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El conquistador y la violencia eterna: entrevista con Rodrigo Reyes

En entrevista, Rodrigo Reyes, director de 499, habla sobre la violenta historia de México, y el poder del cine para cambiar al mundo.

Un conquistador parte hacia la madre patria. Se embarca en las playas de Veracruz y cruza el océano de regreso. Pero la carabela naufraga y él se pierde entre las olas. De pronto, resurge: el mar lo regresó a las costas de Veracruz. Pero no son las mismas costas. Algo ha cambiado, algo impensable: desde que se hundió su barco, han pasado 499 años. El conquistador está solo y se arrastra por las orillas del tiempo.

Desorientado, emprende el único camino que conoce: el que transitó con Cortés hacia la gran Tenochtitlán. De las costas de Veracruz camina hacia la Sierra, cruza el altiplano, llega al paso de Cortés, y vislumbra una ciudad magnífica, completamente distinta, nuevamente mágica. A través de su mirada, los símbolos que nos parecen habituales desplazan su significado. El conquistador ve un patio de primaria y el canto a una bandera que desconoce, a una soberanía que no entiende, los ritos marciales lejanamente familiares.

(Cortesía de Piano Films)

También escucha. Escucha el llanto de las madres de los desaparecidos, de las madres de niñas violadas y asesinadas, de la crueldad del México que habitamos, casi sin darnos cuenta del horror que nos rodea. En la incomprensión del narrador, el cineasta Rodrigo Reyes proyecta la normalización de la violencia en este país. En su nueva película, 499, Las palabras de la tragedia en México, los testimonios de nuestro horror cotidiano, se desplazan. Por la presencia de un ser anacrónico, entendemos nuestro presente de una forma distinta.

(Cortesía de Piano Films)

Jugando con la ciencia ficción y el documental, con lo inverosímil y la recreación testimonial, Reyes fabricó un peculiar artilugio cinematográfico. Al mismo tiempo, nos muestra cómo hemos automatizado nuestras reacciones al horror; cómo hemos fabricado hechos a partir de ficciones históricas; cómo nos hemos dejado atravesar por los símbolos de una violencia cíclica que se repite sin fin.

En esta conversación, el joven director mexicano nos platicó sobre la concepción de una película tan peculiar como 499. También, nos compartió su aguda visión de la historia de México, del presente que se silencia a gritos, de la urgencia, del cine como artefacto, como arma, y como agente de cambio.

(Cortesía de Piano Films)

Nicolás Ruiz: El otro día entrevisté a Tatiana Huezo y le pregunté sobre la construcción formal de sus documentales. En particular, hablamos de la importancia de la ficción dentro del documental. Ella hace montajes elaborados, rítmicos, compone fuertemente los planos, siempre persigue líneas narrativas. Su lenguaje cinematográfico, pues, también procede de la ficción. Pensando en eso, quería preguntarte cómo llegaste a esta idea que juega, justamente, con un lenguaje de ficción para presentar algo tan delicado como el discurso del testimonial.

Rodrigo Reyes: Tatiana Huezo es una directora que admiro mucho, admiro sus películas y la forma en que las aborda. Pero creo que el uso de la ficción en el documental cuaja verdaderamente, en general, cuando proviene de algo orgánico; cuando logra revelar una verdad interior de la realidad. Yo mantengo que el conquistador en 499 es eso. Es ficticio y es una figura histórica, y encarna una serie de ideas, de símbolos de mitologías, todo un entramado social. Se vale ficcionalizar eso, se vale sacarlo del clóset, mostrarlo a la luz. A veces, como cineastas, seguimos las reglas y no aportamos necesariamente nada que trascienda. A mí me parece muy orgánico que este conquistador exista. Porque su figura ya estaba ahí, en muchos rincones de nuestro país. Lo único que hicimos fue materializarlo, darle un cuerpo.

(Cortesía de Piano Films)

N.R: Claro, eso es algo que te iba a preguntar. Pensar la historia pragmática, la historia nacional, oficial es pensar una historia que, obviamente, está atravesada de muchísimas ficciones. Lo vemos ahorita en las disputas históricas que giran en torno a la culpa de la conquista, por ejemplo…

R.R: Totalmente, tenemos una historia muy intervenida que, en realidad, nos ha sido contada. Nos han contado la historia de México. Tenemos mucha presión: nos piden no matizar, no complejizar la historia de nuestro país. Pero aquí no hay vencedores ni vencidos. Cortés tenía cientos de miles de aliados indígenas. No hay vencedores y vencidos. Lo que sí hay es una repetición de la violencia, una reinvención de la violencia.

¿Qué diferencia vemos entre la censura brutal de quemar todos los códices mayas en Izamal y la censura que vemos en Veracruz con un número de periodistas asesinados espeluznante? Acaba de pasar el aniversario de Rubén Espinoza. En cien años, nuestros tataranietos van a voltear al pasado y van a ver con horror cómo permitimos que se masacrara a los testigos y cronistas de nuestro tiempo. No hay una diferencia fundamental, porque lo que se hace, al quemar un códice o matar a un periodistas, es decir: “La historia no la cuentas tú, la contamos nosotros y vas a decir lo que queremos que digas.”

Por eso, creo que hay que enfocarnos en los problemas del presente al hablar de nuestra historia. Porque si no, acabamos en un patriotismo muy facilón, muy superficial que no entiende nada. Hay gente que reivindica ser de sangre azteca. Pero aquí está la comunidad de Soledad Atzompa con una necesidad enorme y que nadie voltea a ver. Y, como esa hay muchas otras comunidades indígenas que están en peligro de perder su lengua, que están siendo sometidas por extorsiones, por corrupciones, que están siendo explotadas. No enfocamos nuestra mirada histórica hacia ese presente. Es una verdadera tragedia.

