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Por qué estas protestas de EE.UU. fueron las más intensas desde la muerte de Martin Luther King

El asesinato de George Floyd y las manifestaciones que obligaron a Donald Trump a esconderse en su búnker.

A causa del nivel de intensidad que alcanzaron las manifestaciones del fin de semana pasado en Washington D.C., Donald Trump fue trasladado por elementos del Servicio Secreto al infame búnker que está presuntamente ubicado en la parte subterránea de la Casa Blanca. Esto ocurrió al menos una vez, la noche del viernes, acción que desató una ola de burlas en redes sociales bajo el hashtag de #BunkerBoy. La susodicha instalación no había sido utilizada para fines de seguridad desde los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001.

Pero el domingo, cerca de la medianoche, pasó algo todavía más inaudito. Mientras los policías se enfrentaban a los manifestantes en el parque conocido como Lafayette Square, la Casa Blanca apagó sus luces exteriores, dejando que las llamas que se esparcían por las zonas turísticas más famosas de la capital estadounidense, iluminaran el caos. “Cuando el país necesitaba un lider, Trump apagó las luces” fue el el encabezado que varios medios replicaron, haciendo eco de un símbolo político de tremenda fuerza.

Los enfrentamientos en Washington no fueron los únicos que se registraron en los últimos días. Más de 140 ciudades por todo el país vieron sus calles inundadas de manifestantes, desde San Diego, California hasta Boston, Massachusetts, y desde Seattle, Washington hasta Miami, Florida. Por una semana, Estados Unidos olvidó que había una pandemia y se vio sumergida en un nuevo conflicto social.

Policías anti motines en la Casa Blanca (Photo by Alex Wong/Getty Images)

¿Pero a qué se debió esta enorme ola de protestas que sacudieron a todo el país? ¿Cuál fue la bomba que detonó la ira de la sociedad estadounidense? ¿Y cuáles fueron las causas que provocaron los saqueos y la violencia? En seguida hacemos un listado de los antecedentes del estallido, el incidente que prendió la mecha y los actores que le echaron gasolina a las llamas del descontento social y de la polarización. En suma, fue la tormenta perfecta.

LA MECHA

El virus – Hasta el 2 de junio, los Centros para el Control y Prevención de Enfermedades (CDC, por sus siglas en inglés) tenían un registro de 105,157 muertes por COVID-19, por mucho, el país con la mayor cantidad de defunciones a causa de la pandemia de coronavirus. Varios factores influyeron en el dramático impacto que tuvo la crisis sanitaria, entre estos, el menosprecio que mostró el gobierno federal al riesgo de un brote entre la población.

Cuando el país por fin empezó a tomar en serio la gravedad de la crisis, Trump permitió que los gobiernos locales ordenaran una serie de medidas preventivas como el cierre temporal de negocios y el confinamiento social. Los sectores de la población más vulnerables, a pesar del encierro, fueron los que aún presentaban niveles normales de movilidad, es decir, la gente que trabajaba en negocios de comida, supermercados, transporte público, limpieza, industrias agropecuarias, así como la población en el sistema penitenciario. En otras, palabras, minorías. Estos mismos sectores tampoco gozaban del mismo nivel de acceso a los servicios de salud que la clase media. ¿Resultado? Si la distribución de razas y grupos étnicos en la población de EE.UU. es de 72% blancos, 16% latinos y 13% negros (censo, 2010), la distribución de contagios de covid ha sido 36% blancos, 33% latinos y 22% negros, según datos de los Centros para el Control y Prevención de Enfermedades (CDC).

