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La guerra en los ojos de un niño: 1982 – El año en que cambió Líbano

Con 1982, Oualid Mouaness cuenta la historia de la guerra civil libanesa a través de los ojos de un niño.

1982: el año en que cambió Líbano cuenta la historia de un día fatídico para Medio Oriente. A través de la visión de un niño, Oualid Mouaness narra la invasión de Israel a Líbano y el principio de una cruenta guerra civil que duró casi 30 años y causó la muerte de más de 120 mil personas, así como el exilio de un millón más.

Aimé Césaire dijo alguna vez que la colonización empieza cuando dejan de sonar los cañones. También se podría decir que la guerra no está solamente en donde ruge el combate. La guerra se esparce insidiosa, ocupa imaginarios, transforma culturas, crea sus propias lógicas.

La guerra civil del Líbano desgarró una sociedad mucho de que llegara a su momento más álgido. Desde 1975, el conflicto dividió el país y la capital, Beirut. La división entró en lo civil, separando ideológicamente a católicos y musulmanes, al este y al oeste. Cuando las fuerzas israelíes finalmente invadieron el país en 1982, Líbano vivía ya desde hace mucho tiempo en una lógica de guerra, de puestos de control, de violencia localizada, mientras la distante y tibia reacción de la comunidad internacional condenaba algo impreciso en el radio.

Los personajes de la ópera prima de Oualid Mouaness, 1982: el año en que cambió Líbano, son niños de primaria. Tienen once años y sólo están concentrados en pasar sus exámenes y entrar a la secundaria. Desde que tienen recuerdo, la ciudad de Beirut ha estado dividida. Desde que tienen memoria, existe un conflicto latente entre musulmanes y cristianos. A pesar de no sentirse cerca de los enfrentamientos en el sur del país, la guerra civil formó su perspectiva del mundo y de la ciudad. Ahí, en una escuela privada, mixta, en las montañas que bordean la ciudad, viven esta lógica como cualquier niño lo haría, con una naturalidad que sus padres no entienden.

Imagen de Beirut durante la guerra civil libanesa (Wikimedia Commons)

La película se sitúa en un sólo día, el día en que empezó la primera invasión de Israel a Líbano; el día en que Siria también se unió a la guerra. En la vida de los maestros, la guerra parece inevitable; ellos saben que el conflicto va a escalar; ellos entienden que el futuro ya los divide en presupuestos ideológicos.

Yasmine, interpretada por Nadine Labaki, está en el centro de uno de estos conflictos cotidianos. Su círculo es católico, pero no todos piensan igual. Su hermano Georges quiere irse al sur, unirse a la milicia y ayudar a Israel en su combate contra la Organización para la Liberación de Palestina encabezada por Yasser Arafat. Su pareja sentimental y colega, Joseph, piensa que la intervención de Israel es criminal. Cuando la confrontan, ella explica que no está del lado de nadie porque estas divisiones son las que realmente van a acabar con el país. Neutralidad o combate, religión o vida cotidiana, todo está permeado por la política.

Pero los niños no conocen más que la cotidianidad de un conflicto que parece todavía lejano. A pesar de la llegada de los tanques, sus vidas continúan. Wissam está enamorado de Joanna y quiere confesar su amor más allá de las cartas anónimas que deja en su locker. Entre ellos está la tensión de los primeros amores y la rivalidad de las calificaciones. El mejor amigo de Wissan, Majid, sólo quiere jugar a las canicas. Otros quieren completar números para acabar un partido de fútbol.

(Cortesía Tulip Pictures)

Los alumnos de secundaria, un poco más grandes, tampoco parecen entender las señales ominosas del tiempo, el nerviosismo de los adultos, los mensajes cada vez más apremiantes en la radio. Tienen novias en secreto, toman clases de música en un salón que parece detenido en el tiempo, acumulan cassettes de Pink Floyd y Alan Parsons Project, son inevitables bullies

Finalmente, llega el día que los adultos temían: la guerra estalla, la escuela se interrumpe, las bombas se escuchan en los barrios contiguos. Naves surcan el aire y todo anuncia el fin de las pequeñas preocupaciones escolares. Recordando, tal vez, su propia experiencia de esa fatídica fecha, Oualid Mouaness opta por tomar la perspectiva de los niños. El desconcierto, el miedo, claro, pero también la imposibilidad de detener sus pequeños conflictos cotidianos de amor, amistad y peleas de autobús escolar.

