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100 años de Juan José Arreola: domador de la palabra

Homenaje al escritor mexicano Juan José Arreola por el centenario de su natalicio.

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-Estaba revisando la agenda cultural del próximo mes y me acordé que el 21 de septiembre se conmemora el centenario de Juan José Arreola. Al ser uno de los escritores mexicanos más influyentes del siglo pasado, creo que valdría la pena dedicarle una pequeño homenaje en la sección de especiales, aunque todavía no tengo un plan concreto para la nota. Igual y lo podemos abordar desde el ángulo de por qué no llegó a ser tan popular como Octavio Paz o Juan Rulfo…
-¡Me encanta! Hay que asignarle un arte.
-Perfecto.

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¿Cuáles son los nombres emblemáticos de las letras mexicanas, aquellos que el ciudadano promedio puede identificar con solo leer las primeras frases de sus textos? Octavio Paz, Juan Rulfo y Carlos Fuentes vienen a la mente. ¿Pero dónde colocamos a Juan José Arreola en el canon literario?

En “Memoria y olvido”, su texto autobiográfico, Arreola nos ofrece una posible respuesta, o como él mismo le llama, una “confesión melancólica”:

No he tenido tiempo de ejercer la literatura. Pero he dedicado todas las horas posibles para amarla. Amo el lenguaje por sobre todas las cosas y venero a los que mediante la palabra han manifestado el espíritu, desde Isaías a Franz Kafka. Desconfío de casi toda la literatura contemporánea. Vivo rodeado por sombras clásicas y benévolas que protegen mi sueño de escritor. Pero también por los jóvenes que harán la nueva literatura mexicana: en ellos delego la tarea que no he podido realizar. Para facilitarla, les cuento todos los días lo que aprendí en las pocas horas en que mi boca estuvo gobernada por el otro. Lo que oí, un solo instante, a través de la zarza ardiente.

En efecto, podemos decir que Arreola es un escritor admirado por sus pares, aunque desconocido por el gran público. Así como Alfonso Reyes, Julio Torri o José Vasconcelos, Arreola se dedicó a la difusión de la cultura y a formar a las próximas generaciones de autores, forjando el oficio de escritor en unos y contagiando a otros con su efervescencia por las artes.

No obstante, es un esfuerzo loable rescatar la obra de Arreola para los lectores del siglo XXI. Sus libros publicados no son numerosos, pero son de tal excelencia que nos quedamos con un puñado de auténticas obras maestras. Confabulario, Bestiario y La feria son libros que deben estar en la librería personal de todo amante de la literatura, en la misma repisa que Pedro Páramo, Aura, El principio del placer, Farabeuf y Noticias del Imperio, por mencionar a unos cuantos clásicos modernos.

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Tuve la agradable sorpresa de toparme con una nota que le dedicó el programa de Creadores Universitarios al centenario de Arreola. Debo admitir que me impresionó la calidad de la producción, aunque siento que le hacía falta una voz adicional (además de Alatriste, quiero decir). De cualquier forma, mandé a que trasladaran el video de los archivos a YouTube para poder incrustarlo a esta nota. Sirve también para que Televisa tenga en YouTube otro resultado relacionado a Arreola aparte de aquel peculiar encuentro que tuvo el escritor con Thalía en el programa de Verónica Castro…

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-¿Qué estás leyendo?
Varia Invención de Juan José Arreola. Lo estoy releyendo para preparar el homenaje de su centenario aunque todavía me hace falta el ángulo para abordar el tema.
-Ah claro, me acuerdo de tu propuesta.
-¿Alguna vez has escuchado o leído algo de Arreola?
-Pues hay un video en YouTube de Arreola y Thalía en el programa de Verónica Castro.
-¿Thalía? ¿La cantante de pop?
-Sí, es un video muy extraño, deberías echarle un ojo. Igual y te sirve.
A ver…

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El cuarto de catorce hermanos, Juan José Arreola Zúñiga nació el 21 de septiembre de 1918 en Zapotlán el Grande, “un pueblo que de tan grande nos lo hicieron Ciudad Guzmán hace cien años.” Esta ciudad, ubicada a 123 kilómetros de Guadalajara, también vio nacer a otros mexicanos ilustres como al muralista José Clemente Orozco y a Consuelo Velázquez, compositora del tema “Bésame mucho”.