Pacientes de covid en el Bronx (Photo by John Moore/Getty Images)

Desempleo – En la semana previa a las manifestaciones, Estados Unidos había perdido 39 millones de empleos en tan solo nueve semanas, incluso con el relajamiento de restricciones para evitar el contagio de covid. Esta es la peor caída en el empleo desde la Gran Depresión de los 1930. La tasa de desempleo se ubica al 14.7%, el peor nivel desde que se hace un registro de esta cifra. La crisis sanitaria también desembocó en la quiebra de miles de empresas, dejando a muchos trabajadores en la incertidumbre. ¿Y quiénes han sido los más afectados por la pérdida de empleos? Exacto, minorías.

Desempleo (Photo by Stephanie Keith/Getty Images)

Las protestas contra el encierro – A mediados de abril, Estados Unidos atestiguó un extraño fenómeno cuando miles de personas violaron el confinamiento y salieron a protestar contra los encierros que los gobiernos estatales impusieron sobre la población, para prevenir el contagio de COVID-19. Era fácil ver que la mayor parte de los manifestantes eran personas de clase media y clase media-baja, de piel blanca, simpatizantes del Partido Republicano. Algunos incluso se presentaban con armas de alto calibre y disfrazados con camuflaje.

Había quienes exigían la reanudación de actividades comerciales porque ya no tenían ahorros -una petición legítima- pero muchos otros alegaban que el confinamiento era una violación de sus derechos individuales, que no podían cortarse el pelo, o que simplemente estaban aburridos. Alentados por Donald Trump y sus canales de propaganda, los manifestantes -armados hasta los dientes- irrumpieron en los palacios de gobierno y no estuvieron sujetos a ninguna forma de represión de parte de las autoridades locales. Al final de esta ola de protestas, muy poca gente salió detenida.

https://twitter.com/exavierpope/status/1265607371591692295

Casos de tensión racial – En la primera mitad de este año se dieron a conocer varios casos que volvían exhibir el racismo sistémico que permea en los sectores privilegiados de la población, la ceguera ante las desigualdades sociales, así como los abusos que se cometen contra las minorías de forma rutinaria, ya sean negros, latinos, orientales o nativos americanos.

El asesinato de Ahmaud Arbery, cometido en febrero por dos hombres blancos de un pueblo de Georgia, ilustraba los riesgos a los que se exponía un afroamericano solo por salir a la calle, pero el caso de Arbery pasó desapercibido ante el bombardeo de noticias sobre el coronavirus.

Ya con la crisis sanitaria en fase de descenso, la tensión racial no tardó en ser polémica de nuevo gracias a una mujer de nombre Amy Cooper. Cuando un hombre afroamericano increpó a esta señora en Central Park por no sujetar a su perro con una correa, Cooper amenazó al sujeto con llamar a la policía y decirles que un hombre negro la estaba amenazando. Era un caso que exhibía la facilidad con que una persona puede victimizarse si su interlocutor tiene un color de piel que no es blanco. Es otra manera de abusar del llamado “privilegio blanco”, para demostrar el poder que tiene alguien sobre los grupos minoritarios.

EL DETONANTE

La muerte de George Floyd – El lunes, 25 de mayo, en Minneapolis, Minnesota, dos policías respondieron al llamado de un comercio sobre un hombre que presuntamente había intentado pagar con un billete falso de 20 dólares. Los policías ubicaron al sospechoso, identificado como George Floyd, de 46 años, en el interior de un vehículo y acompañado por dos personas más. De acuerdo a la declaración de los policías, el hombre opuso resistencia al momento de ser detenido. Dos oficiales más llegaron a la escena para llevarse a Floyd, pero éste se dejó caer al suelo antes de ingresar a la patrulla.

Un par de testigos grabaron el momento en que los policías tenían sujeto a George en el piso. Uno de los oficiales, de nombre Derek Chauvin, mantuvo su rodilla sobre la nuca de George, con todo el peso de su cuerpo. No obstante las quejas y el llanto de George, así como los gritos de los testigos, el oficial Chauvin tuvo su rodilla sobre la nuca de George por más de 8 minutos, hasta que este perdió la consciencia. Uno de los policía tomó su pulso pero el hombre no dio señales de vida. Los uniformados terminaron por llamar a una ambulancia.