Con esto, retomando visiones de la niñez en la guerra que se mezclan con fantasía y un sentido de aventura que hemos visto en las cintas sobre la guerra civil española de Del Toro o en películas como West Beirut (1998) de Ziad Doueiri, 1982 habla de la intromisión de la guerra en lo cotidiano, el poder de nuestros conflictos diarios para sobrevivir y la terrible evidencia de crecer sentados sobre una bomba de tiempo.

Conferencia de prensa ofrecida por el director Oualid Mouaness

Como moderador de una conferencia de prensa, hablé con Oualid Mouaness sobre las experiencias que lo llevaron a relatar este día; sobre cómo fue trabajar con niños; sobre la dificultad de ver cómo los humanos repetimos, una y otra vez, los mismos errores.

(Cortesía Tulip Pictures)

Quería empezar con algo muy amplio: ¿podrías contarnos cómo decidiste hacer este primer largometraje? ¿Cómo fue el proceso de escritura? ¿Cómo fue la experiencia de regresar a un momento tan importante para la historia reciente del Líbano y para tu propia historia?

Es muy gracioso porque en realidad yo no sabía que esto iba a ser una película. Al menos no lo sabía hasta que tuve una reunión con una amiga libanesa en Francia. Lo que hablaba con ella era cómo viví ese último día de escuela; cómo, al ser un niño, no entendía realmente lo que estaba pasando. Al ser adulto, tiempo después, cada vez que recordaba lo que había pasado, me ponía muy emocional. Traté de escribir una historia corta al respecto. Pero nunca pude acabarla. Era demasiado emotivo, demasiado delicado. Todas las veces que empezaba, la tenía que dejar. Lo intenté varias veces en los noventa y nunca pude acabarla. Pero la historia siguió ahí en mi mente. Llevaba mucho tiempo sabiendo que la primera película que dirigiría (porque llevo tiempo siendo productor) tendría que ser algo tan emotivo y difícil como esa idea.

Entonces, cuando tuve esta plática con mi amiga, hablamos de dónde estábamos cuando Israel invadió Líbano en 1982, porque lo vivimos en distintas partes del país. Yo compartí mi historia y ella me dijo “esto tiene que ser una película”. Yo no pensaba que pudiera ser una película, pero ella insistió. Me tardé un año en empezar a escribir. Para 2011, ya tenía una versión del guión. Entonces, me di cuenta de que en Líbano nadie quería hablar de ese periodo de la historia. Es algo muy polémico y a mí, naturalmente, me gusta unir a la gente. Pero entendí que mi historia, en vez de dividir, podía servía para crear una unión.

A pesar de nuestras diferencias, de las diferencias que hay, incluso, dentro de mi propia familia, esto podría servir para crear un diálogo. Creo que era necesario traer una narrativa humana a esta parte de la historia. Como sabemos, salieron dos películas muy poderosas al respecto, en los últimos años, desde Israel. Waltz con Bashir (2008) y Líbano (2009). Creo que como cineastas no hacemos cine en el vacío, hacemos cine para crear diálogos. Así que sentí que era necesario contar la historia desde nuestra perspectiva humanista en Líbano para provocar este diálogo.

Imagen de Waltz con Bashir (2008)

En mi breve introducción hablaba de los ecos de la guerra y sus consecuencias, de la idea de que la guerra no empieza ni acaba con el conflicto armado sino que permea en la vida cotidiana y transforma la intimidad de un universo. Pensaba, justamente, que estos niños no conocían realmente a Líbano fuera de la guerra civil… Por eso creo que en tu película hay una tensión interesante: por un lado la idea de que la guerra penetra en todo, y por el otro, que la guerra finalmente, no va a cambiar las cosas más ínfimas de nuestras relaciones humanas.

