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2 de octubre: El testimonio de La noche de Tlatelolco

La Noche de Tlatelolco es una de obra importante por su valor testimonial: ¿qué dicen aquellos que vivieron el México de 1968?

2 de octubre NO se olvida

Todavía no sabemos el número exacto de personas que murieron en la masacre del 2 de octubre de 1968 en la Plaza de las Tres Culturas en Tlatelolco, Ciudad de México. De acuerdo con el Instituto Nacional de Estudios Históricos de las Revoluciones en México (INEHRM), “hubo decenas de muertos y heridos”; sin embargo, sigue pendiente un trabajo riguroso de archivo e investigación para darles nombre, rostro y voz a quienes fueron asesinados. Ante todo, es necesario reconocer que la página donde habrá de escribirse esa historia no está en blanco.

Entre las primeras intelectuales que buscaron narrar lo que sucedió, sobresale el nombre de la escritora mexicana Elena Poniatowska, autora de La noche de Tlatelolco (Era, 1971), libro documental que reúne diversos registros testimoniales para contar una versión polifónica de los hechos. Su trabajo se divide en dos partes: la primera está dedicada al desarrollo del movimiento estudiantil y la segunda se concentra en la descripción de los sucesos de la Plaza. Por último, se establece una cronología de los hechos.

Cuando el libro de Poniatowska se publicó, en América Latina la literatura testimonial ya tenía andado un camino: en 1952 se había publicado Juan Pérez Jolote, del mexicano Ricardo Pozas, en la colección Lecturas Mexicanas del Fondo de Cultura Económica; en 1966 había aparecido también un libro deudor suyo, Biografía de un cimarrón, del cubano Miguel Barnet, y en 1957, Operación Masacre, del argentino Rodolfo Walsh, había visto luz pública en forma de libro tras apariciones periódicas entre el 27 de mayo y el 29 de julio de 1957. Con la creación del premio en la categoría de Testimonio, convocado por la organización cultural Casa de las Américas (fundada en La Habana en 1959), este tipo de escritura adquirió peso institucional en el continente.

Elena Poniatowska. (AP Photo/Eduardo Verdugo)

A pesar de que los orígenes del género podrían remontarse hasta los primeros libros de crónica tras la llegada de los europeos a nuestro continente, para mediados del siglo XX la literatura testimonial alcanzó cierta autonomía como parte de un proyecto literario y cultural promovido desde Cuba. Hasta ese momento, el carácter híbrido de obras basadas en testimonios había llamado la atención de disciplinas cercanas al campo de las letras, como la antropología, la sociología y el periodismo, pero no específicamente la de la crítica literaria.

El programa cultural de Casa de las Américas tenía que ver con la formación de una identidad latinoamericana, impulsada mucho antes desde la revista Cuadernos Americanos por críticos como Ángel Rama, que proponían nuevas prácticas de lectura y escritura. En la configuración social surgida tras la Revolución cubana, el intelectual latinoamericano debía ocupar un lugar determinado en el camino a la liberación de los pueblos oprimidos por una historia colonial, dictaduras militares y programas económicos capitalistas.

La historia oral que cuenta La noche de Tlatelolco responde a una necesidad de hacerse cargo por medio de la palabra de una realidad apremiante y violenta. Elena Poniatowska tenía 36 años cuando comenzó el movimiento estudiantil. Para ese momento, era ya una reconocida periodista por su trabajo como entrevistadora y cronista de la vida política y cultural mexicana. Su libro sobre el movimiento estudiantil está compuesto por testimonios diversos: coros que se gritaban en las manifestaciones, declaraciones de varios delegados del Consejo Nacional de Huelga (CNH), mantas, artículos de periódicos, mensajes de radio, pasajes del libro Visión de los vencidos de Miguel León Portilla, fragmentos de entrevistas con profesores y estudiantes presos en la prisión de Lecumberri por su participación en los hechos, madres y padres de familia de los jóvenes, actrices, comerciantes, obispos, normalistas, miembros del Partido Comunista, bailarinas, habitantes de la Unidad Habitacional de Tlatelolco, entre algunos más.

Las tropas del Ejército mexicano resguardan a un grupo de jóvenes detenidos después de una noche sangrienta en la Plaza de las Tres Culturas en la Ciudad de México. 3 de octubre de 1968. (AP Photo)

La multiplicidad de las voces da idea de un mosaico colorido de experiencias en torno al movimiento estudiantil que pone en escena la percepción colectiva, compleja y a veces contradictoria, que se tuvo de él. Poniatowska no eligió una sola perspectiva para narrar el transcurso del movimiento con el fin de dejar fuera un número mínimo de aristas a considerar: de ese modo logró que el libro recreara la sensación de participación activa en la lucha estudiantil. La variedad de testimonios da oportunidad de disentir con algunos y coincidir con otros. Además, la fuerza oral de los registros dota de vivacidad la experiencia de lectura. La secuencia de pasajes propone un camino ajetreado por la cronología de los hechos.

