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El reto del racismo en México: “Hasta que la dignidad se haga costumbre”

Te presentamos un breve panorama del racismo en México y el mundo, así como de la lucha en su contra.

Más allá de lo que nos diga la lingüística, el racismo es un verbo. Un verbo que se conjuga a diario en casi todo el planeta. Una acción terca, aferrada, a la que ni la evolución de la especie ni las lecciones de la historia parecen haber alterado.

La definición de persona y su valoración a partir de su fisonomía o de su etnia es, quizá, una de las más claras contradicciones de la supuesta racionalidad humana. De entrada, este criterio carece de argumento sensato, aunque haya quienes han insistido en buscarlo y, peor aún, se han convencido -y han convencido a otros- de haberlo encontrado. Así, por ejemplo, Joseph Arthur de Gobineau, padre de la demografía racial e impulsor de las primeras teorías de “racismo científico” (sí, leyó usted bien), aseguraba que, aunque los arios habían sido artífices de grandes civilizaciones, su mezcla de sangre con las conquistadas razas nativas inferiores, los tenían en peligro de extinción. De sobra está decir sobre cuál cabeza de Führer tuvo ascendencia este filósofo francés.

A la luz de los tiempos, el racismo, entendido como exaltación de la superioridad con base en caracteres biológicos, así como las tácticas de segregación que aquel conlleva, se han diversificado en los ramales del tiempo y del espacio. La idea de razas superiores e inferiores sugiere que las características físicas de una persona son determinantes en su comportamiento, capacidades e inteligencia.

Esta lógica etnocéntrica ha permeado en las relaciones humanas a lo largo de la historia, con diferentes matices y expresiones. Y aquí sigue, como un monstruo de mil cabezas que se han enredado entre ultranacionalismos, apartheid, antisemitismo, ideas de supremacía blanca y menosprecio a la tez oscura o a los rasgos indígenas.

En México, con formas menos visibles, pero tan dolorosas y ofensivas como cualquier tipo de discriminación racista, es común que se cierren las puertas a personas solo por el hecho de tener tez oscura o rasgos indígenas.

Las oportunidades y prebendas que se otorgan por razón única de la genealogía podrán haber cambiado sus formas, pero, en esencia, no distan tanto de aquellos tiempos coloniales de castas de mestizos, mulatos y saltapatrás.

Diversos estudios académicos coinciden en que las personas con tono de piel oscura son más vulnerables a enfrentar condiciones de pobreza y baja escolaridad.

De acuerdo con la Encuesta Nacional sobre Discriminación (Enadis) del Conapred, el analfabetismo es dos veces mayor en grupos de personas con piel oscura que en las que dicen tener tonos claros. Y la proporción es muy similar entre los niveles de educación media superior o superior de las personas de piel morena (31.9%) y los que reportan quienes de tonos de piel más claros (56.1%).

La discriminación racista también se refleja en las acotadas probabilidades de empleo y en la dificultad para encontrar oportunidades laborales de calidad.

En esa misma encuesta (Enadis), Jesús Rodríguez Zepeda afirma que “hoy podemos saber con seguridad que en el México del siglo XXI tener tonos de piel más oscuros predispone socialmente a que las personas ocupen las posiciones de menor calificación en el trabajo”.

El ámbito del cine, el teatro y la televisión es un buen ejemplo. Actores, como Tenoch Huerta, han alzado la voz para dejar constancia de la dificultad que tienen las personas morenas para conseguir papeles protagónicos y su lucha por no ser encasillados en roles de servidumbre o criminales.

El año pasado, él y otros actores y actrices lanzaron la campaña #PoderPrieto en redes sociales: “Mi piel se respeta, mi piel se suda, mi piel resuena, en mi piel no hay duda, mi piel ama, mi piel es pura sabrosura”.

Otros datos significativos de la Enadis refieren que una de cada tres personas (34.1%) considera que la pobreza de las personas indígenas se debe a su cultura, y que solo el 7.5 % de las personas que hablan lenguas indígenas en zonas no urbanas tiene un contrato laboral.

La actriz oaxaqueña Yalitza Aparicio, quien fue nominada al Oscar por su participación en la cinta Roma, dijo que le gustaría que la sociedad se dé cuenta que todos somos seres humanos, que tenemos derechos que deben ser respetados más allá de una idea que se ha forjado de que las oportunidades se limitan por el color de piel u origen.

Es indiscutible que, en ciertos aspectos, el racismo se ha normalizado en México. Sin embargo, cada vez más señales enviadas desde los ámbitos jurídicos, sociales y culturales que hacen pensar que esta tendencia, por arraigada que parezca, puede ser revertida.

Ese es el camino al que debe apuntar la gran raza humana, la única, sin etiquetas, sin subordinaciones, sin colores.

Como lo dijo Estela Hernández, la hija de Jacinta Francisco Marcial, una de las tres mujeres otomíes a quienes el Gobierno de México ofreció una disculpa pública en 2020 tras su injusto encarcelamiento; y como lo repitió casi dos años después la afrodescendiente Francia Márquez en su toma de posesión como vicepresidente de Colombia: “Hasta que la dignidad se haga costumbre”.

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