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2010 a 2019: La década de Facebook

Facebook pasó de ser una red social a parte de nuestra rutina, influyendo sobre nuestras ideas personales, hábitos de consumo y opiniones políticas.

El año 2020 está en el horizonte cercano y todo mundo parece más preocupado con el aquí y el ahora que con el futuro de la raza humana en los próximos diez años, sin ánimo de dramatizar. ¿Soy yo o a la gente no le ha caído el veinte de que se aproxima un cambio de década?

Consulta aquí el Almanaque 2010-2019 de Noticieros Televisa

¿Y por qué deberíamos estar al pendiente de la fecha? Celebremos Año Nuevo porque nos da un día de descanso obligatorio, hagamos nuestra lista de resoluciones que nunca vamos a cumplir y sigamos con nuestras vidas. Nuevo año, nueva década, nuevo siglo… ¿qué más da? Es un cambio de hoja en el calendario, nada que valga la pena como tema para profundizar.

Pero justo al escuchar este argumento tan racional, este humilde redactor se pone de pie con pluma en mano y dice al auditorio, Pero yo creo que sí es un buen tema que se presta a la reflexión.

Porque más allá de estas interesantes listas que Noticieros Televisa ha preparado para el H. lector, hay razón suficiente para dar un paso atrás y reflexionar sobre lo que hemos creado, destruido, procreado y deconstruido desde el 2010 hasta el tiempo presente.

¿Por qué? Porque cuando pensamos en el pasado, nuestro cerebro ya está programado para buscar información, primero, por siglos, luego por décadas. Si no me cree usted, no recuerde sino piense en 1968, no importa que no le haya tocado vivir de carne propia este año. ¿Qué pasa por su mente cuando piensa en LOS SESENTA? Hippies, los Beatles, drogas, México 68, Tlatelolco, protesta, música psicodélica, liberación sexual, Vietnam, y “todo ese rollo”.

Para los millennials que no tuvimos la fortuna, buena o mala, de vivir la década de los 60, estas imágenes provienen del material que nos ha heredado la gente que sí vivió aquella época. Toda su música, sus libros, sus películas, sus experiencias han sido catalogadas en la memora colectiva, bajo un archivo con la etiqueta apropiada. Por supuesto que aquella década fue mucho más compleja que las imágenes mencionadas, pero si nosotros asociamos los 60 con “amor y paz”, lo hacemos porque nuestros padres y abuelos hicieron el esfuerzo intelectual de reflexionar sobre el significado de aquel periodo en el tiempo.

Ahora bien, ¿qué decir entonces de la década que está por extinguirse? ¿Cuáles han sido los hilos conductores que nos han llevado a este punto de confluencia?

Parece que lo más prudente es dejar que se añejen un poco estas cuestiones. Antes de plantear cuál será el legado de esta década para las generaciones futuras, aún queda mucho trabajo por hacer. Vamos, ni siquiera podemos llegar a un acuerdo sobre cómo debemos llamarle a este periodo. ¿Los dieces? ¿Los años diez? (¿Y podemos hacer una petición para que impongan pena de cárcel a quien diga “veinte veinte” en lugar de “dos mil veinte”?)

Lo que sí es cierto es que no se necesita ser sociólogo o antropólogo para determinar los factores que estuvieron omnipresentes del 10 al 19, y el más influyente de estos factores tiene que ser Facebook. Si hay alguna entidad que puede dar un paso hacia adelante y decir, sin rasgo de ironía, que esta década le pertenece, Facebook tendría un buen argumento para hacerlo.

(Via Facebook / Mark Zuckerberg)

LA REVOLUCIÓN DEL CARALIBRO

Decir que “los dieces” es la década de Facebook puede parecer trampa. Quizás porque sería como decir que la década de los 50 fue la década de la televisión, o que los 80 fue la década de la videocasetera. Pero Facebook no es un aparato. La televisión cambió vidas, muy cierto, pero cuando hablamos de televisión como fuerza de influencia, en realidad nos referimos al contenido transmitido, no tanto a la tecnología de tubo de rayos catódicos.