En el marco de la Guerra Cristera, Arreola adquirió en su infancia un gusto por la palabra, los textos y los libros. Ya en su adolescencia, a partir de su primer oficio como encuadernador, este gusto se transformó en una obsesión. A los 12 años ya había leído a Baudelaire, a Whitman “y a los principales fundadores de mi estilo: Papini y Marcel Schwob”. A los 27 años ya estaba editando una revista literaria con Juan Rulfo y Antonio Alatorre.

(AP Photo)

Antes de caer bajo las luces de la estética literaria, Arreola encontró su primera musa en el teatro. A los 18 años se mudó a la Ciudad de México para estudiar en la Escuela Teatral de Bellas Artes. Su mayor golpe de suerte se produjo cuando se acercó al actor Louis Jouvet, quien le ofreció una beca para irse a vivir a Francia. Así que cuando pudo, hizo sus maletas y escapó a París, a donde se desempeñó como actor.

Para su mala fortuna, Arreola nunca se acopló al clima parisino. Además, el melancólico ambiente de la posguerra afectó profundamente el estado de ánimo del joven actor. Por motivos de salud, Arreola no tuvo otro remedio más que regresar a México.

Gracias a una recomendación de su amigo Alatorre, Arreola se hizo pasar por filólogo titulado para poder trabajar en las oficinas del Fondo de Cultura Económica. Fue entonces que el escritor autodidacta se familiarizó con los pasadizos del laberinto editorial en el departamento técnico del FCE. Bajo la dirección de Daniel Cosío Villegas, Arreola dominó los quehaceres del corrector de estilo, del revisor de traducciones y del redactor de solapas. No tuvo que pasar mucho tiempo para que finalmente se incorporara al catálogo de autores del sello Tezontle con su primero libro, Varia invención.

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Aunque uno puede toparse con la obra de Arreola en diversas editoriales, los enemigos de los e-books nos apegamos a la colección de Joaquín Mortiz. De forma casi cuadrada, estas atractivas ediciones se distinguen por una cubierta roja, mientras que en el reverso se lee una cita del texto en grandes letras negras. Para el cazador de reliquias, estas ediciones en particular pueden encontrarse con relativa facilidad en librerías de viejo (aunque debo admitir que Palindroma me dio algunas dificultades; cuando por fin pude dar con un ejemplar, el cargo me salió en 200 pesos).

Foto: Víctor Belén

El acto de buscar ejemplares en librerías de viejo puede interpretarse en sí mismo como un divertido pasatiempo. Nada como la experiencia de toparse con una edición oscura de algún escritor favorito a precio de remate. Pero hace pocos años tuve una pequeña revelación cuando acompañé a un amigo a vender un par de cajas de libros en Donceles. Cuando presentamos nuestra mercancía al encargado, éste se puso unos guantes de látex, un tapabocas y unas gafas de protección. Me sentí como una persona extraviada en una zona radioactiva.

Ya luego aprendí que los libros viejos y usados son focos de infección, objetos saturados de gérmenes, bacterias y quién sabe qué otros organismos viviendo entre sus páginas. Después de andar fisgando en los pasillos de incontables librerías de viejo, es una maravilla que no tenga hongos creciendo bajo mis uñas. Así que ahora tengo la costumbre de pasar una almohadilla de algodón bañada en alcohol por todas las cubiertas de libros adquiridos en estos espacios culturales de putrefacción. Hasta la fecha, no deja de sorprenderme la cantidad de mugre que esconde un libro.

(Y para el que prefiere prescindir de estas labores de búsqueda nocivas para la salud, el Fondo cuenta con una bonita antología que recopila las obras completas de J.J. Arreola, prologada por Saúl Yurkievich.)

