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¿Hay un vínculo entre la violencia, la salud mental y nuestro consumo de internet?

Mientras Donald Trump atribuye la epidemia de violencia a un problema de salud mental la psicología tiene otras respuestas.

Parece ser un día cualquiera cuando te enteras por las noticias que hubo otro tiroteo masivo en Estados Unidos, en alguna pequeña ciudad cuyo nombre nunca habías escuchado: Aurora, Gilroy, Dayton, Odessa y un largo etcétera que incluye más de 330 tiroteos, 377 muertos y 1347 heridos, solo en lo que va de este año. Después de la tragedia, la reacción de la clase política y los líderes de opinión se ha vuelto un lugar común. Por un lado, hay muchos “pensamientos y oraciones” para las víctimas, y por el otro “Lamentamos los hechos provocados por un individuo con trastornos mentales”.

Para Donald Trump y cientos de funcionarios públicos, la raíz del problema no es la ausencia de leyes que regulen la adquisición de armas de fuego, sino unos “loquitos” que dedican su tiempo libre a publicar memes en redes sociales y a jugar demasiados videojuegos. Esta facilidad para reducir la epidemia de violencia que aflige a nuestro vecino del norte a un problema de “salud mental” prende los focos rojos entre los profesionales de salud. La descuidada retórica del presidente transforma al adolescente que es víctima constante de bullying o al empleado que no interactúa con sus compañeros de oficina en un riesgo potencial ante el juicio de la percepción pública.

En el marco del Día Mundial de la Salud Mental, este año, la Organización Mundial de la Salud (OMS) busca informar a la población sobre las medidas para prevenir el suicidio, la causa de muerte de 800 mil personas en todo el planeta al año. El hecho de que el presidente de Estados Unidos atribuya las consecuencias de una masacre a un agresor con problemas de salud mental, sin embargo, contrarresta los esfuerzos de la OMS y los especialistas en esta materia para eliminar el estigma que acompaña a gente con un trastorno serio.

Por lo tanto, es necesario desmitificar algunas de las percepciones que prevalecen sobre el supuesto vínculo entre la salud mental, la epidemia de violencia y nuestros hábitos de consumo en internet. ¿Existe aquí una relación causa-efecto?

MENTE Y SALUD

Primero hay que definir bien de qué hablamos cuando tocamos el tema de salud mental. Este campo no cubre de manera exclusiva aquellos trastornos que piden un diagnosis clínico, como el autismo, la demencia, la esquizofrenia, la depresión y tantas otras aflicciones. Más bien, por salud mental nos referimos a un “estado de bienestar” en general, “en el que cada individuo percibe su propio potencial, puede hacer frente al estrés normal de la vida, puede trabajar de manera productiva y fructífera, y puede hacer una contribución a su comunidad,” de acuerdo a la definición de la OMS.

En otras palabras, la salud mental es un terreno que abarca muchísimos conceptos. Por eso es tan confuso cuando el presidente intenta encapsular el problema de la violencia en la casilla de salud, ya que la realidad es mucho más compleja que una relación directa de causa-efecto. Por ejemplo: Tanto el señor Trump como el gobernador de Texas anunciaron que el responsable de una masacre en un centro comercial de El Paso era un individuo “muy, muy enfermo de la mente”. Según los reportes de medios locales, Patrick Crusius era un joven que no tenía amigos en la escuela y con frecuencia era bulleado por sus compañeros. Esto indica que su salud mental no era óptima, pero tampoco hay registro de que el asesino haya sido diagnosticado con algún trastorno psicológico.

Autores recientes de tiroteos masivos

En suma, podríamos decir que Crusius era un chavo solitario, al igual que miles de otros jóvenes que fueron y son víctimas de acoso escolar, ¿pero en serio estaba “muy, muy enfermo de la mente”? Por el manifiesto que publicó en un foro de internet antes de cometer el ataque, parecía que este sujeto estaba consciente de sus acciones. Pero exista o no un diagnóstico médico, para la opinión pública no hace falta, porque mucha gente ve a ese sujeto y piensa, seguro había algo mal en su cabeza. ¿A qué tipo de persona se le ocurre disparar contra un Walmart? Lo que cede a la pregunta, ¿había alguna “bandera roja” en la conducta de Crusius que podría prevenir a las autoridades de las acciones que llevó a cabo el 3 de agosto de 2019?

