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‘El Niño’ Metinides

Nunca el fotoperiodismo de nota roja había perdido tanto. La crónica negra de México no se explica sin las imágenes de Enrique Metinides.

A Jaralambos lo llamaron ‘el Niño’ desde que tuvo uso de razón y hasta casi cumplidos los noventa. Le venía bien el apotegma: “infancia es destino”, pues fue precisamente en la niñez cuando inició esa singular relación con la tragedia, cuando la aprehendió pausada e intensamente, y decidió apropiársela, al punto de sellar un maridaje con la crónica negra y después, incluso, un pacto con el arte.

Jaralambos Enrique apenas había cumplido nueve años cuando llegó a sus manos una cámara fotográfica, la primera y la esencial; esa por la que, solo dos años después, cruzó la frontera de colegial de primaria a asistente de fotógrafo de nota roja.

Cada día, con cada sonido de sirena, con cada grito en la redacción, en las calles o en la morgue, ‘el Niño’ iría descubriendo que aquel artefacto que ya sentía dominar tenía una disimulada capacidad para albergar decenas de miles de imágenes, la mayoría crudas y todas, absolutamente todas, perturbadoras.

Pero fue él, Jaralambos Enrique Metinides, quien les encontraría ese ángulo perfecto, quizá el único resquicio que habría permitido apreciar la belleza inmutable de una mujer cercenada (periodista, por cierto); el morbo burlón asomado en la pupila dilatada de tres mirones tras un cristal craquelado, la impecable composición de un avión estrellado, los caudalosos ríos de sangre sobre la acera, el raro sosiego que deja la batalla perdida con la vida y el desconsuelo de quien se queda respirando, ya sea la mujer que carga por las calles de la Ciudad de México el ataúd con su pequeña hija atropellada, o la joven que acompaña al cuerpo recién apuñalado de su novio.

Solo la intuición de un hombre que ha visto demasiado podría haber captado la luz perfecta, esa que define el rictus y desvela el último pensamiento, el miedo postrero, el halo casi invisible que merodea la muerte. No era la tragedia lo que estaba en su mira, era la gente; las personas que enfrentaban los embates más álgidos de la vida o la cruel sentencia de perderla. Hombres, mujeres y niños a los que siempre dijo respetar.

Cuesta trabajo pensar que esas visiones diarias no lo inmutaran, pero sus imágenes indican que, al menos en el segundo en que apretaba el obturador, lo hacía con estoicismo. Nada quedaba fuera de lugar, cada detalle tenía sentido, las imágenes hablaban, a veces gritaban y en algunos casos recitaban. Había un tratado de semiótica en ellas.

Emplazar al arte en medio de la tranquilidad, con las musas a un lado y las condiciones a favor es una cosa, pero intentarlo en el caos, mientras el tiempo agoniza y el dolor se contagia, es poco menos que inconcebible.

Jaralambos Enrique Metinides Tsironides tuvo medio siglo para lograrlo y, sin embargo, lo consiguió mucho antes, casi desde el principio, sin caer en la tentación de liarse con lo macabro o lo insolente.

‘El Niño’ ya se había despedido de los viajes en ambulancia, en patrulla, las visitas a hospitales y cárceles; de todas las carreras y las persecuciones. Esperó cinco décadas para hacerlo, pero este 10 de mayo se fue de verdad. Se llevó su visión única y la intimidad con la tragedia, pero dejó la empatía con los protagonistas de sus retratos, su testimonio de la segunda mitad del siglo XX en México y la sinergia con la cultura popular en este país que, en palabras de Octavio Paz, frecuenta la muerte, “la burla, la acaricia, duerme con ella, la festeja, es uno de sus juguetes favoritos y su amor más permanente”.

Nunca el fotoperiodismo de nota roja había perdido tanto. La crónica negra de México no se explica sin La Prensa, y el papel de este diario no se entendería igual sin los disparos de Enrique Metinides; el hombre que se atrevió a buscar la estética en las escenas más espeluznantes. ¿Será que, como alguna vez lo escribió Dostoyevski (Los demonios): “…en toda desgracia del prójimo hay siempre algo que regocija la mirada ajena”?

Foto de Enrique Metinides tomada por Saúl López en 2010 (Cuartoscuro)

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