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La masacre de Attica y la culpa estadounidense – Reseña especial TIFF 2021

En esta crítica comentamos el documental de Stanley Nelson sobre la rebelión en la cárcel de Attica y la posterior masacre de presos.

En esta nueva entrega de nuestra cobertura especial del Festival Internacional de Cine de Toronto (TIFF) 2021, les traemos la reseña de un documental histórica y culturalmente relevante. Se trata de Attica, del mítico documentalista televisivo Stanley Nelson. Este es un documental crudo y visceral que relaciona nuestro presente con la terrible masacre de 43 personas en el motín de la cárcel de Attica, Nueva York, entre el 9 y 13 de septiembre de 1971.

I

Recordemos una escena clásica del cine norteamericano de Dog Day Afternoon (1975) de Sidney Lumet. Al Pacino sale del banco, con una camisa blanca y el pelo revuelto. Lo acompaña una mujer aterrorizada. Todo alrededor son armas que lo encañonan: desde los techos, desde la calle, por ambos lados de la banqueta, la policía lo tiene cercado. Se siente la tensión en el aire. Un negociador trata de calmar los ánimos de todos. De pronto, un policía se acerca demasiado y Pacino empieza a gritar una consigna que se volvió, desde entonces, un ícono del cine americano setentero:

“Este tipo tiene tantas ganas de matarme que puedo probarlas. ¡Attica! ¡Attica! ¡Attica! ¡Attica! ¡Attica! ¡Attica! ¡Attica! ¡Attica! ¿Recuerdan Attica?”

Traigo a colación esta escena porque, justamente, hoy en día, ya nadie recuerda Attica.

(AP Photo/Bob Schutz, File)

Han pasado 50 años desde aquellos interminables días de septiembre de 1971, cuando 1,200 presos tomaron el bloque D de la cárcel de máxima seguridad de Attica, Nueva York, y mantuvieron al país en vilo.

Nadie recuerda cómo la policía irrumpió en la cárcel cuando se quebraron las negociaciones. Nadie recuerda que, ese día, masacraron a balazos a más de 40 personas, incluyendo a 10 guardias de prisión. Nadie recuerda que todo esto ocurrió por profundos problemas de racismo en una sociedad altamente punitivista. Pero, sobre todo, nadie recuerda qué era lo que reclamaban los presos, cuáles eran sus nombres, y cuál fue su historia.

Ese es el meollo del nuevo documental de Stanley Nelson. Como una continuación de su inagotable representación de la cultura afroamericana y la opresión racial en Estados Unidos, el tres veces ganador del Emmy logra una obra de singular fuerza. De nuevo, Nelson no experimenta con la forma y no trata de innovar las posibilidades de un documental televisivo. En vez de eso, enfoca su energía en tomar una postura política conducente y mostrar, a través de un trabajo fenomenal de entrevistas y montaje de archivo, las razones humanas detrás de la más grande tragedia carcelaria en la historia de Estados Unidos.

(New York State Special Commission on Attica via AP, File)

II

Todo empezó el 9 de septiembre de 1971. Ese día, los presos en Attica se levantaron en armas. Con palos y cuchillos fabricados, atacaron a los guardias. Dejaron a algunos malheridos. Tomaron rápidamente el control de los pasillos centrales de la prisión y dominaron el panóptico. Pronto, se dieron cuenta de que no podrían mantener el control de toda la cárcel. Entonces retrocedieron hacia el Ala B de la enorme cárcel de máxima seguridad y se parapetaron.

Era imposible llegar a ellos. En ese enorme patio del Ala B, los presos comenzaron una nueva vida. Era muy poco lo que tenían: algunos víveres y ropa, sábanas y colchonetas. Todavía estaban encerrados en la prisión, por supuesto; y estaban rodeados por cientos de policías y toda la guardia nacional; pero, en esos momentos, por alguna razón, se sintieron libres. Regularon formas comunitarias, cavaron letrinas, designaron un sistema de policía interno y a líderes. Crearon un pliego petitorio y empezaron a negociar con las autoridades.