SALUD MENTAL Y CONSUMO DE INTERNET

Ahora que tenemos una idea más clara de qué tanto abarca la salud mental, podemos ver cómo nuestros hábitos de consumo en internet, sobre todo en redes sociales, puede afectar nuestro bienestar psicológico.

Hace muchos años, era común que los padres regañaran a los niños por estar tanto tiempo sentado frente a la televisión. “Ver mucho la tele te va a pudrir la mente,” decían. Con el paso del tiempo, sin embargo, las nuevas generaciones se olvidaron de la tele y ahora todo ese tiempo se lo rinden a los dispositivos de la era informática, con sus infinitas aplicaciones, páginas de internet y plataformas de redes sociales. La televisión, por supuesto, era un medio pasivo de comunicación unilateral. El conductor de noticias nunca pedía la opinión de su audiencia. Pero en los tiempos salvajes del internet, las redes sociales viven de la interacción entre sus usuarios, creando una audiencia mucho más comprometida con los contenidos, sobre todo con los propios (tus fotos en Instagram, tus opiniones en Twitter, tus publicaciones en Reddit, quién te da like, quien te comenta).

Desde que el internet llegó a las masas a finales de los noventa, miles de estudios científicos han sido publicados con la intención de arrojar un poco de luz sobre los efectos que tiene este formato electrónico de comunicación sobre los procesos cognitivos, las conductas y la salud en general de los usuarios. Por supuesto, el internet es una herramienta, y como cualquier herramienta, el internet por sí solo es incapaz de dañar a una persona. En realidad, son nuestros hábitos de consumo los que siguen fascinando a la comunidad científica. Desde los riesgos que posa el cyberbullying a los adolescentes, al desarrollo de trastornos como la depresión, hay un factor en común que afecta la salud mental de los usuarios: el exceso de horas en línea.

Los efectos de una adicción a las redes sociales, por ejemplo, se ven reflejados en el sacrificio de horas que antes uno dedicaba a dormir bien, a hacer ejercicio o a cocinar una comida sana, actividades que tienen un efecto positivo en la salud mental. Según Russell Viner, quien publicó un estudio reciente sobre los efectos que tiene el uso de redes sociales sobre el bienestar psicológico de los adolescentes, al dedicarle más tiempo a las plataformas en línea, estos se exponen con mayor frecuencia a contenidos negativos, como el acoso en redes o la humillación pública, lo que afecta ciertas variables de la salud mental como el autoestima.

¿Las redes sociales son capaces de hacernos sentir más solos y deprimidos? Según el doctor Jeremy Nobel, esto es como preguntar si comer mucho te hace gordo. Indicó que “la respuesta es sí, absolutamente, pero no siempre, no en todos, y no para siempre.” El doctor Nobel cita un estudio de la Universidad de Pennsylvania publicado en diciembre de 2018 que reduce la “dieta” de redes a un grupo de estudiantes universitarios. Al limitar el uso de Facebook, Instagram y Snapchat a 30 minutos por día, los resultados arrojaron que, después de tres semanas, los estudiantes reportaron una reducción considerable en sentimientos de depresión y soledad, en contraste al grupo de control, que no redujo su tiempo de consumo en redes sociales. Declaró uno de los voluntarios: “Terminé usando [las redes sociales] menos y me sentí más feliz … Podía concentrarme en la escuela y no [estar tan] interesado en lo que todos están haciendo.”

