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Un encuentro de ajedrez legendario: Kasparov vs. la máquina

Garry Kasparov vs. Deep Blue (1997): Uno de los encuentros de ajedrez más importantes, se enfrentaba el campeón humano contra una computadora.

El hombre se llevaba las manos a la cabeza, se presionaba las sienes, se alborotaba el cabello salpicado de canas de tanto pensar, de analizar estrategias sin descanso, de exprimirse las neuronas, de recorrer una y mil veces las 64 casillas permanentemente disputadas por peones, caballos, torres y alfiles en defensa de sus respectivos reinos.

¿Para qué? -parecía preguntarse a sí mismo.

La respuesta era atroz: para acabar batiéndose en duelo con una máquina que era capaz de evaluar 200 millones de jugadas por segundo, alimentada por un sistema de datos con las mejores partidas del último siglo; para desnudarse frente a un complejo software ideado por el cerebro humano para humillarse a sí mismo.

El atribulado Garry Kasparov no tenía en ese momento facha de “ogro de Bakú”, su gesto no era el de un campeón mundial de ajedrez ni tenía la pinta de uno de los mejores jugadores de todos los tiempos. Nunca se le vio así en sus encuentros con su gran rival, Anatoly Karpov (con quien, por cierto, también se confronta ahora en el tablero de las posturas políticas por la guerra en Ucrania). Y es que el ruso que hoy defiende a Putin, era un contrincante de carne y hueso, al que podía ver a los ojos y con quien podía lidiar al tú por tú, sin más desigualdades que la aptitud, el instinto, la suerte o el color de las fichas.

Aquel domingo, un 11 de mayo de 1997, la enigmática batalla del campeón vs. la máquina se había anunciado en todo Manhattan. Cientos de personas estaban reunidas en el edificio de la competición para ver al Gran Maestro de ajedrez enfrentándose a su rival más misterioso, un monstruo de una tonelada y media, bautizado como Deep Blue, conformado por dos enormes y fríos bloques de metal, sin rostro y sin sentido común.

La computadora Deep Blue. (Foto de James the photographer – https://www.flickr.com/photos/22453761@N00/592436598/, CC BY 2.0, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=3511068)

El campeón de 33 años libraba ese día su sexta partida contra la supercomputadora de IBM. Tras una serie de empates, había llegado a este juego decisivo, el más espectacular duelo de ajedrez de la historia.

Kasparov había estado muchas veces en combate ante el tablero y casi no conocía la derrota. De hecho, en la partida inicial había vencido a la primera versión de Deep Blue, convencido de que la tecnología, por avanzada que fuera, tendría que toparse en algún momento con la barrera de la genialidad humana.

Sin embargo, en ese último lance, Garry tenía razones para sentirse amenazado: era el único que tenía nervios y se sentía temeroso. El hombre del otro lado de la mesa solo era la marioneta de Deep Blue, el ejecutor del gran engranaje de procesadores y nodos que había sido perfeccionado con ayuda de otros grandes maestros del ajedrez. La versión con la que se enfrentaba en esa ocasión era más avanzada, más rápida y más potente que la que había conocido cuando consiguió su primera victoria.

Al final, bastó una hora y 19 jugadas para que el invencible dimitiera. Era la primera vez que un ordenador vencía a un campeón mundial de ajedrez en una partida de varios juegos.

El resultado no era simplemente un fracaso para el afamado Kasparov; el revés era mucho más grande y significativo: la innovación científica había dado una monumental muestra de poder y había desplegado una red de argumentos para replantear la concepción del futuro de la humanidad.

El hombre que alguna vez expresó: “En ajedrez, mi palabra es cercana a la de Dios”, intentaba aceptar que, al menos ese día, fue la tecnología la que asumió un carácter divino. Tras aquella histórica imposición de la inteligencia artificial, IBM vio subir como la espuma el precio de sus acciones, pero nadie se atrevió a cuestionar el talento extraordinario del multiganador del Óscar del Ajedrez.

En el universo de las neuronas, Garry Kimovich Kasparov, junto con el mismo Karpov, con Bobby Fischer, con José Raúl Capablanca, con Mikhail Botvinnik y Vladimir Kramnik, entre otros, ya había escrito una leyenda que ningún cerebro electrónico podría desvanecer.

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