4 días después no se había logrado nada. Todo empezó a tornarse gris. La lluvia caía sobre el patio de la prisión cuando los policías y la guardia nacional recibieron la orden de entrar a la cárcel. Se decía que iban a entrar con balas de goma y macanas. La realidad fue muy distinta. Quedaron regados en el patio decenas de cadáveres. Los presos estaban completamente desarmados. Los masacraron. Algunos tenían más de cuarenta perforaciones de bala en el cuerpo. Para los que sobrevivieron, todavía les esperaba el infierno. Los desnudaron e hicieron recorrer pecho tierra las letrinas. Los torturaron, mutilaron y humillaron. A los líderes que sobrevivieron, los ejecutaron.

(AP Photo)

La historia, sin embargo, limpió la sangre derramada esa fría tarde de septiembre. Han pasado 50 años y apenas se habla del caso. En Estados Unidos el sistema penitenciario continúa siendo un horror racial; un horror cada vez más omnipresente. Si siguen encarcelando a los ciudadanos con esta velocidad, en 50 años habrá más gente en las cárceles que fuera de ellas. Pero no se habla de Attica.

En esta sociedad punitivista, que desprecia la reinserción social, que vendió las cárceles a compañías privadas, que instauró un sistema penitenciario profundamente racista, no se habla del más largo y más sanguinario motín carcelario. Todo porque este motín planteó, antes de que tronaran las balas, preguntas incómodas para un país desgarrado.

Stanley Nelson encontró una lección aquí. Por eso, se dispuso a entrevistar a los supervivientes de la masacre que siguen con vida y que quisieron hablar con él. Por eso, también, encontró a los familiares de los guardias que murieron a manos de los presos y de la policía. Por eso, rascó en el material de archivo hasta encontrar fotos y videos inéditos que dan un contexto escalofriante a la masacre. Por eso, finalmente, enfocó su documental hacia una reflexión sobre la situación general de las prisiones en Estados Unidos.

(AP Photo, File)

III

El valor de un documental no estriba solamente en su pertinencia histórica. Esto es evidente, aunque a veces sea importante aclararlo. Sobre todo cuando estamos hablando de un documental que tiene un peso histórico tan consistente, como es el caso de la nueva película de Stanley Nelson.

Ésta es, posiblemente, la última entrevista de muchos supervivientes de la masacre de Attica. Muchos de ellos tienen más de ochenta años; muchos de ellos ya no están aquí para recordar de forma directa el horror de ese día.

El peso de las entrevistas en este documental es, por eso, impresionante. Se puede sentir la importancia histórica de los intercambios en esas voces que guían el documental. Aquí se narra todo a través de los que tomaron la prisión: desde el principio del motín hasta los últimos momentos de desasosiego, incredulidad y tortura. Todo en voz y cuerpo de los que estuvieron ahí para atestiguarlo. Talking heads clásicos, sin duda, pero cargados de un sentido testimonial profundo, con las huellas imborrables del trauma.

(AP Photo)

No es casualidad que, sobre ese peso histórico y la vivencia del trauma imborrable, Stanley Nelson haya decidido darle el mismo peso discursivo a todas las víctimas. Es decir que, en Attica, las familias de los guardias asesinados tienen tanto peso como los presos que sobrevivieron dentro de los muros. Para Nelson ésta es una tragedia humana y no hay bandos: para contar esta historia era necesario, primero, salirse del repetitivo discurso policiaco que separaba a los presos del resto de la humanidad.

De hecho, Nelson hace hincapié en nunca mencionar por qué los presos cayeron en prisión. La historia de sus condenas no les da significado o identidad. La cárcel, finalmente, no es esencial en ellos.