Esta película habla, finalmente, sobre un deseo muy humano de tratar de abrazar, en tiempos de crisis, lo que es más normal. En el 11 de septiembre, en una guerra, en cualquier crisis grave que suceda, la gente trata de abrazar la normalidad. 1982 es una película sobre cómo reaccionamos en Líbano, en ese momento, pero también sobre cómo cualquier persona reaccionaría frente a una guerra. En esos momentos tan enormes, las cosas más pequeñas y sencillas son las que nos sacan adelante. Fue muy importante mostrarle eso a la gente que no está participando en una guerra. La gran mayoría del mundo no está participando en una guerra.

Fuera de eso, una de las cosas interesantes que viví cuando estaba haciendo esta película es que muchas personas me dijeron que no debía hacer esta película. Me dijeron que no debería hablar de esta crisis, tanto en Líbano como en el mundo. Tenían miedo de que fuera demasiado polémico. Lo que les decía es que esperaran para ver la historia que iba a contar y cómo la iba a contar. Nadie esperaba que fuera tan reconciliante. En efecto, es una película de guerra, pero también una película pacifista y humanista; en efecto, es una película sobre la división política en Líbano, pero muestra a los dos lados de manera respetuosa.

La decisión de pelear en una guerra viene del miedo, de un sistema de pensamiento o religioso, o de una fuerte sensación de amenaza. En toda guerra las dos facciones se sienten amenazadas por los de enfrente. Todos tienen miedo. Y tendemos a olvidar eso.

Cuando pongo esta película en el contexto de mi escuela, puedo reflexionar sobre cómo crecí. Tuve la suerte de crecer en una familia que aceptaba los dos lados del espectro y que insistía en que encontráramos la forma de dialogar entre nosotros. Quería presentar esa realidad. La mía era una de las pocas escuelas en Líbano que era tan mixta. Por eso mis padres me pusieron ahí. Ellos siempre desearon que las diferencias de opinión y religión en mi familia no fueran una razón suficiente para que no viviéramos juntos.

(Cortesía Tulip Pictures)

Vamos con una pregunta de la prensa: ¿qué tan difícil fue hacerle sentir a los niños el peligro de una guerra que no vivieron?

Me pareció profundamente interesante trabajar con niños. Fue un proceso largo que empezó dos años antes de filmar la película. Trabajé con un amigo mío, Mike Ayvazian, un dramaturgo que trabaja con niños en talleres. Él me ayudó, de hecho, en el casting de varios de mis actores.

Pues bueno, viendo sus talleres, me dí cuenta de algo: los niños tienen un rango emocional que excede por mucho nuestro rango emocional. No necesitan hablar para manifestar sus emociones, como nosotros. En sus interacciones se expresa todo sin palabras. Los niños crean un mundo propio. Me di cuenta que ellos podían expresarse sin expresar mucho.

Eso me dejó ver algo de manera muy clara: hay dos mundos distintos en este mundo. Quienes están rodeados de niños se dan cuenta de que, cuando los niños están jugando solos en un cuarto, están en un mundo completo y lleno. En cuánto entra un adulto al cuarto, los niños se convierten en niños.

(Cortesía Tulip Pictures)

Entonces, les conté mi historia a los niños, y ellos la fueron procesando. En ese periodo, tuve que aprender con los niños. Tenía que ganarme su confianza, porque tenía que dejarlos sentir sus propias emociones. No podía decirles cómo sentirse. Porque los niños responden de una forma muy diferente a los adultos. Esto fue más que evidente, durante el rodaje, con una escena.

