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¿Cómo crecieron en la CDMX el narco y la violencia?

La violencia crece en la CDMX y aquí exploramos su relación con la entrada del narco a la Ciudad de México.

El 2016 fue el año más violento en la Ciudad de México desde 1997. Desde el fin de la década de los noventa no se tenía una tasa tan alta de homicidios dolosos. Comparado con el 2015, el homicidio aumentó más de 11%, el robo a casa habitación aumentó en un 13%, el robo a negocio en un 7% y el robo a transeúntes en un 9%…

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Parecía que el 2016 había alcanzado la cúspide de violencia en la ciudad. Pero nadie esperaba que el 2017 fuera aún peor. En 2018, hubo tres homicidios dolosos, 30 robos de vehículos, 58 robos a transeúntes y 18 a casa habitación cada 24 horas…

El homicidio doloso aumentó en más de 14% y el robo con violencia en casi 30% colocándolo 66% arriba de la tasa nacional. El robo a negocios aumentó en 12 de las 16 delegaciones y en la Cuauhtémoc y la Benito Juárez este crimen se disparó como nunca antes. La Cuauhtémoc lideró, el año pasado, el ranking delegacional en violaciones, robo a transeúntes y robo con violencia; la Benito Juárez, en robo a casa habitación y robo a negocio.

Otra delegación que tenía reputación de tranquilidad y viejo abolengo, la Miguel Hidalgo, ocupó el primer lugar en cinco de los diez delitos analizados por el informe del Observatorio Nacional Ciudadano.

El repunte de la violencia en la Ciudad de México es real y palpable. Además, se ha desplazado de colonias peligrosas o zonas marginales a los centros álgidos de intercambio económico y poder político de la capital mexicana.

Los dirigentes capitalinos han culpado a la estrategia de sexenios pasados en materia de seguridad, han culpado al nuevo sistema penal acusatorio y, hasta el mandato de Miguel Ángel Mancera, han negado rotundamente que existan problemas mayores, como la presencia de cárteles del narcotráfico en la Ciudad de México.

¿Pero es verdad todo lo que argumentan? ¿A qué se debe este repunte en la violencia? ¿Hay un solo motivo? ¿Cuál podría ser?

Violencia en el paraíso

En agosto de 2017, un video recorrió las redes sociales causando indignación. En la grabación se observa cómo tres asaltantes despojan de sus pertenencias a comensales que asistían al popular cine Tonalá en la colonia Roma.

Unos meses antes, dos hombres ingresaron al restaurante Alba 33, a solo unas cuadras del cine Tonalá. Le dispararon a una adolescente de 15 años y mataron a un guardia de seguridad que intentó frustrar el asalto que cometían.

En junio del mismo año, tres hombres entraron al restaurante “Parnita”, también en la colonia Roma, un domingo por la mañana, golpearon y amarraron a los empleados y se llevaron el dinero de las ventas del fin de semana. Eran cerca de 300 mil pesos y no han sido identificados los agresores.

Todos estos crímenes tienen una zona en común: el corredor Roma-Condesa, centro álgido de intercambio económico y vida nocturna en la Ciudad de México. Ese era el rumbo intocable, el rumbo en donde no había violencia e imperaba la tranquilidad. En esa zona no se hablaba de ejecuciones, ni de levantones ni de narcotráfico. Porque el delito de alto impacto en la capital del país siempre ha quedado marginado, por las autoridades, al viejo imaginario de algunas colonias peligrosas y otros lugares periféricos.

Sin embargo, entre 2013 y el 2017, la violencia en la Ciudad de México regresó a los niveles que se vivieron en 1997, el último año de gobierno priísta en la capital, cuando nació la moda de los secuestros express y la gente comenzó a vivir con miedo. Veinte años después hemos superado esos índices de violencia. Y el crimen ya no ha quedado circunscrito a algunas colonias de mala fama…

Lucha de plazas en la capital

En 2013, un sujeto apodado “El Chaparro” fue asesinado brutalmente a balazos afuera del Bar Black en la Condesa. Dos días después, como venganza contra este asesinato un grupo llamado “La Unión Insurgentes” secuestró en el Bar Heaven y asesinó, como venganza, a 13 jóvenes que pertenecían al grupo rival “La Unión Tepito”. Desmembraron los cadáveres y los arrojaron a un hoyo que cubrieron con cemento, asbesto, cal y amoniaco para luego cubrirlos con una gruesa capa de hormigón.

