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Isabel II, la joven reina: ¿cómo fue coronada a los 25 años?

Isabel II, reina de Gran Bretaña: ¿qué circunstancias llevaron a su coronación a una edad relativamente temprana?

Algo en ella vio Winston Churchill que casi nadie había advertido. Cuentan que, en los inicios de 1928, el político en ascenso visitaba a la familia real en el castillo de Balmoral, cuando notó que la pequeña Isabel, de apenas dos años, era todo un personaje con un notable aire de autoridad. Así se lo hizo saber a su esposa, en una carta que le escribió desde aquel refugio de Aberdeenshire, Escocia.

En aquel entonces, ni la niña ni aquel hombre rudo, que le llevaba más de medio siglo de ventaja, imaginaban la mutua admiración y el cariño que sellaría su relación en los siguientes años, incluidos los que compartieron, él como primer ministro y ella como reina.

La mujer disciplinada y bien entrenada para los actos monárquicos sabía distinguir los momentos en que las lealtades trascendían a la etiqueta. Por ello, a la muerte de su amigo, decidió ser la primera en aparecer en sus funerales, a pesar de que el protocolo indicaba todo lo contrario. Este criterio, sostenido por valores propios que no contradecían sus deberes, continuaría a lo largo de su vida.

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Después de Churchill, Isabel haría equipo con 14 primeros ministros más, desde sir Anthony Eden hasta Liz Truss, quien apenas hace unos días se presentó en Balmoral ante la monarca, como la tercera mujer (después de Margaret Thatcher y Theresa May) que se sumaba a la cadena de jefes del Gobierno de Su Majestad. Esos 15 eslabones fueron personas nacidas a lo largo de más de un siglo (Churchill en 1874 y Truss en 1975), un dato que es testimonio de la dimensión y perdurabilidad del papel histórico de Isabel II.

La monarca con el reinado más largo del Reino Unido y la más longeva del mundo no solamente vio girar al planeta durante casi todo el intenso siglo XX; ella misma echó a andar algunos pistones de la historia. Fue testigo y, en algunos casos, protagonista de acontecimientos que delinearon al mundo como la guerra de Vietnam, la llegada del hombre a la Luna, el fin de la Guerra Fría, la caída del Muro de Berlín, la desintegración de la Unión Soviética y hasta la pandemia de Covid-19.

En hechos directamente relacionados con el Reino Unido, enfrentó la guerra de las Malvinas, la muerte de la princesa Diana de Gales y la clonación de la oveja Dolly, un hito de la cosmovisión global, así como la muerte, el año pasado, de Felipe de Edimburgo, el príncipe consorte y su compañero durante 73 años.

Isabel II ha sido la única monarca británica que ha enviado correos electrónicos y mensajes a la Luna.

Durante su reinado, saludó, se entrevistó y fue visitada por los líderes más influyentes del orbe. Puso especial interés en reconocer, con los títulos de “sir” o de “dame”, a personalidades que hicieron aportaciones a la cultura y a la sociedad como The Beatles, Charlie Chaplin, Elton John, Anthony Hopkins o Elizabeth Taylor, incluso a ciudadanos no británicos como el expresidente francés, François Miterrand, o la actriz, Angelina Jolie. Así, dio continuidad y extendió la política impulsada por su padre, el rey Jorge VI, de no limitar esta distinción a los miembros del Ejército o del Parlamento británico, como ocurría en el pasado.

¿Cómo Isabel se convirtió en reina de Gran Bretaña?

Isabel tenía once años cuando el destino se le vino encima. Supo que había llegado por accidente a la primera línea de herederos del trono, luego de que su tío Eduardo VIII abdicara para casarse con la plebeya Wallis Simpson y su padre tomara el cetro en 1937.

Contaba con la edad suficiente para ser educada e inculcada con sus futuros deberes, pero el carácter y el aplomo se los formó ella, quizá desde aquel día de enero de 1952 en que, cumpliendo funciones en Kenia, fue enterada de la muerte de su padre y de lo que esa noticia le significaba; y, posteriormente, el 2 de junio de 1953, en la abadía de Westminster, asumió como monarca del Reino Unido, Canadá, Australia, Nueva Zelanda, Sudáfrica, Pakistán y Ceilán, con apenas 27 años, ya sin su padre hablándole al oído. Fue la primera ceremonia de coronación televisada, con su anuencia y en contra de varias opiniones conservadoras que proponían llevar a cabo los actos oficiales con mayor discreción.

Ese día, Isabel cargó con la Corona de San Eduardo y con los más de cinco metros de seda de terciopelo y armiño tejidos a mano del Manto de Estado. Y, mientras era presentada en todas las direcciones de la brújula como la reina indiscutida y la multitud respondía: “Dios salve a la Reina Isabel”, ella también se llevaba a cuestas el juramento de impartir la ley, la justicia con misericordia, mantener el protestantismo en el Reino Unido y proteger a la Iglesia de Inglaterra.

Así, entre carruajes, escoltas, altares, rezos y reverencias, Isabel se introdujo en un camino que habría de pavimentar con el mismo número de privilegios que de responsabilidades. Sabía que ese día llegaría, lo supo años después de que Winston Churchill la viera correr en el castillo de Balmoral, su palacio favorito, ese mismo que se convirtió hoy en su última morada.

“Declaro ante ustedes que mi vida entera, ya sea larga o corta, será dedicada a vuestro servicio y al servicio de nuestra gran familia imperial a la que todos pertenecemos”, había dicho en 1953 siendo todavía princesa.

Tres cuartos de siglo después sabemos que sí tuvo larga vida y que hizo cierta su promesa.

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