emisión de estos gases. La relación entre el aumento de la población y el cambio climático es bastante clara, pero, ¿por qué casi nunca se enfoca de esa manera?

Una de las principales causas está relacionada con la forma en que abordamos la sexualidad desde las políticas públicas. Es decir, en países como México o Argentina, aún existen muchos prejuicios que entorpecen la discusión acerca de quién decide cuántos y cómo deben nacer los hijos; así como quién decide cómo son las parejas y cómo se habla de sexualidad a los niños.

Algunos movimientos anti-derechos se construyen sobre la idea de que la educación sexual es un asunto privado, cada padre tiene el derecho de enseñar a sus hijos lo que quiera sobre el tema. De inicio parece justo, sobre todo si consideramos que los padres lo harán de manera responsable. Pero, ¿qué tal que no?, ¿qué pasa si esa educación en casa produce mitos, traumas y mentiras que llevan a los niños a convertirse en hombres adultos que creen que todas las mujeres existen para su placer?, ¿o a las niñas a convertirse en adultas condenadas a sentirse inseguras con su cuerpo y sus deseos? ¿Acaso eso no genera problemas sociales, como los feminicidios, el acoso y la sobrepoblación? Sin embargo, asociaciones de padres de familia marchan en contra del contenido de educación sexual en los libros de textos de primaria y secundaria. Ellos, junto con muchos sacerdotes de la alta jerarquía católica y de otras religiones, llaman a la educación sexual moderna “ideología de género”. Al final de su argumento, aseguran que esta ideología se impulsa para disminuir la población y hacer desaparecer a los mexicanos y otros pueblos pobres (sea lo que esto signifique).

(AP Photo/Ramon Espinosa)

El argumento es falaz e indudablemente absurdo; pero podemos encontrar un pequeño girón razonable del que podemos tirar, una preocupación real que nos lleva a la segunda razón por la cual no se habla de población y cambio climático: los controles natales. La idea de que somos demasiadas personas en el mundo es bastante más vieja de lo que parece, y se ha propuesto como solución a muchos problemas sociales, no sólo el cambio climático.

Uno de los primeros en proponerlo fue Thomas Robert Malthus (1766-1834), un clérigo británico testigo del crecimiento industrial del Reino Unido y la multiplicación de las clases bajas. Él calculó que la población se multiplicaba más rápido de lo que éramos capaces de aumentar la producción de comida; así que habría un punto en el que tendríamos más gente que capacidad de alimentarla. Calculó que esa catástrofe llegaría para 1860; claro que no consideró el avance de la tecnología en alimentos, pero su punto de comparación entre población y recursos sigue siendo válido: ese punto de agotamiento llegará si la población sigue aumentando de la misma manera.

821 millones de personas padecen hambre en el mundo

Esta visión cientificista, sin embargo, pasa por alto un elemento fundamental. No se puede hacer una política población sin considerar el aspecto humano del problema. Cuando se pierde esa visión, aparecen algunas políticas bastante peligrosas. Eso nos regresa al girón del argumento anti-derechos: muchas políticas poblacionales consideran que el problema es la multiplicación de los pobres. En efecto, si el problema es económico, entonces hay que evitar que los pobres se multipliquen, y todas las minorías que ello implica.

Sabemos que las personas con menos recursos son las que más hijos suelen tener, todo ello relacionado con la precarización de la vida (los grupos grandes de familias se apoyan económicamente entre sí cuando viven en una situación vulnerable), y también está relacionado con prejuicios pseudo-religiosos y poca educación sexual. Es decir, la marginación está relacionada con baja educación y muchos hijos. Pero en lugar de enfocarnos en terminar la marginación y hacer más pequeñas las desigualdades, la visión cientificista apunta a que es más sencillo eliminar a los pobres, literalmente. Muchas políticas genocidas han sido llevadas a cabo con este fin. Durante el porfiriato, se llevaba a los indígenas del norte al sur para ser esclavizados y desaparecer como cultura. En Argentina, para eliminar la “barbarie” se consideró que la mejor opción era eliminar a quienes se consideraba como tales: los indígenas. Esas políticas no han terminado, se sostienen de una manera más sutil y fácil de pasar por alto, si bien ya no se asesinan sistemáticamente, se atacan sus culturas y se trabaja para que desaparezcan.

En suma, hablar de control poblacional no es bien recibido porque ha derivado constantemente hacia el racismo, la discriminación, el clasismo, el sexismo y ulteriormente el genocidio. Básicamente porque no se considera un problema global, sino un problema de las clases dominantes. No está mal que nos reproduzcamos sin control, está mal que lo hagamos si no somos ricos, blancos y hombres.

Nótese, no obstante, que a esa visión la llamamos “cientificista”, es decir, centrada exclusivamente en los datos económicos. Una versión “científica”, por su lado, consideraría no sólo los cálculos, sino cómo afectan a las personas. Aquí es donde el girón de razón en el argumento anti-derechos se agota. Una educación sexual científica, centrada en el desarrollo de las personas como individuos y como conjuntos; junto con una estrategia de concientización sobre las diversidades y el problema ambiental tiene el potencial de salvarnos como ecosistema humano. Siempre y cuando sea una educación para la libertad y no una forma de control.

Unesco actualizó su manual sobre educación en sexualidad para niños y adolescentes. (http://unesdoc.unesco.org/)

Preferimos pensar que los niños no “están preparados” para hablar de sexualidad y sostenemos ese prejuicio más allá de la evidencia científica y demográfica que nos dice que necesitamos hablar con ellos sobre sexualidad de manera responsable. Para que funcione la idea de que la sociedad debe encargarse de la educación sexual de los niños junto con los padres, debe centrarse en la libertad de los niños y los adolescentes, no en una pelea por quién debe controlarlos. Si de verdad queremos creer que los niños son el futuro, es momento de prepararlos para un futuro sostenible para la humanidad. La educación sexual desde edades tempranas es la única estrategia humana y sustentable de proponer una transformación poblacional para el cambio climático; y vale la pena defenderla contra jerarcas eclesiásticos y políticas discriminatorias.

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