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El voto 2018: Benito Juárez y el trauma de ser mexicanos

Los mexicanos votan muchas veces por una tradición ideológica y el concepto en que tienen a Benito Juárez puede mostrar cuál es.

¿Sabes por quién vas a votar?, ¿y sabes por qué? Aceptemos, de entrada, que muchos mexicanos no elegirán a nuestros gobernantes por las mejores razones. Tal vez por eso, muchas veces las campañas se asemejan más a un programa de concursos, que a un club de debate.

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Sería ilusorio pensar que al momento de ejercer nuestro voto todos nos comportamos de manera racional, libre y autónoma. En realidad, tendemos a votar en función al apego que tengamos a lo que percibimos como “nuestro grupo”, con todas sus normas, principios y traumas. En otras palabras, votamos de acuerdo a creencias y valores antes que a ideas o argumentos. Por ejemplo, algunos estudios sugieren que casi siempre vamos a votar igual que nuestros papás, y que las razones que aducimos están frecuentemente basada en información falsa o errónea.

Una mujer vota junto con su hija en el municipio de Ecatepec, Mexico. 2017 (AP Photo/Eduardo Verdugo)

Estas ideas puede ayudar a entender muchas de las campañas políticas. Cada vez que una candidata o un candidato abre la boca, ¿qué está diciendo? ¿qué tanto habla de propuestas, y qué tanto de creencias y valores supuestamente “mexicanos”? ¿Cómo se ven, cómo se peinan, cómo salen en las fotos? Hay una verdad siniestra detrás de todas estas preguntas: los candidatos son un producto diseñado para que nosotros, los mexicanos, los consumamos; y, por tanto, reflejan aspectos insospechados de nuestra cultura. ¿Qué nos dicen los candidatos y nuestros gobernantes sobre nosotros mismos?

Un ejemplo que se recicla cada cierto tiempo es el de Benito Juárez. La figura de este personaje está llena de contradicciones y polémicas que rebasan, por mucho, su acción histórica. Es el único expresidente cuyo natalicio se conmemora en el calendario oficial, el único otro personaje que goza de ese privilegio es Jesús, así de importante ha sido para el país, incluso el propio Porfirio Díaz le construyó un monumento (el Hemiciclo a Juárez). Sin embargo, los vítores por Juárez están muy lejos de ser unánimes. Por el contrario, después de tanto tiempo, se siguen publicando ensayos acusatorios y de defensa, memes de burla y listas de “desmentidos” o “mitos” sobre Juárez.

Retrato del presidente Benito Juárez. Wikimedia Commons

Para entender este fenómenos, pongamos de un lado al Juárez real, un oaxaqueño de raíces indígenas que, con base en sus habilidades, logró colocarse en los principales puestos políticos de la nación. Fue presidente durante un periodo de guerra, su gobierno fue atacado, y más tarde restaurado; después de una terrible guerra fratricida que dejó al país en un franca decadencia. La discusión de su figura se encuentra básicamente alineada a dos hechos importantes de su actividad como funcionario: el primero, la desamortización de los bienes de la Iglesia, es decir, la puesta en venta de terrenos pertenecientes a esta institución; y, el segundo, a la firma del tratado McLane-Ocampo, con el que permitía el paso de productos comerciales y militares estadounidenses por suelo mexicano, a cambio del apoyo económico para derrotar a sus enemigos políticos. ¿Era Juárez un impío y un “vendepatrias”?, ¿o un estadista que recuperó los bienes de la nación que estaban en manos de las iglesias y veló por que la Nación no se fuera la bancarrota? Fue un hombre complicado que vivió tiempos difíciles. Con tantas decisiones que afectaron tantos intereses: ¿no es natural que haya muchísimas versiones sobre lo que significa su figura?

La figura del Juárez real ya es suficientemente contradictoria como para causar polémica. Pero más allá de la persona, lo que realmente impacta en nuestra vida política, es lo que Juárez representa. Como saben, Juárez fue protagonista de las Guerras de Reforma, el episodio que enfrenta a liberales y conservadores en nuestro país. Básicamente, se trataba de dos formas de pensar México y su organización política, la liberal, a imitación de Estados Unidos; y la conservadora, de acuerdo a patrones monárquicos europeos. Todos se llamaban patriotas, por supuesto, y todos llamaban a sus enemigos “vende-patrias”, pero las cosas no eran tan fáciles.

Hemiciclo a Juárez, monumento mandado a construir por el presidente Porfirio Díaz. Wikimedia Commons.

