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Jair Bolsonaro, el “Trump brasileño” que tiene preocupado al mundo

Jair Bolsonaro: ¿cómo es que un candidato de ultraderecha tiene la máxima probabilidad de ser el próximo presidente de Brasil?

En la noche posterior a la primera vuelta electoral en Brasil, un seguidor de Jair Bolsonaro asesinó con una navaja a Moa do Katendê, un reconocido maestro de capoeira cuyas canciones han sido interpretadas por estrellas de la MPB como Caetano Veloso. ¿El motivo? Había votado por el izquierdista Fernando Haddad. Aquella madrugada, el artista de 63 años estaba en un bar del estado de Bahia platicando con familiares y amigos sobre el futuro que amenazaba al país. Paulo Sérgio Ferreira de Santana, de 36 años, escuchó la conversación y no iba a permitir que nadie hablara mal del ultraderechista Bolsonaro.

El señor Ferreira increpó a Moa do Katendê y a sus amigos y sostuvieron una acalorada discusión. El simpatizante del candidato ultraderechista abandonó el bar, fue a su casa y regresó con un arma blanca. Ferreira se lanzó contra el importante músico, apuñalándolo con brutalidad y lesionando a uno de sus acompañantes. El agresor intentó darse a la fuga pero fue detenido a tiempo por agentes de la Policía Militarizada.

Cabe resaltar que éste no ha sido el único caso de violencia post-electoral en un país que está siendo revolcado por las pasiones. Así como en los primeros meses posteriores a la elección de Donald Trump, el triunfo de Jair Bolsonaro en la segunda vuelta está dando rienda suelta a los prejuicios más negativos entre la población brasileña. Alentados por las posturas y comentarios racistas, clasistas, homofóbicos y misóginos del candidato presidencial del Partido Social Liberal (ver video de abajo), muchos brasileños están mostrando su peor cara al mundo.

¿Cómo es que un hombre como Jair Bolsonaro logra alcanzar cerca de la mitad de las preferencias electorales en un país reconocido como la máxima potencia económica de Latinoamérica?

Evidentemente, hay un desencanto con el rol que ha desempeñado la izquierda en el Poder Ejecutivo, particularmente entre las élites. Desde el 2002, cuando se dio el histórico triunfo de Luiz Inácio Lula da Silva hasta el 2016, cuando Dilma Rouseff fue destituida, los gobiernos del Partido de los Trabajadores se encargaron de liquidar sus deudas con el FMI; crear millón y medio de empleos por año; administrar un Producto Interno Bruto de 2.5 billones de dólares; introducir programas sociales que reformaron a los anquilosados sistemas de educación y salud; y sacar a 50 millones de personas de la pobreza extrema gracias al éxito de Bolsa Familia, entre otros logros (datos via TeleSur).

En 2010, Lula dejó la presidencia con un insólito 80% de aprobación, mientras que Rouseff había ganado las elecciones de aquel año con el 56% de los votos, haciendo historia como la primera mujer en ostentar el cargo de máximo mandatario del país. Brasil se estaba perfilando para ser un auténtico líder en el escenario global: integrante del BRICS (asociación que integra a las cinco economías emergentes más importantes del mundo), sede de la Copa del Mundo de 2014 y los Juegos Olímpicos de Rio de Janeiro de 2016, un modelo a seguir para los gobiernos de izquierda de la región.

¿Entonces qué salió mal?

“Dictadura nunca más” (AP Photo/Andre Penner)

Aunque la corrupción que manchó a las administraciones de izquierda fue suficiente para destituir a Rouseff y sentenciar a Lula a una condena de cárcel, más allá de los escándalos de Petrobras y Odebrecht, el ciudadano promedio en Brasil tiene otra preocupación más urgente en mente: la inseguridad.

En la edición 2017 de las 50 ciudades más peligrosas del mundo, Brasil ocupa 17 lugares, pasando por encima de México (12) y Venezuela (5). En la más peligrosa de éstas, Natal, un atractivo turístico en las costas norteñas del país, se registraron 102.56 homicidios por cada 100 mil habitantes. No obstante los impresionantes números alcanzados por los programas sociales de Lula, el arraigo del crimen organizado en las favelas ha mantenido a la sociedad sumida en la narrativa trágica de la inseguridad perpetua.

