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¿Qué leían, veían y escuchaban los estudiantes del 68?

¿Qué leían, veían y escuchaban los estudiantes del 68? Aquí hacemos un breve repaso a la cultura popular de los 60 en México.

En la memoria mítica de las fotos en blanco y negro imaginamos a los estudiantes asesinados por el gobierno priista de Gustavo Díaz Ordaz como entes distantes, espejismos de otro país en donde no se conocía la democracia. En los museos, aquellos rostros tristes o esperanzados (depende de cuándo se haya tomado la fotografía) parece estatuas de sal derritiéndose por el paso del tiempo; sin edad, sin cuerpo, sin carne.

Pero aquellas figuras correteadas no sólo tuvieron un cuerpo para ser golpeado o desaparecido. También gozaron, se preocuparon, se dejaron llevar, se perdieron y se encontraron. Fueron jóvenes, tuvieron 15 años, 17, o 21; fueron al cine, leyeron libros, escucharon música, vieron la tele. Se pelearon contra un pasado que los quería estáticos y buscaron un futuro que no acababa de llegar. En más de un sentido, somos sus herederos.

Un grupo de jóvenes realiza una manifestación en la Ciudad de México. 3 de octubre de 1968.(AP Photo)

Adiós a Madero

Para 1968 la Revolución Mexicana ya estaba muy lejos, ya no inspiraba ni alcanzaba para llenar toda la “identidad nacional”. El PRI tuvo que dar un giro autoritario porque ya no tenía el prestigio del partido que ordenó al país, que le puso fin al derramamiento de sangre y “abrió” la democracia. Desde que Porfirio Díaz le dijo a un periodista gringo que México “a lo mejor” ya estaba listo para la democracia; cada gobierno ensayaba una nueva “apertura” que nunca había acabado de llegar. Aquellos jóvenes llevaban un libro de historia oficial que no les importaba mucho, y que resumía la versión institucionalizada de la Revolución como una piedra demasiado pesada que era mejor dejar en casa.

La modernidad de la Guerra Fría era temible y atractiva. Por un lado la impune intervención estadounidense en Vietnam; y por el otro, las protestas juveniles y la revolución cultural del mundo anglosajón. Mientras tanto, el socialismo latinoamericano latía con la todavía reciente Revolución Cubana y el giro por la cultura del sur. ¿Qué leían, que escuchaban, que veían estos jóvenes?, ¿cuáles eran sus contradicciones?

Diciembre 13 de 1968, cerca de 5 mil estudiantes se reúnen afuera de Rectoría en la C.U. (AP Photo/Jesus Diaz)

¿Qué los hacía pensar?

El comunismo había tomado una fuerza inusitada gracias al improbable triunfo de la Revolución Cubana, ubicada a las puertas mismas del gigante capitalista. Este triunfo entusiasmaba a los jóvenes de la época y hacía que pusieran especial atención a la cultura de la América Latina. Rayuela (1963) de Julio Cortázar estimulaba sus imaginaciones y los educaba sentimentalmente; Cien años de soledad (1967) de Gabriel García Márquez ponía en duda las formas de contarnos nuestra historia y abría espacios de indeterminación en los relatos fundacionales de las “patrias”.

En México, libros como Los relámpagos de agosto (1965) desmitificaban los resultados de la Revolución, y ponía en duda la legitimad del régimen imperante. Mientras que La tumba (1964) de José Agustín ayudaba a imaginar el México “abierto al mundo” que querían las Olimpíadas del 68; pero desde la perspectiva de jóvenes que no encontraban ni en el “tercermundismo”, ni en el nacionalismo los referentes de la identidad que querían para sí.