¿30 minutos por día? Suena difícil, sobre todo cuando hay redes sociales que están diseñadas para que no te despegues de la pantalla mientras sigues scrolleando videos y fotos. “Las redes sociales son como una máquina tragamonedas,” dijo Sandy Parakilas, un exempleado de Facebook que trató de abandonar la aplicación. “Sentí como si estuviera intentando de renunciar al cigarro.” Esto no debe ser sorpresa. El modelo de negocios de Facebook y otras plataformas depende del tiempo que un usuario permanezca en la app, por lo que el diseño debe seguir la lógica de crear una adicción. Por consiguiente, esta noción de “rehabilitación” o “dieta” se torna más complicada, aunada al hecho de que cada vez son más los jóvenes cuyos empleos se apoyan en alguna red social (community managers, influencers, mercadólogos, publicistas, periodistas, etc).

SALUD MENTAL Y TIROTEOS MASIVOS

Por todos los estudios que han sido publicados en esta materia, sabemos que hay un vínculo entre la salud mental y el uso excesivo de internet. Por la manera en que fueron diseñadas, las redes sociales se especializan en distorsionar la realidad. Nuestros contactos, por ejemplo, comparten imágenes e historias que pintan un momento de sus vidas, pero que no reflejan sus vidas en su totalidad. Este dato pasa desapercibido para la persona que invierte la mayor parte del día en las redes sociales, por lo que termina desarrollando una visión sesgada de lo que ocurre en el mundo. Por otra parte, las redes no solo distorsionan la realidad, sino la presentan de tal forma que se ajusta a nuestros gustos y opiniones personales. Todo esto resulta irónico. Aquellos medios que fueron diseñados para conectar al mundo y para informarse mejor, terminan por aislarnos socialmente y por construir burbujas que nos blindan de otros puntos de vista o de la verdad misma.

Ahora bien, ¿podemos demostrar un vínculo entre la violencia y la salud mental y/o el uso excesivo de internet? Aquí es donde la conexión se vuelve más ambigua.

Ante la opinión pública, todo individuo que toma la decisión de usar un arma de fuego contra un grupo de personas debe padecer serios trastornos mentales. Es sentido común, ¿no? Nadie en su sano juicio haría lo que hizo Patrick Crusius en El Paso, o Connor Stephen Betts en Dayton, Ohio, de la misma forma que los asesinos seriales del siglo pasado eran vistos como “dementes”. Pero si abordamos el problema desde este ángulo, debemos concluir que toda persona que ha cometido el acto de matar a un ser humano está enferma de la mente y debe ser transferida a un hospital psiquiátrico, no a una cárcel. Cierto, todo asesinato involucra un componente psicológico, pero ¿podemos ver por qué esta reducción de las masacres a un problema de salud mental es problemática?

Vigilia por las víctimas en El Paso (AP Photo/John Locher)

Bueno, revisemos los datos:

¿Cuál es el perfil de la mayor parte de los acusados de los tiroteos masivos recientes en Estados Unidos? “Hombre blanco, enojado, ligeramente paranoico, descontento, aislado.” Por supuesto, esto no nos ayuda mucho. Si las autoridades se dedican a investigar a todos los “hombres blancos, enojados, ligeramente paranoicos, descontentos y aislados” que viven en aquel país, se van a ver algo rebasados. Cualquier especialista podría asegurar que un perfil psicológico no es capaz de prevenir un tiroteo masivo, y aun así, la clase política sigue recurriendo a los mismos pronunciamientos como disco rayado cada que ocurre una de estas tragedias (especialmente cuando el tirador es de tez blanca).

Entre 2017 y 2018, el Servicio Secreto investigó los casos de 50 tiroteos masivos y en cada año el resultado fue el mismo: dos terceras partes de los responsables mostraban síntomas de alguna condición mental previo a los ataques. Pero también cabe destacar este otro dato: si las autoridades detuvieran a todos los pacientes con un trastorno psicológico, aun así se llevarían a cabo el 96% de delitos con violencia.

