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POLíTICA

¿Quiénes son las Águilas? El grupo que rescata migrantes en el desierto

¿Quiénes son las Águilas? El grupo que rescata migrantes en el desierto.

Las Águilas del Desierto es una asociación de voluntarios dedicada a rastrear migrantes perdidos, está conformada casi exclusivamente por migrantes que en algún momento cruzaron ilegalmente, vienen desde Los Ángeles, San Diego o Tucsón y atienden reportes de familiares e incluso de los mismos migrantes que se han perdido mientras cruzaban la frontera.

A continuación mostramos un fragmento de un trabajo de investigación, realizado para el portal Plumas Atómicas, acerca de esta agrupación.

“Por aquí, más por acá de este lado, un coyote abandonó a mi hermano y a mi primo. Los dos murieron. Hicimos tres búsquedas. Hasta la tercera lo encontramos. Y ya pues, y ya, los esqueletos”, me dice Ely mientras señala con el cigarro prendido las llanuras donde la pérdida derivó en una vocación limítrofe: encontrar a los migrantes, vivos o muertos, que se pierden en el desierto de Arizona.

Son las 2 de la mañana en una gasolinería de Gila Bend, un pueblo a 135 kilómetros de la frontera con México. En esta parada de tráilers, donde el paso del tren interrumpe conversaciones (“estos trenes son largos como el chisme”, precisa nuestro entrevistado en algún momento), Ely nos cuenta el momento que habría de convertirse en la piedra angular de un proyecto de socorro.

A las afueras de este pueblo nombrado por la curva que dibuja el río Gila, esperamos al resto del equipo de las Águilas del Desierto, una asociación de voluntarios dedicada a rastrear migrantes perdidos. Conformado casi exclusivamente por migrantes que en algún momento cruzaron ilegalmente, ellos vienen desde Los Ángeles, San Diego o Tucsón para atender reportes de familiares e incluso de los mismos migrantes que se han perdido mientras cruzaban la frontera.

Cuando perdió a su hermano, Ely ya tenía 27 años del otro lado: un trabajo, una casa, una hija universitaria. Como ciertos personajes de ficción que encuentran el llamado heroico tras la pérdida de un ser querido, Ely fatiga los llanos en búsqueda de afectos ajenos. Más que una prolongación de la exequias, su proyecto es una extensión del cariño, marcada por el nomadismo que distinguió a las tribus apaches que habitaron esta hosquedad nombrada por los españoles, según Álvaro Enrigue, en recuerdo de la tierra rojiza de un pueblo aragonés: Ariza.

Gerónimo se rindió en 1886, pero este terreno sigue siendo materia de peregrinajes y disputas:

“Si te pones a pensar, Texas tiene su propio muro, tanto muro electrónico como muro físico. Tijuana viene siendo exactamente lo mismo, sí, la frontera de Tijuana con San Ysidro-San Diego. Tienen el muro físico, un muro electrónico. ¿Entonces qué es lo que pasa? Se les pone más difícil a los migrantes pasar por esos dos extremos, los canalizan hacia lo que es el desierto de Arizona”, habrá de contarnos al día siguiente Pedro, integrante de las Águilas y residente de Tucsón, en el pórtico de una casa en el pueblo de Ajo.

La frontera México-Estados Unidos es un embudo que manda a los migrantes hacia una trampa. Según cifras oficiales del gobierno norteamericano, en las últimas dos décadas han muerto 7216 migrantes mientras cruzaban la frontera.

Esa cifra contrasta enormemente con los cientos de miles que la patrulla fronteriza detiene cada año. Sólo en 2017 hubo más de 300 mil detenciones, mientras que únicamente se reportaron 294 muertes. Sin embargo, organizaciones sugieren que la cifra negra sería mucho mayor.

“Es un muro natural. La naturaleza está encargada de crear ese muro. Y el desierto es simplemente un enemigo silencioso, una bestia devoradora. Son miles los muertos, son miles los muertos que están aquí en el desierto de Arizona. Son pocos los que se recuperan y miles los que se quedan”, me comenta Pedro, quien califica el muro de Trump como un alarde de ignorancia.

Aunque una congresista local propuso recientemente que un impuesto estatal a la pornografía financie el muro, Pedro me asegura que ni siquiera los republicanos anti-migrantes de Arizona aprueban el muro por la sencilla razón de que no sirve.

Ely nos explica que la misión del día será encontrar a tres personas. En septiembre habían incursionado cinco mexicanos y ni uno salió vivo, ni siquiera el coyote. Dos de ellos ya habían sido encontrados. Sin embargo, en estas búsquedas es muy probable que encuentres algo completamente distinto a lo que estabas buscando, pero sin duda es más fácil lidiar con los muertos que con los vivos.

