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Rosario Castellanos, a casi medio siglo de su partida: “Porque lo que sucede no es verdad”

La muerte de la escritora mexicana Rosario Castellanos y las teorías alrededor del hecho.

“¿Qué se hace a la hora de morir? ¿Se vuelve la cara a la pared?
¿Se agarra por los hombros al que está cerca y oye?
¿Se echa uno a correr, como el que tiene
las ropas incendiadas, para alcanzar el fin?

¿Cuál es el rito de esta ceremonia?
¿Quién vela la agonía? ¿Quién estira la sábana?
¿Quién aparta el espejo sin empañar?

Porque a esta hora ya no hay madre y deudos.
Ya no hay sollozo. Nada, más que un silencio atroz”.

(Amanecer)

¡Qué ironía! Pronunciar la muerte tantas veces, con tal miramiento; declamarla casi en susurros; pedirle que llegara con tiempo y cargada de respuestas; y, en cambio, encontrarla así, súbita, furiosa, indolente como un trance fulminante, con esa rudeza que puede imponer una descarga de 250 voltios.

Heme aquí, ya al final, y todavía
no sé qué cara le daré a la muerte”.

(Parábola de la inconstante)

Rosario Castellanos, la diplomática, la periodista, la escritora que incursionó en casi todos los géneros literarios, no tuvo tiempo de buscar otro semblante que el de sus cejas levantadas y su frente libre. Fue un deceso tan inconcebible que hubo que embarrarlo de misterio y de suspenso, embadurnarlo de esas historias que se acomodan a modo para aligerar el duelo o para alimentar el morbo de los que se quedan.

No, no es la solución
tirarse bajo un tren como la Ana de Tolstoi
ni apurar el arsénico de Madame Bovary
ni aguardar en los páramos de Ávila la visita
del ángel con venablo
antes de liarse el manto a la cabeza
y comenzar a actuar”.

(Meditación en el umbral)

Quienes armaron tramas de asesinato y suspenso, no entendieron que para la ensayista, novelista y feminista sin etiqueta no había más crimen ni mayor atentado que los cometidos en contra de las mujeres o de los indígenas mexicanos.

Pero si es necesaria una definición
para el papel de identidad, apunte
que soy mujer de buenas intenciones
que he pavimentado
un camino directo y fácil al infierno”.

(Pasaporte)

Los menos intrépidos, esa gran mayoría que compró la trilogía del cuerpo húmedo, la llamada misteriosa y la lámpara traicionera, prefirieron ver la muerte de la chiapaneca universal como una novelesca escena enmarcada en la enigmática Tel Aviv de la década de los años setenta.

Lo de menos era el baño reciente, los pies húmedos o el teléfono insistente; era la brutal interrupción de una obra vasta y el ahogo de una voz en plenitud, las que importaban.

Nunca un choque eléctrico tuvo tantas versiones. Y nunca la crónica más factible fue la menos atendida, a pesar de que en ella coinciden Dolores Castro, amiga cercana de Rosario, y su alumno, Samuel Gordon, a quien el chofer de la embajatriz llamó tras el accidente. (Tanya Huntington en La verdadera historia de la muerte de Rosario Castellanos)

El termómetro marcaba 40 grados centígrados cuando la mujer entró a su casa, se descalzó e intentó prender la lámpara que había comprado en un bazar árabe para adornar su recién adquirida mesa metálica. Mientras el conductor guardaba el auto en la cochera, la maestra en Filosofía se electrocutaba.

El empleado llamó a Gordon para notificarle lo sucedido y el pupilo lo urgió a llamar una ambulancia, pero ella no arribó viva al hospital o si acaso murió apenas al llegar.

https://twitter.com/vontau42/status/1540157395715985408

Su intento de prender la luz había apagado para siempre el fulgor de su talento.

Aquel 7 de agosto de 1974, Gabriel (“…ya usted sabe, ese niño que un día se erigirá en juez inapelable y que acaso, además, ejerza de verdugo. Mientras tanto lo amo”) había quedado huérfano de madre y las letras universales habían perdido a una artífice admirable.

Rosario Castellanos ya no regresaría a su oficina de la capital israelí ni volvería a admirar la mesita de bronce repujado traída de Siria. Y aunque volva su país confinada en un oscuro féretro a bordo de un avión de la Fuerza Aérea Mexicana, en el paraíso de las letras y en las trincheras de sus causas, su luz sigue y seguirá encendida.

“Y, sin embargo, hermano, amante, hijo,
amigo, antepasado,
no hay soledad, no hay muerte
aunque yo olvide y aunque yo me acabe”.

(Presencia)

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