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¿Qué tanto influyen los debates presidenciales el voto en EUA?

La importancia histórica de los debates electorales televisados en la carrera por la elección presidencial de Estados Unidos.

En 1962, el Estado Mayor Conjunto de los Estados Unidos se sentó frente al presidente Kennedy para proponer una medida drástica. Ante el descubrimiento de misiles nucleares soviéticos en Cuba, los militares en el gobierno del joven presidente recomendaron una respuesta militar directa. De haber aceptado este consejo, Kennedy hubiera desatado, posiblemente, una guerra nuclear. Por suerte para todos, no lo aceptó.

¿Pero qué hubiera pasado si Estados Unidos hubiera tenido un presidente diferente?

Se dice que Nixon era mucho más propenso a aceptar consejos de los militares: así, de haber ganado la elección, la crisis de los misiles cubanos hubiera podido representar el preludio a una guerra sin parangón. Nixon no ganó las elecciones contra Kennedy porque, en la recta final de las campañas, sucedió algo que nadie había previsto: por primera vez en la historia, se televisó un debate presidencial.

En el encuentro, Kennedy, vigoroso y bronceado, mostró una nueva cara de lozanía y fuerza frente al semblante pálido y desencajado de un Nixon enfermizo. Y eso influyó considerablemente en el público estadounidense.

(AP Photo)

Este 29 de septiembre, 60 años después del primer encuentro televisivo entre candidatos presidenciales, Donald Trump y Joe Biden discutirán en vivo sus propuestas políticas. Sobra decir que la comparación es inquietante. Nadie puede prever qué es lo que hubiera ocurrido de ganar Nixon; como nadie puede prever qué es lo que sucederá si Trump continúa en la presidencia.

Sin embargo, conociendo las propensiones belicosas y temperamentales de ambos personajes, no es exagerado decir que ciertos futuros probables son amenazantes hoy como lo fueran en los sesenta.

De cara a la próxima discusión entre los candidatos, una pregunta se vuelve urgente: ¿Qué tanto han afectado históricamente los debates en las elecciones presidenciales de Estados Unidos? ¿Sucederá lo mismo que en 1960? ¿Acaso será éste un enfrentamiento decisivo? ¿O han perdido su importancia en el último medio siglo? ¿Qué podemos esperar de este encuentro?

(Photo by Chip Somodevilla/Getty Images)

¿Siguen importando los debates televisivos?

Es evidente que muchas cosas han pasado desde que Kennedy ganó la elección presidencial. En 1960, el 87.1% de los hogares estadounidenses tenían televisión (un aumento considerable frente al 11% que promedió la década anterior). En 2015, el panorama no había cambiado mucho: sólo creció 6 puntos en 55 años. Sin embargo, las condiciones que rodearon esa primera transmisión de un debate presidencial eran considerablemente distintas a las actuales.

Cuando Kennedy se sentó en un sillón al lado de Nixon, las tres principales cadenas de televisión sincronizaron relojes y transmitieron, todas, al mismo tiempo, el famoso debate. Durante ese horario, ver otra cosa, en el único medio de comunicación de entonces de alcance masivo, era imposible.

Con la enorme cantidad de medios de comunicación que existen actualmente, este tipo de bloqueos de información ya no existen Y esa es una de las posibles razones por las que ha disminuido, considerablemente, el porcentaje de la población que observa los debates presidenciales. En 1960, el 36.5% de la población estadounidense sintonizó la transmisión que, en palabras del mismo Kennedy, “inclinó la balanza a su favor”. Para 1976, el debate era ya un acto recurrente en las campañas presidenciales, pero hoy representa un evento tan políticamente importante como públicamente menospreciado. En el año 2000, cuando se transmitió el primer debate entre George W. Bush y Al Gore, el porcentaje de gente que lo sintonizó fue de apenas 16.3%.

(The White House/CC)

Actualmente, sólo uno de cada cinco votantes mayores de 18 años ve los debates. Y, dentro de aquellos que todavía les interesa, el promedio de tiempo que permanecen viéndolo no supera los 40 minutos. Las nuevas generaciones tienden a conseguir la información a través de medios digitales y rara vez muestran preferencia por un formato que no ha cambiado en prácticamente nada desde que Kennedy y Nixon lo inauguraron. Además, los debates presidenciales parecen ser mucho menos influyentes de lo que aparentan.

“Si quieres saber quién ganó un debate, debes observarlo sin sonido”

A pesar de ser los actos de campaña más vistos; a pesar de que proporcionan nueva información a los votantes y de que muchos admiten considerarlos la única forma de entender las posturas políticas de los candidatos sin que las interprete la prensa, los debates parecen no tener ningún impacto real en el resultado final de las elecciones.

