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El papel de los adultos mayores en la familia antes y ahora: “¿En qué mejor árbol me apoyaría?”

Día del abuelo: presentamos algunas estadísticas actuales de adultos mayores de México, así como las proyecciones a futuro para este grupo de población.

Séptimo día, último mes, antepenúltimo año del milenio… Aquel lugar era la meca del protocolo: sillas aterciopeladas para reyes y príncipes, hombres de frac, mujeres de gala exaltada, flores de celebración, trompetas y clarinetes listos para resonar en el mítico Palacio de los Conciertos de Suecia. La marcha en do mayor de Mozart anunciaba el inicio del evento.

Todo estaba dispuesto para premiar al gran soberano de las letras universales de ese año de 1998: un individuo de nombre José Saramago que escribía como los dioses; esos en los que nunca creyó, aunque soliera mencionarlos.

El escritor había pisado el escenario para recibir el premio Nobel de Literatura, pero era otra persona la que -en espíritu y con sobrado merecimiento- terminaría ocupando el lugar protagónico.

Entre tantos eruditos, críticos, políticos y letrados, fue un viejo campesino analfabeta de Portugal quien terminó inundando el lugar como una de las semillas más fértiles de aquel talento homenajeado.

Así comenzaba su discurso el inminente Nobel: “El hombre más sabio que he conocido en toda mi vida no sabía leer ni escribir. A las cuatro de la madrugada, cuando la promesa de un nuevo día aún venía por tierras de Francia, se levantaba del catre y salía al campo, llevando a pastar la media docena de cerdas de cuya fertilidad se alimentaban él y la mujer”.

Saramago hablaba de su abuelo, Jerónimo Melrinho, y de su abuela, Josefa Caixinha. Era el mejor momento para reconocer que, sin ellos, él no estaría ahí, en ese solemne momento, honrado por la Academia de Estocolmo y por el mundo entero.

El Nobel no pensaba muy distinto a los herederos de las grandes civilizaciones universales y, en particular, de las culturas indígenas que se han desarrollado por siglos en lo que hoy es México. Esos mundos místicos, donde los abuelos y los ancianos en general son vistos como los conocedores de la verdad, los consejeros, los líderes morales, los fundadores, los sanadores, los guías de rituales y los portadores del conocimiento ancestral y de las tradiciones más significativas. Esas comunidades donde las decisiones de los Concejos de Ancianos son consideradas sagradas; algo así como palabras grabadas en piedra.

Hueyitatas (náhuatl), ta tas (otomí), nooles (maya), palochis (rarámuri) y un largo etcétera fueron y siguen siendo los personajes admirados y respetados de nuestras etnias.

Sin embargo, en las sociedades contemporáneas, principalmente en las urbanas, las llamadas personas de la tercera edad han perdido parte de esta influencia mágica para convertirse en un grupo vulnerable, frágil y poco escuchado.

Esto a pesar de que cada vez son más las abuelas y los abuelos que apoyan en la crianza, en el cuidado e incluso en la manutención de sus nietos.

Son crecientes las poblaciones donde la noche ya no se puebla con las historias y los sucesos que abuelos como el de Saramago iban contando. El mismo escritor confesó alguna vez que, pese a la suerte de haber tenido a aquellos abuelos, cuando llegó su turno, él no aprendió la lección: “Yo no soy abuelo, solo tengo nietos. Y sé que soy un desagradecido porque sigo siendo el nieto de mis abuelos”.

En México, de acuerdo con el Instituto Nacional de Estadística y Geografía, hay más de 15 millones de personas de 60 años o más, el triple de lo registrado en 1990. Y el panorama está lejos de ser benévolo para ellos:

• Casi dos millones de adultos mayores viven solos.

• Alrededor de 47% vive en pobreza.

• Siete de cada diez enfrentan algún tipo de discapacidad o limitación, y un número considerable ha sufrido algún tipo de maltrato.

• Al igual que don Jerónimo, más de 2.4 millones de personas mayores (16%) en nuestro país no saben leer ni escribir. Y si atendemos a la proporción por género, el atraso es aún mayor en las mujeres.

• La tasa de participación económica de esta población no llega al 30% y casi la mitad trabaja por cuenta propia.

• Casi 3 millones (20%) no tienen acceso a servicios de salud, una deficiencia que se agudiza en Michoacán, Chiapas, Tabasco, Oaxaca, Guerrero, Estado de México y Puebla.

Si atendemos a la evolución de la pirámide poblacional en el planeta, en algunos años habrá varias alarmas encendidas. Entre 2020 y 2030, el porcentaje de seres humanos mayores de 60 años aumentará en 34%. En 2050, el mundo tendrá más de 2 mil millones de adultos mayores y cerca del 65% de ellos estará viviendo en países de ingresos bajos y medios. Este segmento de la llamada tercera edad será más numeroso que el de los jóvenes entre los 15 y los 24 años.

Como lo señala el Informe Mundial sobre el Envejecimiento y la Salud: “Serán necesarios cambios fundamentales, no solo en lo que hacemos, sino en la forma misma en que concebimos el envejecimiento”.

Parece que es tiempo de recuperar ese miramiento a los ancianos como vía de ennoblecimiento del que habló alguna vez José Martí. Se trata de una misión humana; de cuidar la simiente, de cultivar la sabiduría, de honrar la tradición y, sobre todo, de preservar la dignidad.

“¿Qué otra genealogía debe importarme? ¿En qué mejor árbol me apoyaría?”, se preguntaba José Saramago en aquella gran ceremonia de la Academia de las Letras al recordar su estirpe alimentada por “un abuelo berebere, llegado del norte de África, otro abuelo pastor de cerdos, una abuela maravillosamente bella, unos padres graves y hermosos, una flor en un retrato”.

Recordaba palabras escritas tres décadas atrás y las expresaba al mundo “pensando que no necesitaría explicar nada más para que se supiese de dónde vengo y de qué materiales se hizo la persona que comencé siendo y esta en que poco a poco me he convertido”.

De esa estatura es el legado de los padres de nuestros padres. Y de ese tamaño el desafío y la deuda con nuestros viejos.

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