El escritor colombiano Gabriel García Márquez (Getty Images)

De los contradictorios Estados Unidos venían las experimentaciones espiritualistas de Jack Kerouac, quien visitó la colonia Roma de la capital mexicana en los sesenta, y la encontró como un mezcla entre miseria y búsqueda espiritual. Acaso también esos jóvenes se guardaban una edición de bolsillo de La naranja mecánica, de Anthony Burgess, que ya advertía los peligros de la “corrección” social y el buen comportamiento de los jóvenes. En paralelo, se publicaron hitos de la ciencia ficción, como Solaris o Dune, de Stanislaw Lem y Frank Herbert respectivamente; que tocaban la llaga política de un sociedad que creía haber llegado a la cima de su propio bienestar.

¿Qué los conmovía?

Los formatos de audio y video populares en la época no les cabían en la mochila, a menos que consideremos el valor que en aquel entonces tenían objetos como el boleto de cine o el elepé. Los entendidos de entonces escuchaban devotamente el Stg. Pepper´s Lonely Hearts Club Band (1967), que abría capítulo inesperado para el pop y la cultura de masas. Junto a él florecían los primeros discos psicodélicos de Pink Floyd, y la poesía dionisiaca de Jim Morrison y The Doors.

En el 68 faltaban 3 años para la fiesta de lodo, drogas y música de Avándaro. ¡Qué difícil era identificarse con la aburrida, agonizante y pesada cultura oficial del PRI! En su lugar, las mujeres y hombres jóvenes elegían la experimentación de su cuerpo a un ritmo inédito. No todos los jóvenes de Avándaro estaban tan politizados como los del 68, pero compartían la fascinación por la música alucinógena del norte, que influenciaba a bandas como Los Dug Dug’s, La División del Norte, Peace and Love y Three Souls und my Mind.

https://www.youtube.com/watch?v=deB_u-to-IE

Para los sesentas los jóvenes ya no creían en ese país dorado (en blanco y negro) del cine mexicano. En cambio, Alejandro Jodorwski estrenó en Acapulco, en 1967 su primera película, Fando y Lis, donde dos jóvenes jugaban entre las tumbas cantando “¡qué bonito es un entierro!”. En el mismo 68, Carlos Enrique Taboada estrenaba dos clásicos del escaso terror gótico mexicano: Hasta el viento tiene miedo y El libro de piedra. Más tarde Arturo Ripstein hacía una genial alegoría del nacionalismo de Díaz Ordaz y de Echeverría con El castillo de la pureza (1972). Todas estas películas alternaban con Psicosis (1960) de Alfred Hitchcock, Viridiana (1961) de Luis Buñuel, y 2001 Odisea del espacio (1968) de Stanley Kubrick.

¿Qué los enajenaba?

En 1968 no existía una división de noticias en las televisoras. Más bien los periódicos grababan programas mientras leían las noticias, como el Excélsior, Novedades o El Universal. Fueron ellos quienes construyeron una relación compleja con lo que ocurrió en Tlatelolco: “enfrentamiento entre estudiantes”, “complot comunista” y cualquier otro justificante que se nos ocurra, incluyendo el silencio. El famoso noticiero oficialista, 24 horas de Jacobo Zabludovsky no existía, aparecería hasta 1970 en el canal 2.

Telesistema Mexicano ponía en el 68 los primeros programas de En Familia con Chabelo; y extendía la tradición del infomercial disfrazado de programa de variedades con El Club del Hogar. En el cine aparecían héroes que enaltecían la cultura machista como el Santo y Mauricio Garcés, próceres reaccionarios de la revolución sexual; y las casas se llenaban de Siempre y Domingo, donde un señor con lentes nos daba lecciones de qué podía ser “pop”.

Los jóvenes del 68 abandonaron la cultura nacionalista del cine “de oro” mexicano; y nos heredaron esta relación de amor-odio con la cultura norteamericana. Entre canciones en inglés, jipitecas y punk creció la juventud mexicana hasta llegar a los dosmiles. Ellos, como nosotros, vivieron las contradicciones de un país que quiere reformarse y abrirse al mundo, pero que nunca acaba de adoptar la democracia, la paz, ni la justicia. Al mismo tiempo, comenzaron la tarea contradictoria que nosotros no hemos acabado: mexicanizar la cultura moderna.

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