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Ernesto Canto y su medalla olímpica: Un legado eterno para la caminata mexicana

La caminata mexicana tuvo en Ernesto Canto a un gran representante que ganó medalla de oro en Los Ángeles 1984, esta es su biografía

México es un país con mucha historia en los Juegos Olímpicos, pero durante todos estos años la realidad es que apenas un puñado de atletas ha logrado llegar a lo más alto del podio. Para ser concretos, solo 13 representantes aztecas han podido entonar el himno nacional en una justa olímpica y, en ese pequeño montón, se encuentra Ernesto Canto, uno de los últimos grandes vestigios de la caminata mexicana.

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La marcha o caminata para México significó, durante muchos años, una de las principales disciplinas en las que el país ponía sus aspiraciones para ganar una presea y en gran medida esto se logró gracias al trabajo de Ernesto Canto, quien vivió el momento cumbre de su carrera en los Juegos Olímpicos de Los Ángeles 1984, pero ya llegaremos ahí.

Ernesto Canto -originario de la CDMX fue un atleta natural, que entró al ruedo como todos los atletas históricos: sin saber lo que el destino le tenía deparado.

“El 21 de febrero de 1972, yo tenía apenas 12, cuando el profesor Sánchez de educación física me hizo practicar caminata. Yo no tenía idea de lo que era eso”, recordó Canto sobre sus inicios en el deporte, en una entrevista realizada para un proyecto de titulación universitario.

Sin saberlo, aquel profesor Sánchez que recordó Ernesto fue el primero en pulir un ‘diamante en bruto’ que a los 14 años tenía decidido su destino. Tras su primer viaje internacional, a la ciudad de Maracaibo (Venezuela), Canto regresó a México con una medalla de oro. Ese era el camino.

“De ahí en adelante no solté la victoria, la llevaba conmigo a todas partes”, recordó el marchista, quien a partir de ese momento ya era parte del equipo nacional y pasó a compartir experiencias con quien sería su gran ídolo.

Como sucede con muchos atletas, Ernesto Canto también encontró un modelo a seguir cuando su prolífica carrera apenas comenzaba y para él fue Daniel Bautista, otro marchista histórico de México que le mostraría el camino cuando en Montreal 1976 ganó la medalla de oro en la prueba de marcha de 20 kilómetros. Él sería la gran inspiración de Canto.

“En esa competencia de los 20 kilómetros de caminata Daniel Bautista me enseñó que un deportista mexicano sí puede ser un ganador. Esa victoria de Daniel, lo digo sin reserva, marcó para siempre mi vida deportiva”.

Sufrir para ganar

La vida de una atleta de alto rendimiento está marcada por ser una montaña rusa de emociones y momentos. Un día pueden estar en lo más alto y al otro en el punto más bajo. Canto lo experimentó más de una vez, la primera de ellas en 1980, con los Juegos Olímpicos en puerta.

Tras registrar grandes marcas en pruebas previas a Moscú 1980, Canto se convirtió en una de las cartas fuertes para representar a México en la justa olímpica, pero el destino tenía otros planes.

Durante el período de preparación en Perú motivado por los intensos entrenamientos, Canto fue detectado con periostitis por fatiga del músculo y la tibia. Hielo e inyecciones aminoraron los dolores por un tiempo, pero después hasta caminar se volvió un reto.

Pese al complicado momento, el atleta recibió la autorización de viajar a Moscú, pero a dos días de participar se le notificó que no podría hacerlo debido a su lesión. “Fue un golpe muy fuerte a los 20 años. Sentir esa impotencia es aniquilante”, recordó el marchista.

Así, en un abrir y cerrar de ojos, Canto pasó de ser una esperanza de medalla a quedarse fuera sin incluso competir.

Sin embargo, el quedar fuera de los Juegos Olímpicos no fue el único golpe que sufriría Ernesto en esa edición, pues también vería cómo su ídolo Daniel Bautista fue eliminado cuando una medalla ya se respiraba en el ambiente.