Este crimen llevó al desmantelamiento de “La Unión Insurgentes” por la detención de su jefe Joel Javier Rodríguez, alias “El Javi” y decenas de otros integrantes que acumularon sentencias de más de 500 años de prisión. Pero nadie pareció preguntarse más sobre quién tomaba el lugar de “La Unión Insurgentes” en el control del narcomenudeo del corredor Roma-Condesa. Nadie pareció preguntarse qué ocurrió con el grupo rival, “La Unión Tepito”.

Cuatro años después, cuando un operativo secreto de la Marina logró abatir al líder del Cártel de Tláhuac, Felipe de Jesús Luna, apodado “El Ojos”, varios medios comentaron el peligroso enfrentamiento que se avecinaba.

El grupo de “El Ojos” dominaba siete delegaciones al sur de la capital mientras que el grupo, mucho más poderoso, de “La Unión Tepito” llevaba décadas reforzándose en el centro y norte de la ciudad. El encuentro entre estos dos grupos podía ocasionar un enfrentamiento mayúsculo en la ciudad… y el operativo para capturar a “El Ojos” parecía una necesidad apremiante.

Pero paremos un momento a reflexionar sobre lo que estamos discutiendo: ¿un operativo de la Marina en plena Ciudad de México? ¿Narcobloqueos al sur de la capital para evitar la detención de un capo? ¿Un posible enfrentamiento por el control de plazas entre dos grupos que mueven droga, practican extorsión y secuestro?

El abatimiento de “El Ojos”, en noviembre de 2017, demostró que, más allá de las declaraciones de Miguel Ángel Mancera, es evidente que existen grupos de narcotráfico en la capital del país. Porque este tipo de escenarios, frecuentes en el norte del país, nunca se habían visto en la Ciudad. Y ahora parece que se destapa una vieja historia de grupos que se repartieron la ciudad y que ahora gozan de la libertad que confieren la discreción de las autoridades y la oscuridad de las calles.

Así entró el narco a la Ciudad de México

Las diferentes columnas del periodista Héctor de Mauleón y los videos de interrogatorio de varios narcotraficantes de alto perfil en la capital del país y sus alrededores (El Compayito, El Hongo, La Barbie, El J.J., entre otros) cuentan la historia del ingreso de grandes grupos delictivos a la Ciudad de México. Es una historia violenta y mucho más reciente de lo que se cree..

Todo empieza con el Cártel de los Beltrán Leyva. Arturo y su hermano Héctor controlaban un amplio corredor de distribución de droga entre Acapulco y la Ciudad de México. Eran narcotraficantes violentos y poderosos: tenían reuniones y acuerdos con capos del calibre del Chapo Guzmán, el Azul y Nacho Coronel. De hecho, servían como enlace entre ellos y la imprevisible violencia de los Zetas.

Entre sus operadores en la Ciudad de México y los alrededores (particularmente zonas conurbadas del Estado de México y el sur de la capital) se encontraban La Barbie, El Indio y el J.J.. También estaba por ahí un sicario que había sido policía ministerial y soldado en La Paz y policía municipal en Los Mochis, apodado El Compayito.

Este hombre, descrito por alguno de sus colegas como “loco, loco, loco” fungió como jefe de sicarios, chofer y jefe de seguridad para Arturo Beltrán Leyva hasta su muerte en 2009 en un operativo en Cuernavaca. El Compayito entonces se fue con La Barbie. Pero La Barbie cayó detenido (o se entregó, como piensan algunos) y el Indio también cayó. La estructura de los Beltrán Leyva se desarticulaba y El Compayito vio una oportunidad.

