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Por qué la muerte de Ruth Bader Ginsburg podría desatar una crisis política en Estados Unidos

Como un efecto mariposa, la muerte de la jueza desató una reacción en cadena que podría desembocar en el triunfo de Trump.

El 18 de septiembre murió Ruth Bader Ginsburg y el timing, por así decirlo, no pudo ser peor para los enemigos políticos de Donald Trump. Con este fallecimiento, Estados Unidos no solo perdió a una de sus voces liberales más importantes en la Suprema Corte de Justicia, también le arrojó un salvavidas al Partido Republicano de cara a las elecciones presidenciales del 3 de noviembre. Es una trama que tiene a los politólogos más respetados trazando escenarios hipotéticos que, en el peor de los casos, desembocan en una auténtica crisis política.

Pero antes de retratar el posible colapso de la democracia estadounidense, hagamos un repaso de quién fue Ruth Bader Ginsburg, una mujer tan admirada como aborrecida por una sociedad cada vez más polarizada.

La notoria RBG

De ascendencia judía, talante moderado y amante de la ópera, Ruth Bader Ginsburg fue postulada por Bill Clinton en 1993 para convertirse en la segunda mujer en ocupar un asiento en la Corte Suprema de los Estados Unidos (la primera fue Sandra Day O’Connor, nominada por Ronald Reagan en 1981). Con el transcurso de los años en el máximo órgano judicial de la nación, Bader Ginsburg se fue inclinando hacia la izquierda a la vez que la cara del tribunal, y del país, se tornaba más conservadora.

Pocos jueces en la historia de la Suprema Corte han llegado a gozar de tanta popularidad como Bader Ginsburg. En virtud de sus agudos disentimientos en varios casos, la ministra fue adoptada por las redes sociales en años recientes como un ícono de las causas sociales y los derechos humanos, recibiendo el apodo The Notorious RBG. El ascenso de su figura en la cultura popular también fue bien recibido por Hollywood, quien le dedicó un documental (RBG, producido por CNN), así como una película biográfica (On the Basis of Sex) en la que Felicity Jones interpreta a la jueza cuando era una joven abogada durante los años 60 y 70.

En aquellas décadas, Bader Ginsburg tuvo que abrirse paso a codazos en una cultura judicial en la cual permeaba el machismo y el sexismo. Afortunadamente, la recién egresada de la Escuela de Derecho de Columbia contaba con el apoyo de su marido, Martin Ginsburg, quien nunca puso su propia carrera por encima de la de su mujer. Impulsada por el movimiento feminista, RBG jugó un papel importante en el combate a la discriminación de género por la vía jurídica. Como litigante de la Unión Estadounidense por las Libertades Civiles (ACLU, por sus siglas en inglés), RBG llegó a presentar varios casos frente a la Suprema Corte, ganando cinco de seis, todos ellos en el campo de la igualdad de género.

Antes de llegar al tribunal más importante del Poder Judicial, RBG fue nominada por Jimmy Carter en 1980 para asumir las funciones de jueza en la Corte de Apelaciones para el Circuito del Distrito de Columbia. Fue en este periodo cuando RBG trabajó por primera vez con Antonin Scalia, quien fuera más adelante su colega en la Suprema Corte. A pesar de que Scalia era infame por ser uno de los jueces más conservadores en la historia de la Suprema Corte, la ministra era admirada por su capacidad de entablar diálogos fructíferos con sus rivales ideológicos.

La nueva lucha por el Poder Judicial

La Corte Suprema de Estados Unidos está integrada por nueve ministros con cargos vitalicios. Antes de la muerte de Ruth Bader Ginsburg, ya se decía que la balanza ideológica de la corte se inclinaba a la derecha. Cinco de los ministros en el tribunal eran etiquetados como conservadores y los otros cuatro como liberales. Así es como se veía la integración del tribunal en estos últimos años, con Brett Kavanaugh como la incorporación más reciente a sus filas.

Corte Suprema de los Estados Unidos, 30 noviembre de 2018 (Chip Somodevilla/Getty Images)

Primera fila (de izquierda a derecha):

  • Stephen Breyer (nominado por Bill Clinton en 1994, 82 años de edad)
  • Clarence Thomas (nominado por George H. W. Bush en 1991, 72 años de edad)
  • John Roberts (nominado por George W. Bush en 2005, 65 años de edad)
  • Ruth Bader Ginsburg (nominada por Bill Clinton en 1993, fallecida a los 87 años)
  • Samuel Alito (nominado por George W. Bush en 2006, 70 años de edad)

Segunda fila (de izquierda a derecha):

  • Neil Gorsuch (nominado por Donald Trump en 2017, 53 años de edad)
  • Sonia Sotomayor (nominada por Barack Obama en 2009, 66 años de edad)
  • Elena Kagan (nominada por Barack Obama en 2010, 60 años de edad)
  • Brett Kavanaugh (nominado por Donald Trump en 2018, 55 años de edad)

La candidata de Donald Trump a ocupar el puesto vacante se llama Amy Coney Barrett, quien fuera jueza de la Corte de Apelaciones del Séptimo Distrito y profesora de Derecho en Notre Dame. En caso de ser aprobada por el Senado, ella sería la quinta mujer en ascender al puesto, así como la integrante más joven, de 48 años de edad.

Ante este escenario, el más factible a juicio de los analistas, Coney Barrett se sumaría al ala conservadora de la Suprema Corte, inclinando la balanza a seis votos contra tres, razón suficiente para que los progresistas peguen de gritos. La futura ministra fue asistente del difunto Antonin Scalia, un juez que tenía una interpretación literal de la Constitución, por lo que nadie ve a Coney Barrett como un voto centrista.

