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Bolsonaro, la derecha brasileña y la nueva historia

Bolsonaro representa el regreso de la derecha a la política en Brasil y el mundo, que corresponde a la política de la desilusión

Jair Bolsonaro, tú lo conoces, es el candidato presidencial que ganó en Brasil, el que dijo que era incapaz de amar a un hijo homosexual, que también aseguró que jamás permitiría que se involucrara sentimentalmente con un afrodescendiente. Fue el político brasileño que, siendo congresista, le dijo en televisión a una de sus colegas que no merecía que la violara porque era “terrible y fea”.

(AP Photo/Leo Correa)

A pesar de su retórica homofóbica, racista, y misógina; era imposible que ganara si no fue porque por lo menos algunas mujeres, homosexuales y personas de color votaron por él. Pero, si hablaba en contra de ellos, si no los considera iguales a sí mismo, (y entonces es de suponer que no planea ser un presidente que cuide sus intereses). ¿Por qué votaron por él?

Lo que ocurre en Brasil no es un hecho aislado. A pesar de la retórica incendiara y divisionaria de algunos jefes de estado, como el de Estados Unidos, Italia o Hungría; la ciudadanía vota por ellos. Incluso algunos latinos y descendientes de mexicanos radicados en Estados Unidos votaron por Trump. ¿Cómo es esto posible?

(Reuters)

Tiene que ver con un fenómeno que algunos analistas y académicos han llamado “política de la desilusión”, una forma de participación política antisistema y antipolíticos. Se trata de algo similar a lo que ocurrió en México con una votación agresivamente contraria al PRI, al PAN, al PRD y a todos los partidos “tradicionales”. No obstante, en algunos otros contextos, esto deriva en periodos presidenciales fuertemente derechistas, racistas y violentos.

La “política de la desilusión” parte de la idea de que la ciudadanía votante ha venido acumulando cierto hartazgo después de la crisis económica global de 2008. En algunos lugares, el hartazgo puede rastrearse a mucho más atrás, pero comenzó a tener un perfil global a partir de ese año, en el que la confianza en el sistema económico se vio mermada. A partir de entonces, la apuesta por el neoliberalismo se puso en duda, pues sus promesas largamente postergadas se vieron como inalcanzables. En la realidad inmediata, los y las votantes vieron disminuidas su calidad de vida. Mientras los que eran ricos en sus países se volvieron más ricos, la clase media se hizo más precaria, y la pobreza creció.

(Reuters)

Por otro lado, la clase política que arropó el neoliberalismo fue desgastándose por promesas incumplidas, como en el periodo de Obama en Estados Unidos, o la extrema corrupción, como en México o en Brasil. La confianza rota con esas administraciones se convirtió en una ruptura con las instituciones. La poca aprobación del gobierno del próximo expresidente, Enrique Peña Nieto, no sólo lo afecta a él personalmente, sino también a la institución presidencial. En Brasil, los casos denunciados de corrupción dejaron la confianza de los brasileños en todo su gobierno en tan solo 25%, un asunto muy grave si consideramos que la misma ciudadanía es la que sostiene a las instituciones de gobierno, así sea indirectamente. ¿En qué papel quedan las instituciones en ese contexto?

Cuando las instituciones políticas de un país pierden la confianza de esa manera, es natural considerar a otro tipo de “políticos” para ocupar sus cargos directivos, pero, ¿qué clase de políticos son esos? Se trata de políticos que se presentan como “anti-sistema”, como opuestos a todo lo anterior. Ya no son políticos “profesionales” o de larga carrera política, sino empresarios o militares, “recién llegados”. Algunos de ellos sostienen una retórica conservadora, intolerante y autoritaria, que transmite la idea de que los gobiernos “corruptos o mentirosos” del neoliberalismo se terminan, en nombre de políticas más nacionalistas. No representan un cambio económico precisamente, sino un reacomodo político que administra el hartazgo de la gente a favor de campañas violentas, como la de Bolsonaro.

(Reuters)

Conforme pasan los años, este inicio de siglo se perfila como conservador, y cada candidato ultraderechista que gana una presidencia o un cargo público relevante se ha vuelto más virulento y peligroso. El próximo presidente brasileño no sólo subraya el machismo y el racismo que se vive en su país; también reactiva la presencia militar en los altos cargos públicos. La última vez que aquello ocurrió fue entre 1964 y 1985, el periodo conocido como “Dictadura Militar”. En aquellos años, los militares controlaban casi toda la vida política de Brasil, lo cual implicó la suspensión masiva de derechos fundamentales, la prohibición real de crear una oposición y el control prácticamente absoluta de la prensa.

La reactivación político militar en Brasil tiene un matiz especial, subrayado por la presencia de militares en altos puestos públicos para la próxima administración. Uno de ellos es Aléssio Ribeiro Souto, quien se perfila para ministro de educación, ciencia y tecnología; y que en campaña defendió al “creacionismo” como alternativa a la evolución en las escuelas. Asimismo, se pronunció en contra del desprestigio militar promovido desde las escuelas, que llama al periodo de dominio militar una “dictadura”. En su lugar, propone una visión más “neutral”, que escuche “ambos lados de la historia”. ¿Se puede proponer una historia neutral que no condene las dictaduras y los abusos a derechos humanos?, ¿es ética dicha propuesta?

(Getty Images)

El reciente fenómeno de “política de la desilusión” no es único, no es la primera vez que la democracia vive una crisis como ésta. Después del quiebre económico de los años veinte del siglo pasado, también emergieron figuras conservadoras, divisionarias y violentas que preconizaban el fin de los “políticos” y sugerían la limitación de los derechos fundamentales en nombre de un nacionalismo a ultranza; tenían nombres como Benito Mussolini o Adolf Hitler.

El peligro de la subida de la ultra derecha al poder en distintas partes del globo es real y tiene el potencial de multiplicarse. Borrar la historia de lo que ocurrió en el pasado y olvidar este tipo de crisis pueden llevar al mundo a enfrentar retos tan brutales como una nueva Guerra Mundial. Existen buenas razones para la desilusión política, pero el viraje radical hacia la derecha no es la única ni la mejor opción. La política global y este movimiento conservador aún está por definirse, lo mismo que la forma en que entendemos e integramos al siglo XX dentro de la política que imaginamos para el XXI. En esta apuesta, la historia y la memoria juegan un papel preponderante.

(EFE)

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