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¿Qué debe ocurrir para que por fin haya paz entre israelíes y palestinos?

Mientras Israel y Palestina están atorados en un ciclo de violencia, una nueva generación se pregunta si la paz es posible en la región.

Después de acordar un cese al fuego el 20 de mayo, tras once días de guerra, la más reciente crisis entre Israel y Hamás produjo un saldo de 248 palestinos muertos, incluyendo 66 niños, y más de 1900 heridos a causa del bombardeo en la franja de Gaza, así como en los disturbios en Cisjordania y en Jerusalén oriental. En Israel el saldo fue de 12 civiles muertos y cerca de 114 heridos; solo un soldado israelí perdió la vida en el conflicto. Como suele ocurrir, ambos bandos cantaron victoria en las calles, pero quizás fue mayor el alivio de regresar a una estabilidad que conserva su calidad de frágil.

Varios medios internacionales registraron esta crisis como el cuarto conflicto armado entre israelíes y palestinos desde 2009, eso sin contar la Primera Intifada de 1987-1993, ni la todavía más sangrienta Segunda Intifada de 2000-2005. Tristemente, es muy probable que ocurra una nueva escalada de violencia en el futuro cercano, dadas las elevadas tensiones políticas y sociales que se mantienen entre los dos pueblos. Basta con una disputa de carácter menor que actúe como detonante.

Por ello, nuevas generaciones voltean la mirada a este pequeño rincón del mundo cada tres o cuatro años, cuando estalla otra guerra y las redes sociales se inundan de imágenes de explosiones, y se preguntan: ¿Por qué no es posible una solución permanente a este conflicto?

Para entender la animosidad entre palestinos e israelíes, es recomendable estar familiarizado con la historia del territorio. No es necesario sacar la Biblia y rastrear los orígenes del conflicto a la rivalidad entre Isaac e Ismael. Cierto, la religión juega un papel importantísimo en las diferencias que marcan a estas dos sociedades, pero en su esencia, el conflicto surge de una disputa territorial relativamente reciente.

Súper breve historia de Israel-Palestina

La historia moderna de Israel es la de dos pueblos que reclaman la misma tierra y ninguno está dispuesto a ceder. Las semillas actuales de este conflicto fueron sembradas a finales del siglo XIX, con el surgimiento del movimiento sionista en Europa, una propuesta de liberación de los judíos ante la constante hostilidad antisemita que permeaba el viejo continente. Por ello, el sionismo planteó el proyecto de crear un estado independiente para el pueblo judío, de preferencia en aquella misma tierra que, según las Sagradas Escrituras, Dios le prometió a los descendientes de Abraham.

En aquel entonces, Palestina era una demarcación árabe controlada por el Imperio Otomano, en la cual vivían minorías cristianas y judías, dada la importancia histórica y religiosa del territorio. Las olas migratorias de los judíos a Palestina a inicios del siglo XX aumentaron considerablemente después de la Primera Guerra Mundial. A raíz de la disolución del Imperio Otomano, el Medio Oriente fue repartido y administrado por Francia y Reino Unido, y Palestina cayó bajo la jurisdicción de este último país. Los británicos permitieron la entrada de miles de judíos migrantes para establecerse en la ‘Tierra Sagrada’, generando múltiples conflictos con los árabes que vivían en la zona. Los frecuentes choques sectarios motivaron a los judíos a formar sus primeros grupos armados de autodefensa.

La Segunda Guerra Mundial cambió todo; tras la erradicación de 6 millones de judíos durante el Holocausto, aumentó la exigencia internacional de la fundación de un Estado judío en el Mandato británico de Palestina. En 1947, la recién fundada Organización de las Naciones Unidos presentó el plan de crear dos Estados en Palestina, uno para los judíos y otro para los árabes, y de esta forma neutralizar las tensiones sectarias entre los dos bandos, permitiendo que Jerusalén se convierta en una zona internacional en la que pudieran transitar judíos, musulmanes y cristianos.

Los judíos aceptaron la propuesta de la ONU, lo que dio paso a la proclamación del Estado de Israel el 14 de mayo de 1948. Los árabes, en cambio, no estuvieron muy conformes que digamos con la repartición de sus tierras entre miles de extranjeros recién llegados, así que la recién formada Liga Árabe emprendió una guerra contra Israel con el objetivo de expulsar a los colonizadores europeos y permitir la fundación de una Palestina árabe e independiente. La guerra duró hasta 1949 y fue ganada por el nuevo Estado de Israel, triunfo que aprovecharon para expandir sus fronteras más allá de los límites trazados por la ONU.

