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Dorian Gray y los mexicanos: ¿La vanidad podría ser buena para tu salud?

A partir del Retrato de Dorian Gray de Oscar Wilde, abordamos cómo la vanidad es un vicio con beneficios para la salud.

Seguro habrás leído en alguna ocasión que tomar una cerveza al día reduce el riesgo de tener un derrame cerebral, o que una copa diaria de vino rojo nos ayuda a combatir las enfermedades cardiovasculares, o que incluso el whiskey hace algo por prevenir el cáncer. Pero alto, no salgas corriendo a la tienda de vinos y licores todavía. Una cerveza de 600 ml hace maravillas para el organismo humano pero cualquier beneficio a la salud se va directo al mingitorio cuando uno se toma cuatro caguamas en una noche de fiesta.

No obstante los estudios desmitificadores que han sido publicados, nadie toma vino, whiskey o cerveza por razones de salud. El objetivo detrás del consumo de alcohol reside más bien en el placer, sensación que se puede volver adictiva en los excesos. El bagaje católico de nuestra cultura nos ha inculcado desde la infancia que todo placer de los sentidos deriva en el vicio; por lo tanto, el deleite pecaminoso debe ser eliminado del entorno y aquellos que caigan en la tentación tendrán que ser rescatados, o en su defecto, marginados.

La vanidad también es un vicio, o sea, un pecado con beneficios.

Un ejemplo. Si vas a un gimnasio y le preguntas a todas las personas de menos de 40 años de edad la razón por la que hacen ejercicio, ¿qué crees que te respondan? ¿Para mejorar su cardio? ¿Para alargar su esperanza de vida? No, en serio, ¿para qué? En su polémico ensayo, la escritora Lionel Shriver destapó una verdad que a nadie le gusta admitir con palabras, pero bien que nos gusta presumir con selfies. La razón que motiva a los jóvenes a salir a correr o a inscribirse en un gym es muy sencilla: simplemente quieren verse bien. Y no hay pena en eso. Es perfectamente normal.

Más adelante voy a elaborar sobre lo que uno quiere decir en realidad cuando desea “verse bien”. Por ahora hay que tener en mente lo que decía Winston Churchill sobre la vanidad, “aquel vicio que promueve tantas virtudes”. Si tu meta en seis meses es conseguir ese estómago de lavadero que tanto envidias en los demás, la buena salud es un efecto secundario bienvenido.

Pero recuerda, la vanidad sigue siendo un vicio y del otro lado de la moneda hay un monstruo que al menor descuido, podría devorarte. Así como el alcohol, el peligro de la vanidad yace en los excesos, y caer en ese terreno no es tan difícil. Imagina que el vicio es un trato con el Diablo. A cambio de belleza y atracción física nos volvemos vanidosos, pero no hay daño si el vicio se maneja en pequeñas dosis.

Ahora bien, ¿qué pasa entonces cuando el placer nos consume, cuando se vuelve nuestra única razón para despertar cada mañana?

EL RETRATO DE DORIAN GRAY

“La belleza es una forma de genio; es más elevada que el genio, de hecho, ya que no requiere explicación.”

¿Te imaginas ser joven por toda tu vida? A qué cuarentón no le gustaría retener la misma energía y buen parecido de cuando tenía 18 años. Tal es la premisa que nos propone El retrato de Dorian Gray. Juventud y belleza por siempre, ¿pero a cambio de qué?

Nuestro personaje principal, ya de por sí dotado con una gracia extraordinaria, se resigna a ser retratado por un amigo pintor que lo idolatra. Cuando el joven Dorian puede contemplar por primera vez la obra terminada, queda tan estremecido con su propia belleza (acentuada por el poder inherente al arte) que termina lamentando su trágica brevedad.

Qué tragedia que una flor en una pintura pueda quedar suspendida en el eterno presente, conservando su esplendor mientras su contraparte en la vida real debe marchitarse con el paso del tiempo. En ese momento, Dorian Gray desea intercambiar su alma por la fortuna de invertir esta situación. Que la figura del cuadro sea la que se someta a los cambios de la edad, y que su cuerpo de carne y hueso goce de perpetua juventud y belleza (algo así como un Photoshop a la victoriana). Al poco tiempo descubre que su deseo se cumple.