Eso lo sabe muy bien Gerardo, encargado de recibir la llamadas de emergencia de parte de los familiares. Mientras Ely fundó las Águilas tras la búsqueda de su hermano y su primo, Gerardo se unió tras sobrevivir a un trasplante de riñón que frenó años de diálisis y deterioro. Llevar un órgano que nació con otra persona lo llevó a una revelación: había vivido mucho tiempo en una burbuja, ajeno a los martirios que sorteaban aquellos que buscaban una vida como la que él había conseguido en Estados Unidos.

Ahora, con frecuencia su teléfono suena en horas inoportunas. Del otro lado de la línea pueden estar los familiares que han perdido contacto o incluso los mismo migrantes. Como nos explica Ely, quienes cruzan se ven obligados a subir al cerro para pedir auxilio con frases contundentes, en llamadas que habrán de ser turnadas a la patrulla fronteriza: “Ya no aguantamos, nos quedamos sin agua”.

Durante sus búsquedas, el contacto de las Águilas con los vivos suele ser mediado por casualidad. En medio de un recorrido un bulto asoma en el horizonte, puede ser un coyote, puede ser un padre de familia, puede ser alguien que está por fallecer. Aunque los hallazgos de las Águilas se cuentan por decenas, cada caso es recordado por ellos hasta el más ínfimo detalle, como si hubiera un esfuerzo, acaso involuntario pero sin duda bienhechor, de que los rescatados sobrevivan más como una historia que como una cifra, más como una persona que como un dato.

“Cada uno tiene su grado de tragedia”, me explicará Gerardo al respecto. “Por ejemplo Martín, un migrante que encontramos junto al agua, y que tenía tres días tirado y no podía tomar agua, aunque estaba a escaso medio metro de ahí y estaba muriendo. Gracias a Dios llegamos a tiempo y se pudo salvar, ¿no?

“Hay otro caso cuando vimos a una señora joven guatemalteca con su niño en brazos y estaba perdida pues ya no sabía qué hacer. Aunque estaba viva esta señora y su niño, de todas maneras, pensar lo que una noche no les iba a traer, te duele, duele mucho, se te salen las lágrimas, aunque no quieras se te salen las lágrimas, nomás de estar pensando. Porque empieza una combinación de sentimientos, de que si qué tal si hubiera sido tu hermana, qué tal si hubiera sido tu hijo, ¿no?

“De los más difícil que yo he visto es cuando encontramos un migrante muerto y estaba también a aproximadamente a unos cien metros del tambo de agua. Y murió por deshidratación. Y posteriormente fue destrozado por canibalismo de los animales salvajes. Se lo comieron. Imagínate. No pudo alcanzar al agua… y hay una bandera, hay un marcador donde estaba el agua, pero él ya no pudo llegar y se quedó muerto ahí.

“Y hay otro caso donde un migrante, Rubén, él se tiró a morir porque ya no pudo caminar, en la zona de Charlyvelpass, junto al Cerro de la Aguja. Se puso a rezar, él nos lo contó en persona: ‘Yo ya me muero aquí’. Pero él despertó al día siguiente porque los buitres lo empezaron a picotear. Entonces dice: ‘No, yo aquí no me voy a morir’. Y se levantó y siguió caminando.”

En estos casos es que la ley les impide trasladar al migrante herido o desorientado por la deshidratación. Pueden auxiliarlos, pueden ofrecerles agua y comida, pero no pueden subirlos a sus vehículos porque estarían infringiendo la ley y un acto de bondad sería considerado por una corte como mero tráfico de humanos.

“Es una desgracia. Es un encuentro de sentimientos. Porque te lo encuentras y lo puedes tocar, pero no lo puedes subir a tu camioneta y llevarlo y ponerlo a salvo”, me explica Gerardo.

Demasiado caliente para cruzarlo de día en verano, demasiado frío para cruzarlo de noche en invierno, el desierto es la última barrera que debe sortear un migrante que ya ha recorrido más de 4 mil kilómetros. Sin embargo, muchos de los migrantes que salieron de Honduras con la Caravana Migrante a finales del 2018 ya han pasado por este último muro que los separa de la carretera interestatal 8; cruzando esa línea son casi libres. Pero muchos mueren en el último tramo y los cientos de casos registrados no disuaden a los que vienen. ¿Qué podría detener este éxodo?

“El muro es inaceptable, físicamente hablando del muro”, me explica Pedro, quien sueña con ese otro muro simbólico cuyas características todos conocemos aunque nadie conozca los planos precisos; Pedro enumera las palabras que los políticos mexicanos y centroamericanos invocan en campaña (prosperidad, trabajo, seguridad, educación) y él, en cambio, recuerda como lo que son: meras promesas rotas.

Para leer el resto de la nota, consulte el sitio Plumas Atómicas aquí.

Con información de Plumas Atómicas