Se fincó en la Ciudad de México y empezó a controlar el tráfico de drogas en el sur de la capital. El J.J. le hizo una propuesta jugosa: unirse para correr a los otros cárteles y quedarse con toda la Ciudad de México. Pero El Compayito despreciaba al J.J., lo llamaba un “hijo de papi que no había peleado ninguna guerra”. Así que le declaró la guerra; a él y a muchos otros, incluyendo a “El Hongo” que distribuía piedra en Ecatepec y el Estado de México.

Formó entonces su propio grupo criminal llamado “La mano con ojos” en referencia a su propio apodo y por la sonoridad macabra del mote. La especialidad de El Compayito era la decapitación. Le gustaba mutilar él mismo a sus víctimas con cuchillos y sierras. Cuando lo detuvieron en Tlalpan, admitió haber matado con sus propias manos a 300 personas y haber ordenado la ejecución de otras 300. Actualmente está detenido en el penal del Altiplano.

Sin embargo, después de su detención y la del J.J, quedaron remanentes de “La Mano con Ojos”. Uno, en particular, se adueñó de la delegación Tláhuac gracias a un complejo entramado de relaciones políticas. Se le apodó “El Ojos” y todos lo conocían en el barrio con “Felipe”. Durante años y bajo el beneplácito del Jefe Delegacional, Rigoberto Salgado del PRD, primero, y luego de Morena,”El Ojos” consolidó uno de los cárteles más poderosos de la ciudad.

Millones de dólares en drogas, extorsión y secuestro circulaban por sus arcas y se dice que tenía conexiones financieras con el Cártel de Durango. O, al menos, eso se supo con la detención de uno de sus operadores financieros que movía millones de dólares en drogas a través de la ciudad hacia el norte del país.

Mientras se consolidó este Cártel en el sur de la Ciudad, “La Unión Tepito” siguió creciendo. Pero Tepito es como un perro bravo, dicen, y nadie lo puede acabar de domar. El Cártel más poderoso de la Ciudad estaba todavía partido por divisiones hasta que Roberto Fabián Miranda, alias El Betito, asesinó, presuntamente, el 11 de octubre 2017, al líder fundador Francisco Javier Hernández Gómez, “Pancho Cayagua”.

Los colaboradores de “Pancho Cayagua” fueron cayendo uno a uno hasta que El Betito se quedó con el control total del barrio. Ahora, “La Unión Tepito” tienen lugartenientes que controlan diferentes zonas: El Micky controla Tepito y el Centro; El Chori, la Merced; El Brayan, El Perro y El Manzana, la Guerrero; El Huguito y El Elvis, Santo Domingo y el Centro; El Pelón, la Venustiano Carranza. Narcomantas, ejecuciones en la vía pública, extorsiones a comerciantes, venta de droga y control de puntos, son algunas de las tareas que realizan entre poco más de cincuenta personas.

Los integrantes de este grupo son conocidos en el Centro por levantar a comerciantes y llevarlos a predios, edificios o departamentos que han invadido o usurpado. Ahí, con las manos atadas y la cara encapuchada, los torturan con ácido o soplete para que accedan pagar un derecho de piso semanal por operar en su zona. Son lugares conocidos, como el número 62 de la calle de Paraguay en donde presuntamente opera El Huguito.

En 2017, los vendedores ambulantes de Girón y Peña y Peña y Lecumberri comenzaron a recibir un video en el que aparecía su líder Jaime Vázquez Mendoza, baleado en un coche, agonizando. Los sicarios de “La Unión Tepito” lo grabaron después de dispararle ocho tiros. Era una forma de amedrentar al resto. También han levantado a sexoservidoras del centro para cobrarles derecho de piso. Todos los negocios de la zona parecen controlados por este grupo que ha ramificado mucho más allá del narcotráfico sus actividades delictivas.

Las cifras de delito en la ciudad son sin duda impactantes pero, considerando todo lo anterior, ¿podría sorprendernos que muchas víctimas no denuncien nada a las autoridades?