9 de junio de 1967: Soldados israelíes parados juntos frente al Muro de los Lamentos, en la ciudad vieja de Jerusalén, tras su reconquista del dominio jordano en la Guerra de los Seis Días. (David Rubinger / Hulton Archive / Getty Images)

Luego de varios años de conflictos en la región, el triunfo más importante de Israel vino tras la Guerra de los Seis Días, ocurrida en junio de 1967, cuando los israelíes tomaron por sorpresa y humillaron a las fuerzas militares de sus vecinos, Egipto, Jordania y Sira. Esta es la guerra que cambió la configuración del Medio Oriente; el ejército israelí terminó por ocupar los Altos del Golán en Siria, la península del Sinaí en Egipto, Cisjordania y todo Jerusalén. De esta forma, la población palestina pasó a ser gobernada por el Estado de Israel, quedándose sin un país del todo.

Con los acuerdos de Camp David de 1978, Israel firmó un acuerdo de paz con Egipto, así devolviendo la península del Sinaí, aunque quedándose con la franja de Gaza. Con el paso de los años, Israel libró más guerras pero consiguió reducir las tensiones políticas con la mayoría de los países vecinos en el Medio Oriente, aunque claro, sin desocupar el territorio palestino. En los 60, el conflicto dio origen a la fundación de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), grupo armado creado con el objetivo de procurar la destrucción del Estado de Israel y la liberación de toda Palestina. No fue sino hasta 1993 que la OLP reconoció el derecho de Israel a existir, sumándose a la iniciativa de crear dos Estados.

Más adelante abordaremos el OLP, Fatah, Hamás y los demás actores políticos de la lucha palestina. Por ahora, la pregunta que hay que hacerse es…

¿Qué hace falta para que israelíes y palestinos salgan del círculo vicioso de la historia y pueda haber paz?

El conflicto Israel-Palestina ha sido uno de los desafíos más complicados de la historia moderna, perdurando más allá de la Guerra Fría, pero eso no ha frenado las intenciones de Estados Unidos de resolver el acertijo. Aunque la principal superpotencia del mundo nunca ha obtenido el éxito que se ha propuesto, abordar el conflicto y ofrecer soluciones suele contar con la aprobación automática de los votantes estadounidenses, y si un presidente logra convencer a dos actores rivales para que compartan la misma sala y estrechen las manos, su capital político se dispara hasta la atmósfera. Bill Clinton pudo reelegirse con facilidad, en parte gracias al apretón de manos entre Isaac Rabin y Yasser Arafat. Cierto, los Acuerdos de Oslo de 1993 no desembocaron en ningún proceso de paz… ¡pero qué foto!

Bill Clinton observa cómo el primer ministro israelí Yitzhak Rabin estrecha la mano del líder palestino Yasser Arafat en la Casa Blanca después de la firma del acuerdo que transfiere gran parte de Cisjordania al control palestino. (MPI / Getty Images)

Muchos críticos a lo largo de los años han señalado que Washington difícilmente puede desempeñarse como un mediador efectivo entre dos bandos beligerantes cuando al mismo tiempo todas sus fichas respaldan a uno de estos bandos. Israel es la pieza consentida del gobierno estadounidense en el tablero geopolítico del Medio Oriente y existe una fuerte maquinaria de cabildeo en Washington para asegurar que Israel nunca pierda su calidad de aliado principal en la región. Luego de un acuerdo firmado por Barack Obama en 2016, Estados Unidos se comprometió a entregar cada año 3.8 mil millones de dólares en ayuda militar a Israel. El acuerdo estará vigente hasta 2028.

Joe Biden es el más reciente presidente en arrojar sus dados al tablero y su propuesta es lo que se esperaba de un político moderado del Partido Demócrata: la solución de dos Estados, “uno en el que Israel viva en paz y con seguridad junto a un estado palestino viable”. Aunque históricamente esta propuesta ha sido bien recibida por la opinión pública en Israel y Palestina, en la actualidad la solución de dos Estados entre judíos y palestinos se encuentra en el punto más bajo de aceptación. ¿Las razones? Profunda desconfianza y animosidad entre los dos bandos, y la ausencia de voluntad política.