Al mismo tiempo, hay todo un potencial en esto. Hay personas como Sixto Cabrera, un poeta de Soledad Atzompa, que están resistiendo. Su voz está ahí. Y todos los personajes reales de esta película también están vivos, también siguen en su lucha. Esa vitalidad es nuestra esperanza como país. Porque estamos hartos de que nos cuenten la historia. Ahora es a las víctimas a las que les toca ser escuchadas.

(Cortesía de Piano Films)

N.R: Por supuesto. En tu película hay un mecanismo muy interesante: el asunto del anacronismo. Ver a una persona de otro tiempo en este tiempo. Este mecanismo nos acerca un poco a la pregunta de por qué nos parece evidente la historia pasada y nos parece tan difícil hacer historia del presente. Al mismo tiempo, me parece interesante cómo el anacronismo sirve para una desautomatización. Se llega a automatizar el discurso de la violencia en México. Lo recibimos de una forma acrítica por el bombardeo mediático y por la inmensidad de lo que representa. Al punto en donde, incluso las voces más apremiantes, las de las víctimas, llegan a ser acalladas por la masividad de la violencia cotidiana. Me parece interesante la idea de desautomatizar el testimonio, de desautomatizar el entramado de la violencia. ¿Estabas pensando en esto también cuando hiciste el argumento de tu película?

R.R: Sí, totalmente. Creo que hay una crisis de silencio en México. Más allá de la crisis de violencia, la crisis de silencio es la que da pie a muchos problemas. Si fuera una guerra clara de bandos nos parecería imposible que muriera tanta gente en nuestro país, que hubiera tantos feminicidios en México. Once, son once feminicidios al día en México. Entonces, obligar al conquistador a escuchar es una estrategia que funciona en este sentido. Al escribir la película y prepararla, pensaba en qué podía responder el conquistador a las víctimas. Pero no tiene nada que decir. Ni siquiera tiene derecho a hablarles. Tiene que callarse la boca y escuchar.

Ahora pasamos por todo este tema de la Consulta Popular que, de alguna manera, busca generar una escucha. Pero seguimos cayendo en los juegos políticos. En realidad, no es difícil decirle a los periodistas, como gobierno, decirle a Artículo 19, a las asociaciones, que se sienten a dialogar. No es difícil invitar a Lorena Gutiérrez, la mamá de la niña Fátima Quintana que violaron y mataron y que narra el feminicidio en la película, para que cuente su historia. No es difícil invitarla para escuchar qué sucedió en su caso. Con ella o con todas las demás mujeres y padres de familia que están buscando justicia en un feminicidio. Duele mucho y es muy incómodo escuchar. El conquistador no quiere estar ahí, no quiere escuchar ninguna de estas historias. Igual que muchos de nosotros preferimos decir solamente: “qué bueno que no nos pasó”. Preferimos ir a todos lados en taxi, sólo ir a lugares con filtro, pensar que nuestros hijos están protegidos aquí y allá. En nuestra escala, replicamos lo mismo. Nos cuidamos a nosotros mismos, pero no nos cuidamos entre nosotros. Y creo que por eso el conquistador tiene que escuchar.

(Cortesía de Piano Films)

N.R: En este aspecto de desautomatizar, también me pareció interesante el asunto de los lentes que utilizas, y cómo compones los planos en 499. Incluso yo que vivo en la Ciudad de México, me encontraba paisajes en tu película que, por la forma en que los filmas, me parecían totalmente extraños. Como si estuviera en un mundo alienígena, totalmente ajeno. ¿Cómo planeaste esta forma tan peculiar de plantear estéticamente la cinta?

R.R: La película tiene la gran fortuna de haber podido colaborar con Alejandro Mejía. Él, de hecho, ya ganó un par de premios de fotografía por su trabajo en 499. Alejandro siempre proponía la idea de encontrar una mirada que uniera a la realidad con la ficción. Entonces usamos unos lentes antiguos, lentes muy amplios, anamórficos, para que nos dieran, desde la calle, esa mirada de las grandes epopeyas de Hollywood. Todo se ve como una realidad aumentada. El conquistador, así, combina muy bien con el universo mexicano actual.

Por otro lado, lo que ayudó a darle esta forma a la película fue la participación de Eduardo San Juan. Eduardo no me conocía, nunca había venido a México y se entregó con todo al proyecto. Rodó la película en orden, con una entrega al proyecto de actor de método. Él se sentaba a escuchar a las víctimas. Había entonces un proceso constante de diálogo, de interacción, que le da ese estilo tan surrealista a la película. Por eso muchas personas salen de las proyecciones impactadas. Para eso es el cine: el cine tiene que impactar, tiene que tener esa presencia visual y artística y hermosa. También, tiene que estar bien realizado. Hay que honrar a todas estas personas usando todos los talentos que tenemos como artistas; llevarlos a la realidad y honrar sus testimonios.

(Cortesía de Piano Films)

N.R: ¿Crees que el cine puede cambiar al mundo?

R.R: Totalmente. El arte está ahí para, como dijo Luis Buñuel, demostrar que otro mundo es posible. Es fácil y cínico decir que no. Porque nos están cambiando el mundo todo el tiempo. Sólo hay que hacer cuentas de cómo estábamos hace 10 años en México: ¿Cómo estabas tú en tu primaria? ¿Cómo estaba yo en la primaria, o cuando fui a secundaria? Nos están cambiando al mundo. Entonces, ¿por qué el arte no debería cambiarlo también? El arte es de donde vienen las grandes ideas para transformar el mundo. Esas ideas vienen de los artistas. Así que yo creo que sí, totalmente, el cine puede cambiar al mundo.

(Cortesía de Piano Films)

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