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Nellie Campobello: la escritora de la Revolución Mexicana

Nellie Campobello habló dela Revolución Mexicana como muy pocos escritores y sería el antecedente directo de escritores como Rulfo o Cristina Rivera Garza.

Las historias que sobrevivieron en un cuaderno verde

Nellie Campobello (Durango, 1900–1986) fue la única escritora incluida en la antología de la Novela de la Revolución mexicana que compiló Antonio Castro Leal a principios de los años sesenta en México. En ese libro se incluyeron los relatos de la Revolución mexicana que serían más leídos en la historia reciente del país. En gran medida, allí se conformó la imagen que perduraría en la cultura popular sobre la revolución social más importante de nuestro país.

Entre las narraciones que conforman ese libro, las de Campobello se distinguen por una fuerza poética inusual y por estar contadas desde la perspectiva de una niña. Agrupadas bajo el título de Cartucho ( publicado por primera vez en 1931 y luego, con cambios, en 1940), los relatos hablan de episodios brutales y sencillos que ella misma presenció o le contaron.

La historia de un libro cambiante

Cuando terminó la Revolución, Nellie Campobello salió de México hacia La Habana, Cuba, en compañía de su hermana Gloria para continuar juntas su formación profesional como bailarinas. En el ambiente de la isla, las hermanas conocieron a varios integrantes del mundo intelectual de la época. Entre ellos, al crítico cultural cubano José Fernández de Castro y al poeta andaluz Federico García Lorca (que estaba por allá dando un ciclo de conferencias sobre la poesía) a quien siempre recordaría con cariño:

Pude ver a Federico sin apartar mi mirada de la de él. Sus cejas eran, o me lo parecieron, enormes, su cara ancha, sus ojos de moro, bellísima frente; su boca traslucía signos amargos de tragedia constante. No volveríamos a verle: poco después las balas franquistas lo convirtieron en estatua; el tiempo y el espacio lo sostienen en un pedestal de amor (Prólogo a Mis libros).

Campobello comenzó a darles forma a las historias de Cartucho a partir de una temporada que Fernández de Castro pasó internado en un hospital. Ella visitaba a su amigo por las tardes y, para matar el tiempo, le contaba las historias que vivió en su infancia en el norte de México, anotadas en un viejo cuaderno verde. El entusiasmo que su amigo mostró al escucharla la animó a buscar dónde publicar esas historias. Finalmente, los 33 relatos de Cartucho vieron luz en Integrales, una naciente editorial de Xalapa, que estaba a cargo de Germán List Arzubide, antiguo miembro del grupo de escritores estridentistas.

Nellie Campobello

La escritura de Campobello no buscaba explicar las causas de la Revolución o retratar al país entero en guerra. Lo que había en sus páginas era una búsqueda por encontrar sentido en una experiencia violenta por medio del testimonio de los sobrevivientes. En una entrevista de 1965 con Emmanuel Carballo, la escritora explicó así el origen de su obra:

[Cartucho] lo escribí para vengar una injuria. Las novelas que por entonces se escribían, y que narran hechos guerreros, están repletas de mentiras contra los hombres de la Revolución, principalmente contra Francisco Villa. Escribí en este libro lo que me consta del villismo, no lo que me han contado. (Diecinueve protagonistas de la literatura mexicana del siglo XX)

Casi diez años después de su primera publicación, en 1940 apareció una nueva edición que ahora incluía 56 relatos y presentaba algunos cambios en las historias. En ella, Campobello no sólo recuperó un texto que en gran medida había pasado desapercibido, sino que también aprovechó para modificarlo en atención a sus nuevos intereses. En general, la edición definitiva de la obra propone una visión más compleja de la Revolución al multiplicar las fuentes de los testimonios y restar fuerza a elementos autobiográficos.

Una bailarina que escribía

Durante mucho tiempo, la crítica literaria se ha preguntado sobre las razones que tuvo la autora para modificar así su libro. Una posible respuesta habita en la otra actividad artística a la que Campobello dedicó gran parte de su vida: el baile. Baste recordar su trabajo como directora de la Escuela Nacional de Danza de 1937 a 1984. El mismo año de la segunda publicación de Cartucho, salió de las prensas de la Secretaría de Educación Pública el primer atlas de bailes folclóricos de México, titulado Ritmos indígenas, una hermosa compilación de algunas danzas representativas de la multiplicidad de naciones indígenas mexicanas. En su redacción participaron Nellie y su hermana Gloria; y en la ilustración, su hermano Rafael.

December 1923: A derailed train during the Mexican Revolution. (Photo by Paul Jones/Topical Press Agency/Getty Images)

La tesis principal del libro es que así como los habitantes de cada región del país tienen un acento particular, poseen también “su peculiar ritmo o porte”; y así como cada comunidad tiene modos de hablar, que sirven de base a su literatura, también tienen modos de caminar, que son fundamento de sus bailes. De manera que cada descripción de las coreografías comienza con una observación minuciosa de su forma de andar en la calle: hacia dónde inclinan el cuerpo, cómo mueven los brazos, qué tan arqueada va su espalda, entre otros detalles.

A lo largo de Ritmos indígenas hay un afán por clasificar y registrar la experiencia cultural colectiva que es el baile regional. Así que es probable que la metodología que los Campobello desarrollaron para la escritura de su libro sobre danzas regionales haya influido la reescritura de la segunda edición de Cartucho. De allí se explicaría no sólo la multiplicación de las fuentes que la autora registra para entretejer sus relatos revolucionarios, sino la ampliación de una sensibilidad individual frente a la guerra que se entrelaza con una experiencia colectiva de dolor.

Las historias del cuaderno verde

En ambas versiones de Cartucho la Revolución es algo que pasa a un lado de la casa. No el movimiento social con causas intrincadas y líderes cambiantes; sino el caer cotidiano de los cuerpos ensangrentados en la banqueta. La cercanía de la muerte hace que la narradora pierda el miedo frente a los cadáveres y se apropie de ellos de la manera en que sólo una niña podría hacerlo:

Como estuvo tres noches tirado, ya me había acostumbrado a ver el garabato de su cuerpo, caído hacia su izquierda con las manos en la cara, durmiendo allí, junto de mí. Me parecía mío aquel muerto. Había momentos que, temerosa de que se lo hubieran llevado, me levantaba corriendo y me trepaba en la ventana, era mi obsesión en las noches, me gustaba verlo porque me parecía que tenía mucho miedo. (“Desde una ventana”, Cartucho)

November 1913: Mexican rebels carry a captured officer who has been injured during the Mexican revolution. (Photo by Topical Press Agency/Getty Images)

Quizá por ese tono que es a la vez frío y entrañable, Cartucho marcó a sus lectores y fue incluido en la antología más importante sobre textos revolucionarios. Aún más: Cartucho sobrevive en las palabras de escritores que siguieron el camino abierto por Campobello de manera no confesada. Escrituras como las de Juan Rulfo, Gabriel García Márquez y Cristina Rivera Garza hubieran sido imposibles sin esa gran fundadora de una manera para hablar del dolor y la guerra en Latinoamérica. Hoy, a más de cien años de la gran Revolución mexicana y a once del inicio de la Guerra contra el Narcotráfico, debemos volver a leer Cartucho porque quizás allí hay una forma de seguir contando nuestra historia.

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