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ACCIDENTES

¿Cada generación de capitalinos tiene ‘su gran terremoto’?

La larga y continua historia de los terremotos en México

En algún punto entre 1325 y 1345, unos peregrinos, tras años de haber salido de un lugar lejano al que míticamente llamaron Aztlán, llegaron al lago de Texcoco, decidieron asentarse en un islote que se encontraba justo en lo que siglos más tarde se conocería como Cinturón de Fuego del Pacífico, una de las zonas geográficas con más actividad sísmica en todo el planeta.

Años más tarde un grupo de invasores europeos destruirían la ciudad en el islote y decidirían fundar la suya sobre aquellas ruinas y la expanderían sobre el lago, desecándolo y casi extinguiéndolo por completo.

Tribus nahuas fundaron Tenochtitlán, en el actual centro de la CDMX (Wikimedia Commons)

Esas decisiones marcaron el destino de todos los que hoy habitan la Ciudad de México, una urbe que no deja de reinventarse para sufrir cada vez menos las consecuencias de los temblores que la acosan constantemente.

Los temblores de 1911, 1957, 1985 y 2017 tienen algo en común: provocaron grandes daños en la Ciudad de México y sucedieron a poco más de treinta años de distancia.

El 19 de septiembre de 2017 los millennials sintieron un sismo como el que aterrorizó a los Baby Boomers cuando eran niños (en los 50) y a la Generación X a mediados de los ochentas, estos fenómenos enseñaron a dos generaciones enteras a respetar este tipo de fenómenos naturales y crearon una cultura sobre sismos con la que fueron criados los millenials y la Generación Z (los más pequeños). Tal vez eso explique la gran respuesta y las acciones que tomaron los millenials en este temblor, aprendieron de las generaciones pasadas que la solidaridad es lo más importante en estos momentos. 

Entre los capitalinos se dice que a cada generación le toca un sismo devastador, y que probablemente a los hijos de los treintañeros de hoy les tocará ‘el suyo’.

¿Pero qué tan cierto es esto?

Contrario a lo que muchos creen, la Ciudad de México no padece solo sismos devastadores. De hecho, el Servicio Sismológico Nacional, ha reportado más de 16 mil sismos en tan solo doce años, y no solo en la capital, sino en todo el territorio mexicano.

Esto significa que casi cuatro movimientos telúricos sacuden al país cada 24 horas, mismos que la mayoría de la gente no percibe debido a que son iguales o menores a los 3.5 grados.

Si partimos de este punto, significa que cada uno de los aproximadamente 7 mil 200 mexicanos que nacen diariamente, según datos del INEGI, son recibidos por, al menos, un sismo.

¿Entonces qué tan acertada es la teoría de que a cada generación de capitalinos le toca un sismo mayor a los 7 grados? Una consulta rápida del registro de los peores temblores que han sacudido a la capital desde el siglo XVIII, nos dice que nada.

Un día en la vida de los capitalinos del siglo XVIII (INAH)

El 28 de marzo de 1787, un terremoto magnitud 8.6 sacudió a la Ciudad de México, dañando el Palacio Nacional y varios edificios históricos de la capital de la entonces Nueva España.

Los registros de esa época indican que el movimiento duró casi seis minutos y que tuvo tal intensidad que provocó un megatsunami como nunca más se ha vuelto a ver en esta nación.

A esta sacudida le siguieron réplicas de menor intensidad, pero que acabaron por derrumbar algunos edificios dañados por el primer seísmo.

Tres años después hubo otra hecatombe que volvió a provocar daños en la estructura del Palacio Nacional, mientras que en 1818 sucedió uno aún peor que resquebrajó edificios en el barrio de la la Merced, San Francisco y San Diego; en los hospicios de Terceros, la Santísima y San Hipólito, entre otros.

Desde entonces y hasta el Terremoto Maderista de 1911, se estima que hubo al menos una decena adicional de terremotos que provocaron grandes daños a la ciudad y sus alrededores, y que obligaron a sus habitantes a reinventarla en más de una ocasión.

El día que Madero llegó, la capital lo recibió con un terremoto (INAH)

La madrugada del 7 de junio de ese año, a unas horas de que el presidente Francisco I. Madero, entrara, triunfante, a la Ciudad de México, para declarar el inicio de la democracia en nuestro país, tembló, y ni el flamante Servicio Sismológico Nacional, fundado siete años antes por Porfirio Díaz, pudo predecir la llegada del movimiento magnitud 7.7 que provocó daños totales o parciales en distintos edificios y la muerte de al menos 40 personas.

No tuvo que pasar ni una sola generación para que otro temblor, esta vez con magnitud superior a 7 grados, arrasara con una población cercana a la capital. En noviembre de 1912, ese sismo con epicentro en Michoacán arrasó con gran parte de la infraestructura de varios poblados mexiquenses, entre los cuales, el más dañado fue el de Acambay.

Dos generaciones enteras después, en 1957, otro temblor tumbó el Ángel de la Independencia de su columna, y solo 28 años más tarde, el terremoto de 1985 cobraría la vida de más de 30 mil mexicanos y dañaría miles de edificios que luego desaparecieron. Desde entonces México se prometió ser más estricto con la forma en la que desarrolla sus ciudades y menos temerario en su eterno coqueteo con los movimientos telúricos.

Luego… el 19 de septiembre de 2017 pasó. Ese día nos demostró que aún nos queda mucho por aprender de cómo vivir en el lugar en el que nuestros ancestros decidieron fundar esta ciudad hace más de 500 años.

¿Hay una mística relación entre el comportamiento de las placas tectónicas y las nuevas generaciones de capitalinos? La ciencia y el sentido común nos dicen que no, pero tal vez podamos aprovechar el conocimiento que hemos adquirido de siglos de sismos para dejar de padecerlos porque, pues, aquí nos tocó vivir.