En un ensayo muy esclarecedor, el historiador Edmundo O’Gorman, psicoanaliza las ideas conservadoras y liberales hasta llegar a una única, terrible, contradicción. En realidad, lo que ambas facciones querían era lo mismo: ser modernos como Estados Unidos, pero sin dejar de conservar “nuestra” tradición, casi toda proveniente de la Colonia. Es decir, en última instancia, querían ser Estados Unidos, parte de Estados Unidos, pero sin dejar de ser “mexicanos” herederos de la cultura europea. Lo cual, a todas luces, es imposible. ¿No estará esta idea detrás de los discursos de desarrollo económico, de democratización, incluso en la mercadotecnia? ¿No acaso reaccionamos ante lo “moderno” estadounidense con una suerte de celo orgulloso? Nos deslumbra su economía, pero conservamos escondido un orgullo de ser diferentes a ellos, de ser únicos, de ser mexicanos. Y, al mismo tiempo, creemos que la historia nos “debe”, y que pronto cobraremos y resplandecerá nuestra cultura por encima de todo, y seremos modernos y tradicionales a la vez, y no perderemos nada y ganaremos todo; y seremos, por fin, los Estados Unidos, pero Mexicanos.

Las ideas de O’Gorman pueden ser discutidas, pero ya el hecho de poner a nuestra cultura en el diván ya nos previene contra interpretaciones históricas simplistas, como las de que Juárez “fue un santo” o “un monstruo”. Lo cierto es que en la figura de este expresidente se concentró, desde que él estaba vivo, el trauma de lo mexicano frente a lo moderno; y quizá este trauma regresa para atormentarnos cada vez que hablamos de Juárez o cada que tenemos elecciones y nos preparamos para votar.

Los detractores de don Benito lo tildaban de indio salvaje, bárbaro y sin modales. Y si no creen que aquellos traumas tengan que ver con los nuestros, nada más revisen lo que dicen en redes sobre María de Jesús Patricio, “Marichuy”, la indígena que quería contender a la presidencia. Los conservadores (de ahora y de entonces) temían que Juárez y su gobierno no tuvieran la capacidad de hacer que México llegara a primer mundo, y que además atentaría contra la cultura mexicana para imponer su cultura “india”. ¿Les suena conocido?, como cuando alguien cuestiona si una mujer indígena tendrá la capacidad de ser presidenta porque “no tiene los conocimientos necesarios”.

La aspirante a la candidatura independiente a la Presidencia de la República y vocera del Consejo Nacional Indígena, María de Jesús Patricio Martínez (Reuters)

En cambio, los que lo apoyaban lo trataban como un semidiós bajado del Olimpo. A causa de que fueron los liberales los que ganaron la guerra, pronto hicieron de Juárez un héroe patrio que nos sacó de las tinieblas del caos al orden de las leyes, la modernidad y la estabilidad. Su historia de origen indígena se llenó de leyendas, que no por laudatorias dejan de ser racistas; como la imagen del pastorcito pobre que supo sobreponerse a los “límites” de su raíz indígena, supo abandonar esa cultura “atrasada” para conducirnos a todos por el camino del verdadero desarrollo económico, o sea, a la forma de Estados Unidos.

Y en este cúmulo de leyendas que es Juárez es donde les propongo ponernos un espejo. ¿Por qué votamos como lo hacemos? Recuerden que los y las candidatas son productos para nosotros, que nos venden una imagen que se supone tenemos que desear. Y lo contradictorio y complejo, es que las dos imágenes de Juárez, la del monstruo y la del héroe, nos seducen y nos repelen al mismo tiempo.

La discusión sobre el expresidente nunca es neutral. Cuando se le llama “traidor”, “vende-patrias”, “herético”, e incluso “racista”; ponemos en juego nuestra historia política. Aquella en que nos sentimos indignados cuando el presidente de Estados Unidos hace ver mal al presidente de México, a pesar de que su popularidad al interior no es muy buena; aquella en que podemos defender y enorgullecernos de nuestras tradiciones y nuestro pasado indígena y colonial, o culparlos de todos los males que nos aquejan; o aquella en que nuestros redactores y presentadores de noticias celebran la “diversidad” de una candidata indígena, pero cuestionan su “capacidad” para lidiar con otros líderes mundiales o con los problemas económicos actuales.

Con una cultura llena de contradicciones, vale la pena revisarnos a la luz de las personas que pretenden gobernarnos. ¿Qué nos dicen de lo que consideramos confiable?, ¿Por qué dicen lo que dicen? ¿Por qué presumen sus idiomas, su preparación o su cercanía con las tradiciones? ¿qué mensaje nos quiere dar cada uno? Así como en la opinión que cualquiera en particular tenga de Juárez, elegir por quién votar puede traer a flote algunos de nuestros más profundos traumas políticos.

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