ENTRETENIMIENTO Y ESPECTáCULOS

Así se vivió el festival Vive Latino, donde todo es para todos

Alguna vez fue un puberto inquieto, curioso y “desmadroso”, pero ha cumplido la mayoría de edad, ahora es millennial que de vez en vez camina por el lado salvaje de la vida. Es el Vive Latino, un festival de música para jóvenes, cada vez más viejo, cada vez más caro.

Aquí están los de la Pantitlán, los de la Condesa, los de Iztapalapa, los de la Del Valle. La “puritita” banda, los fresas irredentos, los hipsters pretenciosos, los “frikis” incomprendidos y también estamos los mismos viejos de siempre, qué se le va a hacer.

Pero estos millennials, que a lo mejor se fuman un “churro” o se toman una cerveza, bueno, la verdad es que muchas, pero que tanto es “tantito”.

Son los mismos jóvenes que salieron a las calles cuando su ciudad se fracturó. Los mismos que no dejaron a nadie atrás. Los mismos que levantaron los escombros con el puño alzado.

Así que este fin de semana participaron en una orgía de sonidos, de todos los colores y todos los sabores. Porque solo aquí son capaces de alcanzar el cielo.

Se apretujan, cantan y se contonean. Cuerpos sudando hormonas que se encuentran o se extravían.

Esta es una arena donde todo es para todos, todos son iguales, porque comparten el mismo futuro incierto y un coraje siempre incomprendido, pero que logran exorcizar en un buen y siempre salvaje “mosh pit”.

Otra vez ese ritual del caos, impredecible pero amoroso, incontrolable pero incluyente. Así es el Vive Latino.

Empezamos con Los Pericos desde Argentina y ese reggae inconfundible que cada vez extraña menos a Bahiano.

Es turno del Panteón Rococo, que con las banderas de Saint Pauli revientan el Foro Sol. Ska desde el corazón, siempre combativo.

“México, me ha dado todo, todo, literal, aunque suene correcto”, dijo Fito Páez, que marcó a toda una generación, sigue haciendo de las suyas, con más canas pero con las mismas ganas.

Suena el “Yo digo baila, bailemos dices dance” de Camilo Lara y su Instituto Mexicano del Sonido, que mezcla la cumbia y los ritmos latinos con sonidos electrónicos.

Noel Gallagher y su nostalgia del futuro, que suena entre los ecos de “Dont´t look back in anger”.

Los Amantes de Lola nos recuerdan los finales de los 80, cuando muchos gritábamos “que me dejes beber de tu sangre”.

Damon Albarn, ese genio de la música y sus Gorrillaz, estallan en el Vive Latino, revolución musical con todo y su “hype”, que se arriesga en sus fusiones y se burla de los falsos profetas de la era del pop. Probablemente uno de los mejores momentos en el escenario.

Pero la noche es de “Moz”, ese viejo Peter Pan del rock, enemigo acérrimo de la monarquía que aún conserva su carácter pendenciero y esa personalidad ambigua, soberbia y vanidosa.

Morrissey sigue cantando con la fatalidad que tienen las buenas canciones de amor, con esos “versos que tienen un asesino entre líneas”, reflejo de quienes suelen pasar desapercibidos.

Morrissey es lo que queda de esa nostalgia llamada “The Smiths”, una semilla que desde Manchester sigue germinando.

Nosotros nos vamos tratando de entender ese misterio que nunca se resuelve. Pero la nota no es Morrissey o Gorrillaz o Gallagher, la nota está en lo que sucede abajo del escenario, donde más de 200 mil almas de jóvenes a veces iracundos, convivieron en paz.

En su mayoría millennials que quizá no saben lo que quieren, pero sí lo que necesitan.

Con información de Alberto Tinoco

MLV