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Grigori Rasputín: El monje que no podía morir

El monje Grigori Rasputín logró consolidarse en la corte del Zar de Rusia

Grigori Rasputin, fue un monje que se ganó la voluntad del último zar de Rusia Nicolás II. Sin embargo, lo que lo hace fascinante es que parecía que no podía morir.

De campesino a monje místico

Grigori Rasputin, nacido en 1869, era un campesino nacido en Siberia que se sometió a una conversión religiosa cuando era adolescente. Luego se convirtió en una especie de monje errante, un autoproclamado místico y sanador.

Vestido con sucias túnicas de monje y despreocupado por la higiene personal, Rasputín gracias a su carisma y fervor religioso, se convirtió en una figura singularmente única en San Petersburgo, la entonces capital del Imperio Ruso.

“El campesino místico que gobernaba al zar” | Foto: Wikimedia Commons

Empleando todas su dotes, la personalidad de Rasputín considerada hipnótica. Algunos pensaron que ejercía una magia oscura y siniestra, que le permitió ascender en la escala social muy rápidamente.

Así Rasputin logró encantar a algunos de los parientes extendidos de la familia Zar, los Romanov. Usó estas conexiones para presentarse al zar Nicolás II y a la zarina Alexandra. Esto dio pie a una relación con los Romanov que a la postre sería uno de los motivos que trajo el final del Imperio Ruso.

Curandero y consejero imperial

El zar Nicolás II y la zarina Alexandra habían intentado durante años tener a un heredero varón. Después del nacimiento de cuatro niñas, la pareja real estaba desesperada. Llamaron a muchos místicos y curanderos. Finalmente, en 1904, Alexandra dio a luz a un bebé, Alexei Nikolayevich.

Rasputín con sus admiradoras de la
corte del zar | Foto: Wikimedia Commons

Desafortunadamente, el niño que había sido la respuesta a sus oraciones padecía “la enfermedad real”, es decir, la hemofilia. Cada vez que Alexei comenzaba a sangrar, la hemorragia no se detenía. La pareja real estaba desesperada por encontrar una cura para su hijo. Nuevamente, consultaron místicos y curanderos. Nada ayudó al pequeño hasta 1908, cuando se pidió a Rasputín que ayudara al joven heredero durante uno de sus episodios de sangrado.

A diferencia de sus predecesores, Rasputín pudo ayudar al niño. El cómo lo hizo todavía es muy discutido. Algunas personas dicen que Rasputín usó hipnotismo. Otros dicen que Rasputín no sabía cómo hipnotizar. Esto es parte del misterio que sigue rodeando a la figura de Rasputín.

Sin embargo, después de haber demostrado sus supuestos poderes a Alexandra, Rasputín no solo siguió siendo el sanador de Alexei. Pronto se convirtió en el consejero personal y confidente de la zarina. Algo que a la largar traería problemas para la pareja real.

La prensa se mofaba de la influencia de Rasputín sobre la pareja real | Foto: Wikimedia Commons

Para los aristócratas, tener un campesino asesorando a la zarina, que a su vez tenía una gran influencia sobre el zar, era inaceptable. Además, a Rasputín le encantaba el alcohol y el sexo, de los cuales gozaba en exceso. Aunque parecía ser un hombre santo y piadoso frente a la pareja real, otros lo veían como un campesino ansioso que estaba arruinando Rusia. No ayudó que Rasputín estuviera teniendo sexo con mujeres de la alta sociedad a cambio de conceder favores políticos, ni que muchos en Rusia creyeran que Rasputín y la zarina eran amantes y que tenía influencia en las decisiones de Nicolás II durante la Primera Guerra Mundial.

Mucha gente quería deshacerse de Rasputín. Intentando informar a la pareja real sobre el peligro en el que se encontraban, personas influyentes se acercaron tanto a Nicolás como a Alexandra para prevenirlos. Para su gran consternación, ambos se negaron a escuchar. Entonces, ¿quién iba a matar a Rasputín antes de que el Imperio fuera completamente destruido?

El monje que no podía morir

En la noche del 29 de diciembre de 1916, un grupo de nobles hartos de la influencia del monje en la familia real de Rusia, invitaron a Rasputín a la casa del príncipe Félix Yusupov y comenzaron a ejecutar su plan asesino: envenenarlo. El monje acudió, siempre ávido de la compañía de la nobleza rusa.

Primero, le dieron té y pastelillos que habían sido mezclados con cianuro. Sin embargo, los consumió sin mostrar signos de afectación alguna. Luego bebió tres vasos de vino, que también había sido envenenado, y sin embargo siguió imperturbable. A las 2:30 a.m. del 30 de diciembre, los conspiradores escondidos en una de las habitaciones de la casa del príncipe, atónitos, urdieron un nuevo plan.

Yusupov sacó un revólver, le dijo a Rasputín que “rezara una oración” y le disparó en el pecho. Cuando los asesinos regresaron por el cuerpo más tarde, pensado que estaba muerto, Rasputín se levantó repentinamente y atacó a Yusupov antes de perseguir a todos los conspiradores al patio donde lo golpearon y le dispararon varias veces más. Pero aún así no podían darle muerte.

El sótano en el que Yusupov trató de envenenar a Rasputín | Foto: Wikimedia Commons

Yusupov escribió el relato más conocido del asesinato de Rasputín en sus memorias, publicado originalmente en 1928 y cuenta con horror la experiencia que vivió aquella madrugada.

“Este diablo que se estaba muriendo por el veneno, que tenía una bala en el corazón, debe haber sido resucitado de entre los muertos por los poderes del mal. Había algo espantoso y monstruoso en su diabólica negativa a morir”.

Finalmente, decidieron envolverlo en un tapete y arrojarlo a un río helado donde finalmente sucumbió a la hipotermia. Sin embargo, la muerte de Rasputín no tuvo el efecto que los nobles esperaban.

Antes del asesinato, Yusupov había vivido una vida de privilegios relativamente frívola. Conspirar la muerte de Rasputín le había dado la oportunidad de reinventarse como un patriota, decidido a proteger el trono y restaurar la reputación del zar.

Pero sobre todo, esperaba que la muerte de Rasputín hiciera que Nicolás II estuviera más abierto a los consejos de la nobleza, dándole una última oportunidad para salvar al Imperio. Sin embargo, el asesinato del monje no provocó ningún cambio radical en la política del zar, lo que condujo al inicio de la Revolución Rusa en marzo de 1917.

El cadáver de Rasputín tras ser sacado del fondo del río | Foto: Wikimedia Commons

Para los bolcheviques, Rasputín simbolizó la corrupción en el corazón del gobierno imperial y vieron su asesinato como intento de la nobleza de mantenerse en el poder a expensas del proletariado. Para los nobles, fue el colofón a un sistema político y económico decadente que acabó con sus privilegios y su modo de vida. 

Y la caída del zar nos recuerda las palabras que pronunció Rasputín poco antes de su muerte, y que, a la postre, resultaron proféticas:

“Los aristócratas no pueden acostumbrarse a la idea de que un humilde campesino debería ser bienvenido en el Palacio Imperial… están consumidos por la envidia y la furia… pero no les tengo miedo… El desastre le llegará a cualquiera que levante un dedo contra mí”.

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