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El aguinaldo: entre regalo paternal y conquista laboral

Fin de año para los trabajadores se traduce en aguinaldo, un pago extra producto de su trabajo y esfuerzo. Pero, ¿sabes por qué existe?

Fin de año para los trabajadores se traduce en el aguinaldo, un pago extra producto de su trabajo y esfuerzo. Pero, ¿sabes por qué existe?

Hay muchas razones para estar felices al final del año, lo tenemos casi en la sangre. El final de un ciclo es la promesa del inicio de otro, por lo que conmemorar lo ocurrido en estos últimos doce meses sólo tiene sentido porque viviremos un nuevo comienzo. Y la renovación, desde cualquier punto de vista, es una buena noticia. El aguinaldo, como todos los rituales que llevamos a cabo a final del año, tiene una versión mítica que se hunde en lo más profundo de nuestra humanidad, y que constituye la raíz más profunda de nuestros actos, así sea los más triviales.

(Pixabay)

La vieja antropología cuenta que el origen del aguinaldo se emparenta con la raíz misma de los regalos. En sus inicios, no había diferencia entre un obsequio y la cuota extra que se brindaba a los trabajadores; ambas prácticas eran expresión de una de las marcas más contundentes de nuestra humanidad: el don. Las ocasiones especiales se construyen para hacer evidente el amor que nos profesamos cotidianamente, pero que no siempre hacemos visible; y el regalo es una forma material que concreta el cariño de todos los días. Nos regalamos un día porque nos amamos todos los días.

El fin de año es la ocasión especial por excelencia; y dar un regalo en esta época muestra el cariño del ciclo anterior y hace una promesa que durará un año más. Existe una leyenda, largamente repetida, de que el aguinaldo tiene su origen en prácticas celtas y romanas. Los primeros solían darse el “eguinad”, un obsequio de dátiles y frutos secos para desear buena suerte para el año nuevo. En ese sentido, los romanos se daban el “stena”, que significa “buenos presagios” y que consiste en un objeto material que intercambiaba buenos deseos. Algunos de estos stena (palabra emparentada con el español “estrenar”) se daban al final del año, específicamente, los dueños de las tierras se los daban a sus trabajadores como muestra de cariño y cuidado.

(Getty Images/Archivo)

En su origen, el aguinaldo era un “don”. Ahora, ese concepto no parece tan noble como en su origen mítico. Decir que el patrón “regala” una quincena o un sueldo extra a los trabajadores suena mezquino. En nuestro marco aspiracionista de Estado de Derecho, el aguinaldo es un derecho, algo que los trabajadores han conquistado y merecen por el esfuerzo que año con año realizan. Ese cambio tiene que ver con el origen de las leyes laborales en la modernidad.

No es que los romanos tuvieran políticas laborales más humanitarias que nosotros. Nada más lejos de la verdad. Para ellos, los patrones eran, prácticamente, padres. Lo que quiere decir que tienen la responsabilidad de “cuidar” a quienes laboran para ellos; como si fueran niños. Los trabajadores, o siervos, no eran ciudadanos, sino una suerte de niños que no pueden decidir por sí mismos. De manera que el aguinaldo era un don, un regalo que expresaba el amor de padre del patrón para con los trabajadores, menos importantes que él.

El trabajo contemporáneo es muy diferente. La ciudadanía en la modernidad es responsable de sí misma. Al menos en teoría, el patrón ya no es padre, ni superior, sino que celebra un acuerdo con los trabajadores de interés mutuo. O sea, trabajamos porque nos conviene a nosotros y a nuestros patrones. En este contexto, el aguinaldo es un derecho que se incluye en ese acuerdo. Por eso ya no es un don, porque la relación entre patrón y empleado es una relación pública, no personal; está mediada por las instituciones.

Esa mediación se lleva a cabo, al menos en “espíritu” porque se supone que esas instituciones tienen que nivelar el campo de juego. En un acuerdo entre patrones y trabajadores actualmente, quien tiene la ventaja son los patrones, las leyes laborales existen para que esa relación asimétrica produzca acuerdos justos, al menos dentro de lo posible.

(Pixabay)

En México, el aguinaldo y otros derechos laborales se ganaron en 1970, en virtud de esa nivelación. La reforma en esos entonces tenía el halo del paternalismo autoritario de Díaz Ordaz, y aunque garantiza condiciones mínimas para el trabajo, está lejos de ser suficiente. No hay duda de que en este contexto global, un tema indispensable es la de la nivelación justa entre quienes poseen los medios de producción y quienes producen; lo que deberá traducirse en condiciones laborales justas a nivel global (incluyendo a los migrantes, por cierto). El aguinaldo es una medida paliativa en ese contexto, pero no suficiente. Lo que no queda claro, es que si el don ha desaparecido de las relaciones entre dueños y productores, ¿por qué se sigue otorgando?

Antes de 1970, muchos patrones tenían por costumbre dar a sus trabajadores una “compensación” de fin de año, que normalmente llamaban aguinaldo. La palabra pasó de las costumbres paganas al cristianismo y así llegó a México. En la Nueva España, el aguinaldo era un don que se otorgaba a fin de año, en el contexto de las celebraciones religiosas. Este don se desarrolló en paralelo a las “posadas”, tanto que hasta la fecha se siguen otorgando “aguinaldos” de fruta o dulce en las fiestas decembrinas.

(AP Photo/Dario Lopez-Mills)

Los patrones mexicanos, muy religiosos, estimaban que sus trabajadores tenían más gastos a fin de año porque tenían que proveer a sus familias de fiestas navideñas. Es decir, seguía siendo un “don” otorgado en el marco del mito pagano que dio pie al “eguinad”, a la Navidad y a todos los ritos que cierran el ciclo anual.

El ejemplo del aguinaldo es interesante dentro de la reflexión sobre el trabajo en la época neoliberal. Como prestación, es heredero del paternalismo de la vieja época en la que el trabajador era un tipo de niño que el patrón debía cuidar. Y, al mismo tiempo, es un paliativo frente a los derechos cada vez más golpeados de las y los trabajadores; en un contexto en donde los individuos construyen acuerdos de conveniencia con la mediación de las instituciones de estado. Las leyes de nivelación, o protección al trabajo apenas sostienen los mínimos, y mantienen la asimetría. En ese contexto, cambiamos justicia laboral, por prestaciones paternalistas. No está mal percibirlo, al contrario, ¡qué bueno que hay aguinaldo!, ojalá hubiera también trabajo justo y bien remunerado.

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