Técnicamente, Facebook, como esta plataforma que conecta a 2.5 mil millones de personas (de todo el mundo, obvio), forma parte de la red informática que ha sido un ingrediente básico de nuestros hábitos de consumo desde hace veinte años, es decir, aquello que tú y yo conocemos como el internet. Pero cabe decir que esto no es del conocimiento general. En la actualidad, Facebook es tan popular que la gente ni siquiera piensa en esta plataforma como parte del internet.

Lo cual resulta irónico. Cuando el internet se convirtió en un medio de masas, es decir, a finales de los 90, inicio del nuevo milenio, teníamos al alcance una cantidad aparentemente infinita de páginas que nos ofrecían la suma total del conocimiento global. Millones de sitios estaban a un par de clicks de distancia y no había ningún límite contra lo que podíamos acceder, salvo el número de horas que tiene el día.

Hoy, el internet aún consiste de millones de páginas, pero nuestro consumo en línea se ha reducido a un puñado de sitios: YouTube, Wikipedia, Amazon, Twitter, Reddit, Google… y claro Facebook, nuestro “hogar” en la red. Vamos, la aplicación es tan popular que la gente ya no te pregunta si “¿Tienes feis?” sino “Pásame tu feis”, es decir, ya asume que la app ha sido instalada en tu teléfono.

Si no me cree usted, entonces pregúntese, ¿qué es lo primero que hace al despertar? ¿Toma su teléfono y mira si le han llegado nuevas notificaciones de Facebook? Quizás no sea -estrictamente dicho- su primera acción cuando abre los ojos, pero en algún punto del día revisa su cuenta. Tiene que hacerlo. Su familia está ahí. Sus amigos están ahí. Y es muy probable que su trabajo esté ahí. Facebook no es solo una herramienta de conectividad, es una parte importante de su identidad personal y profesional, la parte suya que exhibe al mundo con mucho orgullo y algo de vanidad, y por eso es tan difícil desconectarse. Cierto, siempre hay alguien que por una u otra razón, elimina su perfil o abandona su cuenta, pero sus contactos ya saben que es temporal. Borrarse de Facebok es el equivalente a irse a vivir en las montañas para alejarse del bullicio de la civilización… pero aquellos ermitaños siempre regresan a “casa”.

Recordemos que Mark Zuckerberg no inventó las redes sociales (vamos, hay motivos para decir que Facebook ni si quiera es su propia creación) pero al mejorar la fórmula establecida por sus predecesores (como MySpace, Hi5, Friendster o la misma plataforma empleada dentro de su universidad de Harvard), le dio el empujón que le hacían falta a las redes sociales para cambiarlo todo.

(AP Photo/Paul Sakuma, File)

Para empezar, Facebook cambió nuestro concepto de las redes sociales. En los últimos diez años, la ‘gran F azul’ ha visto una cantidad innumerable de relaciones que se forman y que se destruyen, relaciones sentimentales, profesionales, estratégicas, escolares, pero esto no era nada nuevo cuando Facebook entró a la batalla de las redes.

La gran fortaleza de Facebook ha sido su facilidad para conectar a usuarios, una característica esencial para transformar la red social en una red comercial. Aunque sus usuarios no pueden realizar transferencias monetarias por Facebook, la plataforma revolucionó a la industria de la publicidad, convirtiendo a Facebook en una parte integral de la estrategia publicitaria de cualquier negocio (y no es por nada que la publicidad sea la principal fuente de ingresos de la plataforma). De esta manera, Facebook destruyó casi por completo la idea de crear un sitio web para promover un negocio, lo cual fue un alivio para el emprendedor que antes debía reclutar a un programador y a un diseñador, así como comprar un dominio, entre otras costosas inversiones. A través de Facebook, y herramientas complementarias como Facebook Business Manager, promover tu empresa es lo más sencillo y barato (en sentido relativo) que hay.

