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Elecciones EUA 2020: El peligro de la creciente radicalización de la sociedad estadounidense

La estrategia electoral de Donald Trump forma parte de una guerra de desinformación que recurre a teorías de conspiración para adoctrinar a las bases.

En las calles aumentan las confrontaciones entre diversos sectores de la sociedad con un nivel de violencia que no se había atestiguado, en un contexto político-electoral, desde 1968; al mismo tiempo, la tensión en los medios de comunicación y en las redes sociales sube de tono entre activistas y simpatizantes de los dos principales partidos. Cierto, ya desde el año 2000 se había observado el fenómeno de polarización en las diferencias políticas que dividen a la población estadounidense, pero este año se ha disparado la radicalización de las bases partidistas, a la vez que el remanente de armonía democrática del otrora “líder del mundo libre” se va por el drenaje.

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Por más de tres meses, la comunidad afroamericana ha ocupado la plaza pública, exigiendo primero justicia para las víctimas de los numerosos casos de abuso policial, y de igual manera exigiendo justicia económica, una petición histórica que el poder político había ignorado por décadas, pero que hoy rechaza a través del uso de la fuerza pública. Para no quedar fuera de la coyuntura, el resto de la sociedad se ha sumado a la confrontación entre el sistema y sus marginados, muchos a favor, otros en contra, plantando nuevas semillas de un conflicto civil con aterradores precedentes. Y al fondo de este escenario, una pandemia que para fin de mes habrá dejado más de 200 mil muertos en Estados Unidos y millones de familias devastadas por el aumento del desempleo y la pérdida de ingresos.

¿Cómo fue que Estados Unidos, un país de naturaleza conservadora, que por décadas se había mantenido cómodo entre el centro y la derecha del espectro político, dejó de ser aquel estandarte de la democracia liberal al resto del mundo? ¿Cómo es que un sistema político que se distinguía por su capacidad de excluir a figuras extremistas de la toma de decisiones terminó por ser penetrado por estos mismos actores? ¿Y cómo fue que su población, ajena por generaciones a las pasiones políticas, se dejó seducir por los fanatismos ideológicos?

Bueno, estas son preguntas que pueden llenar un libro (un ejemplo reciente, How Democracies Die de Steven Levitsky y Daniel Ziblatt) pero en este espacio voy a abordar la última interrogante.

Activista de Black Lives Matter (AP Photo/John Minchillo)

Radicalización de la derecha

Estados Unidos es un país que fue fundado sobre la espalda flagelada de la esclavitud y no se puede explicar su historia sin excluir la opresión sistémica de sus minorías. A través de su infame eslogan de campaña, Make America Great Again, Donald Trump apelaba a la nostalgia de un país perdido, una era en la que una familia de clase media podía disfrutar de los domingos de BBQ en el jardín suburbano, las ofertas de entretenimiento infundían valores a su audiencia, el país estaba en la vanguardia de las innovaciones en todos los sectores productivos y científicos, y cómo olvidarlo, “los negros” y otras minorías estaban más conscientes de su lugar en la jerarquía social. “The good ol’ days”, les recordaba Trump a sus seguidores en su campaña de 2016.

En la política doméstica estadounidense, la “derecha” (representada por el Partido Republicano) se entiende en el siglo XXI por la mezcla de un conservadurismo en temas sociales (provida, libertad en la portación de armas de fuego, cero tolerancia al crimen, medidas punitivas contra delincuentes, valores familiares heteronormativos, anti-integración racial), y un liberalismo en temas económicos (mercado libre, injerencia limitada o nula del gobierno, mínima recaudación fiscal, anti-sindicatos). Aunque la derecha estadounidense siempre ha estado dispuesta a ceder territorio en materia económica a sus rivales ideológicos (muy a regañadientes), es en el terreno social donde más se tienden a encender las pasiones.

