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Compasión, violencia y amor materno: entrevista con las creadoras de ‘Sin señas particulares’

Fernanda Valadez, Astrid Rondero y Mercedes Hernández hablan sobre las dificultades de retratar la violencia en México.

Un día, los hijos se van. Eso es normal. Crecen y se van. Lo que no es normal es que sus madres nunca los vuelvan a ver; que nunca vuelvan a saber nada de ellos; que los tengan que buscar en terrenos escarpados, entre bolsas de basura, en restos toneles humeantes junto a un río. No es normal y, sin embargo, es una historia común. Escuchamos el lamento de madres mexicanas todos los días. Lo escuchamos tanto que, a veces, hemos dejado de escucharlo.

La película Sin señas particulares, ópera prima de Fernanda Valadez, quiere que volvamos a escuchar el lamento de las familias desgarradas por la violencia en México. Al contar la historia de Magdalena (Mercedes Hernández), una madre que no se rinde, que se embarca en un viaje para encontrar a su hijo desaparecido, que se niega a darlo por muerto, Valadez cuenta la historia de una tragedia que ya hemos hecho nuestra. Una historia atravesada por terribles historias comunes de reclutamiento forzado de jóvenes sicarios, de trata de blancas, de los peligros de la migración y de la apremiante realidad del secuestro.

“Esta película empezó por un deseo de Fernanda.” Nos cuenta la coescritora y productora, Astrid Rondero. “Ella quería hablar sobre la crisis de violencia que se vivía en ese momento en el país y que, desde entonces, se ha ido recrudeciendo. En particular, le interesaba mucho el tema de la migración. Y la historia fue creciendo a partir de toda la investigación que hicimos. Una de las preguntas que nos hacíamos constantemente era cómo un joven llegaba a formar parte de los brazos armados de los cárteles del narcotráfico. Y eso nos llevó a una nota, un recuento que no sabemos si era verídico o no, de un sobreviviente de un camión secuestrado. Cayó esa pieza en nuestro regazo y nos dimos cuenta que teníamos algo importante que contar. Y empezamos a pensar en el problema del reclutamiento forzado. Es algo de lo que no se habla mucho y que merece la pena que lo discutamos como sociedad. Existe toda una generación de jóvenes que han caído de una y otra forma en ese tipo de situaciones. Creo que a partir de ahí fuimos pensando la película, marcada, claro, por una perspectiva que siempre estuvo en la mente de Fernanda: contar todo a partir de la visión de una madre. Esta perspectiva nos permitió acceder, con una mirada limpia, a los horrores que estamos viviendo en México.”

Valadez hace un balance delicado. No es fácil contar el camino de una madre desesperada sin caer en la espectacularización de su dolor. No es fácil pasar tantos horrores testimoniales, reales, por el tamiz de la ficción. No es fácil, finalmente, encontrar en la tragedia algún tipo de paz, algún sosiego o, de alguna forma, respuestas.

“Creo que había que pensar este papel desde la sencillez, desde lo pequeño, desde lo local.” Comenta la actriz principal, Mercedez Hernández. “Eso mismo hizo, probablemente, que el tema pudiera proyectarse hasta lugares tan lejanos. Teníamos que partir desde lo auténtico, desde una madre en una región pequeña que tiene un amor inmenso hacia su hijo. Me siento muy afortunada de haber encarnado a Magdalena y me siento con un profundo compromiso porque es una situación real la que estamos representando. Me gustaría que las madres reales de los desaparecidos pudieran encontrar un poco de consuelo y un poco de esperanza al ver que hay un interés de quien hace cine en mostrar sus historias. Mostrar sus historias sin aspavientos, sin volverlo un espectáculo vacío.”

Es cierto, en esta película hay algo profundamente humano enmarcado por la insistencia de retratar el rostro de la madre, el rostro de los que la acompañan, y de ocultar el rostro de los victimarios, de los burócratas, de los que mueven engranajes prohibidos. Los espacios vacíos de la película, el mundo fantasmal habitado por un peligro indecible, se vuelve aún más hostil frente al retrato íntimo del rostro de una madre.