Pero más allá de los efectos personales y comerciales que Facebook ha tenido en nuestras vidas, también ha jugado un papel crucial como detonante de sucesos con repercusiones globales, y es en este terreno donde el señor Zuckerberg ha estado caminando sobre la cuerda floja. Así como Facebook introdujo formas innovadoras para hacer publicidad, explotando los datos personales de su enorme base de usuarios, también ha sido aprovechada por intereses políticos de todo tipo con tal de promover sus causas a una audiencia global, un alcance que deja muy por detrás a los medios tradicionales.

Esta facilidad de difusión ha tenido sus defectos, tal como puede ser probado por el número de fake news o notas falsas que son divulgadas a diario con tal de restarle prestigio, credibilidad o legitimidad a una causa, a una persona o a un movimiento. En sus inicios, Facebook jugó un papel clave en la promoción de un candidato presidencial desconocido de nombre Barack Obama. Si no fuera por su habilidad para movilizar a los jóvenes a través de las redes sociales, es muy probable que otro candidato hubiera ganado las elecciones de 2008. En la campaña estadounidense de 2016, en cambio, Facebook le abrió la puerta a la alt-right para calumniar con memes y mentiras a los candidatos del Partido Demócrata y para crear campañas de odio contra grupos minoritarios y migrantes, con el objetivo de enardecer a la base del candidato republicano, Donald Trump.

En efecto, Facebook ha recibido numerosas críticas por su renuencia a la hora de bloquear grupos que fomentan el odio, así como su lentitud para detectar individuos que están planeando atentados terroristas o que divulgan propaganda de corte radical. En abril de 2018, Facebook tuvo que pedir disculpas por su responsabilidad en la difusión de ataques contra los rohingya, un grupo étnico musulmán originario de Myanmar que fue víctima de genocidio por parte de las autoridades birmanas.

El rol que Facebook ha tenido en el desarrollo político y social de la historia reciente no puede ser menospreciado. Por un lado, ofrece los canales para que los simpatizantes de una causa loable se encuentren y se organicen en grupos activistas. Pero lo que resulta tan frustrante para los críticos de Facebook, es que por cada facilidad que se otorga para divulgar el caso de una persona desaparecida o para convocar a una manifestación pública, hay otro caso de cyberbullyng, de pederastia o de acoso sexual.

Esto se debe al hecho de que el señor Zuckerberg ha dejado de ver a Facebook como una empresa privada, que tiene el derecho a censurar las publicaciones racistas, xenófobas, misóginas u homófobas de sus usuarios o de bloquear cuentas que difunden mentiras o rumores que han sido confirmados como falsos. Al igual que muchos de sus usuarios, el señor Zuckerberg da la impresión de creer que Facebook es sinónimo de internet, no una red social, sino un mundo en el que la gente se conoce, se informa y emite sus opiniones mientras el algoritmo respeta la libertad de expresión de sus “habitantes” pero no su derecho a la privacidad, como si Facebook fuera un Estado soberano en sí mismo, con su bandera nacional y su dictador bananero, el ojo en el cielo que todo ve y todo permite… siempre y cuando no incurran la ira de los patrocinadores.

En los últimos diez años, Facebook pasó de ser una página de internet a parte de nuestra rutina, como lavarse los dientes o tender la cama. La plataforma se convirtió en el equivalente a una vecindad, donde te enteras de chismes, te diviertes con el juego de moda, compartes fotos de tus viajes, pero luego evolucionó a algo más siniestro. En la actualidad, un algoritmo se encarga de seleccionar el contenido que más puede ser de tu interés de acuerdo a tus hábitos de consumo, orillándote cada vez más en burbujas nutridas por gente con opiniones similares, en las que estás más dispuesto a ser el target de marcas y contenidos.

En otras palabras, Facebook nos dio esta plataforma para conectarse con mayor facilidad y, a la vez, descubrir quiénes somos y cómo pensamos en realidad. Una propuesta que en un principio pudo ser digna de un “me gusta”, pero que ahora no resulta tan agradable…

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