Al día siguiente, el video del asesinato de George Floyd se hizo viral en redes sociales, y varios medios de comunicación replicaron las partes del video cuando el detenido decía “No puedo respirar”. La familia de George acusó a los cuatro policías vinculados al caso de homicidio y exigió justicia ante la prensa. La policía de Minneapolis, por su lado, emitió un comunicado en el que informaba que la víctima no murió de asfixia; de acuerdo a una autopsia preeliminar, George falleció a causa de una combinación de factores preexistentes, entre estas, una enfermedad cardiovascular (el lunes, 1 de junio, una autopsia independiente concluyó que la víctima sí murió de asfixia, provocada por un bloqueo de la circulación sanguínea al cerebro).

El martes 26 de mayo, se realizaron las primeras manifestaciones que exigían justicia para George Floyd. La policía informó que los cuatro policías involucrados en el caso fueron despedidos, pero esto no fue suficiente. Aquella noche, las protestas pacíficas en Minneapolis desembocaron en saqueos de tiendas departamentales y el incendio de varios comercios, así como la destrucción de la estación de policía al día siguiente. Los medios de comunicación reportaron los hechos a la vez que lo ocurrido se empezó a politizar en redes sociales. Grupos activistas como Black Lives Matter convocaron a la protesta por todo el país, mientras que los seguidores de Trump señalaron que los saqueos y el vandalismo no tenían lugar en una protesta legítima.

Según las autoridades locales de Minneapolis, la policía es la reponsable de la violencia en sus calles, no solo por la muerte de George Floyd, también por lo ocurrido en las manifestaciones. “Nadie estaba saqueando nada en la primera noche de estas protestas, nadie estaba encendiendo nada en la primera noche de estas protestas, y sin embargo, la respuesta de la policía fue increíblemente brutal”, dijo Jeremiah Ellison, miembro del consejo de la ciudad. “La provocación original a la violencia callejera fue de nuestros oficiales”.

Detención de Derek Chauvin (Ramsey County Sheriff’s Office via Getty Images)

El viernes, 29 de mayo, mientras las protestas se multiplicaban por decenas de ciudades, Derek Chauvin fue detenido y acusado de homicidio en tercer grado. Se dio a conocer que el oficial Chauvin tenía 18 años de trayectoria en el Departamento de Policía de Minneapolis, así como 18 quejas previas en asuntos internos. Los otros tres policías todavía no enfrentan cargos, no obstante la presión pública.

LA GASOLINA

Donald Trump – Ante la escalada de violencia en las protestas de Minneapolis, Trump arremetió contra el alcalde de la ciudad y el gobernador de Minnesota por no ser más estrictos. A través de Twitter, el presidente de Estados Unidos se refirió a los manifestantes como “rufianes” (thugs), y citó a un jefe de policía racista que en 1967 dijo “cuando los saqueos comienzan, los disparos comienzan”. Esta amenaza de violencia fue suficiente para que Twitter por primera vez censurara una publicación del presidente, lo que desató la furia de Trump contra esta red social.

El caso de George Floyd no es la primera vez que un abuso de la policía es captado en video, pero sí es la primera vez que ocurre durante el gobierno de Trump. En el pasado, con el estrangulamiento de Eric Garner, de Nueva York, en 2014 y el asesinato de Michael Brown, de Ferguson, en el mismo año, entre otros casos, la gente también salió a las calles para denunciar los abusos constantes de la policía. Pero en aquella época, Barack Obama era presidente, y el primer mandatario afroamericano en la historia del país siempre actuaba rápido para apagar las llamas del descontento social. En esta materia al menos, Obama sabía dar el tono con un discurso reconciliatorio y luego establecía diálogos con los líderes comunitarios y activistas correspondientes para calmar los ánimos.