De acuerdo a un estudio publicado este año por la corporación Rand, a menos de la mitad de israelíes judíos, israelíes árabes, palestinos en Gaza y en Cisjordania les parece aceptable la vieja solución de crear dos Estados independientes. Más preocupante aún es que la mitad de israelíes judíos aceptan el statu quo​ como una forma aceptable de vivir, aunque esto implique un intercambio de misiles con Hamás cada tres o cuatro años. Esta opinión, por supuesto, no es compartida en lo absoluto por la población árabe (israelíes árabes y palestinos), hartos del statu quo heredado por los Acuerdos de Oslo.

La postura indiferente del pueblo judío ante las dificultades de los palestinos en Cisjordania y Gaza no es ninguna sorpresa. En la actualidad, Israel sostiene un régimen de apartheid. Su gobierno amuralló los territorios de Cisjordania y Gaza, y sometió a la población palestina a múltiples retenes militares, incluso en sitios sagrados (aunque la mayoría de judíos rechazan el término apartheid, la misma mayoría de palestinos califican al Estado de Israel como un régimen parecido al sudafricano que terminó en 1992). No obstante, los israelíes viven relativamente tranquilos en Tel Aviv, Asdod o Haifa, ciudades con grandes desarrollos urbanos y comerciales que contrastan enormemente con la pobreza extrema de ciudades palestinas como Gaza. ¿De qué podrían preocuparse los israelíes cuando viven bajo la protección del ‘domo de hierro’, la poderosa fuerza militar de las Fuerzas de Defensa de Israel y el multimillonario respaldo de Estados Unidos?

Ahora bien, sería un error concluir aquí que israelíes y árabes son dos sociedades homogéneas, cuando en realidad tienen profundas diferencias políticas y sociales. Si analizamos cada fragmento, será más fácil determinar por qué la solución de dos Estados es cada vez más improbable.

Israel: Política y religión

Cuando se habla del conflicto Israel-Palestina es fácil hablar de “el pueblo judío” como si fuera un conjunto unido que representa a las 9 millones de personas que viven en Israel. Pero la realidad es muy distinta. En este país, es imposible hablar de política sin hablar de religión y viceversa, y esto se refleja en la crisis de identidad que ha padecido Israel desde su fundación: ¿Israel es un país judío o un país democrático? Si una ley democrática choca con la Halajá, la ley judía, ¿cuál debe tomar preferencia? Cada sector de la población tiene una respuesta distinta y en Israel hay cinco sectores, de acuerdo a una encuesta recogida por el Pew Research Center:

-Jiloní: Los judíos seculares que conforman el 40 por ciento de la población por lo general se identifican con el centro o centro-izquierda del espectro político. Para ellos, la práctica del judaísmo se centra más en la cultura que en la religión. Suelen identificarse como israelíes por encima de judíos.

-Masortí: Los judíos conservadores representan el 23 por ciento de la población, y son aquellos que practican las costumbres de la fe, y preservan los valores y las tradiciones religiosas de sus antepasados, pero no hay un apego estricto a la ley judía. Cuando hay una contradicción entre la democracia y la Halajá, el masortí va encontrar la manera de reconciliar tradición y modernidad.

-Datí: Los judíos religiosos (u ortodoxos) son el 10 por ciento de la población y representan al sionismo religioso en la sociedad israelí. Aunque siguen al pie de la letra la Halajá y observan el Shabat, no están opuestos a la noción de integrarse al resto de la sociedad o de trabajar en empleos seculares. Los hombres suelen portar un kipá en la cabeza y las mujeres casadas se cubren el cabello.

-Jaredí: Los judíos ultraortodoxos suelen ser los más fáciles de reconocer en la vía pública, ya que se trata de los hombres que visten grandes sombreros negros y atuendos conservadores. Aunque apenas representan el 8 por ciento de la población israelí, son el sector de mayor crecimiento y sus posturas a menudo entran en conflicto con el resto de la sociedad. No solo están exentos de cumplir con el servicio militar obligatorio por razones religiosas, evitan todo contacto con el mundo secular. Los jaredí únicamente se socializan y contraen matrimonio dentro de esta comunidad hermética.

