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¿Por qué el autocuidado es un acto de resistencia política?

El concepto de autocuidado y sus implicaciones políticas fueron abordados por la autora Audre Lorde.

Audre Lorde reunía casi todos los requisitos para tener una vida complicada. Además de que su espíritu no encajaba con los estándares imperantes, ella tenía ese aroma libertario que repelen las narices respingadas y altera a las conciencias moralinas. Era afroamericana, lesbiana, feminista, rebelde, hija de inmigrantes y físicamente vulnerable.

Harlem se llamaba su mundo, un lugar que se sumaba a sus garantías de vida tormentosa; esa zona cercana y a la vez lejana del Manhattan de los rascacielos y los hombres de Wall Street. Un rincón afligido que Federico García Lorca supo describir como pocos:

¡Ay, Harlem! ¡Ay, Harlem! ¡Ay, Harlem!
No hay angustia comparable a tus ojos oprimidos…

Audre Lorde, quien, por cierto, vivió un tiempo en México, había aprendido a usar la palabra como arma de batalla, como vía de discusión con el mundo, contra el mundo y, muy frecuentemente, consigo misma. Tras dos diagnósticos de cáncer y una mastectomía, esta mujer, poeta y filósofa, profundizó en la percepción occidental de la enfermedad y el miedo a la muerte. Fue una de las primeras personas en hablar del autocuidado. Para ella, la victimización era una piedra en el camino de la dignificación.

Numerosas son las sociedades del mundo que, atizadas por dogmas religiosos y morales, alimentan la idea de una supuesta honorabilidad supeditada al sufrimiento. El mismo Horacio afirmaba que cuanto más uno se niegue a sí mismo, tanto más recibirá de los dioses. La idea de que una persona -sobre todo si es mujer-, se cuide a sí misma, suena egoísta aun en sociedades egocentristas

¿Cómo puede entonces plantearse el autocuidado en una cultura que premia la abnegación, el sacrifico y hasta la inmolación femenina, hasta ensalzarlas como virtudes?

Habría que empezar por comprender que, en estos tiempos, el autocuidado va mucho más allá de la simple búsqueda de homeostasis y trasciende al lugar común de la mente sana en cuerpo sano. Es un principio que se refleja en la salud de una sociedad y en la calidad de vida de sus miembros, de ahí que haya sido reconocida como punto central de los programas de prevención y de muchas políticas públicas sanitarias y económicas.

La Organización Mundial de la Salud ya lo ha advertido: al menos 400 millones de personas en el mundo carecen de acceso a los servicios de salud más esenciales y, cada año, 100 millones de personas se sumen en la pobreza por intentar costear la atención de salud. Además, para el año 2030 habrá una carencia de 18 millones de profesionales de la salud en el planeta. Por ello, el organismo internacional recomienda “las intervenciones de autocuidado en todos los países y entornos económicos como elementos críticos para lograr la cobertura sanitaria universal, promover la salud, preservar la seguridad mundial y servir a las poblaciones vulnerables”.

Fuera del ámbito puramente físico, el autocuidado juega papeles cruciales en la estabilidad emocional, el desarrollo espiritual y la autoestima, pero también es manifestación de empatía, de construcción de comunidad y de consideración con el prójimo. Lo hemos visto en estos años de pandemia en los que aprendimos que más allá del acto casi instintivo de supervivencia o de las obligaciones impuestas por una instancia de poder, el autocuidado se vuelve una expresión de responsabilidad individual, familiar y colectiva.

Hoy, en un mundo que se vuelve cada vez más desafiante, las palabras de Audre Lorde cobran vigencia.

“El autocuidado no es autocomplacencia, sino autopreservación y eso es un acto de guerra, un acto de resistencia política”.

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