Cuando Gerald Ford dijo que no existía dominación soviética en Europa del Este y dio pie a que se le considerara como un absoluto ignorante sobre la política de la región, todos los analistas pensaron que se desplomaría en las preferencias. Pero Jimmy Carter ya iba en constante picada en ese momento y, a pesar de la aparente victoria en el debate, bajó 10 puntos porcentuales en las semanas que siguieron. Este ejemplo no es único.

Los debates han sido considerados, alternativamente, como destructores de campañas y momentos pivote para las grandes victorias presidenciales. Pero lo cierto es que su influencia es muy limitada. Para empezar, como bien señala John Sides en su esclarecedor artículo del Washington Monthly, los debates ocurren al final de las campañas cuando la mayoría de los votantes ya decidieron por quién votarán.

(AP Photo/Mark Duncan)

Así que, más que atraer a los indecisos hacia un lado o el otro, los debates televisivos refuerzan las creencias de aquellos que ya están convencidos. Al final, dice Sides, las certezas políticas de los espectadores sólo sirven para que cada grupo opine sobre el “vencedor” del debate. Así, después del debate entre Obama y Romney en 2012, el 85% de los demócratas estaban convencidos de que Obama había ganado; los republicanos, por supuesto, opinaban lo contrario.

Fuera de las preferencias previas, los debates son un enfrentamiento altamente regulado para el cual los candidatos se preparan intensivamente. Por eso, da la impresión de que estos intercambios no llevan a ningún lado: los participantes saben responder con precisión a las preguntas que sus equipos anticiparon mucho tiempo atrás. Así, los debates resultan casi siempre, según Sides, en un empate que se colorea, hacia un lado o el otro, por las ideologías de quienes lo observan.

Es por eso también que el contenido de estos enfrentamientos importa mucho menos que la forma en que se desarrollan: James Fallow dice, incluso, que, “si quieres saber quién ganó un debate, debes observarlo sin sonido”. Esto es porque las imágenes que producen los debates son mucho más importantes, emocionalmente, para los espectadores, que las propuestas que se intercambian. Y esta máxima es evidente desde que el bronceado de Kennedy destrozó el pálido semblante raquítico de Nixon: la mayoría de los que escucharon ese debate por radio se inclinaron por considerarlo un empate o por darle una franca victoria al candidato republicano que terminó por perder la elección.

(Photo by Mark Wilson/Getty Images)

Finalmente, por más que se contabilicen preferencias después de los debates presidenciales, es difícil aislar la consecuencia única de los enfrentamientos discursivos de un panorama político, económico y social mucho más amplio. En particular, por ejemplo, es difícil deslindar la caída de Carter frente a Reagan en 1980 de las investigaciones del Congreso en contra de su hermano, del aumento en la inflación y del escándalo de política internacional que representó la crisis de los rehenes en Irán. De la misma manera, en estas elecciones será difícil separar lo que ocurra en el debate de la investigación de The New York Times sobre la evasión fiscal de Trump o de las consecuencias fatales de la pandemia en Estados Unidos.

Esto quiere decir que no es sencillo medir hasta qué punto influyen los debates sobre una opinión pública que, en meses previos a las elecciones, está bombardeada por todas partes con propaganda, prensa y sucesos factuales.

(Flickr/CC)

Lo que aprendimos en 2016

En un imprescindible artículo para The Atlantic, James Fallows, quien fue el principal escritor de discursos para Jimmy Carter, desmenuza lo que tenían a favor y en contra los dos candidatos que se opusieron en 2016, Hillary Clinton y Donald Trump. Entre muchas otras consideraciones, Fallows menciona la experiencia de Clinton frente a la absoluta falta de experiencia de Trump en este tipo de enfrentamientos discursivos.

Clinton tuvo que enfrentar, cara a cara, cinco veces a Bernie Sanders y otras cinco a Barack Obama. Y todos podemos estar de acuerdo en que estos no son rivales discursivos de poca monta. Por el contrario, Donald Trump sólo había tenido debates con un podio lleno de posibles candidatos republicanos: como bien dice Fallows, no es lo mismo gritar desde una multitud que enfrentarse a alguien cara a cara.

Sin embargo, Trump tenía otro tipo de ventajas. Estamos hablando de un hombre que pasó 10 años frente a una cámara en The Apprentice. Trump sabe cómo hacer sentir al espectador de su lado, sabe calcular sus palabras (aunque no lo parezca) y, sobre todo, sabe interpretar un auditorio. El papel que mantuvo durante el reality show era, de hecho, una continuación del que seguía interpretando en su campaña: una voz de ego imparable que habla como autoridad única y que no se retracta de nada.

(Photo by Chip Somodevilla/Getty Images)

Además, su espontaneidad, que podría parecer un enorme defecto en un debate, puede ser también una gran ventaja. Esto se demostró durante las elecciones primarias: Alex Conant, jefe de comunicaciones de Marco Rubio dijo, justamente, “¿Cómo te preparas para enfrentar a alguien que no se prepara?”.

