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Silvia Pinal, un caso de la vida surreal en el cine de Buñuel

Recordamos la ilustre trayectoria de la actriz Silvia Pinal por las películas del director Luis Buñuel.

Luis Buñuel era un hombre difícil de sorprender. Él era un provocador -se recreaba siéndolo-, pero no admitía convertirse en blanco de la perturbación, a menos de que esta proviniera de la irrealidad, quizá de una visión del subconsciente o del espíritu de un personaje aún no concebido. Y si además alguno de ellos develaba el rostro de un ángel, el cuerpo de una Venus o la gracia de una diva, la incitación era irremediable.

El hombre de las obsesiones había vivido demasiado y volaba muy por encima de lo mundano, tan alto como se lo permitían las alas de la genialidad. Había compartido ideas, proyectos, manías y muchos martinis con Salvador Dalí y con Federico García Lorca. Estaba suficientemente imbuido de surrealismo como para no comprar sueños ajenos ni permitir que un alguien, cualquiera que fuera, le marcara la agenda.

Con Silvia Pinal, todo fue distinto: el artista no descubrió a su musa, fue ella la que se desveló ante él, con las simples ganas, con el aval de su talento y con la mano asida a un hombre, su esposo, que estaba decidido a convertirse en productor por puro amor.

Una joven Silvia Pinal en la película “Viridiana” (1961). (Foto: De desconocido, probablemente Kingsley International or Producciones Gustavo Alatriste – WorthPoint, Dominio público, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=109032886)

El cineasta ya era afamado; llevaba los créditos de Un perro andaluz y El gran Calavera. Y ella desplegaba la luminiscencia que le había conferido su trabajo en Un rincón cerca del cielo, Azahares para tu boda, Un extraño en la escalera y casi cincuenta filmes más.

Eran los tiempos de las rumbeadas, de la revolución sexual, de Remedios Varo y Leonora Carrington. Si el surrealismo -en palabras de su padre, André Breton- buscaba convertir las contradicciones de los sueños y la realidad en una “superrealidad”, es muy probable que, en aquel encuentro, Buñuel no estuviese viendo a la ganadora de premios Ariel o a la mujer que se tuteaba en el set con Fernando Soler, Germán Valdés Tin Tan, Marga López, Joaquín Pardavé, Arturo de Córdova, Libertad Lamarque, Carlos López Moctezuma o Pedro Infante. Seguramente tampoco habría advertido a la actriz y productora que ya era reconocida en Europa. Era Viridiana a la que contemplaba, su Viridiana que, de pronto, parecía transfigurarse en Leticia, la Valkiria (El ángel exterminador) o en el mismísimo diablo (Simón del desierto).

Era ella la que estaba parada frente a él. Así: erguida, tal como se había plantado años antes de cara a Diego Rivera, con ese garbo negro ceñido a su cuerpo, que le ayudaba a disimular lo mismo la emoción de posar para el artista del resurgimiento cultural de México, que la aflicción de no saber cuánto dinero iría a costarle semejante encargo. Usted nada me debe, le dijo el pintor cuando la obra fue concluida un tres de noviembre, día de Santa Silvia. ¿Qué le parece si se la regalo por su santo? -preguntó el muralista ateo a quien consideraba una “bella artista y gran dama”.

Desde entonces aquel cuadro ha adornado la casa del Pedregal de San Ángel, sin alcanzar jamás la gracia que la diva de carne y hueso, y las mil mujeres que habitan en su cuerpo, desbordan cada vez que invaden aquella habitación.

Todas las Silvias están ahí: lo mismo la joven que rebosa el lienzo, que la mujer de las nueve intensas décadas, o Maribel, Rosita Alba, Paz Alegre, María Isabel, Carmen Rivadeneira, Teresa Moreno, Tota, Lucrecia, Mimí y, por supuesto, las tres Viridianas: la que adivinó Buñuel en el primer encuentro con su musa, la blasfema que desafió al franquismo y al Vaticano, y la más real y desgarradora: la hija que partió para no volver la noche del 25 de octubre de 1982.

Aquella casa está llena de ella, como también lo están la memoria popular, los anales del cine y la televisión, y el cosmos teatral. La vida plena, vehemente, terca y tenaz de esta mujer extraordinaria es lo más distante a un caso de la vida real.

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