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-Ayer hablé con uno de los escritores que asistió a los talleres de Arreola en los 60…
-¿Cómo?
-¿Para la nota del centenario de Arreola?
-Ah claro, me acuerdo de tu propuesta.
-Su nombre es Gerardo de la Torre. Escribió libros como Ensayo general, Muertes de Aurora y Los muchachos locos de aquel verano. De hecho, hace unos meses el INBA reconoció su trayectoria literaria con motivo de sus 80 años de edad. También participó en el movimiento estudiantil del 68, solo que a él le desagrada que se use el término de “movimiento estudiantil” ya que aquel movimiento contó con la participación de varios grupos ajenos a la academia. Él fue petrolero. De hecho…
-¿Y cómo obtuviste ese contacto?
-Alguna vez tomé un taller de cuento impartido por él hace algunos años en la Sogem.
-Ah ya, ¿y qué te dijo?
-Que Arreola alguna vez intentó bajarle su novia.
-¿Algo más?
-Quedamos en que me iba a compartir algunos de sus apuntes sobre su experiencia en los talleres.

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Arreola cuenta con tres libros imprescindibles: Bestiario, La feria y Confabulario. Pero también tiene otros dos que no deben ser descartados por el coleccionista casual. Se trata de Palindroma y Varia Invención. Este último tiene la distinción de ser su primer libro, publicado en 1949.

Varia Invención es un libro algo peculiar para ser una opera prima, pero es un libro que a la vez delata el estilo particular del autor, algo así como un “avance” de la magnífica colección de cuentos que sería publicada bajo el título de Confabulario. La edición de Joaquín Mortiz incluye una obra del absurdo que se llama “La hora de todos”, pero aquí lo que debemos rescatar son los cuentos, particularmente “Hizo el bien mientras vivió”, un cuento que de tan grande podría ser una novela corta.

Primera edición de “Varia invención” y contrato con el FCE (Foto: Víctor Belén)

Arreola nunca fue un escritor ordinario. Su única novela, La feria, no es una novela en la definición convencional del mercado, así como sus cuentos no se ajustan a la estructura tradicional de un relato. El término gongorino de “varia invención” terminaría por definir aquellas minificciones en prosa que incorporan elementos de la poesía y el ensayo. Prácticamente su propio género, uno que aglomera otros géneros de manera calculada.

Felipe Vázquez, estudioso de la obra arreoliana, explica estas acrobacias narrativas de una manera más elegante:

El autor de Confabulario era consciente de su singularidad literaria, sabía que a partir de él cierta literatura llevaría su sello, pero también se sabía heredero de una tradición específica y, al nombrar su propuesta escritural, dio ser a una genealogía creadora que en términos estrictos se remonta a los orígenes de la literatura moderna: el romanticismo, donde el creador adquiere una conciencia límite de su decir y de la forma que exige ese decir.

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Extracto de los apuntes de Gerardo de la Torre:

Hacia 1962, los martes por la tarde llegábamos al taller literario de Juan José Arreola en la colonia Cuauhtémoc con cuentos y poemas que el maestro, en el orden en que se entregaban, colocaba debajo de una inagotable pila. Luego, él mismo leía los textos y, riguroso, procedía a desmenuzarlos con la general complicidad. El primer cuento que llevé siguió el curso de los demás trabajos, pero cuando alcanzó la cúspide, inexplicablemente Arreola lo devolvió a la base. Y de nuevo mi pequeño cuento estuvo arriba y otra vez el maestro lo echó abajo. Esa noche le pregunté a Arreola qué pasaba con mi texto. «Perdóneme, Gerardo —dijo—, su prosa es muy áspera, me incomoda, me crispa». Con todo, uno de tantos martes leyó Juan José el texto y destrozó anécdota, construcción, desarrollo, lenguaje y todo lo aniquilable. Más tarde entendí que aquello de la prosa áspera era una mentira piadosa. Lo que Arreola no deseaba era tundirme y despojarme de la ilusión de llegar un día a escribir con astucia y limpieza y publicar un cuento, dos, una novela. Así lo asumí y seguí escribiendo y unos años después, en el Centro Mexicano de Escritores (generación 1967-1968), ya no me fue mal con Juan José y concluí esa experiencia con una novela, Ensayo general (1970), y buena parte de los cuentos de El vengador (1973).