Una ciudad sin paz

En 2016, México Evalúa hizo una demarcación de las ocho calles más peligrosas de la Ciudad de México. Una de ellas está en Iztacalco, cerca del INFONAVIT Iztacalco. En esas zona hay un robo cada siete horas. Muchos de ellos son con violencia y algunos terminan en disparos, heridos o muertos. Los habitantes de la zona viven con miedo y las tiendas Coppel que abundan en el área son constantemente saqueadas.

En Iztapalapa, en 2018, hubo una ola de secuestros que parecían no tener patrón fijo. En las inmediaciones de Santa Martha Acatitla, secuestraban a padres que iban a dejar a sus hijos a la escuela, señoras de la tercera edad entrando a sus casas, gente de toda clase y de toda procedencia.

Los secuestradores se llevaban a las víctimas al azar, les pedían 500 mil pesos, se conformaban con lo que les dieran o, si no, las mataban. A una de sus víctimas la encontraron todavía viva, macheteada, en una bolsa de plástico. Murió en la ambulancia que lo llevaba al hospital.

El grupo delictivo que operaba ahí fue desarticulado: eran jóvenes de menos de treinta años, adictos, que se empezaron a dedicar al secuestro. Dos de ellos, al parecer, también vendían drogas bajo la fachada de conductores de Uber.

Estos hechos delictivos no tienen nada que ver con las grandes organizaciones criminales que operan en la Ciudad de México. Como tampoco tienen que ver los robos constantes en el Metro Cuatro Caminos o los asaltos diarios en el transporte público al norte de la ciudad. O los constantes feminicidios que se procesan mal y que quedan, en su mayoría, impunes.

El aumento de la violencia en la capital mexicana puede entonces atribuirse a muchas causas y no hay una sola razón ni un solo culpable.

¿Se trata del nuevo sistema penal acusatorio? Es posible, aunque también hay voces que se niegan a aceptar esta hipótesis.

¿Se trata de la fallida estrategia de seguridad nacional que empezó Felipe Calderón en 2008? Es posible, también…

Lo que es cierto es que las autoridades de la capital mexicana se niegan a aceptar el enorme problema al que se enfrentan todos los capitalinos. Una delegación, como la de Tláhuac, tenía tal grado de infiltración del narcotráfico en su funcionamiento burocrático que parecía uno de los municipios de Michoacán o del Norte del país en los que el narco es ley.

El Centro Histórico es la confluencia de poder económico y político de la capital y las extorsiones, secuestros e intimidaciones son el pan nuestro de cada día para los comerciantes que ahí se instalan. Parece impresionante que se puedan llevar secuestrados a 13 jóvenes, a cuatro cuadras de Reforma, para desmembrarlos y enterrarlos en concreto.

Sin embargo esta es la realidad de la capital mexicana. Y los primeros meses del 2018 no fueron nada prometedores. En este breve periodo de tiempo se superaron todos los niveles de violencia del 2017, es decir, del año más violento en dos décadas.

En enero de 2017 hubo 15,736 delitos del fuero común denunciados; 14,805 en febrero; y 16,429 en marzo. El mes más conflictivo del año pasado fue octubre con 18,849 denuncias.

En enero de 2018 hubo 17,225 delitos denunciados; 17,100 en febrero; y la preocupante cifra récord de 19,022 en marzo…

Las cifras más recientes no son prometedoras: entre enero y noviembre de 2019 hubo 1,297 asesinatos en la CDMX, se abrieron 165 carpetas de investigación por secuestro, se denunciaron 9,827 autos robados y 16,235 robos a transeúntes (del cual el 85% fue con violencia), y hubo 813 carpetas de extorsión (principalmente a comerciantes del centro por La Unión Tepito y la Anti-Unión).

Este año, en plenas calles de la Ciudad de México, el secretario de seguridad ciudadana, Omar García Harfuch, sufrió un atentado presuntamente perpetrado por el Cártel Jalisco Nueva Generación.

Es por eso que debemos preguntarnos sobre las razones profundas de este aumento considerable del delito. Y, mientras las encontramos, obligar a las autoridades a admitir que aquí, por decir lo menos, aquí hay un grave problema.

 

Ilustración principal: @esepe1

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