Les di a los niños total libertad para cambiar el diálogo, comunicarme todas sus inquietudes y decirme si había algo que les parecía raro o que ellos, en realidad, nunca harían. Pues bien, en un momento de la película, los niños están jugando fútbol y de repente se ve cómo llegan los tanques. Yo había escrito en el guión que llegaban los tanques y que todos los niños se quedan petrificados. Pero se me acercó el talentoso actor joven que interpreta al personaje de Wissam [Mohamad Dalli] y me dijo que eso nunca sucedería en una escuela primaria: si esos niños vieran llegar tanques, lo primero que harían sería correr hacia la reja. Claro, yo estaba proyectando una imagen muy adulta en vez de escuchar las emociones y las reacciones de los niños.

Así es como ves la diferencia entre cómo lidian los niños con algo que les aterra. Nosotros, los adultos, sabemos qué está pasando y nos congelamos de miedo. Pero los niños reaccionan con desconocimiento. Para ellos se trata de un descubrimiento. Los niños corren hacia lo que les parece curioso y luego deciden si tenerle o no miedo. Esa pequeña diferencia la entendí ahí, trabajando con ellos. Es por eso que, mientras la película avanza, el miedo de los niños crece y cambia. Empiezan a entender, ellos también, que hay algo verdaderamente malo y peligroso en todo lo que está sucediendo. Ya no es nada más como un videojuego, pues.

(Cortesía Tulip Pictures)

Tenemos otra pregunta de la prensa: ¿qué mensaje crees que pueda transmitir esta película a las víctimas de la actual guerra en Ucrania?

Esta es una pregunta muy emotiva. Necesito un momento. (Oualid toma una pausa. En la transmisión se escucha cómo mueve su pie ansioso, los ojos se le llenan de lágrimas antes de que apague la cámara un momento). Me parece que hay algo muy triste cuando pensamos que la historia se repite. Sé que el pueblo ucraniano es muy resiliente. Pero es un shock para nosotros, para mí como libanés. Claramente hay una agresión rusa. Pero, más allá, hay una enorme cantidad de armas que están inundando el país. Y ese es un fenómeno que vivimos aquí en Líbano. Es algo que también hemos visto en muchas partes del Medio Oriente, en donde de repente hay un influjo fuerte de armas. Y es algo terrible que anuncia mucha violencia.

Hay que estar muy conscientes de algo. En el mundo de hoy, a pesar de que sentimos que todo está mal y que hay muchas cosas que deberíamos cambiar, hemos perdido la capacidad de argumentar y de estar en desacuerdo. En la crisis de Ucrania, claramente hay un agresor gigantesco. Del otro lado está la OTAN y los Estados Unidos. En medio de todo eso, está el pueblo ucraniano. Y me gustaría decirles que, por más que sean resilientes y que están peleando algo que consideran justo, la guerra, no importa de qué lado estés, nunca es la respuesta.

Oualid Mouaness dirigiendo a su actor principal en el rodaje de 1982. (Cortesía Tulip Pictures)

En Líbano no es hasta ahora, casi cincuenta años después de que empezó la guerra, que estamos viendo algo de esperanza. Hay que estar muy conscientes de que la guerra no trae nada bueno. Lo que sucedió en 1982, la guerra en 2006, la explosión en 2020, todo nos muestra, en Líbano, que la historia no deja de repetirse. Creo que en Ucrania deberían considerar hacer todo lo posible para que esta guerra se acabe. Actualmente todo es tan polémico y la retórica está en un nivel tan elevado, que todo lo que siga va a ser destructivo para Ucrania y su pueblo.

Esta película termina en una nota positiva, pero igual dice que el mundo nunca es el mismo después de la guerra. Entiendo que Ucrania tiene que defenderse, pero también hay que preguntarse cuál es la mejor manera de defenderse. Pensamos que esto iba a ser algo corto, pero no se detiene y los dos lados se están dando cuenta de que será una guerra prolongada. Eso me rompe el corazón. Las víctimas reales son el pueblo de Ucrania al que no le importa la guerra y que sólo quieren seguir con su vida. Como pacifista y no como político, creo que debería de haber más esfuerzos para dialogar, antes de que esto siga escalando.