🙅🏽

Uno no puede evitar una ligera sensación de desconcierto cuando lee ciertos cuentos de Palindroma y Confabulario. Los textos titulados “Una mujer amaestrada”, “Eva”, “Insectiada”, y “El himen en México” (así es, hay un cuento que se llama “El himen en México” y que tiene frases como “…de la integridad del himen depende la salud del género humano”) reducen a los personajes femeninos a meros artefactos en las narrativas del autor. Desde su publicación hace décadas, estos cuentos han generado polémica, y en la era de las redes sociales, la polémica ha subido de nivel (una búsqueda en Google de “Arreola” y “misógino” arroja miles de resultados, sin descontar a otras figuras públicas del mismo apellido).

Y entonces se abre paso a la pregunta, ¿Juan José Arreola era misógino? Quien sabe. Probablemente no y solo aquellos que tuvieron una relación cercana con el hombre podrían hacer un señalamiento como tal.

Ahora bien, se puede armar un debate cuando la obra es el enfoque. ¿Son misóginos los cuentos de Arreola? Ambas posturas cuentan con suficientes argumentos. Por ejemplo, hay un cuento titulado “Para entrar al jardín” que se lee como un manual de instrucciones para estrangular a la esposa y convertirla en un adorno de bienvenida. Otro texto titulado “Parábola del trueque” narra la historia de un mercader que cambia esposas viejas por nuevas. “Una mujer amaestrada” es la historia de un saltimbanqui que exhibe a una mujer como si fuera un acto circense.

Por supuesto, cuando nos fijamos exclusivamente en las premisas y en frases fuera de contexto, Arreola es indefendible, otro escritor falocéntrico que exhibe su machismo tóxico bajo la protección que ofrece la libertad de expresión artística y celebrado por la élite heteropatriarcal.

Sin embargo, no es necesario un examen riguroso de los textos señalados para que estas críticas se desmoronen. Solo basta con leer los cuentos, en lugar de guiarse exclusivamente por reseñas y ensayos. Acusar que la obra de Arreola es misógina es lo equivalente a decir que Jonathan Swift promovía el canibalismo de niños. Los cuentos de Arreola son sátiras, y las sátiras nos ofrecen la plataforma para exhibir las ridiculeces del mundo bajo el tono de la ironía. Así como nadie lee un cuento de terror pensando que el escritor está confesando un crimen, nadie lee a George Orwell y concluye que es un simpatizante del totalitarismo.

La literatura no aspira a la nobleza ni a la moral, sino a la revelación de la condición humana a través de una estética. Si un cuento como “Parábola del trueque” logra exhibir ante el lector la hipocresía del hombre, entonces el escritor habrá cumplido con su trabajo.

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-Frente a la pérdida del amor, la idea de la muerte.

Exposición de Arreola en el FCE Rosario Castellanos

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Extracto de los apuntes de Gerardo de la Torre:

Durante aquellas sesiones semanales de tres o cuatro horas, Arreola hacía viajes frecuentes a la cocina y todos entendíamos que aquellas escapadas eran para beberse un trago de la botella que por allí ocultaba. Cierta vez, uno de los compañeros y yo agotamos en la primera hora una anforita de ron y se nos hizo fácil entrar a la cocina y llenar el pequeño frasco con el alcohol (Ron Huasteco Potosí) de Juan José. En el siguiente viaje Arreola descubrió la merma y volvió indignado al recinto del taller.
—¿Quién se ha estado bebiendo mi ron? —bramó mientras con mirada áspera examinaba los rostros de los alumnos.
Nadie, desde luego, confesó la fechoría. Casi todos por inocencia y los dos culpables por temor a la expulsión. No fue necesario que confesáramos, pues la distorsión de las facciones y la mirada vidriosa nos delataron.
—¡Fuera de aquí! —exclamó tajante Juan José—. No quiero volver a verlos en esta casa.
Y abandonamos contritos el taller.

