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La importancia de los nombres de las calles de CDMX

En el año de 1891 se publicó el primer catálogo que recogía los nombres (viejos y nuevos) de las calles de la Ciudad de México, así como un mapa para ubicarlas. El documento, titulado Nomenclatura actual y antigua de las calles de la Ciudad de México, formaba parte de los esfuerzos porfiristas por construir una nación moderna y ordenada. Sin embargo, no se trató del primer intento por registrar los nombres y el orden de las calles de la capital mexicana.

Nombrar el espacio es una forma de ubicarnos

En el año de 1891 se publicó el primer catálogo que recogía los nombres (viejos y nuevos) de las calles de la Ciudad de México, así como un mapa para ubicarlas. El documento, titulado Nomenclatura actual y antigua de las calles de la Ciudad de México, formaba parte de los esfuerzos porfiristas por construir una nación moderna y ordenada. Sin embargo, no se trató del primer intento por registrar los nombres y el orden de las calles de la capital mexicana.

En 1811, al principio de la Guerra de Independencia — por ejemplo — se había publicado México dividido en Cuarteles Mayores y Menores. Nombres de sus calles. Los de sus Jueces y Alcaldes, etc, con el objetivo de formar un catálogo confiable del ordenamiento de una ciudad que iba creciendo velozmente. Según el escritor Luis González Obregón, para ese momento ya había 304 calles, 140 callejones, 12 puentes, 64 plazas, 19 mesones, 2 posadas, 28 corrales y 2 barrios. Actualmente, se estima que en la Ciudad de México hay 25 mil calles, distribuidas en 2 mil 150 colonias.

Más de cuatrocientas calles y callejones tenía entonces la ciudad [en 1810], que ostentaban en las esquinas, y en placas de barro vidriado con negros caracteres del siglo XVIII, los nombres que les habían impuesto; y eso sí, la mayor parte eran anchas, espaciosas y tiradas a cordel.

En su libro México en 1810, González Obregón habla de lo difícil que resultaba (incluso en aquella época) encontrar los nombres antiguos de las calles, debido en gran medida a que pertenecían a la memoria colectiva de las personas que habitaban o trabajaban en ellas: muchos nombres habían cambiado al terminarse algunos negocios o al cierre de talleres; nuevos nombres habían aparecido con el capricho de inquilinos recién llegados. Fue por eso que una de las aportaciones de la Nomenclatura actual y antigua porfirista fue sugerir un método para el nombramiento de las calles y la ubicación en la ciudad, incluida la numeración de casas y edificios:

La ciudad se divide en cuatro partes por medio de dos ejes, uno de Norte a Sur y otro de Oriente a Poniente. […] Todas las calles que se dirigen de Oriente a Poniente llevan el nombre de AVENIDAS, y las que se dirigen de Norte a Sur el de CALLES. […] El número de una casa además de indicar la situación de ésta, según el lado que ocupe (con impar a la derecha y par a la izquierda) sirve también para determinar el tramo de calle o avenida que se busca.

El intento era válido: establecer un método fijo para nombrar el espacio ayudaría en un futuro a recordar e identificar los nombres de calles, que obedecerían a la lógica y no al afecto. Desde luego, esta buena intención no duró mucho. Aunque la estrategia ofrecía un orden de planeación, el crecimiento de una ciudad raramente obedece este tipo de proyectos rigurosos. Las calles siguieron adquiriendo los nombres que sus habitantes quisieron darles, sin importar en qué dirección fluían o cuál era su orientación.

(Photo by Miguel Tovar/LatinContent/Getty Images)

Actualmente la instancia encargada de registrar los nombres de las calles de la Ciudad de México es la Secretaría de Desarrollo Urbano y Vivienda (Seduvi). Su labor, sin embargo, no es otorgar nombres al espacio citadino, sino investigar en archivos históricos y entre los vecinos del lugar cuáles son las formas en que esas personas identifican el espacio que habitan. La exfuncionaria de esta secretaría, Magdalena Bernal, explica que:

Los pobladores que en un momento se asientan en una zona empiezan a nombrar sus propias calles de acuerdo a referencias comunes entre los vecinos e incluso mitos y leyendas que con el paso del tiempo se arraigan tanto entre los vecinos que no queda más a la Seduvi que oficializarlas.

Eso justifica de algún modo la existencia de casi 650 calles con el nombre de Hidalgo, 600 con el de Morelos y más de 400 con Guerrero, tres de los personajes históricos de la gesta de Independencia más populares.

En 2005 se publicó el Reglamento para el ordenamiento del paisaje urbano del Distrito Federal que aclara y define las funciones de la Comisión de Nomenclatura, que debe encargarse de la “asignación o modificación de nomenclatura de colonias, vías y espacios abiertos del Distrito Federal”. Esta comisión ya existía desde 1998 y se había formado:

Ante la necesidad por contar con una instancia responsable de la nomenclatura pública, ante la cual los ciudadanos puedan dirigirse para solicitar información o aclaraciones y hacer las propuestas que considerasen convenientes.

Un organismo de esta naturaleza es importante para recoger los usos y costumbres de los ciudadanos y fungir como interlocutor cuando surgen problemas relacionados con el nombre de una calle. Por ejemplo, en 2014, en el marco de los festejos del centenario del nacimiento del poeta Octavio Paz, la delegación Miguel Hidalgo intentó cambiar el nombre de la calle Tres Picos por el del escritor. La decisión gubernamental fue rechazada por los vecinos de la zona que, en su mayoría, rechazaron el cambio de nombre para su calle.

(Photo by Hector Vivas/LatinContent/Getty Images)

Nombrar el espacio público es, antes y después de todo, una forma de apropiarse de él. Cierta manera de trenzar lazos de pertenencia. Salvador Novo decía que para reconocer las calles y ubicarse en la Ciudad de México, hacía falta conquistarla poco a poco. Sobre el nombramiento de las calles y su significado, el cronista oficial de la Ciudad escribió lo siguiente:

El “problema” de la nomenclatura… ¿es realmente un problema — y no una muy especial solución de la Ciudad — ? ¿Urge tan perentoriamente resolverlo con, por ejemplo, numerar las calles y cruzarlas con avenidas también numeradas? ¿No es esta confusión, este romántico fausticismo, una de las formas cautivadoras y legítimas en que la Ciudad escatima su rendición a los extraños, y sólo al precio de conquistarla poco a poco, de cortejarla, de amarla mucho, entrega al fin su rico secreto — recatado y difícil — a quienes la adoramos tal como es?”

Desde luego, estamos frente a dos impulsos contrarios: uno que aboga por el orden y el control sobre la urbe y otro que defiende el amor y la identificación con el espacio público. Con el avance tecnológico de los últimos años pronto este debate será obsoleto: la conjunción de imágenes satelitales y la interacción con los usuarios en línea (que pueden sugerir cambios o añadir información) permiten un nuevo género de registro. Pronto la ubicación en la Ciudad de México será cuestión de tener acceso a Internet. El programa de Google Maps, por ejemplo, recupera fotografías tomadas por satélites o por personas que recorren las ciudades con el solo objetivo de capturarlas en imágenes y permite que los usuarios aporten y añadan lo que deseen.

Por supuesto, el registro electrónico es mucho más común en algunos lugares que en otros. Esto tiene relación con la infraestructura local y con el acceso que las personas puedan tener a servicios en línea. Sin embargo, conforme avance el tiempo y con la proliferación de teléfonos inteligentes que cifran su localización vía satélite, documentar la nomenclatura de las calles será prácticamente una operación automática.

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