Quiero añadir una última cosa. Cuando ocurre una guerra así, cuando ocurre una guerra como la de Líbano en 2006, es evidente que sucede algo muy trágico: sanar de una guerra toma generaciones completas. (Se detiene un momento). Lo siento. (Vuelve a apagar su cámara). Cuando ocurre algo así, la paz se retrasa otra generación. Ya es suficiente. Por favor, tenemos que parar.

(Cortesía Tulip Pictures)

Una pregunta más de la prensa: ¿fue complicado recrear el momento que se muestra en la película?

Traté de formar un equipo que integrara todos los aspectos de Líbano, todas las religiones, todos los sistemas de pensamiento y todas las afiliaciones políticas. Porque esta película es para todos los libaneses, sin importar de qué parte del país son o cómo piensan. Todos respondieron en el set de forma muy emotiva. Y todos sintieron que estábamos haciendo algo muy verdadero. De alguna manera se instauró un proceso de sanación.

Filmamos en la misma escuela en la que yo viví estos acontecimientos. Todo nació de mi recuerdo, nació de mi vivencia de la tensión ese día. Pero todos compartimos esos sentimientos y hubo momentos muy intensos en el rodaje. Históricamente, la escuela se mantuvo prácticamente igual durante cuarenta años. Además, Líbano tiene muchas escuelas como esta, en las montañas, arriba del mar y la cosa, viendo a Beirut. Así que para todos era un lugar familiar. El personaje de Nadine Labaki, Yasmine, encarna a todas las madres y maestras que están en una situación de crisis como la que vivimos. Finalmente los niños no sabían lo que había pasado, pero para ellos fue una forma de conocer, a través de nuestro proceso, el pasado.

Algo que me impresiona es que en Líbano no se habla de historia. Por eso hubo tanta resistencia frente a esta película. Muchos me decían que no querían recordar. Pero para mí es absolutamente necesario hablar de la historia y recordar. Si los libros de historia no quieren escribir sobre esto, entonces corresponde a las películas contarlo. Ahora, justamente, todo esto se está demostrando con el cine libanés. Pronto va a salir una película llamada Memory Box de Joana Hadjithomas y Khalil Joreige, sobre el tema. Es una película hermosa sobre el humanismo del pueblo libanés durante la guerra. Es importante que las películas traten lo que la historia no quiere tratar. Generalmente la historia la escriben los vencedores y nunca la escribe la gente que la sufre. Por eso, para mí, esta es una historia que viene de la gente, para la gente, a través del cine.

Oualid Mouaness dirigiendo a Nadine Labaki durante el rodaje de 1982. (Cortesía Tulip Pictures)

La prensa pregunta: la película tiene una estructura dramática muy similar a la de una obra de teatro, ¿te inspiraste de alguna forma en el teatro?

Qué curioso que pregunten eso. Sí, por supuesto, amo el teatro. Nunca pude hacer teatro profesionalmente, pero sí llegué a dirigir una obra de Albert Camus, El estado de sitio. Tengo un sentido del teatro y de la estructura dramática. Hay algo en el teatro que me encanta: la noción de tiempo y espacio. Creo que el buen teatro te hace vivir el espacio. Con esta película tomé la misma aproximación, porque me es innata: veo el cine como literatura. No veo al cine como solamente una forma de contar una historia. Podía contar esta historia de manera mucho más rápida, ¿sabes? Pero los espectadores no entrarían igual a la historia, a la tensión, al mundo, a los personajes. Eso me lo enseñó el teatro. Mi acercamiento se enfoca en cada imagen, cada palabra, cada detalle. Por eso toma tiempo. Así que sí, tengo una influencia muy fuerte del teatro. Es lo que me formó y por eso sale de manera tan natural en el mundo que creo.

Última pregunta de la prensa: ¿cómo decidiste hacer el final de la forma en la que quedó?

