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Last Night in Soho: Una visión crítica de la nostalgia – Reseña especial Sitges 2021

La nueva película de Edgar Wright, Last Night in Soho, es una grata sorpresa que revisa, críticamente, nuestra mirada en el horror.

Last Night in Soho, el esperado regreso del director inglés Edgar Wright, es un deleite. La función abarrotada en Sitges 2021 dejó extáticos a los asistentes. Este cine nacido de la cinefilia, para un público ávido de nostalgia por el horror de antaño, guarda también la clave de una reflexión sobre el futuro del género.

De alguna forma, las historias de fantasmas son historias de detectives que se desplazan en el tiempo. Las pistas se borraron hace mucho, los cadáveres se pudrieron, los gritos fueron acallados por las décadas, pero el misterio permanece, anhelando ser resuelto. La lógica del detective se convierte entonces en la sensibilidad del médium; y las historias de fantasmas son relatos detectivescos atravesados por anacronismos.

Edgar Wright entiende muy bien esta idea, por supuesto. Porque el meta-sugerente director inglés siempre ha sido un cinéfilo. Su lenguaje cinematográfico nace en la cinefilia. Wright, como Tarantino, como Sono, como Del Toro, se bañan en cultura pop para trabajarla en nuevas paletas. Desde las comedias de zombies, pasando por el buddy cop, las películas apocalípticas y lo más slick del heist setentero, el cine de Wright está lleno de nostalgia y referencias.

Es evidente que, como todo director entregado a la cinefilia, su mirada no es inocente. Wright, como Tarantino o Sono o Del Toro, comenta los géneros populares en los que se entrega. Como Inglorious Basterds (2009) fue un comentario sobre el deseo de Estados Unidos de vengar el mal absoluto del nazismo a través de Hollywood; como Why Don’t You Play in Hell? (2013) y Red Post on Escher Street (2020) reflexionan sobre los limites de las narrativas meta; como Crimson Peak (2015) fue un comentario sobre la endogamia en la aristocracia y su relación con el gótico fantasmagórico; Last Night in Soho es un comentario a un tipo de cine específico.

A diferencia de lo que muchos adivinaban por los trailers y pósters, esta no es una película de homenaje al Giallo de Fulci, Martino, Argento, Bava y demás brillante compañía. No, como bien señalaba el crítico Erick Ortiz, esta cinta es más bien un homenaje y una reflexión sobre el cine psicológico de horror sesentero y setentero europeo. En particular, experimentos ambientales de tortura paranoica como Don’t Look Now (1973) de Roeg, la trilogía del departamento de Polanski (en especial Repulsion de 1965, claro, y Le locataire de 1976), y grandes clásicos inevitables como The Innocents (1961) de Jack Clayton.

Con esta materia prima, Wright va a hacer una película única en su filmografía. Al mismo tiempo que Last Night in Soho es evidentemente, y a leguas, una cinta de Wright, hay un comentario autoconsciente sobre su propio cine y una economía mucho más madura de recursos. Así, el joven director inglés logró, tal vez, una de sus mejores películas.

II

Ellie (Thomasin McKenzie) es una joven estudiante de preparatoria que vive en la rural Cornwall y sueña con convertirse en modista. El amor por la moda viene de su madre: ella también quiso ir a Londres y cumplir el sueño de ver sus vestidos desfilar. Pero la gran ciudad potenció una latente esquizofrenia y la empujó a la muerte. Sin padre, Ellie vive con su abuela en una casa llena de recuerdos. Los discos de su madre, los vestidos de su madre, el mobiliario de su abuela, todo lo que la rodea con cariño, la transporta irremediablemente a los años sesenta. Ellie sueña con la elegancia única de Audrey Hepburn, con el glamour de los smashing sixties en la capital del mundo, sueña con los Kinks, Dusty Springfield y Petula Clark.

De pronto llega un gran oportunidad cuando es aceptada en una escuela de moda en pleno Soho. Ellie está extática: su imaginación desbordante vislumbra escenarios grandilocuentes. Pero la realidad es otra. La escuela está llena de estudiantes oportunistas sin talento y hombres lascivos que la observan como nadie la había observado. Se siente vulnerable y escapa de su internado para rentar una pequeña habitación a la gruñona Ms. Collins (interpretada por la mítica Diana Rigg en su último papel antes de fallecer).

La habitación es un vestigio de otra época. La nostalgia del mobiliario y el lugar despiertan algo en Ellie. De pronto, en sueños, la joven modista se encuentra en el Londres de los años sesenta encarnada en un alterego de seguridad única, belleza icónica y labia fácil llamada Sandy (Anya-Taylor Joy). Pero con Sandy, Ellie descubrirá que el Londres de sus sueños no es mejor que el Londres asfixiante del presente.

III

A través de esta primera premisa, Edgar Wright juega con soltura entre tonos. Pasa del coming of age a la comedia romántica, al suspenso detectivesco y al horror psicológico y sobrenatural. Todo, por supuesto, tejido con su enorme sensibilidad  para el montaje. Como en Baby Driver (2017), la pauta de todo lo que sucede en Last Night in Soho está construido como solfeo de transiciones entre imágenes y la sección rítmica de míticas canciones sesenteras. Las mismas canciones que le dan nombre a la película; las mismas canciones de los discos de los padres de Edgar Wright y que alimentan, por supuesto, una nostalgia íntima.

El montaje de Paul Machliss (que ha trabajado con Wright desde Scott Pilgrim de 2010) es, sin embargo, mucho más pausado, mucho más melódico, si se quiere, frente a la aceleración rítmica de cintas anteriores. Aquí la edición entiende perfectamente los momentos de la trama y la necesidad de cierta paciencia para construir, atmosféricamente, el estado mental de Ellie. Sólo a través de esta construcción psicológica que nace del montaje y del juego en los planos con la simetría y lo caleidoscópico, con los espejos y los espejos rotos, se construye un bello homenaje al horror mental europeo de los sesenta.

Y este homenaje no es inerte. En la revisión crítica del género, Wright se incluye y cambia algo. Por primera vez, sus protagonistas no son hombres. Y, más aún, la película se construye como una crítica a la mirada masculina en la historia del horror clásico. En esta reflexión sobre la lascividad de la mirada hegemónica, sobre la construcción de los personajes femeninos en el cine de horror, sobre lo que separa a víctimas de victimarios, Wright regresa a los viejos problemas planteados por Peeping Tom (1960) de Michael Powell y, sesenta años después, les da un contexto dolorosamente contemporáneo.

En ese sentido, Wright construye una película única desde una cinefilia crítica que explora, a través del acto mismo de hacer cine, la peculiaridad de ver cine. Last Night in Soho, sin ninguna petulancia, regresa en el camino de sus influencias para cuestionarlas. Y en este regreso, se divierte tanto como propone. Por supuesto, la cinta dialoga en distintos niveles con diferentes públicos. Ésta es una conversación para los que conocen y reconocen los tropos del género. Pero de esta conversación no se excluye a nadie. Porque Last Night in Soho tiene suficiente carisma para ser una extravagante cinta de fantasmas en la que todos pueden decidir qué tanto se aventuran. Ahí está el viaje en el tiempo propuesto, finalmente: depende de nosotros cómo queremos cuestionar, en la crítica constante que le debemos a nuestra mirada, los refugios peligrosos de nuestra propia nostalgia.

Calificación: 3.5/5

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