Oscar Wilde en 1884 (Hulton Archive/Getty Images)

En su primera y única novela, Oscar Wilde le dio su toque a la narrativa gótica de la época (finales del siglo XIX). El retrato de Dorian Gray hubiera sido un relato fantástico entretenido, aunque superficial, si no fuera por la fuerte carga filosófica entre sus páginas y los divertidos epigramas del autor (varios de ellos en esta columna entrecomillados). El escritor irlandés le inyecta a su historia los principales puntos de su discurso estético, mismo que se refleja en las ideas de Lord Henry Wotton, por mucho el personaje más fascinante de la novela. Su inclinación por la polémica ilumina la mente ingenua de Dorian Gray sobre temas relacionados a las artes, las relaciones amorosas o la juventud eterna (“Para recuperar la juventud, uno solo tiene que repetir sus locuras”).

En este sentido, El retrato de Dorian Gray es una novela filosófica, aunque como novela en sí, el lector se queda con un cuento de 30 páginas alargado a 150 páginas (no por nada no hay una adaptación cinematográfica que valga la pena). Al igual que Frankenstein de Mary Shelley, la crítica nunca ha perdonado a Wilde por todos los defectos técnicos en la estructura (solo basta echarle un vistazo al tedioso capítulo 11), pero el magnetismo de su planteamiento y su capacidad para ser tan citable han permitido que Dorian Gray y su retrato hechizado permanezcan vigentes en la modernidad, por lo menos como referencia popular.

“Eco y Narciso” de John William Waterhouse (Instituto Cultural de Google, Dominio público, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=21878879)

LA SELFIE DE DORIAN GRAY (LECCIONES PARA MILLENNIALS)

“La única opinión que escucho con respeto estos días es la de gente más joven que yo. Es como si estuvieran delante de mi. La vida les ha revelado su maravilla más reciente.”

Así como Dorían Gray quedó maravillado por su propia belleza al contemplarse en una pintura, en la mitología griega Narciso quedó encantado al ver su reflejo por primera vez en el agua (tanto que termina ahogándose). Algo similar ocurre en la actualidad cada segundo, aunque se prescinde de la moraleja. Hoy se estima que los usuarios de redes sociales se toman y comparten un millón de selfies por día.

Por más que los líderes de opinión critiquen a la generación millennial por su aparente obsesión por estos autorretratos digitales, recordemos que la gente ha estado atenta a los detalles de su propia apariencia desde la primera persona que se vislumbró ante un espejo. Cierto, habrá que preocuparse del amigo, familiar o contacto que sube una selfie cada dos horas y su evidente carencia de autoestima, pero la gran mayoría no tiene de que apenarse si de vez en cuando arroja su cara al muro de Facebook.

¿Por qué hacemos esto?

Sin tener que profundizar en el análisis psicológico, no es porque uno esté enamorado de sí mismo. Si fuera así, no habría necesidad de compartirse a uno mismo con el resto del mundo. Bajo esta circunstancia, hay que recordar que narcisismo no tiene el mismo significado que vanidad.

El ser humano es un animal que requiere de la compañía de sus pares. Para lograr esta meta, desarrolla un gusto por la experiencia y difusión de placeres. Contamos historias para entretenernos, hacemos arte para transmitir emociones y compartimos objetos bellos para admirarlos. Buscamos que el prójimo pueda sentir algo similar a lo que sentimos nosotros, en parte porque queremos revivir la experiencia de sublimidad en la percepción del otro, y también porque se fortalece el vínculo que hay entre unos y otros. Tal es el poder de los placeres.

En este contexto, una persona que se sabe atractiva considera que es su deber compartir su belleza en un foro público. Anhela que sus contactos puedan apreciar lo que esa persona aprecia en sí misma cuando se ve en el espejo: el placer estético de su figura.

Digamos, ¿por qué te tomas el tiempo de arreglarte antes de salir a una fiesta con tu pareja? No se trata de despertar un deseo sexual en los demás invitados (aunque a menudo ésta es una consecuencia inevitable) sino una difusión vanidosa de la belleza humana que radica en ti. Así como dice Lord Henry, la persona se vuelve arte en sí misma, digna de admiración y elogio.

LAS TRAMPAS DE LA VANIDAD

“Cualquier cosa se vuelve placer si se hace con frecuencia.”