Es por tal motivo que para muchos brasileños de clase media, la exigencia de seguridad toma prioridad por encima de problemas igual de relevantes como la pobreza, la crisis de refugiados y la destrucción del medio ambiente. Si las promesas de cambio de los candidatos del PT no hicieron mucho por mejorar la percepción de seguridad, entonces un personaje como Jair Bolsonaro tiene el podio para vender una falsa nostalgia del Brasil que nunca fue.

Así como el otrora candidato Donald Trump presentó una noción mítica de un Estados Unidos “grande”, Bolsonaro quiere que los brasileños visualicen un Brasil regido por el Orden, un Orden que había impuesto la dictadura militar que gobernó al país de 1964 a 1985 (misma de la que Bolsonaro ha hecho apología, incluso alabando a aquellos personajes famosos por ser torturadores). Según el ultraderechista, el veredicto parece evidente: Brasil quiere “mano dura” y no hay ningún político del establishment dispuesto a tomar las decisiones incómodas pero necesarias, ninguno salvo Bolsonaro, un ex-militar con un discurso antidemocrático. Cuando Bolsonaro sobrevivió a la puñalada que le infligió un fanático en septiembre, el incidente solo sirvió para establecer en la imaginación del votante la idea un presidente que no va a ceder ante la delincuencia. Nadie lo podrá detener.

Aunque Bolsonaro ha sido etiquetado por la prensa internacional como un “Donald Trump tropical”, pero podría ser mucho peor. En efecto, Bolsonaro es el tipo de político que, una vez en el poder, tiende a poner de cabeza a las instituciones y dar voz a las “mayorías silenciosas” que buscan frenar los avances liberales de los últimos veinte años. ¿Mujeres en el lugar de trabajo?¿Ayudas a indígenas? ¿asistencia a los afrodescendientes? ¿Interrupción del embarazo? ¿Derechos LGBT? ¿Protección del debido proceso? ¿Santuarios para refugiados extranjeros? ¡No en mi país!

Desde una perspectiva exterior, todo esto suena demente, pero buena parte del pueblo brasileño está convencido en que otro proyecto de nación es necesario y anhela tirar los dados lo más pronto posible. En lo relativo a sus propuestas, Bolsonaro busca reducir los impuestos a los más ricos (aunque gran parte del sector económico lo ayudó en su campaña y Bolsonaro les prometió puestos en su gobierno), propone eliminar gran parte de la burocracia, bajar la edad de imputabilidad penal a 16 años, ofrecer protección jurídica para los elementos de seguridad contra las acusaciones de abuso de poder, reorientar la política de derechos humanos, mayor apoyo a Estados Unidos e Israel y vetar cualquier tentativa de flexibilizar la ley de aborto, entre otras medidas reaccionarias.

El mundo está preocupado… incluso la derecha

A excepción de las instituciones financieras y otras empresas del sector privado, el resto del mundo está inquieto con lo que está ocurriendo en Brasil, incluso en países de centro-derecha. Dirigentes derechistas como Mauricio Macri (Argentina) y Sebastián Piñera (Chile) han mostrado su apoyo a Bolsonaro, aunque más bien se trate de un apoyo titubeante. La realidad es que la comunidad internacional está despertando a la noción de un dirigente reaccionario y de opiniones fascistas en una nación líder. Tanto así que hasta Marine LePen, la polémica política derechista de Francia, se ha distanciado por las “expresiones desagradables” del brasileño.

Cierto, la victoria aparentemente inevitable de Bolsonaro ha generado una fuerte movilización entre la oposición. Bajo el grito de “Ele Não” (“Él no”), millones de brasileños buscan contrarrestar el despertar de la ultraderecha latinoamericana. Sin embargo, parece que la resistencia llegó demasiado tarde…

Fernando Haddad, sin el carisma de Lula (AP Photo/Andre Penner)

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