“Él (Bautista) había decidido retirarse de las competencias y yo le prometí que ocuparía su lugar, que regresaría a nuestro país la medalla que nos habían quitado esa tarde”, dijo Canto.

Este sería otro punto de inflexión en la carrera de Ernesto Canto, tenía una promesa que cumplir, tomar revancha personal y cuatro años para prepararse. Lo que vino después la historia de México lo sabe.

Promesa cumplida: la leyenda olímpica nace

De Moscú 1980 a Los Ángeles 1984 pasaron cuatro largos años en los que Canto solo tenía presentes dos cosas: cumplirle a Bautista su promesa y demostrar que tenía todo lo necesario para ser el mejor. Ambas metas las consiguió en esos juegos.

Antes de llegar a Los Ángeles 1984, el marchista mexicano consiguió victorias de renombre como la conquista de la Copa Lugano de Valencia en 1981 o la medalla de oro en los Juegos Centroamericanos y de Caribe de 1982 celebrados en La Habana, Cuba. Además en el Grand Prix de Softeland, Noruega, se dio el lujo y la satisfacción de romper el récord mundial de caminata en 20 kilómetros, superando a su mentor e ídolo Daniel Bautista.

En cuatro años, Canto reafirmó que era un atleta de talla internacional y solo faltaba una cosa por cumplir: la gloria olímpica, misma que conquistó en el Memorial Coliseum de la ciudad estadounidense.

“Ese es el momento más sublime que pueda vivir un deportista. La medalla es la constancia, es la realidad que ves y tocas, pero oír el himno y observar tu bandera arriba de todas las demás es indescriptible. En ese momento yo recordaba aquella promesa hecha cuatro años atrás”.

Se repite la historia

Pese a no contar con el mejor de los apoyos por parte del gobierno, y ver por sus propios intereses, Ernesto se sintió con la capacidad de ganar otra medalla de oro en Seúl 1988 y trabajó para ello hasta conseguir su clasificación, no sin antes pasar por desaguisados como su descalificación en Roma 1987 que lo llevó a tomar la decisión de retirarse (Mario Vázquez Raña, presidente del COM lo convenció de regresar).

En Seúl 1988, el 23 de septiembre, Canto aspiraba a ganar su segunda medalla olímpica y se posiciona como uno de los punteros, pero el gusto sería cortado de raíz: Ernesto es descalificado, tal y como sucediera con su ídolo Daniel Bautista en 1980, cuando él también aspiraba a otra presea. “Volverás, Ernesto”, le dijo justamente Bautista.

Tras sentir que hubo un complot contra el equipo mexicano (Joél Sánchez también fue descalificado) y que le quitaron la oportunidad de otro oro, Canto decide volver a anunciar su retiro, aunque de nueva cuenta Vázquez Raña lo convence de volver.

Aunque siguió en las competencias y entrenamientos, la oportunidad de conseguir otra medalla nunca volvió a ser tan real y después de los Juegos Olímpicos de Barcelona 1992, Ernesto Canto finalmente se despediría de la marcha olímpica.

Su legado ya estaba escrito con letras de oro.

Un eterno adiós

Después de dejar la vida como atleta de alto rendimiento, Ernesto Canto enfocó sus objetivos en la administración pública y la política.

Durante varios años, Ernesto tuvo diferentes puestos, algunos de ellos en el PRI e IMSS o como asambleísta del Distrito Federal, director de fomento deportivo del ISSSTE, director general de actividades deportivas y recreativas de la UNAM y director general de la prevención del delito en la SSP de la CDMX, entre otros más.

Sin embargo, la leyenda de Canto trascendería del plano terrenal el 20 de noviembre del 2020, cuando su cuerpo no soportó el cáncer de hígado y páncreas que le habían detectado meses atrás. A los 61 años falleció quien por siempre será recordado como una de las más grandes figuras del olimpismo mexicano.

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