-No judíos: El 19 por ciento restante de la población está conformada en su mayoría por árabes, aunque también hay cristianos y personas de otras denominaciones. A pesar de que hay cerca de 2 millones de árabes en el país, el hecho de ser ciudadanos israelíes no les otorga mayores privilegios frente a los palestinos de Gaza o Cisjordania. Según una encuesta de 2016, el 48 por ciento de judíos estaría de acuerdo con la expulsión de todos los árabes de Israel, y claro, la gran mayoría que favorece este escenario son los judíos religiosos que anhelan la reivindicación de un Estado judío.

No debe ser ninguna sorpresa que entre más religiosas sean sus posturas, más a la derecha del espectro político se inclina un ciudadano israelí. Hace cinco años, el 55 por ciento de judíos se identificaba como centrista, el 37 por ciento se definía de “derecha” y solo el 8 por ciento se decía de “izquierda”. Si bien es cierto que la mayoría de judíos son seculares y moderados en sus posturas religiosas y políticas, e igualmente aseguran estar insatisfechos con el liderazgo de Benjamín Netanyahu, este mismo sector de la población se ha vuelto apático ante la cuestión palestina, optando por darle más peso a los asuntos domésticos como la corrupción institucional, la inestabilidad política en la Knéset o la tasa de desempleo. Los jiloníes prácticamente viven “en su propia burbuja” (o domo de hierro).

Lo mismo no se puede decir sobre los judíos religiosos y derechistas, quienes favorecen a partidos políticos que impulsan el nacionalismo sionista y respaldan los esfuerzos de colonizar tierra palestina en Cisjornadia. Este sector de la población se ha vuelto más vocal y más numeroso en los debates públicos, y no solo rechazan la solución de dos Estados, sino que están a favor de la anexión de los distritos de Judea y Samaria (es decir, Cisjordania), aunque esto implique otorgarle la ciudadanía israelí o la residencia permanente a los refugiados palestinos. Likud, el partido político del primer ministro Netanyahu, ya está alabando la anexión como una solución viable a la crisis palestina.

Cabe mencionar que el 88 por ciento de palestinos en Cisjordania rechazan de manera vehemente la propuesta de anexión, también recordada como “la estrategia de paz de Donald Trump”…

Palestina: Guerra o integración

El Estado de Palestina es un país que nunca ha tenido la oportunidad de familiarizarse con el concepto de soberanía. A lo largo del siglo XX, los palestinos estuvieron sometidos al control de diversas entidades, primero los turcos otomanos, luego los británicos, y después de la Segunda Guerra Mundial, los israelíes. En la actualidad, Palestina es un pueblo unido en su animosidad al Estado de Israel y en su desconfianza de las naciones y organizaciones de Occidente, pero fuera de ese rasgo en común vamos a encontrar profundas diferencias en la configuración política (no tanto religiosa) de esta sociedad.

Configuración actual de Israel-Palestina (Dominio público, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=5698012)

En los territorios palestinos (la franja de Gaza, Jerusalén oriental y Cisjordania) viven 4.4 millones de habitantes. La gran mayoría de palestinos son musulmanes, y a su vez, la gran mayoría de mulsumanes palestinos pertenecen a la corriente sunita. El resto de la población está conformada por palestinos cristianos, samaritanos y claro, 688 mil colonos judíos que viven en asentamientos irregulares bajo el resguardo de las FDI.

El lado político de Palestina es más enredado y sus constantes fracturas y nivel de corrupción también han entorpecido el proceso de paz con Israel. En teoría, los territorios palestinos son gobernados por la Autoridad Nacional Palestina (ANP), entidad que nació en 1994 a raíz de los Acuerdos de Oslo y el acuerdo de principio sobre Gaza y Jericó. La ANP está encabezada por la OLP, coalición política y paramilitar que fue fundada en 1964 con la intención de emprender la lucha armada contra el pueblo de Israel y por ello, designada como una organización terrorista. Ya para inicios de los 90, la OLP había modificado sus posturas, y su líder, Yasser Arafat, reconoció el derecho de Israel a existir.

En enero de 2013, la ANP adoptó de manera oficial el nombre de Estado de Palestina​, con Mahmud Abás, del partido Fatah, como presidente (puesto que ha retenido desde 2007 y que sostiene en la actualidad). De los 193 países que conforman la ONU, el Estado de Palestina ha sido reconocido por 138 países, y es de notar que Estados Unidos no figura en esa lista, así como el Reino Unido, Francia, Canadá y México, entre otros. Desde entonces, la Asamblea General de la ONU reconoce a Palestina como Estado observador no miembro de las Naciones Unidas.