Aunque John Roberts, ministro presidente de la Suprema Corte, defiende la autonomía del Poder Judicial, alegando que ninguno de sus integrantes debe ser percibido como “un juez de Obama” o “un juez de Trump” o “un juez de Bush”, muchos analistas temen que la propuesta de Trump, la tercera de su mandato, implicaría un retroceso generacional en materia de libertades civiles, sobre todo en lo referente a la interrupción del embarazo, los derechos LGBT, la protección de migrantes y refugiados, así como otras causas que afectan a minorías y sectores marginados de la sociedad (aunque claro, también hay quienes tienen la opinión contraria, “los liberares no tienen nada que temer”).

Donald Trump presenta a Amy Coney Barrett en la Casa Blanca (Chip Somodevilla/Getty Images)

La hipocresía de los republicanos

Minutos después de que se difundiera la noticia de la muerte de RBG, el Partido Republicano ya estaba siendo tachado de hipócrita por sus rivales políticos. ¿La razón? Mitch McConnell, líder de la mayoría republicana en el Senado, se comprometió a aprobar a quien fuera el candidato elegido por Trump para ocupar el puesto de la recién difunta. Miembros del Partido Demócrata no tardaron en recordarle al senador McConnell y a sus colegas de bancada lo que habían dicho hace cuatro años, cuando Obama todavía era presidente.

En febrero de 2016, un asiento de la Suprema Corte quedó libre con el fallecimiento de Antonin Scalia. El presidente Obama siguió el protocolo de nominar a su candidato al puesto, pero el Senado, en aquel entonces controlado por el Partido Republicano, se comprometió a bloquear la nominación de Obama bajo la excusa de que era un año electoral. El presidente, no obstante, eligió al juez Merrick Garland, pero el Senado bloqueó la nominación, un acto extraordinariamente polémico. El puesto estuvo vacante hasta el año siguiente, cuando el recién inaugurado Trump nominó a Neil Gorsuch.

Ya frágil de salud, Ruth Bader Ginsburg pidió que el Senado se abstuviera de aprobar a su sucesor en caso de fallecer antes de las elecciones. Tras su muerte, el Partido Republicano no solo ignoró la petición de RBG en su lecho de muerte, también se tragó las palabras de sus legisladores, accediendo a seguir adelante con el proceso de aprobación y apresurando los trámites para inaugurar a la magistrada antes del 3 de noviembre. Es muy poco lo que puede hacer el Partido Demócrata en la cámara alta para evitar que esto suceda.

El senador republicano Mitch McConnell (Chip Somodevilla/Getty Images)

La amenaza de una crisis política

Con la posibilidad de tener una Suprema Corte que sea conservadora con todas sus luces, Donald Trump controla un escenario que le permitiría aferrarse al poder por la vía indirecta. A causa de la pandemia de coronavirus, la jornada electoral del 3 de noviembre será un suceso de enorme incertidumbre. Aunque los módulos de voto estarán operando, millones de personas van a votar o están votando por correo. Incluso ya van un millón de votos emitidos hasta fin de septiembre.

Desde hace varias semanas, Donald Trump se ha pronunciado en contra de este tipo de sufragio, argumentando que esta vía es susceptible al fraude electoral. Muchos analistas tienen la lectura de que este argumento de cuestionar la legitimidad del voto por correo es una táctica para que el presidente no reconozca los resultados de las elecciones. Ante la pregunta explítica sobre el reconocimiento de una posible derrota, Trump simplemente respondió que “vamos a tener que esperar para ver eso”. Nunca antes en la historia moderna de Estados Unidos se había visto el caso de un mandatario que se abstuviera de confirmar la transferencia pacífica del Poder Ejecutivo, en caso de ser derrotado.

Encima de esto, trasciende la posibilidad de que el próximo presidente no sea elegido por las urnas, sino por los otros dos poderes de la Unión, y este puede ser el escenario hipotético que desembocaría en la crisis política más grave.

Ante un panorama contaminado por la crisis sanitaria y los votos por correo, es casi un hecho de que Estados Unidos y el mundo no van conocer los resultados definitivos del proceso electoral durante la noche del 3 de noviembre. Según un reporte de The Atlantic, el equipo de campaña de Trump está trabajando para prolongar los resultados el mayor tiempo posible, ya que los estados están obligados a ratificar los resultados electorales después de 35 días de la jornada electoral. En caso de no lograrlo, la decisión pasa del voto popular a los legisladores estatales, y la mayoría de los congresos estatales están bajo el dominio del partido de Trump.

Es de esperar que los equipos de Trump y de Biden terminen por presentar varias demandas, ya sea para cuestionar la legitimidad de los votos por correo, para otorgar prórrogas a los estados mientras terminan de contar los votos o incluso para obligar a uno de los candidatos a reconocer los resultados. Todas estas demandas, por supuesto, van a terminar frente a la Suprema Corte, y así como le dieron la preferencia a George W. Bush en el año 2000, la “corte de Trump” podría ratificar la reelección del presidente en 2020, haya ganado o no el voto popular.

Esta posible catástrofe que se avecina ya fue prevista por Trump en el debate del 29 de septiembre, cuando cerró su participación diciendo: “Esto no va a terminar bien”. Tal vez sea una promesa de campaña.

Ruth Bader Ginsburg. (Imagen: Noticieros Televisa)

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