Siempre conozco el final antes de empezar. Debo conocer el final y el principio antes de empezar a desarrollar cualquier historia. Siempre supe y siempre sentí que así era como la película tenía que terminar. Algunas personas me han dicho que el final es algo radical y sorprendente, que no lo entienden. Debo explicar entonces varias cosas. Primero que, cuando yo era niño, me gustaba dibujar mucho y estaba obsesionado con una caricatura de mechas japoneses ochenteros que se llamaba Grendizer. Lo veíamos todos los miércoles y hablábamos de eso en el patio de primaria al día siguiente. Siempre quise crear mi propio superhéroe y dibujaba mucho. Pero no dibujaba muy bien. En segundo lugar, creo que nuestra imaginación siempre es más fuerte que cualquier tipo de realización. Cuando eres niño imaginas cosas grandilocuentes e impecables, pero cuando las traducía al dibujo no era exactamente lo que quería.

El final no podría terminar de otra manera, porque quería que hubiera esperanza. Sabía, desde el guión, que el nivel de tensión que iba a crear era tan fuerte, que siempre sentí que le debía al público ir a la imaginación de Wissam, una imaginación que es liberadora. Todo lo que vemos antes de que se libere completamente la imaginación de Wissam es un mundo adulto en el que penetran de repente, destellos de fantasía. Es un mundo adulto en el que viven los niños en su burbuja. El final es cuando el mundo de los niños toma el control. Espero que eso implique un cambio. Porque la esperanza está en las próximas generaciones y no en nosotros. Así que hay muchos sentidos en esta película. Muchas personas me dicen que 1982 tiene, de hecho, dos finales. Ambos son bellos, según yo. Uno de ellos es cuando aparece un salvador en la imaginación de Wissam, una realización de su amor. Y luego está el segundo en donde regresamos a la escuela y vemos que ya nunca va a ser lo mismo, que la escuela está tomada por la naturaleza esperando a que regrese la vida humana. La película no podía acabar de otra manera. Pero, por supuesto, el final es un lienzo en blanco.

(Cortesía Tulip Pictures)

Finalmente, yo no puedo irme sin preguntarte algo: ¿crees que el cine puede cambiar el mundo?

Obviamente (se ríe). Creo que cada era de la humanidad encuentra sus formatos. Libros, filosofía o teatro. Creo que el cine puede cambiar el mundo si la gente le pone atención. La parte complicada es lograr que la gente tenga tiempo para ver películas que pueden cambiar al mundo. Sabemos que hay muchos tipos de cine: hay cine que entretiene, hay cine que es arte puro, hay cine que es arte y mensaje. Yo creo en esta última categoría. Creo que toda buena historia está anclada en una base filosófica. Y creo que el cine puede cambiar mentes y corazones de una manera que otras cosas no pueden.

Lo experimenté de primera mano con esta película. No sé lo que esperaba la gente. Muchos estaban decepcionados porque no había acción o batallas y eso. Pero lo que quería era contar esta historia permitiendo que habláramos entre nosotros. Ha pasado algo bello con esta película: muchas personas, en diferentes escuelas, están hablando sobre paz, sobre educación, sobre muchas cosas. En ese sentido, también, lingüísticamente, la semiótica de la película va mucho más profundo. Puedes ver esta película de manera superficial y entender la historia y sentirlo todo. Pero, luego, hay muchas capas y esas capas se van revelando con el tiempo.

Oualid Mouaness durante la entrevista de prensa. (Cortesía Tulip Pictures)

Muchas gracias por la plática Oualid. Muchas gracias por tu candor y tus respuestas y tu cine.

Fue un placer. En realidad me importa mucho que esta película salga en cines en el mundo. Lo que no esperaba es que esta película se estrenara en México el 26 de mayo, en Brasil el 2 de junio, en Nueva York y Taiwán el 10 de junio… Porque todos estos estrenos, sin que yo lo planeara, coinciden exactamente con el 40 aniversario de la guerra que empezó en junio de 1982. Cuarenta aniversario… Creo que ya es tiempo de paz.

1982: El año que cambió el Líbano se estrenó el 26 de mayo en carteleras comerciales

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