SALUD

Crónica de la pandemia que paralizó 2020: Historia del COVID-19

El mundo hubiera querido que las imágenes fueran ficción, pero fueron y siguen siendo parte de un 2020 que unificó casi todos los rincones del planeta bajo un solo concepto.

Este 31 de diciembre se cumple un año de que China notificó oficialmente a la Organización Mundial de la Salud los casos de una enfermedad respiratoria, hasta ese momento desconocida, y que ahora rige buena parte de lo que ocurre en el mundo.

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Para entender la dimensión de esta pandemia, conviene recordar los números: Al día de hoy, hay más de 82 millones de contagios confirmados de COVID-19 a nivel mundial. Un millón 803 mil 942 fallecimientos y más de 46.6 millones de personas recuperadas.

Es parte del recuento que En Punto presenta con los acontecimientos más destacados del año

“Hemos visto esto a lo largo de nuestra historia. Pero esto se ha vuelto más profundo debido al hecho que más personas están muriendo por esta enfermedad”, declaró Bill de Blasio, alcalde de Nueva York.

El mundo hubiera querido que las imágenes fueran ficción, pero fueron y siguen siendo parte de un 2020 que unificó casi todos los rincones del planeta bajo un solo concepto.

“Hemos llegado a la conclusión de que el COVID-19 puede considerarse una pandemia. Estamos profundamente preocupados tanto por los alarmantes niveles de propagación y gravedad”, reconoció Tedros Adhanom Ghebreyesus, director de la Organización Mundial de la Salud (OMS)

A finales de diciembre de 2019, China identificó una red de contagios de al menos mil personas que no respondían al tratamiento de una neumonía común. El 31 de diciembre alertó a la Organización Mundial de la Salud que esos contagios eran “controlables y prevenibles”. No fue así.

Se trató del inicio de una serie de contagios aún más grande, por lo que las autoridades de ese país tuvieron que imponer severas restricciones.

“Intentar contener una ciudad de 11 millones de personas es algo nuevo para la ciencia, esto no se había intentado antes como una medida de salud pública”, señaló Gauden Galen, representante de la OMS en China.

Hubo esfuerzos insólitos, como la construcción, en tan solo una semana, de un hospital con capacidad para mil pacientes en la ciudad de Wuhan, epicentro de los primeros contagios, que provocaban este tipo de reacciones.

Poco a poco se fueron reportando casos en más países de una enfermedad que pronto tuvo nombre: COVID-19. “Co” de coronavirus, “Vi” de virus, “D” de “Disease”, enfermedad en inglés, y el número “19”, el año en que fue detectada.

“Nuestra preocupación más grande es que el virus se extienda a países con sistemas de salud débiles y que no estén preparados para enfrentarse a ella”, apuntó Tedros Adhanom Ghebreyesus, director de la OMS.

Este temor tenía argumentos. El principal, no conocer las consecuencias de una propagación vertiginosa: primero en China, después a regiones del norte de Italia, después a España, Estados Unidos y de ahí al resto del mundo en menos de tres meses.

En ese momento, cualquier medida como los confinamientos de ciudades enteras, toques de queda, suspensión de eventos masivos, retraso en sucesos de magnitud global como los juegos olímpicos, algo que solo se había visto durante la guerra, parecía exagerada o que duraría poco tiempo. Fue todo lo contrario.

Los cierres de ciudades y tener a millones de personas confinadas en sus casas, o bien, obligadas a mantener medidas de distanciamiento social en público, pronto mostraron sus rostros: desempleo, crisis económica, sistemas de salud precarizados y rebasados.

Sociedades acorraladas por la incertidumbre; tensas, violentas y que mostraron realidades denigrantes, como la de las residencias de ancianos en España, dentro de las cuales se detectaron miles de cadáveres o las actitudes de estadounidenses incrédulos, una vez levantadas las restricciones para reactivar la economía.

Las distintas respuestas de los gobiernos a este desafío global tuvieron sus consecuencias.

“Hoy no hay casos activos en Nueva Zelanda”, dijo Jacinda Ardern, primera ministra de Nueva Zelanda el pasado 8 de junio.

En cambio la canciller alemana Angela Merkel reconoció:

“Lo siento, lo siento desde el fondo de mi corazón. Pero si el precio que pagamos es 590 muertes por día, en mi opinión es inaceptable”.

La reina Isabel II destacó en su mensaje:

“Debemos consolarnos de que si bien es posible que tengamos más que soportar, volverán días mejores, nos volveremos a encontrar”.

Jair Bolsonaro, presidente Brasil señaló:

“Lamento los muertos, lamento. Todos nos vamos a morir un día/. Hay que dejar de ser un país de maricas”.

Donald Trump, presidente Estados Unidos sostuvo:

“Nuestra gente quiere regresar a trabajar. Se lo oigo. Se lo oigo fuerte y claro a todos. Esto es Estados Unidos de América”..

Se logró, quizá, el único consenso: la revalorización de todo el personal de salud, llamados héroes en sus países y reconocidos por estar en la llamada primera línea.

También fuimos encontrando puntos de empatía, como los llamados a la solidaridad.

Celebrar la recuperación de pacientes, que en cifras globales representa más de la mitad de los contagios registrados.

“A tener confianza en la ciencia y, a redescubrir la importancia para la humanidad, del cuidado solidario y la empatía”, comentó un paciente español recuperado de COVID.

A horas de cumplirse un año del primer reporte oficial de este coronavirus, el mundo habla de segundas y terceras oleadas, nuevas variantes, mas contagiosas, posibles nuevos confinamientos o una vida más distante.

“En los últimos 12 meses, nuestro mundo se ha puesto patas arriba. Los impactos de la pandemia van mucho más allá de la enfermedad en sí. Cualquier esfuerzo por mejorar la salud humana está condenado al fracaso a menos que aborde la interfaz crítica entre humanos y animales. La historia nos dice que esta no será la última pandemia, y las epidemias son una realidad”, expuso Tedros Adhanom Ghebreyesus

Pero sí puede ser la única pandemia que nos toque vivir bajo estas circunstancias.

Mientras las recientes vacunaciones abren una esperanza, seguir los cuidados mínimos y ser solidarios entre nosotros, serán las certezas que nos protegerán de volver a vivir tiempos de pesadilla.

Con información de En Punto.

LLH