(AP Photo)

Esa misma noche, guarecidos en una cantina, en la pesadumbre aunque a salvo del abatimiento gracias a las copas, nos preguntábamos qué hacer para obtener el perdón. Y se nos ocurrió una idea simple y tosca, pero efectiva: comprarle al maestro una botella de coñac y acudir a solicitar indulgencia. Así lo hicimos uno de esos días y Arreola aceptó el retorno a condición de que jamás se repitiera el acto predatorio.
De modo que volvimos al redil y más tarde publiqué mis primeros cuentos en la revista Mester y luego se desintegró el taller y cada quien fue hallando su manera de sobrevivir en el agreste territorio de las letras y en todos permaneció para siempre una viva gratitud hacia el maestro Arreola.

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Quizás uno de los momentos más bellos rescatados por los archivos de ForoTV sean estos minutos en el que el moderador le pregunta a Arreola “¿Qué es la poesía”?, y el escritor jalisciense da su respuesta citando a Jorge Luis Borges, con el mismo Borges ahí presente.

En este singular foro participaron además Salvador Elizondo, Adriano González León y Germán Bleiberg, moderado por Álvaro Gálvez y Fuentes. De repaso obligatorio. Un buen cristiano tuvo la certeza de subir el video completo a YouTube.

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Hay razón para creer, sin apoyo científico alguno, que el gen creativo es hereditario. Si el talento artístico corre por las venas de uno, es de asumir que cierta sensibilidad se manifestará en los hijos y en los hijos de los hijos. Por eso no debe ser sorpresa que la nueva generación de Arreolas esté involucrada en diversos proyectos artísticos.

Alonso y Chema Arreola, nietos de Juan José, reconocen el legado de su abuelo, y esto se ha apreciado en varios temas que los hermanos han compuesto para bandas como La Barranca y en otros proyectos musicales (basta con prestar un oído a “Kalenda Maya”, una canción que incluye frases del cuento homónimo, parte de los Cantos de mal dolor).

Hace una semana me di una escapada de la oficina para ver en el Claustro de Sor Juana una puesta en escena basada en “La migala”. Alonso Arreola adaptó para el escenario uno de los cuentos más inquietantes del Confabulario, incorporando elementos de la radio, la música en vivo y el teatro para crear una estética nueva, a cierto modo imitando la “varia invención” del abuelo.

La obra fue montada por una sola noche en el auditorio Divino Narciso, quizás el foro más espectacular en la Ciudad de México para conciertos y obras teatrales (la acústica es increíble, ¿cómo es que no se ha prestado para realizar más eventos populares?). “La migala” contó con la participación de Denise Gutiérrez, Mardonio Carballo, Sofía Mora, Alonso Arreola y una araña de picadura mortal que pudo o no esconderse entre las butacas.

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Por fin se me ocurrió un ángulo para esta nota. O mejor dicho el estilo que debo adoptar. Estaba revisando el video de Creadores Universitarios y la idea me la proporcionó el mismo Arreola con esta reflexión:

La imitación es el arte por excelencia. La imitación es lo que hace posible el desarrollo de las artes en todos los géneros. Cuando una imitación es tan magnífica, esclarece al original.

Entre las obras de Arreola, La feria es la que se distingue sobre las demás por un estilo excéntrico, pero no a tal grado que cruce la línea del hermetismo. No por nada se le ha comparado con Pedro Páramo hasta el agotamiento.

Arreola imita a Rulfo, sí, al prescindir de una línea cronológica, pero se acerca más a la vanguardia al tejer una historia a base de decenas de anécdotas cortas y personajes que carecen de una identidad clara. Por ende, al omitir personajes principales bien definidos, la voz de uno es la voz de todos. El pueblo de Zapotlán se asume como personaje principal.

No obstante la ausencia de varios elementos esenciales para construir una historia, el lector es capaz de seguir la lógica de la narración, una hazaña que solo podría ser ejecutada por un escritor de la talla de Arreola.