A todos nos gusta ser recipientes del reconocimiento ajeno, y cuando vemos estos halagos tomar la forma de likes, favs o swipes, no es raro que alguien caiga en la adicción de los excesos. Afortunadamente, el problema no es tan serio como para que merezca un centro de rehabilitación. Además, la tecnología avanza tan rápido que al poco tiempo surge un nuevo fenómeno que cautiva la atención de los jóvenes en la red.

Dicho sea esto, cabe mencionar que, al querer comercializar la vanidad, las fuerzas del mercado a veces nos presentan nociones falsas de lo que es “ser atractivo”. Nos hacen creer en estándares de belleza que son inexistentes o que son imposibles de alcanzar. La aristocracia del espectáculo (digamos, Kim Kardashian, para darle un rostro a este mal conocido) hacen de la vanidad un juego frívolo, por no decir una competencia. Ante el fracaso o el esfuerzo de querer emular una belleza que no les pertenece (en lugar de buscar la propia), entonces sí pueden llegar a manifestarse problemas más serios, como trastornos alimenticios o casos de depresión.

También hay que agregar que gracias a las herramientas proporcionadas por Facebook, Instagram, Snapchat y demás, en este siglo ha sido posible impulsar la vanidad a una escala global. No solo eso, programas de software como Photoshop, After-effects, y ya sin mencionar todos los filtros de acceso fácil en las apps, han permitido que la belleza sea cosa de un retoque en cuatro o cinco clicks, o sea, una mera ilusión óptica en dos dimensiones.

¿VANIDAD AL RESCATE?

En 2017 se dio a conocer que México es el país con la tasa más alta de obesidad en adultos de toda América Latina. Estamos hablando de 3 de cada 10 adultos mexicanos que padecen, no sobrepeso, sino obesidad (hace unos meses se supo que 7 de cada 10 sufren sobrepeso).

Estos días, se dice que es políticamente incorrecto criticar a una persona por su peso (fat shaming le dicen en inglés). Incluso está mal visto usar la palabra “gordo” en un foro público. Poniendo a un lado los casos extremos, si criticas a una persona porque “su condición” lo hace más susceptible a tener un paro cardiáco o padecer diabetes, entonces no estás siendo políticamente incorrecto, estás tratando de advertirle que su vida está en peligro (aunque, claro que cabe preguntarse: ¿Cuál es el límite?, ¿dónde está la frontera entre preocuparse por la salud de alguien y querer humillar?).

Ahora bien, uno entiende de dónde surgen estos números. En este país, es más fácil, más barato y más rico comer chatarra que comer saludable. Por ejemplo, te cuesta menos comer pastelillos prefabricados, papas fritas, y refresco que una comida nutritiva cocinada por ti mismo. A todo esto hay que agregarle la ubicuidad de comida rápida y fritangas en las calles de centros urbanos.

A México le importa un comino estar saludable (eso lo podemos ver en la cantidad de dinero que gasta el gobierno mexicano en salud y lo que gastan gobiernos como el alemán o el inglés y en las políticas que se aprueban para regular el acceso a la comida chatarra). Si no es por medio de una buena inversión pública y una acción coordinada entre sociedad y gobierno: ¿qué será lo que salve a México de las enfermedades y problemas económicos que traerán estos números cada vez más altos de obesidad?

Si el mexicano es tan orgulloso como aparenta ser, tal vez deberíamos pegarle donde más le duele: su vanidad. Todos nos queremos ver en el espejo con orgullo y nos queremos ver bien ante los demás, como alguien que se tiene respeto a sí mismo y quiere emprender su vida con la misma energía de cuando tenía 18 años. No es cosa fácil, pero nuestra salud depende de ello, porque si lo vemos así, la vanidad -bajo una dosis moderada- puede ser una herramienta que impulse a las personas a mejorar su calidad de vida.

En palabras de Lord Henry a Dorian Gray:

“El objetivo de la vida es el auto-desarrollo. […] Estos días, la gente se tiene mucho miedo a sí misma. Han olvidado el más importante de todos los deberes, el deber que uno se debe a sí mismo.”

Texto: @ShyNavegante

Ilustración principal: @ponchobot

Esta nota fue publicada originalmente en octubre de 2017.

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