La diversidad de los testimonios no se reduce a crónicas del movimiento estudiantil, sino que también permite al lector adentrarse en un espíritu de la época: en muchas de las citas están presentes valores culturales que, a pesar de su vigencia, dan una idea de lo que significaba en 1968 ser estudiante y apoyar o no las demandas de la movilización.

Militares golpean a un joven caído mientras los estudiantes de la escuela preparatoria reanudan las manifestaciones en el centro de la Ciudad de México. 30 de julio de 1968.(AP Photo/Jesus Diaz)

Mi papá toda la vida se la pasa diciéndome que él fue muy buen hijo y eso… Entonces yo me pongo a pensar: ¡Caray!, ¿qué, yo soy un ser raro o neurótico o qué? En su afán de crearnos arquetipos, los adultos nos presentan unas formas abstractas totalmente perfectas y, ¡zas!, se corta la comunicación. Yo me pongo a pensar: Caray, mi jefe, según él, todo lo hizo bien, y yo, según él, todo lo hago mal. Por eso yo tengo mala comunicación con mi papá por más que lo intento. Cuando mi jefe empieza con su “Yo, a tu edad…” y las arañas, me dan ganas de echarme a dormir. Gustavo Gordillo, del CNH (La noche de Tlatelolco, p. 22).

El encuentro entre dos generaciones, con visiones de mundo diferentes, presente en la cita, permite imaginar de manera casi teatral el sentido que tenía participar activamente en las acciones propuestas por el CNH: ser joven y defender un sistema de pensamiento propio era una forma de luchar por la libertad y por modelos de vida diferentes a los que tuvieron las personas de la generación anterior.

Oriana Fallaci y su intérprete yacen heridos la noche del 2 de octubre. (AP Photo/Jesus Diaz)

La segunda parte del libro de Poniatowska recoge también muchos testimonios, todos concentrados alrededor de lo que sucedió la noche del 2 de octubre en Tlatelolco. A partir de entrevistas y conversaciones con sobrevivientes y familiares de muertos y heridos, la autora regresa al momento mismo de la masacre para exponer su atrocidad. Al comienzo de este apartado, hay un poema de Rosario Castellanos sobre la importancia de la memoria de estos hechos, seguido de un listado con los encabezados de los principales periódicos nacionales. La mayoría maquilla los números de víctimas y no es claro al respecto de la actuación del ejército mexicano como brazo armado de la represión gubernamental.

Yo no entendía por qué la gente regresaba hacia donde estaban disparando los tipos de guante blanco. Meche y yo -parapetadas detrás del pilar- veíamos como la masa de gente venía gritando, ululando hacia nosotros, les disparaban y se iban corriendo y de pronto regresaban, se caían, se iban, venían de nuevo y volvían a caer. Era imposible eso, ¿por qué? Era una masa de gente que corría para acá y caía y se iba para allá y volvía a correr hacia nosotros y volvía a caer. Pensé que la lógica más elemental era que se fueran hacia donde no había balazos; sin embargo regresaban. Ahora sé que les estaban disparando también de aquel lado. Margarita Nolasco, antropóloga (La noche de Tlatelolco, p. 175).

Una gran multitud de manifestantes se reúne en el Zócalo, o Plaza de la Constitución, en el corazón de la Ciudad de México, el 14 de agosto de 1968, al final de una marcha de cinco millas por la ciudad. En el fondo se encuentra la Catedral Nacional. (AP Photo / Jesus Diaz)

Por su capacidad de recrear los hechos, de colocar al lector en el momento mismo de los ataques, La noche de Tlatelolco resulta un libro complejo. En su momento de publicación era necesario dar cuenta del horror, la impunidad y la injusticia; sin embargo, los métodos que emplea reproducen de cierto modo la violencia de aquella noche. Desde luego, es imposible pedirle a alguien que piense fuera del momento en que vive. Al escribir, Poniatowska hizo un ensayo de restitución, bajo la certeza de que era necesario decir de la manera más detallada posible todo lo que había sucedido. Sin embargo, quizás sea momento de valorar lo que sucedió el 2 de octubre como un gran acto de resistencia colectiva, como acción fundacional de la fuerza invisible que ha permitido la continuidad de movimientos sociales a lo largo de los años. Tlatelolco nos recuerda la brutalidad de la que es capaz el Estado, pero también la esperanza y la capacidad de sobrevivir y reponerse a la atrocidad.

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