A forma de homenaje, esta nota aspira a imitar el estilo anecdótico de La feria (lástima que no pueda centrar los emojis como en el texto original).

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-¿Y cómo es Zapotlán el Grande?

En La feria, Arreola retrata al pueblo que lo vio nacer y que sirvió de inspiración y ambiente para muchos de sus relatos. No se requiere otra descripción:

“Campo de Zapotlán, mojado por la lluvia de junio, llanura lineal de surcos innumerables. Tierra de pan humilde y de trabajo sencillo, tierra de hombres que giran en la ronda anual de las estaciones, que repasan su vida como un libro de horas y que orientan sus designios en las fases cambiantes de la luna. Zapotlán, tierra extendida y redonda, limitada por el suave declive de los montes, que sube por laderas y barrancos a perderse donde empieza el apogeo de los pinos. Tierra donde hay una laguna soñada que se disipa en la aurora. Una laguna infantil como un recuerdo que aparece y se pierde, llevándose sus juncos y sus verdes riberas…”

👶🏻

Nunca he tenido el gusto de visitar Ciudad Guzmán, pero alguien que sí ha recorrido sus calles es Alejandro Toledo, otro antiguo maestro de la Sogem. En las páginas de Letras Libres, Toledo nos ofrece un genial homenaje al pueblo natal del escritor jalisciense, el mismo pueblo que recuerda a Juan José Arreola desde su infancia como Juan, Juanito, Juanelo, Juanillo o incluso Juancho.

🍺

-Tú que eres de Guadalajara…
-Soy de León.
-¿Pero no me habías dicho que viviste en Guadalajara?
-Sí, viví por allá muchos años.
-¿Alguna vez fuiste a Ciudad Guzmán?
-Sí. Tengo una amiga que es de allá. Se hace una feria muy grande en octubre a la que va gente de todos lados.
-¿Se pone bueno el ambiente?
-Es un mes de borracheras épicas.
-¿No les ha pegado la inseguridad? Como estos del Cártel Jalisco Nueva Generación que han crecido bastante en los últimos años.
-Pues igual que en cualquier otra parte de Jalisco. Sí, está feo, pero eso no impide que la gente vaya a la feria y a otros eventos.

🇲🇽

En el punto medio de La feria, un sismo sacude los cimientos de Zapotlán el Grande, lo que altera la naturaleza del diálogo rutinario de los habitantes. Arreola describe de manera magistral el caos del movimiento telúrico, el terror que impera en los momentos posteriores y la inquietud que se arraiga en la población. Recordemos que esta novela fue publicada en 1963.

A unos días de que se cumpliera un año del sismo del 19 de septiembre, yo estaba recopilando material para ilustrar las notas conmemorativas del temblor. Fue entonces que me topé con un video en YouTube publicado en 2016 por el gobierno municipal de Zapotlán el Grande. El video contiene imágenes de Ciudad Guzmán luego de que fuera azotada por el otro sismo del 19 de septiembre, el de 1985, cuyo epicentro se registró en la costa del estado de Michoacán.

Lo irreal del video es que las imágenes de destrucción son acompañadas por la voz de Arreola, leyendo el mismo pasaje del temblor en su novela de 1963, La feria. Puras coincidencias raras…

🙏🏻

-Hola amigo. Tenemos el tiempo encima con todos los encargos del 2 de octubre y quería ver si tenías algunas ideas para el arte de la nota.
-Tengo tres ideas. Escucha. ¿Qué te parece Arreola montando un rinoceronte, con un libro entre sus manos? Igual y puede estar tumbado sobre su lomo, como Snoopy dormido sobre el techo de su casa, pero aquí el escritor está imaginando cosas que se materializan a su alrededor.
-Puede ser, me late…
-Idea dos. Arreola está parado sobre un libro gigante en blanco, con una pluma antigua tan grande como él en su mano izquierda. Y en la página se puede leer el título de uno de sus cuentos, “El rinoceronte”.
-Mmm, no lo sé.
-Idea tres. Un Arreola diminutivo está dibujando una feria rural en un muro de papel, y cuando el trazo se acerca a su pluma, el dibujo se convierte en una palabra.
-No estoy seguro de entender ese, pero suena demasiado complejo para que salga en un par de días.
-Bueno, que sea algo referente a los animales ya que me parece que Bestiario es su libro más popular, por así decirlo.
-¿Qué te parece si tomamos una de sus fotos de perfil y jugamos con esa imagen y el perfil de otros animales. Le agregamos un filtro de tonos cálidos y listo.
-Ok, va. Pero Arreola montando un rinoceronte me parecía más ameno.