Pero como es evidente, Donald Trump es presidente de una sola minoría, su base, y nunca ha mostrado disposición alguna para fomentar el diálogo con las otras minorías de Estados Unidos, sobre todo las comunidades afroamericanas y latinas. Las manifestaciones tras el asesinato de George Floyd representan el primer gran desafío que tiene enfrente el presidente Trump sobre “racism in America“, un eterno problema que tarde o temprano exige la atención de todo los presidentes de Estados Unidos. ¿Cómo ha reaccionado Trump? Exacerbando la polarización, amenazando a los estados con desplegar al ejército, e incluso alegando que iba a soltar los perros contra los manifestantes que se atrevieran a cruzar el perímetro de la Casa Blanca, y siempre conservando un enfoque en la política electoral.

La policía – Aunque buena parte de las manifestaciones han sido pacíficas, no pasó desapercibida la conducta bárbara de muchos policías, quiénes solo estaban ahí para prevenir los saqueos, frenar los actos de vandalismo y desalojar a los manifestantes tras el toque de queda. Apoyados por la Guardia Nacional, los uniformados se tomaron muchas libertades con el uso de balas de goma, gas lacrimógeno, tasers, macanas y demás instrumentos “no letales” de represión social. Las redes sociales se dieron a la tarea de documentar los casos de abuso de poder a manos de la policía, y vaya que no hubo escasez de imágenes.

Algo que quedó muy claro es la ignorancia general de los elementos de seguridad pública en materia de derechos humanos, reglas de enfrentamiento y libertad de expresión. Resultaba irónico que el mismo país que a menudo se jacta de exigir mayor apego a los derechos humanos en lugares como Irán, China o Rusia, ahora sea el foco de atención por las horribles escenas de abuso policial que circulan en internet. Patrullas que son usadas para atropellar a la gente, detenciones arbitrarias de participantes en una protesta, uso de violencia desmedida para someter a transeúntes, y un largo etcétera que puede ser consultado aquí.

En los últimos cuatro días, más de un centenar de periodistas denunciaron agresiones y detenciones arbitrarias por policías ajenos a cualquier conocimiento sobre las garantías que otorga la Primera Enmienda de la Constitución estadounidense. “No nos importa” gritaban los elementos de seguridad cuando un reportero se identificaba como miembro de la prensa, sin discriminar a locales, nacionales, extranjeros o estudiantes. Ni siquiera los grandes canales de noticias, como CNN o BBC News, salieron exentos de las peculiares tácticas de las autoridades, más propias de un régimen autoritario que de una nación democrática. Quizás el más difundido de estos lamentables hechos ocurrió cuando Omar Jimenez, reportero de CNN, fue esposado por policías de Minneapolis, junto con su equipo de producción, sin motivo aparente. Lo más insólito es que a los policías no les importó que Jiménez estuviera en plena transmisión en vivo desde el epicentro de este conflicto social (minutos después, Jiménez fue puesto en libertad y el gobernador del estado emitió una disculpa pública).

Provocadores e infiltrados – Luego de que el espíritu de las marchas se exportara a otras ciudades, Donald Trump y sus seguidores no tardaron en fabricar culpables, siempre muy cuidadosos de no abordar el conflicto desde el ángulo de racismo como un problema sistémico en la policía. El presidente se lanzó contra los medios de comunicación, contra el candidato opositor Joe Biden o contra las políticas liberales que permiten la libertad para manifestarse, entre otros actores sociales. Pero luego los medios apologistas de la represión, como Fox News, señalaron el dedo contra Antifa y “la izquierda radical”. Según las publicaciones de la Casa Blanca, las manifestaciones eran coordinadas por una organización anarquista, respaldada por un “ala radical” del Partido Demócrata. El fin de semana pasado, el presidente se comprometió a designar a Antifa como una organización de terrorismo doméstico.