Al mismo tiempo, a través del enorme archivo histórico que encontró en el curso de sus investigaciones, Nelson pinta un retrato terrible de las voces de las autoridades. El contraste es claro entre el candor traumático de las víctimas y la seguridad eufórica de los victimarios. Hay momentos de horror francamente evidentes, como cuando aparece un policía gritando, exultante después de la masacre: ”¡White Power! ¡White Power! ¡White Power!” O esas otras voces de culpables que son mucho más insidiosas y terribles. Como, por ejemplo, la grabación de la conversación que tuvieron el gobernador Rockefeller y Nixon la noche del fatídico día. En ese audio, el presidente de Estados Unidos pregunta, para aliviarse del costo político, si al menos la mayoría de los muertos eran negros y latinos.

(Showtime)

Todo esto pinta un trasfondo discursivo sobre un escenario preciso: el de una comunidad blanca y privilegiada de Nueva York cuya única fuente de ingresos, como una fábrica de Ford para Detroit, era la prisión. La desconexión cultural entre la comunidad afroamericana y latina de presos y los guardias provenientes de estos suburbios blancos era enorme. Y la rabia de la retribución se dejó sentir. Las cárceles mantienen, como bien lo decía Foucault, al anormal lo suficientemente lejos para que no contagie, pero lo suficientemente cerca para que defina la normalidad.

Las postales aquí de la normalidad suburbana blanca, familiar, risueña y llena de sol, contrastan con las narraciones de las vejaciones que permitían los pilares de esas comunidades en la cárcel, como custodios, todos los días. Un rollo de papel de baño por persona al mes. Negación de rezos y prácticas religiosas a pesar de que había una gran comunidad musulmana afroamericana en la prisión. Comida al borde de la podredumbre. Abusos físicos y psicológicos. La lista continúa.

La masacre de Attica, tal y como la presenta Nelson en el documental fue el síntoma de algo más. La pequeña comunidad blanca suburbana de Attica trazaba una frontera, dentro de la especie humana, entre hombres y bestias. La deshumanización del otro, del anormal, del preso, del que representa la diferencia, sólo puede engendrar incomprensión, segregación y, finalmente, violencia.

(Showtime)

Todo lo que Nelson quiere mostrar, con el copioso material de archivo (porque la prensa pudo entrar a todos los rincones de la cárcel tomada) son las exigencias de los presos. Y las exigencias de los presos, expresadas en un pliego petitorio perfectamente razonable, podían resumirse en una línea: querían ser tratados como seres humanos. Esa exigencia fue la causa de la masacre. Personas, seres humanos, pidieron ser tratados con humanidad. Y la ley de la normalidad de los suburbios blancos, no puedo aceptar esto; no pudo borrar la diferencia que trazaron, entre su normalidad y la de los otros.

La belleza sencilla con la que Nelson retrata la comunidad libre de presos, la importancia que le da a su dignidad, a lo que sintieron cuando volvieron a sentirse escuchados, es simplemente desgarradora. Y la respuesta de la violencia policial, mostrada aquí con un detalle macabro, es un brutal recordatorio de cómo se inclina la balanza de poder en Estados Unidos. Al diálogo se opuso la fuerza, a la empatía, los prejuicios, a la negociación, el bravado macho, a la compresión, las distancias culturales y el racismo.

Luego, el tiempo se encargó de borrar todo rastro de este horror. Pocos recuerdan lo que sucedió en Attica. Y pocos consideran Attica como el terrible crimen de estado que fue. Por eso este documental se toma tan en serio el discurso testimonial y el pertinente montaje de archivo: la verdad de los testimonios tiene aquí una importancia histórica. Finalmente, cincuenta años después de la masacre, no es muy difícil entender que poco ha cambiado; que la sangre sigue corriendo, que las cárceles se siguen llenando y que los humanos, encasillados en sus ideas de normalidad, siguen sin dialogar con todo lo que les parece diferente.

Calificación: 3.5/5

(AP Photo/Bill Chaplis)

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