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De mausoleo a ludoteca: sobre la transición de las bibliotecas en el siglo XXI

Bibliotecas de la CDMX en el siglo XXI: transitan de meros acervos a lugares vivos, como el caso de la Biblioteca Comunitaria Alaíde Foppa.

Empolvadas y silenciosas, las bibliotecas se han considerado como un simple edificio donde se conserva un conjunto de libros ordenados. La definición, sin embargo, resulta simplista ante los cambios estructurales que han experimentado. Rebasado quedó el concepto de biblioteca como mero archivero. Ese lugar frío a donde solo asistían los “ratones de biblioteca” está comenzando a desaparecer. Las bibliotecas están transitando de archivos a espacios; se convierten en lugares vivos y accesibles, enfocados más en la relación con los libros que en los libros por sí mismos. A partir de promover espacios integrales, las bibliotecas propician la lectura y el aprendizaje de una manera amena y accesible con el usuario.

Mediante pláticas, talleres, exposiciones, círculos de lectura y asesorías, las bibliotecas se encargan de activar sus acervos. Como una especie de Celestina literaria, propician relaciones activas entre los lectores y los libros. Pero el interés no se centra únicamente en los segundos, sino en propiciar un ambiente accesible para el usuario. Al presentarse como espacios hospitalarios, permiten que aun los usuarios sin un interés particular en la lectura puedan acercarse a los libros.

Biblioteca Alaíde Foppa del CCU Tlatelolco. (Foto: Cortesía)

A su vez, el rol del bibliotecario también se ha modificado. Pasó de un guardia a un mediador, de un velador a un protagonista. Su papel es el más importante, pues se encarga de darle vida a la biblioteca y propiciar el diálogo entre los visitantes y los libros. Los bibliotecarios no son parte del paisaje, sino agentes activos, llenos de vida y de conocimiento. Contrario a los estereotipos, también son expertos navegando en Internet; pues manejan bases de datos e investigación. Su conocimiento es parte del acervo; son a la vez biblioteca viva y vida de la biblioteca.

Alrededor del mundo, las bibliotecas se han convertido en centros educativos. Alejandra Quiroz, bibliotecaria y consultora mexicana, ha visitado bibliotecas en distintos países, donde la comodidad del usuario es prioritaria al acervo. Muchas de ellas permiten que los usuarios entren solo para refugiarse del calor (especialmente con las olas de calor en Europa) y buscan integrarse a la agenda 2030 de desarrollo sustentable, gracias a su infraestructura que permite ofrecer servicios básicos de higiene. Por ejemplo, en Estados Unidos y Japón se ha desarrollado un programa de servicios enfocado en los negocios, que incluye desde revistas de negocios hasta capacitación para entrevistas, junto con talleres para revisar el CV y realizar una carta de motivos. Recientemente, la biblioteca pública de Nueva York incluyó el préstamo de ropa para entrevista en el acervo. Enfocadas en el desarrollo integral de los usuarios, trascienden los límites de un archivo común y corriente.

(Foto: Cortesía)

En París, las bibliotecas tienen años activando centros de conversación, donde gente con distintas nociones del idioma se reúne para practicar y mejorar el dominio de la lengua. Con manuales de autoaprendizaje y círculos de conversación, las bibliotecas también reconocen la multiculturalidad social. Su oferta es pública en la acepción más amplia del concepto, pues no existe ningún tipo de distinción entre los usuarios: todos son bienvenidos. Así como los usuarios, cada biblioteca es singular. Homogeneizarlas es negar las características específicas de su contexto, pues cada biblioteca se moldea a partir de la zona en la que se desarrolla y las necesidades de dichos usuarios. El acervo original crece a partir de sus peticiones y los enfoques particulares posibilitan el crecimiento colectivo de la colección. La multiculturalidad que las bibliotecas reconocen es la misma que experimentan.

“La biblioteca activa la conversación, es un lugar para el diálogo. Un lugar para enseñar a cuidar la propiedad colectiva, pequeños laboratorios de convivencia”, menciona Quiroz.

Sin embargo, pareciera que en México las bibliotecas han quedado estancadas. A pesar de que el discurso público se enorgullezca de la presencia de bibliotecas en todos los municipios del país, no se habla de quién las organiza o de a quiénes sirven. Ya que el espacio tendría que estar vivo, estas preguntas no se responden solo con la existencia de una biblioteca. Quiroz considera que el enfoque “necio” en el acervo limita el impacto de las bibliotecas, pues las restringe a ser solo un espacio de lectura y no de aprendizaje.

