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La violencia de Francia – Reseña especial TIFF 2021

France, el último largometraje del aclamado director francés Bruno Dumont, es una despiadada crítica alegórica del futuro político de Francia.

 

 

Toute ma vie, je me suis fait une certaine idée de la France
Charles de Gaulle

 

La nueva y polémica película de Bruno Dumont, France, se estrenó en el Festival Internacional de Cine de Toronto (TIFF). En esta crítica, leemos la intrigante tragicomedia del director francés en clave alegórica para entender cómo enarbola una aguda crítica a la representación mediática de Francia y su aterrador futuro.

I

En un ensayo de los años setenta sobre el teatro de Ionesco, Barthes decía que nada es completamente absurdo. El absurdo total no puede comunicarse: para reconocer el absurdo, algo en él tiene que tener sentido y relacionarse con la realidad.

Muchas veces se ha calificado el trabajo del cineasta francés Bruno Dumont como absurdo. Sus películas, en el límite entre el realismo más crudo y la sátira grotesca, parecen confundir a críticos y espectadores. Pero es justamente en la comprensión del comentario de Barthes que se puede entender algo peculiar en el cine de Dumont: para captar la realidad a veces es necesario escenificar su sentido más ficticio.

Las dos últimas películas de Dumont, Jeannette (2017) y Jeanne (2019), escenificaban, con medios escasos y escuetos, la vida de Jeanne D’Arc. O, al menos, el mito que se relató sobre su vida. Los diálogos declamados de manera acartonada, las actuaciones al límite de lo banal, el frugal decorado, transparentaban una intención. De pronto, todo el discurso histórico francés, formador de un estado nación y de miles de alumnos de bachillerato cada año, se convertía en una parodia de sí mismo. La rigidez del mito dejaba transparentar su carácter de mito y Dumont lograba, con una reflexión genial, disociar el discurso histórico de la realidad. Todo esto, claro, por medio de un desplazamiento: el espectador, sorprendido y fascinado, recibe un viejo discurso histórico en su representación más absurda. Un absurdo, pues, con trasfondo real.

Con su nueva cinta, France (2021), Dumont demuestra la maleabilidad creativa de sus juegos con el absurdo. France es una sátira, ciertamente; una reflexión sobre los medios de comunicación, si se quiere; pero es, sobre todo, una mirada alegórica a la representación que Francia tiene de sí misma. En este sentido, como una continuación de Jeannette y Jeanne, Dumont pone en tela de juicio la manera en que su país enarbola una historia hegemónica que es, fundamentalmente, absurda e inocente en el mejor de los casos, hipócrita y perversa en un sentido más profundo.

II

France cuenta el ascenso meteórico y el inevitable descenso de la periodista más famosa de Francia: France de Meurs (Léa Seydoux). France lo tiene todo: es anchor de un programa de noticias internacionales, es parte de todo el glamour parisino, le paga la vida a su esposo intelectual de élite, viaja haciendo reportajes por el mundo, todos la reconocen, todos la aman. Pero France vive profundamente infeliz. Algo le duele. Tal vez es la incongruencia de su pequeño mundo: se dice una vigilante de la moral y la justicia, pero en realidad cubre las noticias con desprecio y desapego. Tal vez es la falsedad de todo los que la rodean: la vulgaridad funcional de su productora, la banalidad profunda de su marido, el desprecio de su hijo enajenado. Tal vez sea todo esto… o algo más.

France comienza a quebrarse. La pantomima que mantiene todos los días se convierte en algo insostenible. Quiere cambiar su vida, buscar algo verdadero, algo más valioso. Pero cada vez que rechaza la fama, cada vez que llora en público, cada vez que se viraliza un error suyo, el mundo parece quererla más. Todo hasta que, en televisión abierta, todos entienden la hipocresía de su discurso y comienzan a odiarla. Ahora, se enfrenta al desprecio generalizado y France tampoco sabe cómo lidiar con él. ¿Qué sucedió? ¿Qué la llevó a esta locura cambiante? ¿Por qué no puede librarse de los horrores de la fama y esa imagen pública que la persigue? ¿Podrá volver a amar, sentirse plena, congruente, real?

III

En una primera lectura, la sátira de Dumont reflexiona sobre los medios de comunicación y la decadencia del periodismo televisivo en la era de las redes sociales. France es, antes que nada, una figura pública. Y ser una figura pública, a su nivel, vuelve imposible cualquier pretensión de rigor periodístico. A pesar de esta evidencia, todos la consideran la más grande periodista de Francia.

El tono de la sátira se evidencia desde los primeros minutos de la película con una conferencia de prensa en el Elysée. Ahí, France interpela violentamente al presidente francés, Emmanuel Macron, y, durante su respuesta, gesticula grotescamente gestos sexuales en un intercambio silencioso, pero poco discreto, con su productora.

La idea de esta escena es clara y se repetirá en todas las otras escenas tras bambalinas del trabajo de France: lo importante son los ratings, la noticia es secundaria. Para hacer el trabajo de France se necesita, pues, de entrada, ser famoso. Porque es la fama la que le da pertinencia a sus análisis políticos, a sus preguntas al presidente, a sus reportajes en zonas de conflicto. En ningún momento se cuestiona su seriedad porque la difusión masiva le ha conferido una aureola de legitimidad y autoridad imborrable.

Esta fama está esencialmente relacionada con su imagen. Dumont insiste en filmar el rostro de Léa Seydoux, una y otra vez, con el interés inquisitivo de una cámara de televisión enfocando al anchor. Los primeros planos son insaciables. Lo que se transparenta en ellos es la evidencia del rostro, de la imagen, y cómo esconde una tristeza impenetrable.