“Creo que, más allá de la cifra y de los datos, lo que hace el arte es vincularnos a las situaciones a través de los rostros de los personajes.” Explica la directora Fernanda Valadez. “Eso nos lleva a relacionarnos con las personas que están viviendo estas historias tan complicadas y tan dolorosas. No lo digo particularmente por esta película, sino por la capacidad que tiene el arte narrativo, el cine, el teatro, la literatura, de ponernos en la perspectiva de los personajes, que es como se cuentan las historias.”

Sin señas particulares, como bien apuntó el crítico Alonso Díaz de la Vega, no quiere mostrarnos la violencia como algo material. Se niega a hacer un espectáculo del dolor de las víctimas. Y se niega a representar el horror bajo el atractivo de la explotación. En vez de eso, Valadez construye, a través de planos pacientes, la sensación no dicha del terror omnipresente. Una camioneta se empareja con otra en una autopista. Unos civiles montan un retén con patrullas en un camino olvidado. Un rancho abandonado lleno de cabras muertas de inanición en un corral. Algo siempre está presente y nunca se manifiesta. Esta película entiende tan bien el problema de la violencia en México porque no le confiere un rostro; porque no construye una narrativa de héroes y villanos; porque no la vuelve específica.

Valadez muestra la crisis que atraviesa México, desde hace tantos años, como algo inconmensurable y complejo. En este sentido, su película se acerca al documental de Everardo Trejo, La libertad del diablo y a otros intentos documentales como Los plebes, por ejemplo, de Eduardo Giralt Brun y Emmanuel Massu. Aquí, como en esas cintas, la violencia en México no se distingue de manera maniquea entre víctimas y victimarios, sino que intenta entender la complejidad y los motivos humanos detrás de la barbarie.

“Creo que es muy importante representar también a los victimarios.” Explica Fernanda Valdez. “Porque en la medida en que pensemos que estos fenómenos son un asunto entre gente malvada, no alcanzaremos a operar un cambio significativo. Eso no significa que no debamos exigir y demandar justicia para las víctimas. Eso es fundamental: los niveles de impunidad en México son verdaderamente alarmantes. Pero, en las causas de este fenómeno, hay generaciones de personas, de jóvenes, que son absorbidos por la vorágine de la violencia. Al entender qué lleva a un joven a cometer actos de brutalidad creo que está también la posibilidad de ir creando una sociedad distinta.”

Todo esto, por supuesto, se gesta en una investigación que no solamente explora los terribles testimonios de la crisis de violencia en México, sino que se alimenta de otros, muy complejos, procesos históricos.

“En el caso de Sin señas particulares”, explica Valadez, “parte del proceso de investigación fue acercarnos a momentos históricos en otras sociedades en donde ha habido una investigación muy profunda sobre los victimarios. El caso del Holocausto, por ejemplo, o del genocidio de Rwanda, que nos permite escribir lo que sucede con nuestros personajes.”

Recientemente, Tatiana Huezo presentó en Cannes su primera película de ficción, Noche de Fuego en torno a una madre que protege a su hija adolescente de la presencia cada vez más poderosa del narcotráfico en la Sierra de Guerrero. En esa misma edición del festival, la directora rumana Teodora Mihai presentó La Civil, una película que retrata la búsqueda de una madre cuya hija fue secuestrada en el norte de México. En Netflix, se estrenó hace unos meses el documental de Carlos Perez Osorio, Las tres muertes de Maricela Escobedo, sobre una madre que termina sufriendo un destino terrible por buscar justicia para su hija asesinada. Todas estas películas están hablando de un mismo dolor en diferentes casos particulares. Todas ellas se enfocan en el dolor de madres mexicanas.

En ese sentido, tenemos que preguntarnos sobre el impacto real del cine en nuestra sociedad. O, al menos, sobre cómo retratamos la violencia, sobre cómo representamos la tragedia cotidiana de México.

“Creo que hemos discutido mucho si el cine puede cambiar al mundo.” Termina Fernanda Valadez. “Creo que lo que puede hacer es cambiar nuestras emociones y nuestras percepciones sobre el mundo, y provocar discusiones en lo particular. Por lo demás, queda en nosotros, como sociedad, operar esos cambios.”

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