Aunque es cierto que la mayor parte de los agresores muestran rasgos de algún trastorno antisocial como la psicopatía, también es cierto que “las personas con enfermedades mentales, en realidad, son menos propensas a dispararle a otra persona o a cometer un acto masivo de violencia, en contraste a la población en general”, dijo el doctor Jonathan Metzl, psiquiatra de la Universidad de Vanderbilt, quien agregó:

Es una fantasía la propuesta [de Trump] de que un experto en salud mental sea capaz de predecir cuál de las decenas de miles de personas en los centros de salud mental va a cometer un tiroteo masivo.

Desde hace tres décadas, la psicología hace lo que puede para desmentir el mito que vincula la violencia con la salud mental. En 1990, Jeffrey Swanson, psiquiatra de la Universidad de Duke, publicó un famoso estudio que concluyó que las personas que no padecen ninguna enfermedad mental son tres veces más propensas a cometer un acto con violencia que aquellas personas con un trastorno serio de salud mental, como depresión, esquizofrenia o trastorno bipolar.

Si curamos las enfermedades mentales mañana, lo cual sería maravilloso, nuestro problema de violencia se reduciría en un 4% y el resto seguiría con nosotros.

Por consiguiente, si logran arreglar el sistema de salud mental -tal como ordenó el presidente Trump- aun así seguiría existiendo una epidemia de violencia.

Lo más desafortunado de la retórica gubernamental es el crecimiento del estigma social, ya que fortalece este temor irracional que la población alberga sobre la gente con algún trastorno psicológico. Por supuesto, la fascinación de la cultura popular y el mundo del entretenimiento por los asesinos seriales y los tiradores en ataques masivos exacerba los efectos que produce el estigma. Al final, se produce una sensación de paranoia colectiva similar a lo que ocurre cuando hay un ataque terrorista atribuido a un grupo islamista y toda persona de la fe musulmana es percebida con recelo.

En una encuesta publicada en el New England Journal of Medicine, dos tercios de estadounidenses dijeron no estar dispuestos a tolerar la presencia de una persona con un trastorno serio como vecino, mientras que la mitad considera a una persona con un trastorno serio como alguien más peligroso que la población en general. Estas actitudes generan un impacto nocivo sobre los afectados ya que, al internalizar la percepción de los demás, dificultan el proceso de recuperación.

CONSUMO DE INTERNET Y TIROTEOS MASIVOS

¿Pero qué hay entonces de los autores de tiroteos que sí muestran algunos síntomas de un trastorno?

Bueno, ahí está la palabra clave, la gran mayoría de agresores muestran los síntomas -ira, acciones impulsivas, sentimientos emocionales de aislamiento- pero solo la cuarta parte de estos sujetos contaba con un diagnóstico clínico de una enfermedad mental o un trastorno de personalidad.

Según Michelle Galietta, psicóloga forense en Nueva York, hay otros factores por encima del diagnosis que podrían indicar con mayor certeza la ejecución de un delito en el futuro, como la historia de violencia del agresor, el abuso de sustancias o algún trauma de su infancia. “Puedes ser una persona impulsiva y enojada, y esos rasgos pueden ser independientes de padecer cualquier trastorno”.

Lo que nos lleva al siguiente punto. ¿Qué es lo que ha contribuido a que estos hombres se encierren en un caparazón que los vuelve más infelices, más paranoicos y más aislados de la sociedad? ¿Qué es lo que los motiva a nutrir su odio irracional? ¿Qué tienen en común los yihadistas de Europa con los terroristas de extrema derecha o los alienados de la comunidad incel (los “incels” son personas que culpan a los demás por no tener pareja). Todos estos hombres (y cabe resaltar que el 96% de agresores son hombres) recibieron alguna dosis de radicalización en las redes sociales.