En lo que va del siglo XXI se han observado muchos fenómenos que reflejan a un país más diverso, y por consiguiente, más progresista: el triunfo histórico de Barack Obama, el aumento de la migración, la explosión demográfica de las minorías, los avances en la aceptación de derechos LGBT, la exigencia por mayor equidad de género, el cuestionamiento de convenciones en las relaciones de poder, la penetración de sectores marginados en la cultura pop, las críticas contra la portación de armas de fuego, el reclamo por mayor tolerancia y justicia social, la generación de conciencia sobre la protección del medio ambiente, el enfoque en las consecuencias sociales de la desigualdad económica, etc.

Los sectores más conservadores del país, por lo tanto, sintieron su espalda contra la pared. Una vez que percibieron una pérdida de sus privilegios históricos y su protagonismo cultural por ser mayoría y de piel blanca, muchos rechazaron la idea de aceptar la evolución natural de aquel país más diverso del que ya se sentían excluidos. Motivados por el rencor y el miedo, su reacción consistió en desplazarse todavía más a la derecha de su zona de confort, acaparando espacios y audiencias en radio, televisión e internet. Estas nuevas (o no tan nuevas) voces validaban sus temores de un país que, a sus ojos, había perdido su identidad. Atrás quedó el carisma de Johnny Carson, el encanto de Billy Joel o la presencia de Julia Roberts; lo de hoy es la sátira de Trevor Noah, las rimas de Cardi B y el magnetismo de Lin-Manuel Miranda. Uno pensaría que hay cupo para todos, pero no todos lo juzgan así.

Marcha del Día del Trabajo en Los Ángeles (Photo by David McNew/Getty Images)

El coqueteo de la base del Partido Republicano con el ultraconservadurismo comenzó con las elecciones de 2008, cuando un candidato afroamericano tenía por primera vez una probabilidad muy convincente de llegar a la Casa Blanca. Esta nueva ala ultraconservadora formó un movimiento que bautizó como ‘Tea Party’, y aunque no lograron impedir el triunfo electoral de Barack Obama, los republicanos en el Congreso cerraron filas para que el nuevo presidente no pasara a la historia por otro logro aparte del que ya había conquistado en las urnas. De cualquier forma, el desplazamiento a la derecha extrema ya era un hecho consumado y sus principales promotores en los medios pertenecían a una nueva generación de millennials con posturas más radicales que el típico conductor de Fox News, jóvenes más versados en el léxico de los videojuegos, la tecnología y los memes que en el de la ciencia política o la filosofía.

Previo a las elecciones de 2016, entre estos agitadores destacaron primero Gavin McInnes, co-fundador de Vice Media, Milo Yiannopoulos, editor de la sección de tecnología de Breitbart, y Richard B. Spencer, el neo-nazi que detonó un movimiento en redes sociales conocido como alt-right, o “derecha alternativa”. Sus esfuerzos en materia de promoción giraron en torno a la figura poco convencional de Donald Trump. Incluso en medios conservadores como Fox, la candidatura de Trump era percibida como una broma, una personalidad de la tele que solo buscaba algo de publicidad para su reality show, pero al ver que estas nuevas voces de la derecha extrema comenzaban a ganar mayor influencia entre un sector de la población desilusionado con el sistema político, vieron terreno fértil. Las promesas ridículas de Trump de construir un muro fronterizo que México terminaría por pagar y de vetar a los musulmanes en los puntos de acceso al país hallaron su audiencia en gente que estaba feliz de escuchar a un político que por fin se atrevía a compartir sus prejuicios en público.

El populismo de Trump le dio rienda suelta a los miedos racistas de aquella población blanca que temía que la diversidad social iba a ser acompañada de más delitos en las calles, más pobreza en las grandes ciudades, más ataques terroristas, y peor aún, más familias interraciales. Otro de los temores generales de la mayoría blanca es que el dinero de sus impuestos sea destinado a incrementar el tamaño del Estado de bienestar, el cual estaría otorgando los beneficios de programas sociales a negros, latinos y otras minorías que los conservadores perciben como “flojos” y “oportunistas”. Lejos de reconocer la explotación de mano de obra barata, la contribución de trabajadores latinos a la industria agropecuaria, o el terror de migrantes indocumentados a ser separados de sus familias y deportados, la ultraderecha prefiere ver a toda esta gente, ya sea fuera del país o dentro de una cárcel. En los medios de comunicación, nuevas voces conservadoras que no se inclinan tanto por el radicalismo, como Ben Shapiro, Charlie Kirk y Candace Owens, lejos de hacer un llamado a la cordura, optaron por adoptar esta bestia del rencor y darle de comer.

