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Compartir tiempo

"El anecdotario" es una columna de opinión que esta vez trata sobre la niñez en México y en Estados Unidos.

Hola, querido lector.

Esta casa de noticias, vía su sección llamada “Especiales”, me ha dado la oportunidad de llegar a ti. Me tiene fascinado la idea de que me estés leyendo, de que podamos compartir ideas, anhelos, tiempo. Creo que es lo mejor de esta vida, compartir tiempo.

Compartir tiempo es vital para nosotros los mexicanos. En mi caso, es mi más grande pasión, como ejercicio, como estudio y por veces (acá en el gabacho), es gacho no tener con quien compartirlo, simplemente porque su modelo cultural no lo promueve.

Mis primeros recuerdos de la niñez son casi siempre con amigos, los que veía en la escuela o los de la colonia a quienes salía a buscar corriendo al terminar de comer con el bocado en la boca. Nos juntábamos al típico ritual del imprevisto, no teníamos agenda —nunca fue necesaria. No sé bien quién se encargaba de los juegos, pero nunca nos faltó uno: quemados, cochecitos, canicas, bote pateado, garbanceras, el fut, el beis, tochito, y una que otra travesura. Jugar era el pretexto para estar juntos, compartirnos, aprender unos de otros.

Hace siete años, después de haber ejercido la abogacía por poco más de quince, organicé mi vida para poder adentrarme en dos mundos que tenía pendientes: el de la antropología y y la cultura norteamericana. Entonces me vine a San Diego California a hacer una posgrado en Artes Libres con enfoque antropológico, con un matiz mas específico aún: la niñez.

¿Qué ven los niños? ¿Qué sienten? (Getty Images, archivo)

¿Qué es o ha sido la niñez al través de los tiempos? ¿Qué ven los niños? ¿Qué sienten? ¿Qué aprende ese pequeñito ser que prácticamente no puede despegarse de la madre los primeros meses de vida? ¿Qué pasa en su cerebro? ¿Cómo aprende a hablar o a caminar? ¿Para qué? Todas esas preguntas se iban respondiendo a lo largo de una de las etapas más hermosas y afortunadas de mi vida, estudiar algo que verdaderamente me apasionaba, sin pensar si habría campo de trabajo en ello, sino pensando en la vida que yo estaba viviendo.

Al niño lo construye su entorno y sobre todo la gente que lo rodea, así como las ausencias. Veamos por ejemplo el caso de Estados Unidos donde hay una muy clara instrucción hacia el individualismo desde el nacimiento de un niño. Las madres nunca cargan a los niños (para eso están las carriolas). Salen de los hospitales en carriola, y llegan a casa, y le asignan el cuarto más lejano de la habitación de los padres. ¿Y para qué? Para que se acostumbre. Primero a llorar sin que nadie lo asista, y sobre todo a estar solo, y es que tienen muy claro (creo que de manera inconsciente) que cuando cumpla 16 0 17 años el niño tiene que partir para no volver jamás, ya que las fuerzas del mercado y del dinero son las que rigen en esta cultura, importa mucho más dónde está el trabajo que dónde está la familia.

El tipo de familia que predomina es la nuclear. Esto es, mamá, papá y un hijo, excepcionalmente dos. Este hijo está solo con la mamá los primeros años de vida antes de la instrucción escolar, no con otros niños ni con otros adultos, ya que ni los tíos ni los abuelos están cerca, porque el mercado (las oportunidades laborales) es quien da la pauta de la ciudad dónde vivir, no la familia. Esta familia nuclear modelo, como cuenta casi siempre con lo indispensable, no tiene necesidad de pedir nada a nadie, es decir, no tiene que pedir la famosa tacita de azúcar porque siempre hay azúcar en la alacena, esto es producto de su línea de crédito (número de seguridad social) que le permite siempre comprar todo lo que necesita. Nunca piensan en pedir nada a nadie y para ello debe trabajar sin cesar. Los minutos de la gente cuestan dinero, de ahí que casi nadie está dispuesto a invertir su tiempo (dinero) en pláticas que no sean de negocios, maneras de buscar dinero…  En esencia así opera el individualismo.

Los niños mexicanos y los niños estadounidenses se crían en familias completamente distintas. (AP, archivo)

En cambio, la situación es completamente diferente en México. Vivimos en una ciudad porque ahí están los nuestros, la familia y los amigos, y es ahí donde por lo general buscamos el trabajo o los ingresos, no en otra ciudad. Esto está cambiando cada vez más por las inercias de mercado y también por lo permeable que es la frontera norte en materia de cultura. Nos estamos estadounidisando y no nos estamos dando cuenta del costo de esto.

En México, a diferencia de los Estados Unidos, el tipo de familia que predomina es la extendida. La gran mayoría de la población no cuenta con línea crediticia, los ingresos no son suficientes para sortear los gastos de la vida cotidiana, entonces no solo papá, mamá e hijos viven en casa, también algunos tíos o abuelos o primos. Todos viven en el mismo hogar, como red de apoyo para poder sobrevivir, y esa interacción ocupa a muchos estudiosos de la antropología de la niñez, ya que un niño que los primeros años de vida crece en un entorno de familia extendida. Tiene a su disposición una compleja y nutrida interacción entre integrantes del grupo y anexos, (a diferencia del niño estadounidense que antes de ir a la escuela, solo crece con la mamá o con el papá, ya que uno de ellos por lo general trabaja). Es aquí donde inicia la instrucción temprana y distinción entre individualismo y colectivismo.

El tipo de familia pone a disposición de la niñez temprana distintos elementos. La red de apego, por ejemplo, entre miembros de la familia extendida, es exponencialmente mayor que los de la nuclear y se debe a la natural participación de los miembros. La familia extendida funciona como una herramienta orgánica de supervivencia, como lo define la Dra en Antropología Lucía Bazán. Muy probablemente, de ahí podría explicarse también, porque es tan nutrida la remesa de mexicanos que trabajan en los Estados Unidos: porque en México es común, que cuando un miembro de la familia recibe ingresos piense en apoyar a la familia. Esto, creo, se debe a esa herramienta socio-cultural de apego operando basada en la empatía.

Por eso este es para mí el mas valioso músculo social que tenemos los mexicanos, es natural y ancestral, el reto es encontrar la manera de cómo prosperar sin perder nuestra gran cualidad plural, prosperar a la mexicana, prosperar en colectivo.

Los mexicanos podemos prosperar en colectivo. (Pixabay)

José Enrique Rodó, gran pensador uruguayo de finales del siglo XIX, en su libro Ariel, ya advertía a la America Latina lo que estaba ocurriendo. Después de rezar las cualidades de la cultura norteamericana, advierte a los latinoamericanos el peligro de querer copiar íntegras sus prácticas, sus ideas, su manera de ver la vida, del vacío aparejado al utilitarismo, ya que el fundamento de nuestra cultura es diametralmente opuesto y sería un desastre intentar ser como los estadounidenses.

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