A las bibliotecas nacionales habría que quitarles el estigma de “intelectual”, pues esto no beneficia el acercamiento social. Es decir, estas deben ser consideradas como espacios educativos completos que constituyen una zona intermedia entre personas ávidas a la lectura y aquellos que apenas se acercan a los libros. A partir de fortalecer la relación y confianza entre bibliotecarios y usuarios, se reactivan los valores de la democracia en tanto funcionan como primeros acercamientos a la práctica por la libertad y el conocimiento.

“No sabemos qué cosas buenas están pasando y, lo que pasa, es a pesar de la política del gobierno. Son personas decididas a hacer la diferencia en los espacios”, dice Alejandra Quiroz.

A pesar de las imposiciones institucionales a las que se enfrentan las bibliotecas en México, hay algunas que construyen espacios habitables más allá del acervo. Una de ellas es la biblioteca comunitaria Alaíde Foppa, cuya responsable es la bibliotecaria Áurea Esquivel. Aunque los principales usuarios son alumnos de la Unidad de Vinculación Artística, el interés es que funcione como un espacio abierto para toda la comunidad; en palabras de Esquivel, “que se sientan como en casa”. El boleto de entrada es un saludo jovial, pues la comodidad del usuario se convierte en la meta principal de los bibliotecarios. Esta biblioteca se convierte en el primer proyecto cultural de este ámbito en desarrollarse en el centro de la ciudad. Colonias como Tlalelolco y Guerrero no tendrán que ser periféricas en términos de cultura, sino que encuentran un vínculo artístico en sus inmediaciones.

“Al principio –mientras afinábamos el sistema– solo avisábamos y la gente lo recordaba y regresaba los libros. Efectivamente podemos confiar en nuestros usuarios”, menciona Esquivel respecto a la relación entre bibliotecarios y usuarios, así como el necesario voto de confianza que se debe hacer con la comunidad.

Para los que empiezan a interesarse en la lectura, el acervo de mangas y cómics posibilita una inmersión más amena en el mundo de los libros. La biblioteca y, específicamente, las zonas de lectura en voz alta se convierten en un espacio sagrado en términos de afectos, donde hijos y padres pueden leerse libros entre sí para desarrollar una relación más estrecha. Los niños poco a poco empiezan a desarrollar intereses concretos y tienen la posibilidad de compartirlos con sus padres al tiempo que se definen a sí mismos como entes autóctonos. Esquivel apunta que, en este sentido, la entrada de la biblioteca contiene una imagen en la que los niños pueden elegir cómo les gustaría que los saludaran, lo que les enseña sobre autonomía corporal y consenso: así como la lectura les permite conocerse, también habrían de conocer sus propios límites corporales.

Biblioteca Alaíde Foppa del CCU Tlatelolco. (Foto: Cortesía)

“El bienestar puede replicarse en cualquier lugar, lo importante está en las relaciones con las personas”, menciona Esquivel sobre el papel del bibliotecario.

Paralelo a las actividades de lectura y mediación, hay también un espacio de tejido. Este tiene la intención de tender puentes intergeneracionales, en los que se tejan historias entre usuarios de todas las edades. El tejido se convierte en un espacio de autoconocimiento, meditación y reconocimiento de las habilidades manuales de los niños. Esta propuesta multitudinaria no apunta a ningún tipo de competencia, sino a un espacio de colaboración. Es por esto que también presentan fanzines (publicaciones temáticas realizadas por aficionados) de los vecinos de la biblioteca. A la vez, cuentan con su propia fanzine en la que tanto los usuarios como los estudiantes pueden publicar sus textos. Los lectores también pueden experimentar la escritura, como parte de un aprendizaje integral.

Al dejar de lado las concepciones rebasadas de las bibliotecas como espacios estáticos, se permite que tanto los libros como los usuarios superen los prejuicios a los que estaban atados anteriormente. Así como los libros se activan con la lectura, las bibliotecas crecen con la presencia de usuarios. Estos necesariamente tienen intereses distintos, la única forma de satisfacerlos es ofreciendo espacios amenos para conocer –y conocerse–. Las bibliotecas crecen con la vida que los usuarios les imprimen.

Ilustración principal @esepe1

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