La ignorancia, ingrediente del adoctrinamiento

Lo que nos lleva a la radicalización de la base del Partido Republicano de cara a las elecciones en noviembre. Gracias a la tormenta perfecta dentro del marco de la pandemia de coronavirus/COVID-19, la gente ha tenido más tiempo para estar en casa, lo que ha conducido a un disparo en el uso de internet. Los nuevos rostros de la extrema derecha -como Jack Posobiec, Nick Fuentes, Andy Ngo, Tim Pool, entre muchos otros podcasters, vloggers y trolls- tienen bien dominado el manual para explotar con éxito la credulidad de su audiencia. Ante los sentimientos de ansiedad, hartazgo y depresión desatados por el confinamiento, esta nueva generación de líderes de opinión tiene más libertad para promover su agenda ultraconservadora, a menudo en plataformas que no tienen los candados de censura de YouTube, como Twitch o DLive. ¿Su técnica favorita? Teorías de conspiración. Es el equivalente político de un chisme de farándula, ¿y a quién no le encanta el chisme?

Desde la propagación de covid por antenas 5G o el plan diabólico de Bill Gates de instalar microchips en una vacuna, las incertidumbres de la crisis sanitaria han montado el escenario ideal para mezclar medias verdades con propaganda política. ¿El resultado? Si el comentarista tiene la elocuencia y la astucia para difundir con convicción estas teorías, entre más ignorante la audiencia más adoctrinado saldrá “el patriota”. El hecho de que el presidente a menudo respalde estas teorías, sobre todo en Twitter, incrementa la estatura de estos charlatanes a la vista de sus fieles seguidores, una base que ya incluye a antivacunas, negacionistas del covid y otros escépticos de la ciencia en general. A la persona que no se ha dejado capturar por esta mentalidad de secta, cualquier teoría de conspiración le va a sonar ridícula. Tal es el caso del fenómeno QAnon, una teoría de conspiración tan demente, tan desapegada del sentido común, que solo refleja la profundidad del adoctrinamiento entre los seguidores de Trump.

QAnon es una teoría de conspiración que tuvo su origen en 4chan, una plataforma donde usuarios comparten imágenes de protagonistas de animés japoneses, tips de videojuegos y memes políticos, en otras palabras, incels. El “mame” (para emplear la vernácula apropiada) empezó con una publicación de octubre de 2017 por un usuario identificado simplemente como ‘Q’. Este sujeto aseguraba formar parte del gobierno de Trump, y tenía en su poder documentos clasificados que confirmaban que Donald Trump estaba en una misión secreta para erradicar a una cábala satánica de pederastas integrada por figuras prominentes del Partido Demócrata, Hollywood y la élite empresarial. La teoría también señala que Trump fingió tener un trato con el gobierno ruso para reclutar en secreto a Robert Mueller con el fin de evitar un golpe de Estado orquestado por Barack Obama, Hillary Clinton, y claro, George Soros, este último el boogeyman favorito de los conservadores.

Creyentes de la teoría QAnon en un mitin de Trump en 2018. (Sean Rayford/Getty Images)

Aunque lo que plantea el fenómeno QAnon es tan inverosímil como la divertida teoría de los reptilianos, miles de seguidores de Trump han sido vistos en mítines y en otros eventos políticos portando la letra ‘Q’, ya sea en su ropa o en pancartas. ¿Cómo explicar este desafío a la cordura? Pues bien, desde el incio de su presidencia, la aprobación de Trump siempre ha rondado alrededor del 40 por ciento. En otras palabras, en más de tres años de gobierno, la base de Trump le ha perdonado todo a su mandatario, desde el desastre del huracán María en Puerto Rico, el juicio de destitución, su codeo con dictadores como Kim Jong-un y Vladimir Putin, su cercanía con Jeffrey Epstein, su más que evidente misoginia, su más que evidente nepotismo, su terrible gestión de la pandemia, la caída histórica del empleo, la represión violenta de manifestantes tras el asesinato de George Floyd, la puerta giratoria que es su gabinete, el hecho de que casi todos sus asesores de campaña están en la cárcel… y esos son los escándalos que vienen a la mente.

