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¿Qué pensar del final de Game of Thrones?

Con el final de Game of Thrones, las redes sociales se han llenado de odio, de tristeza y de peculiares actos de redención. En medio de todo este vendaval de opiniones, encontramos el comentario de un columnista en Milenio que parece expresar el sentir de muchos.

No podía compartirles mis observaciones sin tomar un poco de distancia sobre lo que fue el último episodio de Game of Thrones. Haciendo el recuento, tratando de entender todas las vertientes que nos llevaron hasta este punto, separando mi codependencia con la historia y sus personajes, analizando mi objetividad o falta de ella, concluyó con tristeza que el final de esta saga me decepcionó.

Entiendo y me resulta coherente el desenlace de muchas de las historias, pero la ejecución las priva de lo que fue en algún momento su estandarte: una trama épica que con una producción televisiva sin precedente y un argumento extraordinariamente bien escrito, nos cautivó año con año al adentrarnos en un universo donde al parecer todo era posible y creíble.

Hasta el final quise defender el hecho de que los productores nos daban lo que necesitábamos, pero, insaciables, nos habíamos vuelto demasiado exigentes; que la dificultad de escribir los guiones sin la guía de Martin necesariamente había cambiado el tempo de la historia y que todo había sido tan perfecto que el final no podía satisfacer a todos. Válidos argumentos, más no suficientes.

No para una serie que se jactó de hacernos sentir todas las emociones que ni siquiera sabíamos existían al ver morir o vivir o anhelar o amar en pantalla a quienes llegaron a ser nuestros íntimos héroes-villanos-consejeros-cuates-amantes-amigos-hermanos. No para una serie que borró la línea entre ficción, fantasía y realidad, porque celebramos la muerte del Night King a manos de Arya como si nuestra vida dependiera de ella. No para una serie que nos unió alrededor de mesas para tener interminables conversaciones y debates sobre los bemoles del poder y si el amor en verdad es la muerte del deber.

No juzgo a los productores, pues finalmente resultan falibles al igual que muchos de sus personajes. No juzgo a Martin, pues sus razones habrá tenido para distanciarse de la versión televisiva. No juzgo la historia porque como bien dijo Ramsey, “if you thought this story had a happy ending, you clearly weren’t paying attention”. A pesar de mi pesar por el final de esta serie, no juzgo, sobre todo, porque me regalaron durante nueve años el goce de saber que había una historia que movía fibras inimaginables, me regalaron enamorarme de un buen diálogo y de una perfecta, o para mí nunca antes vista, secuencia cinematográfica en televisión.

Me regalaron frases que definen mucho más que para lo que fueron escritas y, en el imaginario, la esperanza de que las sagas épicas a veces tienen mucho que enseñarnos para poder enfrentar nuestras realidades cotidianas. Ante todo y en el recuento de los años (y los daños) de Game of Thrones, me regalaron momentos y pláticas con ustedes y en esos momentos saber que no era la única loca a la que la frase “winter is coming” le enchinaba la piel. Así es que por ello y por mucho más, y a pesar de su final… I bend the knee to the Game of Thrones.

Vía Milenio