(AP Photo/Brynn Anderson)

Gracias a foros como 8chan y algunos rincones de los subreddits, así como videos en YouTube de teorías de conspiración y los canales de comentaristas demasiado extremos hasta para Fox News y Breitbart, ciertas posturas que eran sofocadas ante la opinión pública por su radicalismo encuentran una audiencia igual de rencorosa que les aplaude, que les alienta y que se ríe con ellos, no de ellos. Bajo la bandera de la libertad de expresión, para estas personas es un alivio contar con un público que los entiende y los respeta por sus creencias más oscuras, no obstante el racismo, la xenofobia, la misoginia o la homofobia evidente en sus publicaciones.

Investigadores que se han dedicado a estudiar el adoctrinamiento de grupos extremos, sobre todo con los actores solitarios de masacres, han encontrado que las redes sociales juegan un papel importante en este fenómeno, un papel cuya importancia se ha disparado en los últimos años. Entre 2005 y 2016, el empleo de estas herramientas fue clave para adoctrinar a un 70% de islamistas y al 40% de extremistas de derecha, aunque se debe reiterar que entre 2011 y 2016 esta influencia se disparó.

Antes de realizar sus ataques, el hombre que atacó una mezquita en Christchurch, Nueva Zelanda, publicó un manifiesto racista en Twitter y 8chan, y compartió el stream de la masacre por Facebook Live. En lo que va del 2019, usuarios de 8chan han estado vinculados a, por lo menos, tres ataques masivos, incluyendo Patrick Crusius, quien publicó un manifiesto que hacía eco de los temores del “nacionalismo blanco” y su profecía de una guerra racial. Por consiguiente, 8chan fue desmantelado en agosto por su proveedor de servicio, Cloudfare, aunque es probable que sus usuarios hayan encontrado otros foros en los que puedan compartir su bilis ideológica.

¿Pero en serio podemos culpar a las redes sociales de la epidemia de violencia que azota a Estados Unidos? De ser así, ¿cuál debería ser la solución? ¿Denunciar a toda persona que haga un chiste de mal gusto o que haga un comentario inapropiado? ¿O ya de plano cerrar Facebook, Instagram, Twitter, Snapchat, Reddit, YouTube?

Aniversario del tiroteo en Las Vegas (AP Photo/John Locher)

LOS CHIVOS EXPIATORIOS

Así como los videojuegos, el cine o las series de televisión, en el peor de los casos, las redes sociales no son más que pequeñas fuentes de inspiración para estos pobres miserables que por otros motivos más personales (violencia en casa, abuso de sustancias, traumas infantiles) han perdido la capacidad de sentir empatía o de procesar emociones como seres humanos. Porque tal como indicó Jim Watkins, el excéntrico dueño de 8chan, plataformas como la suya son, en su esencia más pura, hojas en blanco. No hay censura, no hay restricciones, únicamente hay libertad de expresión absoluta.

Entonces, ¿qué dice esto sobre la salud mental de mucha gente que, cuando le ofrecen una hoja en blanco para expresarse de la manera que más le plazca, opte por escupir sus demonios más recónditos en su cabeza?

Es evidente que estos individuos requieren de algunas sesiones de terapia para que puedan encontrar un camino de regreso a los simples placeres de lo cotidiano, lejos del contenido negativo que les resta horas de sueño, horas de ejercicio, horas de convivencia real, horas de estar con sus seres queridos (y si no los tienen, horas para buscar nuevas amistades). Mientras tanto, la clase política debe dejar de señalar el dedo culpable contra un sector de la población que no deja de ser inproductivo por el simple hecho de padecer un trastorno de la mente. Al contrario, cuántos artistas, cuántos empresarios, cuánto atletas se han destacado en sus respectivos rubros a pesar de, o incluso gracias a, una condición mental.

Pero en lo que eso ocurre, nos gustaría ver que nuestros vecinos del norte tomen decisiones más urgentes, y que dejen de buscar chivos expiatorios en el mundo del entretenimiento, en el campo de la salud mental o del otro lado de su frontera. Ya es hora de que abran los ojos y admitan ante todo el mundo cuál es el principal elemento que todos los ataques masivos con armas de fuego tienen en común, y eso es… las armas de fuego.

Imagen principal: Enrique Lemus

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