Si una persona es capaz de mirar todo eso y decir con orgullo que va a votar por Donald Trump en noviembre, no debe ser sorpresa que pueda creer en una teoría de conspiración como la de QAnon. Es decir, su criterio es más propio de un miembro radicalizado de una secta.

Radicalización de la izquierda

Hablar de una radicalización de la izquierda en Estados Unidos es algo engañoso, ya que la izquierda estadounidense ocupa más bien el centro en el espectro político de otros países, incluyendo México. No hay una izquierda real en nuestro vecino del norte. Así que cuando hablo de la radicalización de las bases liberales del Partido Demócrata más bien me refiero a una reacción equivalente a la radicalización de la derecha. Por ejemplo, el movimiento Antifa es una reacción de la sociedad a las posturas “fascistas” de los seguidores de Trump, por ello su nombre “Antifascistas”. El movimiento Black Lives Matter también es una reacción de la sociedad a los abusos de la policía contra las personas de piel negra. March For Our Lives es una reacción a la violencia con armas de fuego en las escuelas. En otras palabras, son movimientos que nacen a partir de una injusticia específica; sus intenciones consisten, a lo mucho, en alcanzar reformas mediante la presión pública pero no en revolucionar el sistema.

Sin embargo, es de notar que estos movimientos populares carecen de líderes. La descentralización que caracteriza a BLM, Antifa, March For Our Lives, o incluso a Anonymous, tiene sus beneficios, así como sus desventajas. Por ejemplo, al ser movimientos amorfos y espontáneos, las autoridades tienen mayores dificultades para desmantelarlos, por lo que prefieren intentar desacreditarlos ante la opinión pública, tachándolos de “anarquistas”, digamos. Sin embargo, al carecer de líderes que le den forma a un movimiento, es relativamente sencillo que sus causas se mezclen con otras o que sus integrantes se contradigan y se confundan. También es común que con el tiempo se diluya la esencia de su lucha, como en el peculiar caso de los disturbios de Portland. Por ello, movimientos con liderazgos claros y fuertes, como el de Martin Luther King en los 60, son más susceptibles a cumplir sus metas.

De cualquier forma, este choque de fuerzas radicales, tanto en los medios de telecomunicación como en las calles, contrasta con los conflictos políticos del pasado en la Unión Americana. En años pasados era común ver las protestas afuera de las convenciones partidistas, acompañados por escenas de policías antimotines arrestando a un puñado de manifestantes. Aquello eran graves violaciones a los derechos humanos de parte del Estado, pero lo de hoy es más inquietante todavía. En el contexto de las protestas raciales, estamos comenzando a ver más casos de simpatizantes del Gobierno Federal, es decir, a civiles que se creen milicianos, amenazando a los manifestantes con armas de fuego, o incluso atacándolos, como en el caso de un extremista de 17 años en Kenosha.

Es muy preocupante la noticia de un adolescente menor de edad que toma su rifle AR-15 y maneja de Illinois a Wisconsin, presuntamente con la intención de proteger la propiedad privada de dueños de negocios que ni siquiera conoce personalmente, y termina matando a dos individuos que participaron en la protesta por el abuso policial cometido contra un afroamericano de nombre Jacob Blake. El gobernador de Wisconsin y el alcalde de Portland ya le pidieron al presidente que se quede en la Casa Blanca porque su sola presencia instiga a la gente. Mientras tanto, Trump continúa su transformación en Nerón, aquel emperador paranoico que terminó por ver arder a la ciudad de Roma. Al salir en defensa de aquel joven acusado de homicidio y al reiterar su apoyo a la Policía, el presidente solo le está echando más gasolina a las llamas que consumen a su país.

QAnon. (Imagen: Noticieros Televisa)

Imagen principal: Simpatizante de Donald Trump sostiene una bandera de la teoría de conspiración QAnon, en Portland, Oregon. (Stephanie Keith/Getty Images)

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