A pesar de que Joe Biden es una figura pública y que fue un vicepresidente muy respetado durante la administración de Barack Obama, la figura mediática de Trump es imponente. Además, Trump sabe cómo enfocar los reflectores sobre él. Durante un debate entre candidatos republicanos, Trump habló durante 19 minutos. Eso representa el doble de tiempo de lo que tuvieron Kasich, Huckabee y Scott Walker. También, como señala oportunamente Fallows, diversas cadenas televisivas que no aceptaban llamadas telefónicas en vivo de candidatos (por tener el privilegio de no estar frente a frente, de ayudarse con un equipo de asesores y controlar el discurso), aceptaban que Trump llamara.

Esto sucede porque el candidato republicano convoca masas. Trump fue la estrella de unas convenciones republicanas bastante desangeladas en 2016 y, en estas elecciones, era el único candidato viable para los republicanos. Así, a pesar de las críticas por los errores, torpezas y escándalos de su administración, la presencia televisiva de Trump ha logrado revertir en puntos a su favor los insultos de comediantes como Jimmy Kimmel, Jimmy Fallon o Stephen Colbert.

(AP Photo/Evan Vucci)

A diferencia de Hillary Clinton, sin embargo, es menos probable que Joe Biden caiga en las provocaciones de Trump. Así, parece improbable que el intercambio se mueva hacia el campo de dimes y diretes irracionales que tanto benefician al candidato republicano. Y, si el debate se mueve hacia asuntos más concretos de política y economía, si la balanza se inclina hacia la razón y si el candidato demócrata logra sacar de quicio al temperamental Trump, todo puede beneficiarlo.

Por otro lado, Joe Biden tiene una desventaja clara en cuanto a la capacidad discursiva: el candidato demócrata tiene problemas admitidos y documentados de tartamudeo. Es por eso que las críticas de Trump se inclinan, una y otra vez, hacia las facultades mentales de Joe Biden: el presidente no se cansa de llamarlo “sleepy” (somnoliento) o “slow” (lento). Sin embargo, el tartamudeo de Biden también ha servido para crear empatía y para defenderse de los ataques de Trump. Al admitir sus problemas discursivos, Biden desarmó los insultos del presidente: cada vez que Trump se mofa de su capacidad para hablar, va a parecer más como un bully irracional que no tiene empatía por los menos afortunados.

En cualquier caso, este debate podría repetir la tendencia del debate anterior que superó las enormes cifras de audiencia del insigne debate de Kennedy contra Nixon con 84 millones de espectadores. Considerando estas enormes cifras de audiencia, el debate puede representar la última oportunidad de Donald Trump frente a la gran desventaja que tiene con Biden en las encuestas.

(AP Photo/Andrew Harnik)

A pesar de las evidencias de los politólogos que señalan la poca incidencia de los debates en los resultados finales de la elección, esta carrera por la presidencia parece estar tan cerrada, parece moverse tan caprichosamente, que la más mínima ventaja puede llevar a uno de los candidatos a la oficina oval. Así lo explica el profesor y experto en debates Jacob Thompson de la Universidad de Las Vegas, Nevada:

“En estas elecciones, creo que los mejores resultados de encuestas muestran que Biden está adelante en las preferencias de varios estados péndulo por 7 puntos y medio. Las encuestas también muestran que muy pocos estadounidenses están indecisos en este momento. Creo que la inclinación política de todos está en un punto históricamente muy alto. No creo que sea controversial decir que el Presidente Trump es un líder que polariza (con eso quiero decir que es un candidato que produce reacciones de amor y odio; o estás fuertemente a favor de él o fuertemente en desacuerdo con él). Y las encuestas también muestran eso: el rating de aprobación de Trump entre los republicanos es enorme y entre los demócratas ricos es mínimo.

Con muy pocos estadounidenses indecisos y el ambiente de división ideológica tan fuerte que estamos viviendo, creo que estos debates van a importar aún menos que en el pasado. La única forma en que pueden importar para cualquier candidato, sin embargo, es si alguno de los candidatos se tropieza o se equivoca de alguna manera significante que haga que sus partidarios pongan en duda su apoyo hacia ellos. Creo que es muy difícil que esto le pase a Trump. Pero, para Biden, la probabilidad de tropezar o hacer un error considerable es considerablemente más alta.”

Falta todavía dos debates presidenciales y un debate de vicepresidentes en el mes de octubre con toda la posibilidad de más escándalos y golpes bajos. Ambos candidatos son sumamente impopulares, y ambos candidatos han caído en provocaciones e intercambios sucios. Esperemos que la lección de la historia no se regrese en nuestra contra. Como no queremos imaginar qué hubiera pasado si Nixon ganara ese debate hace 60 años, esperemos no tener que ver este momento, en retrospectiva, como el punto clave en una elección que puede pesar mucho para el futuro de Estados Unidos, México y el mundo.

(Flickr/CC)

En la historia de Estados Unidos se han llevado cabo algunos debates presidenciales memorables. (Imagen: Noticieros Televisa)

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