Todo se construye, entonces, a partir de la imagen de France. Por eso, en cada aparición pública de la protagonista, le piden fotos. Existe una obsesión real con su rostro. Cualquier persona que se le acerca se siente con derecho de hacer comentarios intrusivos sobre su belleza, sobre su sonrisa, o sobre sus lágrimas.

La sátira es más que evidente por el estilo grotesco con el que Dumont construye esta tragicomedia. Las secuencias más histriónicas se intercalan con evidentes pantallas verdes cada vez que alguien conduce un vehículo, cada vez que se contrapone la realidad fuera de la pantalla. La idea es mostrar, intromisiva, la evidencia de la ficción, la realidad del truco, todo el artefacto.

Si el realismo del exterior, tras bambalinas, entre noticiarios, es evidentemente falso, las secuencias de noticias son totalmente realistas. El estilo imita a la perfección la televisión de noticias francesas de la tarde. Esto parece ser el punto del realismo mediático de Dumont: el mundo solamente existe en la autoridad dudosa del rostro de France. Lo demás son pantallas aparentes.

La sátira sobre la hipermediatización, sobre la banalidad del periodismo de alcance masivo, sobre la necesidad de reconocer una autoridad para entregarnos a sus respuestas, es bastante evidente. Y en este nivel, la película de Dumont sigue siendo interesante, pero derivativa. Pero algo más se esconde, con toda evidencia, en el significado de un nombre, y en el peso de un título.

IV

El juego de palabras no es, de ninguna manera, sutil. France de Meurs, fonéticamente, se lee con dos significados en francés: Francia de moral (France de moeurs) y Francia permanece (France demeure). Esta idea invita a una lectura alegórica sobre lo que puede ser el resto de Francia, lo que queda de Francia, la idea de Francia en un futuro y la idea de los valores morales de Francia. La alegoría está ahí para que la tomemos y no deja de ser peligrosa.

Pensar el personaje de France como una alegoría de Francia puede llevarnos a lecturas desatinadas. Y, sin embargo, es en todas estas relaciones semánticas que la película de Dumont pasa de la sátira sencilla y se convierte en un comentario social complejo. De alguna manera, esta alegoría inscribe a France, con peso propio, en una filmografía que constantemente cuestiona el mito constitutivo de la historia de Francia.

¿Qué representa Francia? ¿Qué representa France? Son la imagen de la República absoluta de los valores, la autoridad intachable de la libertad y la confianza, la idea de una transparencia generosa. También, se están cayendo a pedazos desde adentro, desapegadas de los intelectuales en los que alguna vez confiaron, lejanas a los jóvenes que ahora las desprecian, perdiendo todo en la violenta imagen de coches en fuego.

Restos de un coche incendiado tras una manifestación violenta en el suburbio parisino de Clichy-Sur-Bois (AP Photo/Christophe Ena)

Francia y France sufren la misma soledad indecible: lo tienen todo y son profundamente miserables, están aisladas del mundo por una imagen que ya no pueden sostener, son el resto miserable de algo que tuvo sentido.

Ambas ponen una cara alegre, de bienvenida, frente a la migración. En realidad, profundamente, las sonrisas esconden un discurso racista y xenofóbo que no se superó con el regreso de De Gaulle después de Pétain. Ambas dan dádivas de beneficencia a cambio de admiración fácil, pagando culpas. En ambos casos, estas dádivas no sirven para subsanar distancias culturales, la marginación de las banlieues, los llantos lejanos del bled. El gesto vacío de servir comidas a los marginados se paga con gargajos en la cara. La manera de encarar la miseria con paternalismo genera más violencia. Francia no soporta los insultos cuando piensa que recibirá aplausos, France tampoco.

Una de las secuencias finales da un matiz increíblemente agresivo a esta idea alegórica. France va a entrevistar a una señora que vivió durante 30 años con un violador, pedófilo, asesino. La señora la ve con incredulidad y le explica que todos pueden cambiar, que tal vez su marido cambió, que ella no sabía la gravedad de lo que había hecho.

France está escandalizada, pero también conmovida. Porque la superioridad moral que siempre sintió se tambalea. ¿Quién es ella para juzgar lo que sabía o no sabía esa señora? ¿Quién es ella para juzgar a los engañados cuando su vida es un engaño?

Desde las atrocidades coloniales, desde las atrocidades de la Segunda Guerra Mundial, desde las atrocidades del campo de inmigrantes en Calais, Francia sigue pontificando sobre la superioridad moral de su República, de su liberalismo, de su intelectualidad, de su refinamiento y gusto. Pero desde hace tiempo todo esto parece engañoso. Algo se corroe desde adentro, algo está roto y algo no se puede decir.

La Francia del futuro, la Francia moral del futuro, está rota, habitada por contradicciones, perseguida por el fantasma del fascismo que se despierta, por los crímenes del pasado, por la violencia que se paga con violencia. Las seguridades que le quedan están desangeladas y cualquier romance político, por más cuestionable que sea, puede surgir de este desamparo.

El rostro frío, hermoso y desconcertado de France dice mucho. Mucho sobre la sociedad del espectáculo, mucho sobre la profundidad de la imagen, mucho sobre un país que se sostiene apenas, entre viejas narraciones de gloria y la incipiente resistencia que opone a las fuerzas que lo desgarran.

France no es una imagen exacta de Francia, pero dice mucho sobre la realidad podrida de un país que sólo puede reconciliar su imagen histórica con algo que se le escapa, con algo que no se dice, con la tristeza de los ojos de una estrella de televisión, con el absurdo mediático, iterativo, hipócrita de lo que existe frente a lo que, con todas las buenas intenciones, se acaba diciendo.

Calificación: 4/5

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