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CASA DEL LAGO JUAN JOSÉ ARREOLA
Coordinación de Difusión Cultural de la UNAM

Casa del Lago (Foto: Vícor Belén)

1906 – Inicia su construcción
1908 – Inaugurada como sede del Automóvil Club (“seguro era un club muy exclusivo en aquel entonces”)
1910 – Con la Revolución pasó a ser propiedad del Gobierno de la Nación. Tuvo diversos usos: residencia del ex presidente Adolfo de la Huerta en 1921 (“¡qué incómodo!”), oficinas de la Secretaría de Agricultura y Fomento en 1926 (“qué fortuito”) y Dirección de Estudios Biológicos en 1929.
1929 – Instituto de Biología de la Universidad Nacional Autónoma de México
1959 – El rector Nabor Carrillo funda Casa del Lago, primer centro para la difusión cultural fuera del campus universitario, bajo la dirección del maestro Juan José Arreola, uno de los escritores mexicanos del siglo XX más reconocidos. A partir de 2002 lleva su nombre (“ni modo Octavio Paz, no pueden ser todos”).

Desde su fundación, Casa del Lago se convirtió en un lugar emblemático para la escena artística de la Ciudad de México. Su director fundador congregó a una generación de artistas y escritores que sacudieron el horizonte cultural de la época (“¿cómo se sacude un horizonte?”).

Hoy en este centro cultural de la UNAM se llevan a cabo actividades relacionadas con la literatura, el cine, el teatro, la música (“¡conciertos gratis!”), la danza y las artes visuales, manteniendo el carácter experimental y vanguardista.

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No recuerdo si esta historia la leí en uno de los inventarios de JEP o si la escuché en algún taller, pero el Canal Once me hizo el favor -indirectamente- de corroborar algunos detalles.

La historia va así. Arreola se había comprometido a entregar un bestiario al director de publicaciones de la UNAM. Un bestiario es una colección de fábulas de animales. ¿Pero por qué animales? Pues porque la recién remodelada Casa del Lago, que él dirigía, estaba a dos pasos del zoológico de Chapultepec. Iba a ser un libro con ilustraciones del gran Héctor Xavier, por lo que no había nada que perder.

Los días pasaron y nuestro protagonista nunca pudo ofrecer ni una cuartilla de progreso. Sus alumnos y colegas se reunieron y llegaron a la conclusión de que tenían que hacer algo, de lo contrario, su maestro se iba a meter en problemas. Después de todo, ya había recibido un adelanto. Pero nadie se atrevía a confrontarlo. Es Arreola, ¿cómo se te ocurre? ¡Tú dile algo!

Así que por azares del destino, José Emilio Pacheco fue el hombre asignado con la incómoda tarea de presionar al autor de Confabulario. Entonces nuestro voluntario se armó de valor, llegó a la casa del admirado escritor y tocó su puerta. Arreola recibió con gusto al joven, pero éste le dijo: No hay de otra maestro, ese libro tiene que salir sí o sí. Así que usted me dicta y yo redacto y así le hacemos.

Y así le hicieron. Arreola se tumbó en un diván, y con una mano puesta sobre la frente, comenzó a formular en su cabeza la doble docena de minicuentos que serían publicados en 1959 bajo el título de Bestiario. A lo largo de una semana, Arreola recitó y JEP se volvió su fiel amanuense, se hicieron las correcciones pertinentes y el libro se entregó justo a tiempo.

Ilustración principal: Cuemanche!

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