Comienza noviembre y en México no se le llora a la muerte, no se sufre, se le celebra. Desde hace más de tres mil años, los antiguos mexicas, los mayas y los purépechas veneraban a sus difuntos.
Cráneos humanos como trofeos eran utilizados para los rituales que simbolizaban la muerte, pero al mismo tiempo el renacimiento.
Hoy la fiesta de la Catrina comienza el 1 de noviembre con ofrendas llenas de flores de cempasúchil, incienso, copal, papel picado, dulces y chocolate caliente para recordar a los infantes que murieron y se extiende al dos de noviembre con la llegada de todos los fieles difuntos y para quienes ya les espera su comida favorita y bebidas.
Al sur de la Ciudad de México, el Día de Muertos en Mixquic reúne a todos los miembros de la familia, comienza el 31 de octubre y se alberga al 3 de noviembre. Se colocan ofrendas monumentales para agasajar las almas de los fallecidos y en el panteón de este pueblo originario de la delegación Tláhuac se realiza la tradicional alumbrada en donde se apagan todas las luces para que solamente los cirios colocados en las tumbas iluminen el lugar.
‘En este mundo matraca, de morir nadie se escapa’ y es en Michoacán donde los ritos en torno a la muerte son más coloridos, sobre todo en las regiones de Pátzcuaro, Tzintzuntzan, Janitzio, Jarácuaro, Ihuatzio y Tzurumútaro.
Además de los altares de muertos, la gente acude al panteón general de Oaxaca para adornarlo con más de dos mil 500 veladoras.
En el 2008, la Unesco declaró el Día de Muertos en México como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad.
Con información de Arely Melo
LSH