Parte de esa cautela de reconocer la legitimidad del Estado de Palestina se debe a la inestabilidad política dentro de los territorios palestinos. Si bien Fatah administra el territorio de Cisjordania, lo mismo no ocurre en Gaza, territorio en el que gobierna el partido Hamás. Recordemos que Hamás fue fundada en 1987, tras el inicio de la Primera Intifada, como una organización islamista destinada a liberar a los palestinos de la ocupación israelí y establecer un Estado islámico en el territorio que hoy abarca Israel. Designada como una organización terrorista por Estados Unidos y la Unión Europea, Hamás ha exhibido su capacidad de pragmatismo en la oferta de paz que ha extendido al gobierno israelí. Para esta organización, la tregua solo es posible si Israel se retira a las fronteras pre-1967, paga reparaciones, permite elecciones libres en Palestina y libera a todos los presos políticos y refugiados palestinos.

Militantes de Hamás en Gaza (Chris McGrath/Getty Images)

Desde su fundación, Hamás ha recibido mayores preferencias de la opinión palestina por encima de su rival político, Fatah, sobre todo en Gaza (aunque esta popularidad se ha desgastado en años recientes). Fatah suele ser visto como un partido corrupto y sometido a los intereses de Israel, mientras que Hamás se percibía como una organización más comprometida en la defensa del pueblo palestino. Por ello, el brazo político de Hamás triunfó sin mayores dificultades en las elecciones legislativas de 2006, dando pie a un conflicto abierto con Fatah, lo que derivó en la batalla de Gaza de 2007 y el triunfo de Hamás en esa región. Desde entonces, Hamás ha gobernado Gaza y ha desconocido a Mahmud Abás como presidente legítimo de la ANP y posteriormente del Estado de Palestina. En la actualidad, Hamás es la principal fuerza política en el Consejo Legislativo Palestino.

A causa de esto, la Autoridad Palestina está dividida en dos entidades políticas y cada una se posiciona como la auténtica representante de los intereses del pueblo palestino: el gobierno de Hamás en Gaza y la Autoridad Nacional Palestina encabezada por Fatah, dificultando aún más las negociaciones con Israel.

¿Entonces es posible la paz?

Al menos en el corto plazo -durante el mandato de Biden en la Casa Blanca- la solución de dos Estados, o sus alternativas de paz, lucen muy improbables. A todas luces, no hay ninguna esperanza en el horizonte de que Israel y Palestina puedan liberarse del círculo vicioso en el que se encuentran atorados. Es más probable, en efecto, que las tensiones entre los dos pueblos sigan desarrollándose como lo hicieron en la década pasada, con escaladas de violencia esporádicas, disturbios en las calles y en las fronteras, y choques constantes entre la población civil, aunque en el futuro puede haber un cambio importante que podría tener un efecto en las negociaciones de paz: la opinión pública en el resto del mundo.

A la vez que la sociedad israelí se inclina más a la derecha, partidos políticos como Likud y sus aliados adoptan un discurso populista con tal de aferrarse al poder, abriendo las puertas de la Knéset a propuestas antes percibidas como extremistas, tal como la anexión de Cisjordania o la derogación de leyes que garantizan derechos a la población árabe. Esto ha contribuido a que Israel pierda control de la narrativa que había transmitido al mundo durante el siglo pasado.

Lejos de ser aquel pequeño país que tenía derecho a defenderse de los múltiples enemigos a su alrededor, buena parte del mundo ahora ve a Israel como un régimen apartheid que restringe el movimiento de un pueblo oprimido y que permite que sus colonos destruyan las viviendas de palestinos ordinarios y se roben sus tierras. A las pedradas de los manifestantes palestinos, Israel responde con balas y misiles que asesinan a decenas de niños. Las redes sociales se han encargado de difundir una versión de los hechos que contradice la “propaganda” de opinólogos en los grandes medios occidentales.

Por ello, es posible que el mundo se vea incapaz de ignorar las atrocidades que ocurren en Palestina y ejerza presión para que la mayoría israelí, aquella que es supuestamente moderada y secular, salga de su letargo y exija a sus representantes políticos un regreso a las negociaciones de paz. Por ahora, las imágenes en Gaza, Jerusalén y Cisjordania hablan por sí solas.

Texto: Javier Carbajal

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