Pero había un par de problemas con este pronunciamiento. Para empezar, Antifa es como Anonymous, un grupo amorfo de individuos con una causa en común: oponerse al discurso fascista que muchos seguidores de Trump han adoptado. No hay una base de operaciones, ni líderes, ni página de internet, ni padrón de miembros; no es una organización como Black Lives Matter sino un movimiento que se forma de manera espontánea. Hablar de Antifa es como hablar de la alt-right, su polo opuesto en el contexto de las batallas ideológicas de la generación millennial. Uno puede identificarse como antifa, es decir, como antifascista, de la misma forma que uno puede decir que es liberal o conservador, no hay una credencial de por medio. El segundo problema con la designación de Antifa como una organización terrorista es que no existe el marco legal en Estados Unidos para llevar a cabo esta iniciativa. En otras palabras, no hay tal cosa como una organización terrorista doméstica. Ni siquiera el KKK está clasificado como una organización terrorista, a pesar de que cumple con todo el perfil.

No obstante, era evidente que las protestas estaban integradas, en menor medida, por personas ajenas a Black Lives Matter o comprometidas con las causas de los afroamericanos. Si bien podía ser cierto que había voces anarquistas que se unieron a las manifestaciones y que se involucraron en la violencia, también hay motivo para sospechar de simpatizantes de extrema derecha que se infiltraron en las marchas para incitar a los saqueos y culpar a las minorías, ya sea, dejando costales de ladrillos en las calles, o participando en actos de vandalismo. En varios casos, los manifestantes incluso acusaron a la policía de estar ligados a estos agentes provocadores, pero lo que es cierto es que muchos individuos aprovecharon el caos de una protesta legítima para extraer algún beneficio, ya sea personal o político.

Saqueos en Boston (Keiko Hiromi/REUTERS)

Las redes sociales – Como suele suceder en estas situaciones, las redes sociales se convirtieron en un campo de batalla adicional. Por un lado, tenías a los manifestantes compartiendo sus experiencias en sus celulares de todo lo que ocurría en las protestas. Bajo el hashtag o la arroba indicada, estas imágenes inéditas se viralizaban de acuerdo a su valor como denuncia pública. Las redes mostraban contenido que se perdía en el filtro de los noticieros, lo que agitaba aún más las emociones de los usuarios. Y por el otro lado, influencers, celebridades, comentaristas y activistas políticos difundían el contenido que provenía de las calles y aumentaban la visibilidad del reclamo de justicia.

Sin embargo, la batalla en las redes sociales podía ser tan caótica como lo que ocurría en las marchas. Usuarios compartían con facilidad notas falsas, imágenes que no correspondían a esa semana (como el de la Casa Blanca con las luces apagadas) o videos ajenos al conflicto (como el de un hombre africano arrestado por policías). Las discusiones entre los seguidores de Trump con el resto de usuarios se convertía en una guerra de insultos. Y ya para el martes, 2 de junio, la intensidad de la protesta callejera se había disminuido al activismo por hashtags y a la frivolidad de sustituir un avatar por un fondo negro.

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Mientras miles de patrullas en las grandes urbes de Estados Unidos siguen vigilando las calles como en un estado de sitio, vale la pena preguntarse si la muerte de George Floyd y las manifestaciones consecuentes, por más intensas que hayan sido, tendrán algún impacto en la conciencia social de los sectores privilegiados, o pasarán a ser un pie de página más en la perpetua tragedia del racismo en Estados Unidos. En los próximos días seguro veremos gestos de empatía de parte de la élite artística y empresarial, discursos emotivos de la clase política, así como eventos de caridad, entre toda la parafernalia de activismo “suave”. Pero para que haya una diferencia, el verdadero impacto se debe reflejar en la vida económica y política de las minorías, tal vez cuando dejen de sentirse excluidos de la frase “all lives matter”.

Las protestas en EUA durante el 2020.

Imagen principal: Minneapolis, 28 de mayo (AP Photo/Julio Cortez)

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