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ARTE Y CULTURA

La leyenda del Popocatépetl e Iztaccíhuatl

Esta es la leyenda del Popocatépetl e Iztaccíhuatl.

También conocida como la leyenda de los volcanes, la historia del Popocatépetl e Iztaccíhuatl es un elemento de gran popularidad de la cultura de nuestro país.

De acuerdo con la mitología mexicana, Iztaccíhuatl fue una princesa que se enamoró de Popocatépetl, uno de los guerreros de su padre, llamado Tezozómoc, quien mandó al hombre a una batalla a Oaxaca con la promesa de que si salía victorioso y le traía la cabeza de su enemigo, le daría a su hija.

Popocatépetl venció al enemigo y trajo su cabeza de vuelta; fue recibido con un festín, sin embargo Iztaccíhuatl murió.

Con el corazón destrozado, el guerrero llevó el cuerpo de la princesa y lo depositó en una cama de flores en el monte, ahí los dioses la convirtieron en volcán. Popocatépetl regresó con una antorcha para velarla y juró que ningún huracán apagaría el fuego con el que la custodia. Entonces los dioses también lo transformaron en volcán.

Según otra versión, Popocatépetl e Iztaccíhuatl no fueron convertidos en volcanes sino que sus cuerpos fueron cubiertos por la nieve.

Mientras que en otra variación del relato, Iztaccíhuatl era una princesa que estaba enamorada de un guerrero. Sin embargo su amor no podía concretarse, ya que al ser ella la más hermosa hija de Tezozómoc, su padre pensaba sacrificarla a los dioses para obtener ricas cosechas. Para lograr su cometido, el padre de Iztaccíhuatl mandó a Popocatépetl a la guerra y, en su ausencia, hizo que su hechicero convirtiera a la princesa en un volcán. Al encontrarla en ese estado, el combatiente pidió a los dioses que protegieran a la princesa y la cubrieron de nieve, mientras que él se convirtió a sí mismo en volcán.

Existe múltiples versiones de la historia transmitidas de generación en generación por medio de canciones, leyendas y poemas.

Poesía

El autor peruano José Santos Chocano, basado en estas narraciones, escribió el poema ‘El Idilio de los Volcanes’, mostrado a continuación.

El Ixtlacíhuatl traza la figura yacente de una mujer dormida bajo el Sol. El Popocatépetl flamea en los siglos como una apocalíptica visión; y estos dos volcanes solemnes tienen una historia de amor, digna de ser cantada en las compilaciones de una extraordinaria canción.

Ixtlacíhuatl hace miles de años fue la princesa más parecida a una flor, que en la tribu de los viejos caciques del más gentil capitán se enamoró. El padre augustamente abrio los labios y díjole al capitán seductor que si tornaba un día con la cabeza del cacique enemigo clavada en su lanzón, encontraría preparados, a un tiempo mismo, el festín de su triumfo y el lecho de su amor.

Y Popocatépetl fuése a la guerra con esta esperanza en el corazón: domó las rebeldías de las selvas obstinadas, el motín de los riscos contra su paso vencedor, la osadía despeñada de los torrentes, la acechanza de los pantanos en traición; y contra cientos y cientos de soldados, por años gallardamente combatió.

Al fin tornó a a tribu (y la cabeza del cacique enemigo sangraba en su lanzón). Halló el festín del triunfo preparado, pero no así el lecho de su amor; en vez de lecho encontró el túmulo en que su novia, dormida bajo el Sol, esperaba en su frente el beso póstumo de la boca que nunca en la vida besó.

Y Popocatépetl quebró en sus rodillas el haz de flechas; y, en una solo voz, conjuró la sombra de sus antepasados contra la crueldad de su impasible Dios. Era la vida suya, muy suya, porque contra la muerte ganó: tenía el triunfo, la riqueza, el poderío, pero no tenía el amor…

Entonces hizo que veintemil esclavos alzaran un gran túmulo ante el Sol amontonó diez cumbres en una escalinata como alucinación; tomó en sus brazos a la mujer amada, y el mismo sobre el túmulo la colocó; luego, encendió una antorcha, y, para siempre, quedóse en pie alumbrando el sarcófago de su dolor.

Duerme en paz, Ixtacíhuatl nunca los tiempos borrarán los perfiles de tu expresión. Vela en paz. Popocatépetl: nunca los huracanes apagarán tu antorcha, eterna como el amor…